Una guía por las obras definitivas de un sonido eléctrico, introspectivo y distópico que unió por última vez a la cultura rock con el arte
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Pésimo momento para escribir sobre synth-pop. Resulta un caso perdido en estos tiempos. Surgido de las bases fundadas por pioneros electrónicos como Kraftwerk y Giorgio Moroder, el género fue esencialmente blanco, británico y tocado casi con obsesión compulsiva por chicos melómanos. ¶ Hay algo innegable: el synth-pop fue introspectivo y acabó con el gesto macho que algunos punks conservaban. Estaba el antecedente del glam-rock, de los fanzines contraculturales y de lúcidos cronistas como Jon Savage. El synth-pop heredó naturalmente eso, pero estaba lejos de promover la diversidad. Y tampoco era sexy. ¶ Quizá sea más atinado pensar el género como el último gran encuentro entre la cultura rock y el arte. La deificación de Roxy Music y David Bowie permitió un nuevo vínculo con el glamour, la vestimenta, los libros y films señeros, la pintura y la ciencia ficción. Paralelamente, el descubrimiento de Kraftwerk llevó a una literal incorporación del ritmo mecánico y la idea del hombre-máquina. ¶ Melódico y austero, el synth-pop tenía incluso una economía imbatible –dos máquinas más un cantante barítono–, lo que hace tentador su permanente revival. Reflexionando todo esto, entonces, habría que replantear la categórica afirmación del inicio. ¡Es un excelente momento para escribir sobre synth-pop! Siempre y cuando no se oponga un baterista.
Depeche Mode - Speak & Spell - 1981
En 1987 Depeche Mode iniciaba un tour internacional que haría historia. Estadios de Madrid, París y San Francisco recibían a multitudes histéricas por un cuarteto electrónico. Fue beatlemanía sin guitarras eléctricas y el mundo pop se pellizcaba. En 1989, para demostrar que también podían hacer aullar a una guitarra, sacaron “Personal Jesus” y la cosa se desdibujó. Pero qué distinto era el panorama en Speak & Spell, cuando hasta el cavernoso Dave Gahan sonaba fresco y jovial, recién perfumado para ir a la disco. Antes de viralizar el synth-pop con Erasure y Yazoo, Vince Clarke hizo el mapeo en estas canciones, excitantes como su descubrimiento de la (entonces) nueva tecnología. Entre “I Just Can’t Get Enough” y temas exploratorios como “Photographic”, Speak & Spell aún parece una gran puerta de entrada al synth-pop.
Donna Summer - Love To Love You Baby - 1978
El del synth-pop fue un nacimiento no planeado. A fines de los 70, la norteamericana Donna Summer decidió representar Hair en Múnich y buscar su futuro en Europa. Un álbum debut solamente editado en Holanda no parecía lo más prometedor. Pero la reedición de “Je Taime Moi Non Plus”, el clásico de Serge Gainsbourg y Jane Birkin, trepó a los charts ingleses y con su productor, Giorgio Moroder, pensó en la idea de revisitarlo al estilo disco. Así llegó “Love to Love You Baby”: un túnel hipnótico de 17 minutos puntuado por 22 orgasmos fingidos que Summer grabó en la oscuridad del estudio, pensando en su novio de entonces. De gira, recordaría la cantante, “el público gemía más que yo”.
Kraftwerk - Trans-Europe Express - 1977
Cada álbum de Kraftwerk era el equivalente aural de un manifiesto futurista para los 70. Ya habían homenajeado a las emisiones radioactivas (Radio-Aktivitat, 1975) y las autopistas (Autobahn, 1974). Pero Trans Europa Express (suerte de poema a la ex red ferroviaria internacional europea) logra un preciso ritmo electrónico que, como el estilo de sus vecinos Neu!, tendría un calificativo germano: motorik. En el medio, un tema dedicado a Franz Schubert y la mención a Bowie e Iggy Pop para documentar lo que hoy todos saben: los tres estaban renovando la música en el Berlín pre-80.
