L a de El Corte es una de las historias más peculiares del rock nacional: a mediados de los 80, con apenas dos años de existencia y puro existencialismo dark, llegaron a editar dos discos, el primero casi a la vez que se formaban y el segundo casi al separarse, después de tocar en vivo solo una docena de veces en centros culturales y teatros, ignorando los pubs y cuevas ya míticos de la época. El grupo fue formado por una potente dupla de cantantes, guitarristas y compañeros de la Escuela del Sol: Javier Calamaro y Hernán Reyna, que ya habían activado otro proyecto, aún más precoz, pero también con disco y exposición radial, llamado Frappé. Calamaro se haría muy conocido con Los Guarros y como solista. Reyna, tiempo después del último acople de El Corte, murió ahogado, víctima de un naufragio en el Mediterráneo, frente a las costas de Jávea, Valencia, España.
Más allá de las notas curiosas, también la música de El Corte fue extraordinaria. El problema es que no muchos tuvieron la oportunidad de comprobarlo ya que sus dos vinilos, El Corte y El camino contrario, nunca llegaron a CD ni se distribuyeron digitalmente. Hasta ahora. A 35 años de su aparición original, ambos trabajos acaban de ser remasterizados y reeditados en discos digitales por Twilight Records, sello porteño que el último año rescató otra rareza de la misma era y con un sonido relativamente afín: el único disco de Euroshima.
La mayor parte del debut de El Corte fue grabada en 1986 en vivo en un enorme depósito de la actual Aysa. Así suena: inmerso en una cámara imposible, oscuro como sus canciones, influidas por la faceta más áspera de Bauhaus. El video de “Ansia negra” se puede apreciar en YouTube, pero “Cargar con los cuerpos” y “Quiero estar con dios” eran dos joyas perdidas del post-punk en castellano.
El camino contrario, de 1987, es muy distinto, pero no menos inquietante. Fue registrado en estudio y tocado de manera más integral y ortodoxa por la banda completa, que incluía a Federico Oldenburg en teclados (radicado en España desde hace tres décadas), Pablo Martin en bajo (en Nueva York hace dos) y Leonardo Ramella en batería (volcado a la música electrónica y la producción, después de integrar Resonantes con Flavio Etcheto). Si en el anterior la referencia simple era Bauhaus, ahora las comparaciones llevarían a The Cure, aunque las composiciones de El Corte seguían siendo profundamente personales. La banda realmente despegaba con otra luminosidad en varias canciones de este segundo disco donde Reyna y Calamaro cantan intercalando versos, como “El fruto del mar” y “Me voy, te vas”.
El camino contrario incluye además la maravillosa “Cuero de serpientes”, un encuentro irrepetible de pop gótico, psicodelia y poesía al borde del abismo, que Calamaro retomaría años más tarde para su –otra vez– curioso concierto ofrecido a las ballenas desde una cápsula bajo las aguas de Península de Valdés.
La reedición en digipack, con el arte original y sin bonus tracks, contó con la supervisión de Calamaro y Pablo Martin. “La propuesta de Twilight nos pareció buena, tuvieron la perspectiva del fan y se hicieron cargo de los remasters con una objevtividad que nosotros ya no tenemos. El Corte, como todas las bandas de ese período, no deberíamos ser mito, deberíamos ser catálogo. Los cien o doscientos fans que quedan tienen derecho a pagar precio de catálogo, no el precio absurdo del mito que se ve por ahí”, opina Martin. Se refiere a los 200 dólares que se pueden llegar a pedir a cambio de los vinilos ochenteros de El Corte y colegas como Los Pillos o Sobrecarga.
“Estoy contento, nos da la oportunidad de proveer a quien le interese versiones mucho más cercanas a la realidad –dice el músico desde Nueva York–, en lugar de la pésima resolución de sonido de lo que había en YouTube”,