A lo largo de su carrera, el 10 estuvo muy ligado a los músicos. De los camarines con Freddie Mercury a su fanatismo por Fabiana Cantilo, leé esta nota publicada originalmente en el especial para coleccionistas de Rolling Stone dedicado a Maradona
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Queen
1981 — estadio de Vélez
El 8 de marzo de 1981, Queen dio su tercer y último concierto en Buenos Aires. Mercury, Taylor, May y Deacon estaban dispuestos a coronar un desembarco triunfal, en lo que fue también la primera vez que una banda internacional bajaba al cono sur con la misma producción con la que giraba por el hemisferio norte. Al momento de entrar a camarines del estadio José Amalfitani, en Liniers, se encontraron con una presencia inesperada: Diego Maradona estaba parado en el centro del vestuario, esperando a la banda con los brazos abiertos.
El Diez ya había comenzado a cosechar su éxito internacional por su desempeño en el Mundial Juvenil de 1979, en Japón, donde Argentina obtuvo el primer título, y un año después su rol en un amistoso con Inglaterra en Wembley le había valido los aplausos de la platea rival. Sin embargo, el contacto no llegó a través de la banda, sino por Jim Beach, su manager, que un año antes había viajado al país para cerrar la producción de la gira junto al productor Alfredo Capalbo. Futbolero de ley, Beach expresó su intención de “ir a ver a un tal Maradona”. Así, Javier “Coqui” Capalbo, hijo de Alfredo, cumplió su deseo y llevó a Beach a ver un partido de Argentinos Juniors del Torneo Nacional de 1980.
En camarines, Maradona llevó de regalo una camiseta de la Selección que luego usaría Freddie Mercury en Vélez. En el intercambio de ofrendas, el baterista Roger Taylor entregó un juego de palillos y Brian May le dio (aunque el Diego aseguraría que solo le prestó) una campera con diseño de la Union Jack. Allí Queen y Maradona fueron retratados por Neal Preston, el fotógrafo oficial del grupo, con Mercury adueñándose del protagonismo en cada toma (la más conocida, de espaldas a la cámara y sacando culo).
El concierto de esa noche fue transmitido por Radio Rivadavia, con comentarios de Fernando Bravo, y suele ser fácil de ubicar en YouTube. Al momento de los bises y con la albiceleste puesta, Mercury anunció: “Me gustaría presentar a un amigo nuestro y de ustedes. Estoy seguro de que lo conocen: Maradona”. Mientras el público lo ovacionaba, el Diez, ahora de remera azul, tomó el micrófono y dijo: “Quiero agradecer a Freddie y a los Queen por hacernos tan felices. Y ahora ‘Otro muerde el polvo’”, antes de que el bajo pendulante de John Deacon tomase la posta en “Another One Bites the Dust”.
A Maradona le gustaba contar otra versión del encuentro. “Era un recital en Vélez y [el técnico de Boca, Silvio] Marzolini no nos dejaba ir. Yo le dije: ‘Lo lamento’, y fui a avisar que me iba. No por falta de respeto, pero era una oportunidad… Viene Queen acá, ¿no vamos a ir a verlos? Es una picardía”, le dijo a Alejandro Fantino en Mar de Fondo. Sobre el encuentro en camarines, una sola frase: “Me regalaron todo, lástima que eran ingleses”, agregó socarronamente.
Rodrigo
2000 — Cuba
El vínculo entre Maradona y Rodrigo fue tan intenso y fugaz como todo lo relacionado con la vida del cuartetero cordobés. El Potro fue el encargado de ponerle la voz a “La mano de Dios” y, aunque el tema no era de su autoría, se convirtió en el boleto mágico que le permitió acceder a que su ídolo lo recibiera en Cuba en junio de 2000. Con la canción sonando en las radios, el Potro recibió una oferta de parte del programa Versus para viajar a la isla junto a Jimena Cyrulnik y, aunque la idea lo tentaba, se negó por la inminencia del vuelo, pautado para el día siguiente. A solo quince minutos del rechazo inicial, sonó el teléfono celular del Potro: era el propio Maradona desde La Habana extendiéndole la visita, y ahí ya fue imposible decir que no.