Gary Numan - The Pleasure Principle - 1979
Al despuntar los 80 todos querían sonar como Gary Numan. La prensa lo llamaba el nuevo David Bowie; era extravagante y distante con sus fans (si tocaba en un teatro con foso para orquesta, mejor). Amaba sus singles pero miraba de reojo los álbumes, lo cual habla bien de él, aunque a la distancia queda claro que hubo un antes y un después de The Pleasure Principle. Ahí está “Cars”, el single que partió el firmamento pop como una granada, y detrás vienen, en avalancha, las futuristas “Complex” y “Tracks”, la paranoica “Films”, la kraftwerkiana “M.E.”, sobre el último robot en la Tierra. No habríamos tenido a los replicantes de Blade Runner sin los androides existencialistas de Gary Numan.
John Foxx - Metamatic - 1980
John Foxx era apenas más humano que Gary Numan durante sus años con Ultravox, pero al arrancar como solista no pudo resistir la tentación. Metamatic es su primer disco completamente electrónico. Como Numan y Kraftwerk antes, Foxx también canta sobre androides, autopistas y autos. Sin embargo, ninguno de ellos podría haber escrito algo como “los rayos X combinan con el sol sobre el concreto/ que se extrañaba desde 1963/ Percuden un auto extraviado/ sepultado en la arena/ Ropas vacías vuelan por la playa”. Archiven bajo J.G. Ballard con una caja de ritmos.
DAF - Die Kleinen Und Die Bösen - 1980
Los polémicos de la lista. Como otros grupos de la new wave alemana, DAF eliminó toda referencia al rock usando guitarras averiadas, ruido electrónico y prominente percusión. Fue tras un debut instrumental como quinteto que encontraron la fórmula definitiva del synth-pop: un hombre ocupado con máquinas, otro cantando. Que en este caso el cantante era el andaluz Gabi Delgado hizo toda la diferencia. Fascinado con el idioma, inventaba juegos de palabras (“Sato Sato”, “Der Mussolini”) y cantaba a grito pelado, como en un tablao flamenco. Temprana edición de Mute, este álbum es una prueba perenne de su humor dadaísta. ¡Baila chiquita!
Soft Cell - Non-Stop Erotic Cabaret - 1981
¿Quién no escuchó y bailó alguna vez “Tainted Love”? De New York City y Pacha al rincón menos esperado del dial, la icónica versión del tema de Gloria Jones viajó en el tiempo y el espacio más que cualquier otro éxito de synth-pop. Hay, sin embargo, mucho más bajo la superficie del disco debut de Soft Cell y todo se relaciona con clubland: el bizarro S&M de “Sex Dwarf”, el frenesí de “Entertain Me”, las puertas a un mundo subterráneo en “Seedy Film” y “Secret Life”, el rito iniciático de “Youth”. La tecnología básica pero creativa de Dave Ball y el vicio de Marc Almond hicieron el resto. Distante, lascivo y melódico. Infecciosamente atractivo.
Devo - Freedom Of Choice - 1980
La gran limitación de los synth-poperos era que no sabían venderse. No fue ese un problema para Devo. Originarios de Akron, Ohio, los norteamericanos inventaron el concepto de de-evolución, que postulaba un regreso a las formas primitivas. Y ahí estaban, vistiendo extravagantes cascos rojos y haciendo movimientos marciales en vivo. Hoy son un categórico ejemplo de kitsch, pero en 1980 se vivió como una invasión de marcianos. “Whip It” fue su mayor éxito y un clásico indiscutible del género. El resto envejeció calladamente. No así su instinto comercial: al despuntar la pandemia, el grupo reapareció vendiendo sus cascos como antídoto para el coronavirus.
