Tom Quintans es un iconoclasta que escucha a los Beatles. O un alma clásica al que los tótems del rock nacional le importan tres carajos. Es un indie que le canta al 10 uruguayo del Racing campeón de la Supercopa 88, o un pibe que creció a un par de cuadras de la Butteler y en un tiro se puso a tocar kraut-rock. “Gracias por nada”, avisa desde el título mismo del disco que acaba de sacar con su banda, porque ante todo la gratitud, pero tampoco te la va a dejar de cobrar. Y, bueno, ya de movida la banda en cuestión se llama Bestia Bebé: toda una vida dedicada a ser un poco de esto y otro tanto de lo contrario.
“A mí no me caben Fito Páez, Charly García, Spinetta... Siempre me parecieron una mierda”, dice, porque siempre fue más hincha de Ricardo Iorio. “Yo encontraba en él otra cosa distinta de lo que todo el mundo decía que estaba bueno. Eso siempre me cabió. Iorio siempre fue un tipo que dijo lo que pensaba, aunque obvio que hay un montón de cosas con las que no estoy de acuerdo ni a palos”, aclara, haciendo la necesaria separación obra-artista a la que el ex V8, Hermética y Almafuerte nos obliga cada vez que abre la boca.
La formación musical de Tom comenzó con “un casete en el que mi vieja grababa temas de la Rock & Pop, que tenía ‘Mi perro dinamita’, ‘Sube a mi voiture’ de Riff y ‘Las guerras’ de Vox Dei”. Siguió con la herencia suburbana y forzosa de Creedence y Stones. Y se completó, sí, ya por iniciativa propia, con el heavy. “La primera banda con la que dije ‘esto me gusta’ fue Metallica”, dice. Entró –cómo no– por uno de los discos que los puristas condenaron: Reload (1997).
“Yo quería ser Lars Ulrich”, dijo nadie nunca, ni el mismo Lars Ulrich, pero Tom sí. De chico ligó una batería de regalo, de adolescente se juntaba con su hermano Pipe, un primo y unos amigos a tocar la discografía de Metallica de punta a punta (“esa fue una de las cosas que nos hicieron aprender a tocar bien los instrumentos, porque para hacer heavy metal no podés tocar cualquier cosa”) y de más grande se convirtió en el baterista de Go Neko!, banda de rock instrumental volado en la que un fan de Horcas, Rata Blanca, Flema y 2 Minutos como él a priori no tendría nada que hacer. “En ese momento no escuchaba nada de kraut-rock ni de space-rock: ahí empecé a escuchar todo eso y me cambió para siempre. Fue un cambio, una sorpresa y me re copó. Y fui aprendiendo a tocar ese estilo, porque no es lo mismo tocar la batería con doble pedal en el metal que tocar kraut-rock”, dice.
Con Go Neko! Quintans probó el profesionalismo y le gustó. “Estábamos dentro de una escena, había bandas, los periodistas se interesaban, había gente que armaba fechas. No era esa cosa de ir a tocar a La Colorada a las 7 de la tarde y venderles entradas a tus amigos: ya había gente que pagaba. Me fui dando cuenta de que ese mundo era posible”, cuenta.
Conocer al plantel del sello Laptra y puntualmente al “Chango”, como le dicen a Santiago Motorizado de Él Mató, le cambió la cabeza con respecto a lo que significaba gestionar un grupo de rock. “Pensaba que solo se podía tener una banda y pegarla si te veía alguien. Y ellos me mostraron que por ahí había otro camino, ser independiente, hacer tus cosas, escribir de otra forma”.
Todo eso maduró en proyecto propio: Bestia Bebé, donde se pasó a la guitarra, el micrófono y la composición sin tampoco sentirse frontman. “Somos los cuatro, por cómo soy yo o porque los pibes tienen una fuerza muy grande. Siempre sentí que éramos muy unidos, sobre todo en los recitales. No sentí que tenía que salir como Bruce Dickinson a correr por el escenario. También soy fanático de Oasis, de chico, y Liam se queda parado ahí, tampoco es un frontman de ‘levanten las manos’. Yo soy medio así. Joey Ramone también: los Ramones son los cuatro, no uno”. Los cuatro son él, Chicho Guisolfi en el bajo, Boui Vilche en la otra guitarra y el Polaco Ocorso en la batería.