Desde el momento en el que aterrizó en el aeropuerto José Martí con una guitarra a cuestas, a Rodrigo lo siguió una cámara durante toda su estadía. Después de un primer encuentro fugaz en el hotel, por la noche compartieron una cena en la casa de un amigo del astro, donde la confianza escaló rápido, y anfitrión e invitado terminaron a los abrazos en una pileta. La segunda noche, Maradona, Rodrigo y sus sendas comitivas confluyeron en un restaurante de la capital cubana. Allí, el cordobés le enseñó los acordes de “La mano de Dios” a dos guitarristas locales y se la cantó a su ídolo. En boca del propio Diego: “Que no se ofenda nadie, pero esta es la mejor canción que me hicieron”, diría después.
Con las cámaras como testigos de cada minuto que pasaban juntos, compartieron los días restantes en Cuba entre partidos de fútbol improvisados, asados y canciones de Marc Anthony en La Bombonerita, la casa de barrio privado en la que Maradona continuaba con su tratamiento. Incluso tuvieron la idea de una presentación conjunta con la que recorrerían el país con fines benéficos, pero el plan quedó trunco al poco tiempo: en la madrugada del 24 de junio de 2000, a diez días de haber regresado de Cuba, Rodrigo murió en un accidente automovilístico camino a un show.
El Potro había llegado a incluir “La mano de Dios” como parte del repertorio de su seguidilla de trece shows en el Luna Park en abril de 2000. Cinco años más tarde, el tema volvió a sonar en el Palacio de los Deportes, pero esta vez con un cambio: el propio Maradona la interpretó como canción de cierre en la última emisión de La noche del Diez.
Oasis
1998 — Buenos Aires
Aunque Noel y Liam Gallagher tenían 19 y 13 años cuando Argentina e Inglaterra se enfrentaron en México 86, nunca vieron a Diego Maradona como un rival sino como un héroe. De un lado, el reconocimiento de una epopeya deportiva indiscutible; del otro, un linaje irlandés por vía materna que más de una vez hizo valer su sentido de pertenencia. Con el pasar de los años, Maradona se volvió también un modelo a seguir en una suerte de cruce interdisciplinario entre el fútbol y el rock, un espejo en el que mirarse y reconocerse como héroes populares con origen en los barrios bajos.
A finales del milenio pasado, Oasis vivía los últimos estertores de su megalomanía. Un año antes, la autoproclamada mejor banda del mundo había publicado Be Here Now, su tercer disco, una obra hecha a la altura de su ego tras haber alcanzado el cénit de su éxito en 1996. Todo lo relacionado con el álbum era excesivo: la cantidad de pistas de guitarra, la duración de las canciones, el volumen de sus presentaciones en vivo. En ese contexto, el grupo de los hermanos Gallagher desembarcó por primera vez en Buenos Aires en marzo de 1998, con un tándem de shows ensordecedores en el Luna Park. De esa primera experiencia, Liam y Noel se volverían a casa no solo con una localía asegurada para sus próximas tres visitas, sino también con una foto junto a su ídolo, gracias a un cruce inesperado en el Sheraton de Retiro.
En 2017, Liam Gallagher recordó el encuentro en diálogo con Noisey. “Estábamos en la Argentina, hicimos un show y al rato estábamos en el bar tomando un fucking trago. De golpe aparecieron treinta personas a las corridas, parecían los mafiosos de Los autos locos”, contó el vocalista sobre el operativo de seguridad del Diez y su comitiva. De acuerdo al cantante, Maradona llegó al hotel y se dirigió a una habitación “acompañado de un montón de fucking chiflados y muchas chicas de la noche”. Cuando con su hermano se enteraron de su presencia, enviaron a un intérprete para que consiguiera que la banda fuera a conocerlo. Al poco tiempo, volvió con un triunfo parcial: “Solo los hermanos Gallagher pueden pasar”.