The Human League - Travelogue - 1980
Claro, el mega hit “Don’t You Want Me” llegaría al año siguiente. Pero la quintaesencia de Human League está aquí: en los sintetizadores saturados a punto de ebullición en “The Black Hit of Space” y el secuenciador acechante de “Being Boiled”, todo enhebrado por las letras distópicas de Phil Oakey, fan de la ciencia ficción. El punto más alto es “Dreams of Leaving”, la historia paranoide de un exilio narrada como una versión electrónica y posmoderna de “Bohemian Rhapsody”. Parafraseando al viejo dicho sobre el debut de Velvet Underground, los pocos que escucharon Travelogue compraron un sintetizador y armaron una banda.
Heaven 17 - Penthouse And Pavement - 1981
Mala suerte: Ian Craig Marsh y Martyn Ware decidieron abandonar The Human League justo cuando Phil Oakey componía “Don’t You Want Me”. No importa. El disco debut de Heaven 17, su nueva banda, resultó un clásico inoxidable. Sin comprometer el gusto por la experimentación (“Let’s All Make a Bomb” tiene más disonancia que toda la discografía de THL), con la adición del cantante Glenn Gregory el dúo destiló un sonido funk accesible y envolvente. Conclusión: disco del año para Melody Maker y puesto 14 del Top 100 británico. Reinaba el synth-pop, y su embrión sci-fi resonaba en el nombre: Heaven 17 era una banda ficticia de La naranja mecánica.
The Associates - Fourth Drawer Down - 1981
Catalogados como el dúo más cool de Edimburgo, Billy MacKenzie y Alan Rankine tenían un potencial de superestrellas que sabotearon siempre, incluso cuando obtuvieron contrato con la redituable Beggars Banquet. Las grabaciones, en interminables noches de anfetaminas, los llevaron a la internación. Pero hoy son leyenda. Los tracks compilados en este disco resultaron una versión psicodélica de la trilogía berlinesa de Bowie, con alusiones a la Guerra Fría y la operística voz de MacKenzie escalando y cayendo del muro de efectos de Rankine. Para más información, el track que debió ser hit se titula “White Car in Germany”.
Yazoo - Upstairs At Eric’s - 1982
Yazoo (por un conflicto de derechos, llamado Yaz en Estados Unidos) fue uno de esos casos donde la libertad creativa y el instinto comercial colisionaron favorablemente. Lejos de la mirada inquisidora de Martin Gore, Vince Clarke se unió a la extraordinaria cantante Alison Moyet para obtener lo que probablemente sea el hijo mejor parecido del matrimonio Donna Summer-Giorgio Moroder. Infinitas sobregrabaciones de ritmos y diálogos oblicuos se encuentran hasta que Moyet pone orden como una amazona electrónica. Y claro, los hits. ¿Música ligera? Que alguien vuelva a componer cosas como “Don’t Go” o “Situation” y después hablamos.
OMD - Architecture And Morality - 1981
Como un playboy melancólico, Paul Humphreys maneja un convertible por una soñada ruta boscosa mientras Andy McCluskey, en un rol que habitualmente no es suyo, canta ensimismado entre las columnas romanas del Palladian Bridge, en las afueras de Londres. El videoclip de “Souvenir” es el súmmum de la nostalgia ochentas antes de la nostalgia por los ochenta, y resulta una inmersión directa en el trabajo más profundo de OMD. La importancia del silencio, la arquitectura del espacio y el mellotrón con guiños a la música antigua, emulando canto gregoriano o pequeños ensambles, gestaron uno de los discos más influyentes de la década.
Fad Gadget - Under The Flag - 1982
Con el disfraz de Fad Gadget, Frank Tovey era un performer histriónico y provocador, pero en el estudio de grabación era un crack y este disco lo demuestra claramente. Entre un secuenciador que emula a un comando de helicópteros (“Under the Flag I”), una revisión electrónica de la música medieval (“Plainsong”), tracks atmosféricos (“Cipher”) y perturbador synth-pop (con la voz de Alison Moyet, “Love Parasite” parece un remix de “Don’t Go”, lo que no sorprende porque Tovey y Yazoo compartieron estudio en ambos discos), Under the Flag transmite un mensaje pesimista del futuro que calará hondo en el sonido industrial y en el rock de los 90.