En este punto hay que hablar de fútbol, otra vocación de Tom por la cual, aclaremos, no movió un dedo. “No me gustaba entrenar, no me gustaba que me dijeran qué tenía que hacer, yo quería jugar a la pelota. Muchas veces se me soltaba la cadena: una vez me fui de una porque le pegué una patada criminal a uno, de pibito. Y mi viejo no me llevó más. Nunca me cabió la disciplina que tiene que tener un jugador”. Es más de Racing que Mirtha Legrand y Guillermo Francella juntos e infla el pecho cuando cuenta que en el Instagram oficial de la Academia le usaron su tema “Lo quiero mucho a ese muchacho” para musicalizar un video sobre la renovación del contrato de Lisandro López, y dice que ya hizo socios a sus mellizos de tres meses. Y el fútbol fue uno de los ejes conceptuales sobre los cuales giró el primer disco homónimo de Bestia Bebé, lanzado en 2013.
Hay una retórica futbolera que surca todo aquel debut, pero que no precisamente celebra al gallardo campeón, sino más bien al antihéroe que les da pelea a sus limitaciones. Ya en la tapa se ve un equipo que escapa a la estética del player banana, pero igual luce su trofeo en un potrero agreste mientras calma la boca empastada con una Quilmes de litro.
“Me gustan los perdedores, los verdaderos ganadores”, canta Tom en “No me importa verte perder”, como para que no queden dudas, pero la misma épica de aguante y resiliencia está presente –con más disimulo– en la mencionada “Lo quiero mucho a ese muchacho”, un abrazo cancionero a alguien que pasó por alguna jodida y se está comiendo un injusto baile del cotorrerío. También hay algo de eso en “El uruguayo”, un homenaje pasivo-agresivo a Gio Moreno (aquel 10 colombiano que pasó por Racing con cierto éxito y que se exilió al poderosísimo Shanghái Shenhua de China en 2012 tras haber sido amenazado por barras) en el que se ensalza su “zurda letal” pero también se lo minimiza en comparación con otra gloria académica menos atlética, el charrúa Rubén Paz.
Hay dos crossovers con el boxeo que siguen la misma línea: “El gran Balboa”, epítome del underdog al que al final le levantan los brazos (“no quiero verte llorar, yo quiero verte pelear, si bien todos te olvidarán, todos menos yo”, dice la letra) y “Luchador de Boedo” (una fábula en la que se adivina un tributo a Luis Ángel Firpo, pero no: “Había una especie de vago en el barrio que decía que era boxeador. Eso creía, pero no sé si lo inventé o si realmente pasó. Es una historia común: el boxeador que triunfó y terminó en la calle”). Hasta a un auto se le aplica la fórmula: “Wagen del pueblo”, una oda al Golcito descangayado pero noble, que se niega a abandonar (“es un auto nuevo para mí, aunque para vos sea viejo, lo llevo en mi corazón”).
Santiago Motorizado tiene su propia visión sobre cómo, con todo, los perdedores de Tom saben gambetear el clisé neurótico: “Son antihéroes, pero a la vez tienen el espíritu del héroe. Es como si fuese el clásico héroe ganador, el que triunfa al final de la película, pero oculto en otra dimensión, viviendo en un plano que quizás no le corresponda”. El quinto track de Gracias por nada es un buen ejemplo de eso: “Estoy fascinado con ‘El descontrol’, que es un poco eso, una especie de héroe destructivo pero que va para adelante con seguridad y que no puede entender que le reclamen si es un héroe o un villano [”me decís que soy el malo de esa película, el ídolo que nos va a salvar, pero no te entiendo, tengo que pensar”, dice la letra]. Yo ahora, después de la muerte de Maradona, lo asocié con él. La estuve tocando en mi casa con la guitarra y no podía terminarla porque lloraba pensando en Maradona y en cómo encajaba todo, ese universo, esas palabras. La parte del descontrol… me venían los disturbios de Casa Rosada, una cosa de enamoramiento que te lleva a hacer locuras. Todo eso mezclado con la avalancha de sentimientos que genera la muerte de Maradona”, dice el Chango.
“En su momento me rompía las pelotas. Bah, ahora sigue pasando: hablan de fútbol, el barrio y nada más, eso es la banda. Y es verdad, algunas letras nombran esas cosas, pero yo siempre escribí con lo que tenía a mi alrededor, las cosas que me gustan y las cosas malas que me pasan. Pero que la etiqueta no abarque todo y que confunda está bueno. Te das cuenta de que es algo que llama la atención y no se estaba haciendo”, dice Tom.