“Subimos corriendo, entramos y vimos que pasaba de todo. Maradona estaba en el medio del salón. Hacía jueguitos con la tapita de una botella, y sus ojos estaban sobresalidos, aunque los nuestros también”, reconoció Liam. De acuerdo al autor de “Once”, el traductor les hizo llegar un mensaje: “Dice que, si intentan llevarse a una de sus chicas, va a mandar alguien a que les dispare”, lo que apuró el trámite para el retrato antes de buscar la puerta de salida. La foto es a la fecha lo más cercano a la firma de un armisticio entre Liam y Noel: cuando murió Maradona, ambos compartieron la imagen en Instagram, la primera vez en más de una década que, al menos virtualmente, se mostraron juntos. Y como el orgullo familiar lo puede todo, según Noel, actualmente la foto corona la chimenea de la casa de su madre en Mánchester.
Manu Chao
2005 — Mar del Plata/ Buenos Aires
Con su apariencia de trotamundos en eterno movimiento, al margen de su carrera como artista, Manu Chao tiene un vínculo muy fuerte con el fútbol, en tanto espectador comprometido. Nacido en París, pero con ascendencia vasca y gallega, el líder de Mano Negra tuvo en el Deportivo La Coruña una suerte de ancla emocional y de arraigo para alguien que se pasó la vida en constante movimiento. En ocasiones, incluso manifestó su simpatía por el Olympique de Marsella, el Athletic Bilbao español, y hasta por el Xolos de Tijuana.
En mayo de 1994, en la previa al Mundial de Estados Unidos, surgió su primera asociación con el Diez cuando Mano Negra publicó su cuarto y último disco de estudio, Casa Babylon. Su segundo simple, “Santa Maradona (Larchuma Football Club)” evocaba a Diego más en espíritu que en contenido, una estampita devocional a la que apuntar los rezos. De un lado, un héroe popular; del otro, las menciones a una galería de villanos que incluía a Silvio Berlusconi (entonces presidente del Milan), el político, empresario y presidente del Olympique Bernard Tapie y también el ex futbolista Paolo Rossi.
En junio de 2005, Manu vivió en primera persona el regreso triunfal de Diego Maradona a Nápoles luego de trece años de ausencia. El autor de “Clandestino” atestiguó en primera persona cómo el pueblo napolitano no había olvidado a quien no solo no lo había traicionado, sino que además le había hecho conocer la gloria deportiva. De acuerdo a un posteo en Instagram del músico, ese día nació “La vida tómbola”, la canción que le compuso a Maradona en la que celebra incluso sus contradicciones al entender la imposibilidad de juzgarlo sin estar en su lugar, con el peso del mundo sobre sus hombros.
Ese mismo año, Emir Kusturica decidió hacer una película documental sobre Maradona, y puso especial énfasis en su militancia política de entonces, cuando Diego fue parte de El Tren del Alba, una formación ferroviaria que partió con destino a Mar del Plata para repudiar la presencia de George W. Bush en la IV Cumbre de las Américas. Hacia allí también viajó Manu Chao, que dio un show bajo la lluvia en el puerto, participó de la III Cumbre de los Pueblos e improvisó un concierto en el bar de una estación de servicio, donde estrenó “La vida tómbola”, con la cámara del cineasta serbio como testigo del momento.
Tras mucho pensar en un cierre posible para su película, Kusturica llegó a una conclusión: hacer que Maradona se encontrase en una esquina porteña con Manu y el guitarrista Madjid Fahem. Diego se mantuvo estoico mientras escuchaba al francoespañol que viviera como él y no se arrepentiría de nada, antes de fundirse ambos en un abrazo sentido.
Charly García
1994 — 2020
En 1994, parte de la opinión pública había demonizado a Maradona tras el doping que lo dejó afuera de su último Mundial. Aunque no lo conocía personalmente, Charly García sintió una particular empatía con él y se vio identificado.
En octubre de ese año, García festejó sus 43 años en el piso de 360 e invitó a Maradona para que fuera parte de la emisión. Con una cuota de suspenso notable, Diego llegó sobre la hora y ambos se vieron por primera vez en un estudio y frente a las cámaras. Lo que siguió a continuación fue antológico: con el astro a su lado, Charly interpretó un tema inédito, “Maradona Blues”, mientras el destinatario no podía contener las lágrimas.
