Recorré y escuchá la trayectoria de Palo Pandolfo, desde su primer álbum hasta el último
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Don Cornelio y la Zona
Don Cornelio y la Zona 1987
Se suele pasar por alto el componente pop de lo que en Argentina conocimos por dark, post-punk para el resto del mundo. En 1987, Love and Rockets lanzaba Earth Sun Moon, una obra cumbre de la melodía con arreglo lúgubre. También en el 87 The Cure editaba Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me, que ya desde el título dejaba entrever un erotismo que se abría camino entre tanto tánatos (y traía “Just Like Heaven”, una de las canciones de amor más macanudas de Robert Smith). Y ese mismo año, bastante más al sur, una banda con un nombre que juntaba a un prócer (Cornelio Saavedra) con una película soviética (Stalker, de Andréi Tarkovski, estrenada acá como La zona), liderada por un pibe de 23 años, seguía la misma fórmula.
“El primer disco fue producido por Andrés Calamaro y quedó como lo que suena: re pop. Nosotros éramos medio pop, pero no tanto. Terminamos muy enojados con Calamaro porque no era lo que queríamos”, le contó a Página/12 el bajista de Don Cornelio, Federico Ghazarossian, hoy en Acorazado Potemkin. Todo es cierto: el debut tiene la instrumentación fría de la new wave, pero también es insoportablemente ganchero, cosa que se ve en canciones como “El rosario en el muro” o “Cenizas y diamantes”, pero más aún en el gran hit de la carrera de Palo, “Ella vendrá” (de hecho la letra de ese mismo tema funciona como síntesis del álbum: la esperanza de un amor hermoso mientras el techo aplasta).
Bastante menos evidente es la influencia de Luis Alberto Spinetta en el disco: “Cuando me escuché grabado dije ‘es re spinettiano, yo quería ser más Bowie’”, le contó Palo a Rodrigo Manigot en su programa Librocks. Después de tocar desde 1979 en Sempiterno, “una mezcla de Pescado Rabioso, Color Humano y Aquelarre”, Palo inició Don Cornelio como un proyecto en presente que, por esas cosas del arte y la psicología, terminó sonando a pasado. Y entonces dijo: “Necesito ser yo mismo, no puedo ser Spinetta”, pateó el tablero e hizo Patria o muerte, el Mr. Hyde del debut. Diego Mancusi
Patria o muerte
Don Cornelio y la Zona 1988
En plena caída libre de la llamada primavera democrática, Don Cornelio acortó su nombre para el lanzamiento de Patria o muerte y plantó la bandera disidente, un emblema que el tiempo transformó en epopeya artística. En 15 canciones furibundas, la banda de Flores borraba de un plumazo a la nueva esperanza del rock argentino. Al otro extremo de temas como “Una señal en el agua”, “Cenizas y diamantes” o “Imagen proyectada”, asomaban las flores del mal con títulos para meter miedo: “Patearte hasta la muerte”, “Reventando” o “Cabeza de platino” eran piezas únicas de dark-rock criollo, una cruza imposible entre Pescado Rabioso y Joy Division.
“De alguna manera creo que todo el disco está compuesto para el brillo de la guitarra de Alejandro (Varela), el salvajismo de Claudio Fernández (batería), y los modos de Federico (Ghazarossian), su bajo suena como una guitarra rítmica grave. Mi voz se escucha mucho más grave porque en aquella época nos habíamos radicalizado en el alcohol y las drogas”, dijo Palo a Rolling Stone en 2016.
Es posible traducir a Patria o muerte como una de esas noches agitadas en el Parakultural o en Medio Mundo Varieté esperando el momento de “Bajaremos”, casi un código de descontrol entre los fanáticos de Cornelio: “Bajaremos incontenibles hasta donde el diablo pueda olernos”, dice la letra y ni las trompetas aquietan la carga asfixiante. En la misma línea de perfección sombría aparece “Espirales”, solo que es el tema que abre el álbum, otra decisión arriesgada en un viaje corrosivo y misterioso. Oscar Jalil
Salud universal
Los Visitantes 1993
Palo armó Los Visitantes para tocar todo lo que Don Cornelio no aceptaba. Junto a Federico Ghazarossian y Jorge Albornoz fundó una pequeña hermandad de libres pensadores, una cofradía capaz de saltar del tango al reggae con total autoridad. El título del debut surgió en un momento de iluminación: “Necesitaba que hubiera salud en las cosas para dejar de sentirme enfermo en este mundo”, dijo Palo. La ruta mística también conectó al músico con la Pachamama y de ahí nace, tal vez, su canción más lograda: “Sangre” es un tema de estructura sencilla, pero la contundencia se revela en la letra del valsecito criollo. El imán sensorial del músico también descubre aquí el espíritu de sus ancestros: “Porque ahí empezó mi enganche con el tango y la milonga”.