Bestia Bebé, el disco, los convirtió en un minifenómeno de convocatoria en el circuito porteño y, a la vez, los ubicó en un limbo periodístico en el que –bemoles de no ser de acá ni de allá– muchas veces quedaron reducidos al pintoresco pero ingrato nicho de indies de jogging. “Era el primer disco y yo decía ‘yo soy así’. Mismo con Go Neko!: no nos sentíamos como indies, veníamos de otro lado. Nos gustaba esa música pero no nos sentíamos metidos en esa movida medio careta. Siempre fuimos de renegar de este mundillo. Con Bestia Bebé me pasó de decir ‘voy a escribir algo que demuestre lo que soy yo y que a su vez llame la atención’. Es una banda en que la música tiene que ver con el indie- rock pero la letra te descoloca. Un arpegio medio Nick Drake pero la letra habla de ‘yo me la aguanto, vos abandonás’; cualquier cosa. Va un poco por ahí, ese contraste. Veía que éramos diferentes, pero no fue un plan, sino algo real, lo que somos. En ese momento por ahí no se nombraba tanto al fútbol o al barrio. Nombrarlo nomás, tampoco es que seamos Copani”.
En el segundo disco, Jungla de metal 2 (2015), no solo se despegaron del tablón y la esquina (está “Fiesta en el barrio”, pero no mucho más) sino que además ampliaron la paleta: ese pop-rock inmediato con trazas de post-punk a la Guided By Voices, que tanta ebullición causaba en las audiencias de Niceto y similares, incorpora, por ejemplo, la parsimonia acústica de “Mis perros” o el punteo brumoso de “Resto del mundo”. A más de uno la nueva propuesta lo tomó a contrapierna: “Me gusta joder con eso: si la gente espera que salga esto, te lo cambio. Siempre me gustó que las bandas cambien y sorprendan. Por ahí fue un error en cuanto a marketing: quizás tendríamos que haber hecho el primer disco de vuelta y que se llame Aguante el barrio y el fútbol, capaz que así nos iba mejor. Esa idea de querer cambiar y no querer estancarse y robar con lo mismo por ahí nos jugó en contra”, dice.
También aparece por aquellos días otro Tom letrista, uno que empieza a considerar lo que escribe como algo más que lo que se necesita para sacarse de encima una canción: “Al principio ni bola le daba. Era lo último que hacía. Después me di cuenta de que la gente sí le daba importancia. Me decían ‘che, esta letra’ y pensaba ‘pero escribí cualquier cosa’. Ahí me di cuenta de que la letra tiene el poder de mejorar mucho una canción o arruinarla”.
Así pasó en 2017 Las pruebas destructivas (compilado de canciones inéditas y outtakes reversionadas para la ocasión) y de ahí a Gracias por nada, el disco con un single que nos dio algo que cantar durante la pandemia: “Un documental sobre mí”, premonitorio en su frase “solo espero que se termine el año”.
Tom no escribió eso pensando en el coronavirus pero –como el resto de la humanidad– tiene motivos de sobra para querer que se termine este 2020 funesto. “Fue una piña de Mayweather que nos liquidó. El disco salía en mayo, iban a editar el vinilo en España, en México, gira por los dos países, shows por toda la Argentina. Teníamos toda la ilusión de eso y, pum, a la mierda”, dice.
Vaya uno a saber cuándo el Covid-19 permitirá que Bestia Bebé se vuelva a subir a un escenario. El streaming no los divierte, dice Tom, porque son una banda que necesita el ida y vuelta, y esa sed de adrenalina termina teniendo un efecto colateral: la parte menos hitera del repertorio, la que implica cierto grado de rebusque o fragilidad y no está diseñada cien por ciento para agitar, lucha para encontrar un lugar en los sets. “Muchas veces ni las tocamos esas: siempre tocamos lo que sentimos que va a ser divertido. En este disco hay muchos temas más tranquilos, o no tan rockeros para adelante. Así que habrá que ver cómo hacerlo. Y también animarnos, porque un poco nos cagamos cuando queremos tocar temas lentos. Uno se hace adicto al pogo y al baile, es una cosa genial. A veces nos cuesta bajar un cambio para mostrar esa faceta de la banda que está en los discos y en vivo no se ve, más experimental, más loca, más Flaming Lips, arpegios de guitarras acústicas. Eso en vivo no está y por ahí sería algo que diferencie esta nueva etapa”.
Igual de stand by queda su faceta de baterista en la banda solista del Chango de Él Mató y en Tigre Ulli, el proyecto de su mujer, María Zamtlejfer, ex Ligas Menores (en marzo sacó su primer EP). El plan es que Bestia Bebé se siga armando un futuro que –acepta– muy probablemente no los encuentre llevando la misma gente que La Beriso, pero sí asentados en su rol de laburantes del rock: “Quiero que algún día podamos vivir de esto los cuatro y estar tranquilos”, dice. Pero, claro, tiene que ser en sus propios términos: “No queremos hacer cosas que no tengamos ganas. No vamos a resignar nada de lo que nos gusta para lograr eso”.