El cine puro y logrado de Hamaguchi, el viaje a la juventud de Paolo Sorrentino, Érica Rivas luciéndose en ‘El prófugo’ de Natalia Meta, y más.
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10. Dune, de Denis Villeneuve
Desde que escuchamos el estruendo profundo y reverberante del comienzo, a través de los parlantes del televisor o del sistema de sonido de un cine si tenemos más suerte, ya lo sabemos: la tan esperada versión de Denis Villeneuve de esta obra maestra de la ciencia ficción firmada por Frank Herbert se nos anuncia como algo épico, inmersivo, enorme... Podría decirse que ninguna otra película hizo un mejor uso del tamaño de la pantalla grande como esta primera parte de Dune, que convierte la extensa historia sobre casas reales en guerra, gusanos de arena gigantes, un capitalismo corporativo enloquecido, culturas indígenas, alegorías religiosas y aventura heroica en el tipo de experiencia abrumadora y extraterrestre que corresponde. Pero, a pesar de su tamaño y alcance, también es una película extrañamente personal, como si el cineasta franco-canadiense pudiera hacer un éxito de taquilla con solo filtrar sus propias obsesiones y fetiches visuales a través del material original y las portadas de revistas de heavy metal. Todos, de Timothée Chalamet a Rebecca Ferguson, de Oscar Isaac a Jason Momoa, y de una Charlotte Rampling ultra severa a un Stellan Skarsgård grasoso y panzón, le agregan sombras y matices sutiles a la pieza; es verdad, Zendaya podría aparecer más pero, teniendo en cuenta lo que hizo Villeneuve con esta primera parte, estamos dispuestos a esperar a la segunda para verla como se merece. David Fear
9. The Power of the Dog, de Jane Campion
La primera película de Jane Campion en doce años es un western entre revisionista y freudiano, una historia de hermanos que no se parece en nada al amor fraternal. Ambientada en una Montana que apenas si salió del estado salvaje (aunque es el año 1925), esta adaptación de la novela de Thomas Savage nos presenta a los hermanos Burbank: George (Jesse Plemons) es el tipo amable y relajado al que le falta un toquecito para convertirse en un dandy. Su hermano Phil (Benedict Cumberbatch) es su antítesis en versión vaquero, un tipo pesado y vulgar que alguna vez se fue a estudiar al Este y volvió para ayudar a manejar el rancho de la familia. Una mujer (Kirsten Dunst) entra en escena provocando un conflicto entre los hermanos; lo mismo pasa con su hijo (Kodi Smit-McPhee), que en particular le cae mal a Phil. Las tomas de praderas polvorientas y rebaños al galope le dan al film un aire épico. Y aunque la película es un todo armónico, es Cumberbatch quien capta la atención definitivamente, el hombre tóxico surcado por la rabia y la represión. Su actuación va a dejarte cicatrices. D. F.
8. El perro que no calla, de Ana Katz
El perro que no calla, la película que Ana Katz estrenó en 2021, es una meditación sobre lo efímero. Una vida entera puede ser resumida, elipsis mediante, en apenas 73 minutos, con algún que otro cambio de peinado como marcador de época. El gancho está en la decisión de Katz de reconstruir a Sebastián, interpretado por su hermano Daniel, a través de retazos cotidianos y no hitos de alto impacto. Las viñetas oscilan entre la comedia y el drama, hilvanadas por el hilo conductor de la estética mumblecore. La perra del título fallece en el primer acto, pero es su ausencia la que no deja de ladrar. Bartolomé Armentano
7. The Velvet Underground, de Todd Haynes
Solo Todd Haynes pudo hacer un documental sobre Velvet Underground, los iconoclastas del art-rock, estrellas oscuras de la bohemia urbana, el eslabón perdido entre Brill Building y Rimbaud. Solo él pudo filmar una película que se podría haber proyectado en un recital de la banda organizado por Andy Warhol en 1966. Una obra maestra absoluta en el terreno del retrato de un grupo musical, esta crónica del ascenso y caída de Velvet Underground toma prestado el vocabulario del cine experimental de la época, con montajes abstractos y pantallas divididas tipo Chelsea Girls; pero además, la película te da una sensación inconfundible de los entornos de vanguardia (tanto para la música como para el cine y la literatura) y las intersecciones entre cultura pop y arte pop que convirtieron al dúo inicial de Lou Reed y John Cale en combustible puro. Hay testimonios y material de archivo en abundancia, por supuesto, pero todo de una manera que enmarca lo bueno, lo grande y lo feo de la banda a la perfección. Y visualmente es una pintura del underground que (rebeldía aparte) terminó en Apple TV+. D. F.
6. Shiva Baby, de Emma Seligman
De verdad, ¿hay algo más estresante que ser la sugar baby de un hombre casado y encontrártelo en el funeral de un amigo de la familia? La respuesta, según el debut de la escritora y directora Emma Seligman, es que sí: solo tenés que agregarle a tus padres gritones y autoritarios y tu ex novia. Danielle (Rachel Sennott) hace malabarismos con una trama de secretos y mentiras, atrapada en la ceremonia de un funeral judío, mientras se enfrenta con las expectativas paternas, los fantasmas de su pasado y una denuncia sobre cómo está pagando sus cuentas. Y mientras las cosas amenazan con desmoronarse todo el tiempo, los espectadores se van quedando sin uñas para morder. El uso experto que hace Seligman del entorno claustrofóbico y los rituales judíos para detallar cómo su heroína se asfixia bajo la carga de las expectativas es simplemente genial. D. F.