Salud universal es la culminación de una etapa de aprendizaje y entrenamiento, Palo se interna en los laberintos del tango y escribe “Tanta trampa” como la mejor síntesis del poder Visitante. También crea a Los Locales, una suerte de banda paralela para tocar en formato acústico un repertorio bien tanguero. El disco debut de Los Visitantes es lo más parecido a un greatest hits en tiempo real, incluye hits de esencia pop como “Playas oscuras” y otros más freaks: como la demencia coral de “Pi-Pa-Pu”, el rockabilly nervioso desde “Abajo en la ciudad” o el aguafuertes porteño reflejado en “La grieta”. Y hay más, el reggae sensual que anima a “Antojo” o el foxtrot en frecuencia The Cure de “Fiesta” marcan los notables contrastes de una obra mayor. O.J.
Espiritango
Los Visitantes 1994
Una ficha artística que suele asociarse con la madurez −la de abrazar los géneros pre-rockeros como fuente de inspiración− a él le cayó antes de cumplir los 30, en pleno ascenso (descenso) de la bestialidad neoliberal. “Enseguida entendí que hacer música con ritmos originarios, rioplatenses, afrocriollos, era y es resistencia cultural”, contó alguna vez en el programa de radio Volver Ni a Palos. Hasta ese momento él y casi toda la escena rockera local se dedicaban a perseguir el futuro, o al menos respirar el mismo aire que donde se cortaba el queso, pero en el inicio de la segunda fase de su carrera lo atravesó otra duda: “Me di cuenta de que no había tango en ese momento porque salíamos todos de los 80 y éramos modernos y habíamos dejado muy atrás a bandas como Arco Iris o Los Jaivas: todos queríamos ser oscuros, modernos, tecno-pop o post-punk y de repente apareció esa línea criolla en Los Visitantes y sentí que era algo”.
Aquel descubrimiento se manifestó en Espiritango, un disco de ¡veinte! canciones en el que Palo hace todo: en “Sopa yanqui” acelera y aprieta la mordida en un hardcore enfermo que hace que Patria o muerte parezca un disco folk, y un par de tracks más tarde se pone voluptuoso con “Mamita dulce”, una cumbia muy celebrada en sus conciertos de aquellos años. Con Andrés Calamaro produciéndolo otra vez, Palo elastiza su panorama compositivo y le suma a todo una pátina de melancolía de arrabal con observaciones urbanas como “Gris atardecer” o “Mecánica ciudad”. Irónicamente, después de ese guiño a las raíces pasaron a considerarlo Nuevo Rock Argentino. D.M.
En caliente
Los Visitantes 1995
El 19 y 20 de agosto de 1995, Los Visitantes mudaron el ritual de La Luna y de tantos otros escenarios subterráneos a la calle Corrientes. Ya no era el trío que salvó las canciones de Palo ante el rechazo del núcleo duro de Don Cornelio, sobre el escenario del Teatro Astros se plantaba un septeto a punto de pegar el gran salto hacia nuevas audiencias. Mientras tanto había que capturar la evolución y registrar el trance continuo de una banda desatada a la suerte de su energía. El vaivén emocional es tan cambiante como el arco que une el viaje hardcore de “Castro Barros-Miserere (Norte)” con el tango “Sur”, dibujado en una memorable versión a dúo entre el bandoneón del maestro Ernesto Baffa y la voz de Palo.