Yello - Claro Que Si - 1981
Boris Blank y Carlos Perón eran los diseñadores aurales más innovadores de Zúrich; Dieter Meier, su más desenfrenado artista de performance. Juntos crearon un synth-pop cubista que solo tenía cabida en Ralph, el sello de los Residents. Tras entrar a las discotecas neoyorquinas con “Bostich” (del álbum debut Solid Pleasure), el trío se envalentonó. Meier comenzó a inventar historias típicas del cine noir mientras Blank y Perón las musicalizaban con una atmósfera acechante y lluviosa, premonitoria del under de los 80. Gary Numan anticipó a Roy Batty; Yello, a Rick Deckard.
The Blue Nile - A Walk Across The Rooftops - 1983
Imaginen un encuentro entre el Frank Sinatra de corazón partido con una Linn Drum, y tendrán como resultado este disco. Haciendo de la necesidad virtud, el trío escocés invirtió en teclados para pintar con atmósferas las canciones del cantante Paul Buchanan. Linn Products vio talento. Les dio baterías electrónicas y los fichó en su sello. Y jamás volvió a haber algo igual. Los poros tóxicos por los que la gran ciudad respira (sus congestiones de tránsito, sus olas de calor, sus anónimas celebraciones) se evocan y devuelven como espejismos en cada track, dejando una sensación tan introspectiva como un paseo céntrico tras el rush hour.
New Order - Low Life - 1985
Aunque las credenciales synth-pop de New Order pueden rastrearse en el single “Everything’s Gone Green”, de 1981, Low Life es el primer álbum donde los ex Joy Division se quitan definitivamente los overoles. Y la conversión es gloriosa. “Sooner Than You Think” muestra a un Bernard Sumner pop exuberante y melancólico (la fórmula del éxito del cuarteto de Mánchester); “Sub-culture”, a su contracara electrónica; “The Perfect Kiss”, el clásico que no fue hit; y en “Sunrise”, el bajo brumoso de Hook decía presente, para aclarar que siempre estaban volviendo al barrio.
Nico - Camera Obscura - 1985
La canción del cisne de la chanteuse de Velvet Underground es uno de sus discos más atípicos y uno de los más fascinantes. Resguardada otra vez en la producción de John Cale, con abrumadora percusión electrónica, teclados, su armonio y el trompetista de jazz británico Ian Carr, el adiós de Nico es un aleph que muta en variaciones como hologramas de océanos, inaugurando vistas de un subgénero que nadie supo continuar. Minimalista y asfixiante, Camera Obscura es, al mismo tiempo, visionario y liberador, hecho mientras el dark quería ponerse al día con su legado.
Tears For Fears - Songs From The Big Chair - 1985
Una y otra vez, a lo largo de la historia del pop aparece un disco que desmiente la supremacía de las máquinas. Quizás uno de los primeros restauradores fue el segundo opus de Tears for Fears, cuyo eficiente uso de la programación iba a la par de insoslayables citas a Los Beatles y hasta Steely Dan. Hubo que acercarse con cuidado, pero el maridaje funcionó. Bordeando una ampulosidad prog, el dúo de Curt Smith y Roland Orzabal consiguió una de las piezas más refinadas de los 80. Chequeen, si no, “I Believe”.
Mimilocos - Trulepa - 1986
Increíble pero real: el mejor disco de synth-pop local fue un casete del mítico Catálogo Incierto. Orbitando en el círculo de Melero, Christian Rosas apareció una tarde con una guitarra serruchada de cuatro cuerdas. Alfredo Pería, oriundo de la cofradía punk, aportó sintetizadores y caja de ritmos. Y Hugo Foigelman selló al dúo con ferocidad experimental. El resultado: una postal 3D de la gótica Buenos Aires por la que hasta Melero debió rasgarse las vestiduras. Adelantados en todo, usaban barbijos en vivo y se ocultaban tras un hule, para desalentar escupidas de los punks.