5. Sexo desafortunado o porno loco, de Radu Jude
Un recuerdo para los maestros de escuela que graban videos sexuales con sus parejas en su tiempo libre: asegúrense de que el video no se vuelva viral, porque es posible que terminen ante un comité de “ciudadanos preocupados” decididos a burlarse mucho de ustedes. Galardonada en el Festival de Berlín del año pasado, esta comedia obscena del cineasta rumano Radu Jude trata en parte de una educadora (Katia Pascariu) que tiene la desgracia de que un asunto de su vida privada se convierta en el centro de un debate público extremadamente hipócrita. Pero también es el retrato de un mundo occidental al borde del colapso, un mundo en el que la cortesía es víctima de la violencia y los tenues lazos que mantienen unida a la sociedad se deshilachan ante nuestros ojos. (El hecho de que la película se haya rodado en las calles de Bucarest durante la pandemia aumenta la sensación de que todo se está derrumbando). Después, en la gloriosa sección central de Sexo desafortunado..., se nos ofrece una letanía de aventuras, anécdotas, peroratas de bronca, apartes arriesgados y lecciones de historia muy poco glamorosas, y todo termina mezclado en una ensalada de sexo, muerte y horror. Lo político es personal y viceversa: a cada generación le toca su obra maestra del grotesco, como W.R: Misterios del organismo (1971) lo fue en su momento. Gracias a Jude, ya tenemos la nuestra. D. F.
4. Titane, de Julia Ducournau
Titane no es la única película donde se tiene sexo con un auto (James Spader puso en marcha su mecanofilia en la excelente Crash, Cameron Diaz montó un vehículo en la pésima The Counsellor). Sí es, sin dudas, la primera donde su protagonista se embaraza de uno; y este es apenas el punto de arranque para una experiencia única y absolutamente imprevisible. El segundo film de Julia Ducournau, laureado en Cannes por un jurado que presidió Spike Lee, es una narrativa trans que formalmente muda de géneros. La disforia encuentra su expresión en el body horror de la primera mitad, pero Titane gira para la comedia dramática una vez que Alexia, ahora Adrien (Agathe Rousselle), se asienta en su identidad. Hay un claro paralelo entre las formas en que Adrien y Vincent (Vincent Lindon), su padre sustituto, asumen la autoría de sus corporalidades, pero lo que motoriza a Titane, más allá del gore y la celebración de la alteridad, es un profundo anhelo de conexión. B. A.
3. El prófugo, de Natalia Meta
El prófugo, de Natalia Meta, es el vehículo actoral que reafirma el lugar de la actriz Érica Rivas entre los mayores talentos de la Argentina. Su Inés, una actriz de doblaje al borde del ataque de nervios, se encuentra inserta en una realidad ligeramente equivocada, presa de encuadres azulinos cuya falta de apertura plasma los resquemores que nunca pudo exorcizar. Los planos sin cortes de Inés doblando un slasher, entrando y saliendo de personaje, sugieren un paralelo con la Nicole Kidman de Birth, pero el desborde vestido de azul que acontece en el último acto remite a la Isabelle Adjani de Possession, situando a El prófugo, la segunda película de Meta después de Muerte en Buenos Aires (2014), dentro del género de terror. Una historia de fantasmas, descendiente de Spoorloos y en línea con el horror abstracto que fue recuperado en los últimos años. La secuencia final de la película termina de abrazar lo perverso, con un dueto entre Rivas y un partenaire invisible. ¿De dónde vienen esos sonidos? “Se escapan. Nadie sabe de dónde vienen”. B. A.
2. Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino
Hay un punto de inflexión que desdobla irreversiblemente a Fue la mano de Dios, el relato iniciático donde Paolo Sorrentino rememora su juventud. Antes del cataclismo, una comedia a la manera de Olivier Assayas, menos literata y más graciosa, poblada por una fauna exótica que asiste a un almuerzo familiar inolvidable. Fabietto (Filippo Scotti), el sustituto de Sorrentino, es el más chico, a quien le acaece la tragedia: una fuga de gas que lo priva de una vida junto a sus padres. Lo que persiste después de este fin del mundo personal es un coming-of-age sobre aprender a vivir en las postrimerías del duelo, descubriendo el cine bajo el sol napolitano. La constante en ambos relatos es la carta de amor a un Maradona que siempre contiene desde los márgenes, llegando en su Ferrari negra o goleando a los ingleses por televisión. Omnipresencia que suscitó, en la proyección del Festival de Cine de Mar del Plata, tres rondas de aplausos espontáneos. B. A.
1. Drive My Car, de Ryusuke Hamaguchi
El japonés Ryusuke Hamaguchi (de Happy Hour) regresa con otra obra maestra formato maratón: una adaptación de más de tres horas de un cuento de Haruki Murakami sobre un director de teatro (Hidetoshi Nishijima) que trabaja en una puesta internacional y multilingüe de Tío Vanya de Chéjov. El señor tiene una historia personal con la obra, en sus días de actor, así como una conexión especial con uno de los miembros del elenco: una estrella de televisión tormentosa y guapa (Masaki Okada) que una vez trabajó con su difunta esposa. Los productores también le han asignado una chofer, una mujer joven (Tôko Miura) que carga con sus propias cruces. (Sumale Wheel of Fortune, su exquisita película galardonada en el Festival de Berlín, y te das cuenta de que Hamaguchi ha tenido un año increíble). Las largas escenas de los actores estudiando detenidamente un texto dramático y la manera en que la dinámica de la obra empieza a influir sobre la dinámica de sus intérpretes inicialmente hace pensar en una versión menos paranoica de una película de Jacques Rivette. Pero las ideas que Hamaguchi tiene del arte, la vida, la pérdida, la curación y el perdón son asunto suyo y de nadie más: uno de los mejores ejemplos de cómo convertir las interacciones humanas más simples en un cine puro y logrado. D. F.
LA NACION