En caliente arranca con un tema nuevo grabado en estudio: “Tenerte acá” es mucho más que un estreno, funciona como un reflejo hacia el futuro: “A mí me parece una especie de canción perfecta. Es un ejercicio poético en la letra y un guiño a Soda Stereo en la música, las guitarras pueden dialogar con ‘De música ligera’”, contó Palo en 2016.
“Gris atardecer”, “Playas oscuras”, “Guerra tras guerra” y “Tanta trampa” son hits raros en tiempos de sónicos y rock chabón, pero funcionan perfectamente en un repertorio que provoca al mambo (“Mamita dulce”), recuerda a Don Cornelio (“Tazas de té chino”, “El rosario en el muro”) y revela cumbres poéticas para entender el estado de las cosas (“Auto unión”, “El ente”). O.J.
Maderita
Los Visitantes 1996
El tercer disco de estudio del grupo es su momento de brillo (porque, si bien los fans suelen coincidir en que sus mejores discos son Salud universal y Espiritango, cuando evocan sus shows casi siempre recuerdan a la banda tocando canciones de Maderita), con un Palo inspirado y extrovertido al que se le hizo espacio en las radios fórmula y la MTV.
“Estaré” y “Bi bap um dera” fueron los cortes de difusión y puede que estén entre las canciones más inmediatas del disco, pero no son excepciones: todo está signado por el espíritu de comunión y por una esencia orgánica que aparece como un fogón de criolla y pandereta. “Arte milenario”, de hecho, lo hace explícito: “La noche tirana/ te quiere despierto/ es mejor una fiesta de día /corazón abierto/ donde sin escenario/ desfilen los artistas/ científicos locos/ todos entre los árboles/ tomados las manos”.
Y entonces cerrás los ojos y respirás de nuevo (o por primera vez, si no viviste los 90 o en aquella época andabas en otra) aquellos aires-chicle de sótanos tóxicos, con los rulos de Palo cayéndole sobre la cara, bañados de chivo y de vida, y en esa escena seguro suena “Que se abra Buenos Aires” (a dúo con León Gieco) o el candombe de “Tapa de los sesos”. D.M.
Desequilibrio
Los Visitantes 1998
Si Palo nunca se sintió del todo cómodo con el éxito, menos todavía se iba a sentir a gusto pegándola en una discográfica multinacional en pleno menemismo. “¿Qué vamos a hacer? ¿Hasta dónde vamos a seguir en la decadencia, tomando merca y alcoholizándonos con tetra brick? Después volvés a tu casa, no tenés laburo, tu viejo tampoco, ni nadie. ¿Cómo es la mano? ¿Vamos a seguir cantándole al sexo, a la droga, al rock and roll? Ya está, el sueño terminó”, decía en una entrevista para Página/12 en 2001, cuando Los Visitantes ya eran un recuerdo. Por eso Desequilibrio se percibe como un gesto de desencanto y un autoboicot: después de que Maderita (1996) le diera a Palo uno de los tres hits que tuvo en su carrera (“Estaré”), el grupo volvió dos años después con un disco que ya desde su título avisa sobre su nula intención de balance y coherencia.
Para entender Desequilibrio hay que escuchar “Diosa del ritmo”, una canción que promete exuberancia pero entrega guitarras filosas de puro post-punk y un Palo estirando la voz hasta pasarle por arriba a la frontera del peligro. O “Si van yo voy”, un experimento tecno inexplicable con bronces y punteos de guitarra con cuerdas de nailon. O el riff heavy con el que empieza “El engaño” para después desembocar en otro ejercicio de bohemia tango-rock. O el ska “Romina está aquí”, en el que una base dicharachera distrae de una letra sobre una chica que “tomó pastillas” y “se quiso lastimar”. O el aire norteño que sí tiene “El tabaquillo” pero no “La Pachamama”, que en vez de eso deja transcurrir un manifiesto sin el mínimo atisbo de melodía. D.M.
A través de los sueños
Palo Pandolfo 2001
′Todos somos el enviado′ era el título tentativo para el debut solista de Palo, que finalmente quedó como canción guía en la búsqueda permanente de un mensaje espiritual, conexión mística que también explica títulos como Salud universal o Espiritango. “Yo no iba a hacerme solista, iba a grabar sólo un disco, porque todavía existía la posibilidad de volver con Los Visitantes. Pero todo se complicó y vino la debacle de 2001. Por ese lado A través de los sueños fue muy reparador, en el sentido de que me sacrifiqué y sufrí como loco. Al final de todo, eso te limpia”, dijo Palo.