La canción tuvo origen tres meses antes en Madrid: “Cuando iba para el estudio en el taxi me enteré de que Diego quedó afuera del Mundial y me agarró un bajón”, contó García en el documental Amando a Maradona, de Javier Vázquez. Una vez que llegó a destino, Charly se juntó con Claudio Gabis (quien lo había convocado) y dieron forma al tema, que salió finalmente en el disco Convocatoria II (1997), del ex Manal. “No hubo que hablar nada, ni componerlo. Salió así. Maradona Blues es un estado”, diría su autor.
El tema fue el inicio de una amistad signada por una admiración mutua que aportó apoyo en los momentos más cruciales. Su último encuentro cara a cara fue en 2018. En agosto de 2020, luego de que la salud de Diego tomase estado público, Matías Morla contactó a Charly para acordar una visita. Si bien el encuentro quedó supeditado a las medidas de distanciamiento, el músico no pudo con su genio y le hizo llegar una carta de puño y letra: “Querido amigo: yo pasé por internaciones en las que gasté dos o tres años de mi vida, en clínicas, escuchando a psicólogos que niegan a ‘gente diferente’. Es imposible que entiendan a ‘gente diferente’. Te doy un consejo: seguirlos es una absurda estupidez y recordá que sos un genio y que todos te aman. Contá conmigo. Charly”.
Tres meses después la carta fue otra. García volvió a escribirle a su amigo, esta vez para despedirlo, y con la cita de un diálogo que más de uno hubiera pagado por atestiguar: “Cuando te pregunté: ‘Qué nombre le pondrías a tu segundo gol a Inglaterra’, al toque me respondiste: ‘Miré el arco y esquivé patadas’”.
Fabiana Cantilo
1992 — Sevilla
En 1991, Fabiana Cantilo convirtió un hit que no estaba destinado originalmente a pasar por sus manos. Desde España, Ariel Rot envió un casete a su hermana Cecilia con algunas canciones de Los Rodríguez, la banda que había formado con un recién exiliado Andrés Calamaro. Entre ellas estaba “Mi enfermedad”. El tema terminó llegando a Fito Páez, que por entonces producía el tercer disco solista de Cantilo, Algo mejor. Aunque sus dos primeros cortes (“Arcos” y “Mary Poppins y el deshollinador”) ya rotaban con fuerza, al momento en que “Mi enfermedad” fue elegido como tercer tema de difusión, la consagración masiva de Fabi era un hecho.
El éxito de la versión fue tan grande que el tema no tardó en llegar a los oídos de Maradona, que se encontraba en un momento difícil: en marzo de ese año, jugando para Napoli dio positivo en un doping y fue suspendido por quince meses. Durante ese tiempo, encontró en “Mi enfermedad” una canción que sentía destinada a él, como si le estuviera hablando de su propia experiencia. Finalizado ese período de sanción, Diego viajó a Sevilla para ser dirigido por Bilardo y entrar a la cancha con la versión de Fabi sonando por los parlantes del estadio.
Al principio, Cantilo trató de evitar el contacto. “Ya me habían dicho que a Diego le encantaba el tema, pero yo no doy bola a esas cosas porque soy fóbica. Me odiaron mucho los periodistas y productores porque yo no quería sacarme fotos con nadie”, recuerda ahora. Mientras estaba en Los Ángeles grabando el videoclip de “Arcos”, ella recibió una invitación que no pudo rechazar: ir de sorpresa para cantarle “Mi enfermedad” al Diez en su fiesta de cumpleaños.
Cuando llegó al festejo, Fabi comprobó que el fanatismo de Maradona hacia su persona era real. “Diego estaba con una camisa hawaiana con muchos colores, como de seda. Entró y le pidió a otro que filmara que estaba yo, emocionado porque se ve que era su rockstar preferida. Yo estaba aterrada, aunque soy bastante dada. Bailamos un poco y estaba lleno de gente que no conocía, salvo Claudia”, recuerda. A la hora de soplar las velitas (“La torta era una cancha de fútbol, obviamente”), llegó el momento triunfal de Cantilo: “Me dieron una guitarra española, toqué ‘Mi enfermedad’ y me fui a dormir rápido. No fuera cosa que terminara alcoholizada con Diego, un papelón que podría haber pasado”.
Esta nota es parte del especial para coleccionistas dedicado a Diego Maradona de la serie Bookazines de Rolling Stone. Conseguila en los quioscos de diarios y revistas.