Varias de las canciones del disco están inspiradas en el nacimiento de Anahí, su primera hija. Palo viaja liviano por la ensoñación de la paternidad y queda claro quién es la destinataria de un tema como “Eclipse bien”, un hit rioplatense con Eduardo Mateo zumbando en los parlantes, o “En la luz”, una preciosa canción de cuna folk-rock.
A modo de manifiesto poético, “Virgen” se interna por el oscuro túnel de las desapariciones forzadas de personas durante la última dictadura cívico-militar. Ecléctico y muy libre, A través de los sueños es un ejercicio solista en donde conviven sin conflictos John Lennon, la bossa nova y los modos folclóricos. Un disco sólido en un tiempo equivocado. La crisis económica, social y política del país, junto al naufragio general, determinaron la suerte de estas canciones peregrinas. O.J.
Antojo
Palo Pandolfo 2004
Para cerrar su círculo como artista a Palo le faltaba explorar el oficio injustamente maltratado de intérprete. Para eso armó una selección de canciones a versionar que demostraba la amplitud de su búsqueda: estaban sus maestros rockeros (“Hipercandombe”, con Charly García en sintetizador; “La búsqueda de la estrella”, joya de Spinettalandia, de 1971), estaban los ritmos ancestrales (el bolero “Échame a mí la culpa”, “Volare” de Domenico Modugno), estaban los agregados contemporáneos (“Karma Police” de Radiohead) y estaba… él mismo. En dueto con Adrián Dárgelos regraba “Ella vendrá”, hit al que no solía volver. No hay coherencia estilística y es la idea: vea el título y sepa que el que avisa no traiciona (a las plataformas de streaming se subió con “Ni hablar” de Andrés Calamaro y un “Yuyo verde” irreconocible como bonus track). D.M.
Ritual criollo
Palo Pandolfo 2008
En 2008 Palo estaba más que fogueado en lo que él llamaba “ritmos ancestrales”, pero siempre había mantenido un pie en alguna forma de rock hasta Ritual criollo. Acá no hay post-punk ni Pescado Rabioso que valga: criolla en mano, se decide a abrazar al fin el oficio del cantor e incursionar en el tango (“Turbias golondrinas”), la cumbia (“Río Reconquista”) y algo que amaga a candombe y muta a huayno (“Carnavalonga”), sin que se cruce por el camino nada que haya nacido del río Bravo para arriba. Con una larga lista de invitados (Lidia Borda, Peteco Carabajal, Tito Losavio, Lisandro Aristimuño), a Palo se lo adivina gozoso y apasionado, incluso cuando de alguna manera inyecta un panfleto de desilusión en un ritmo de cuarteto (“Argentina 2002”, en la que se pregunta “de qué te sirve salir a cacerolear”). Todo eso, más una demostración de ternura impensable para aquel que cantaba “Patearte hasta la muerte”: el dulcísimo final con “Chicas alegría” en el que sus hijas Anahí y María le hacen la segunda en una ventana a su intimidad familiar. D.M.
Esto es un abrazo
Palo Pandolfo y La Hermandad 2013
Cinco años pasaron entre Ritual criollo y este, su sucesor: una eternidad para el cantor que no podía (ni quería, ni debía) callarse. En medio, una pila de cambios: el nacimiento de su hijo Vito y sus nuevas obligaciones (“venía muy hippie, muy punk, y de repente tengo que dar una imagen de varón en la familia, son cosas figuradas pero es lo que pasó”, le contó en 2013 a Télam), una especie de retiro campestre de composición compulsiva y algunos hábitos renovados que le sacaron el pie del acelerador. Paradójicamente, de esa calma y domesticidad sale un disco en el que se reencuentra con la electricidad sin tampoco perderle pista a lo latino, como si el artista completo que ya era Palo en Los Visitantes se propusiera volver sin corsé.
Esto es un abrazo tampoco miente desde el título: la guitarrita mínima del álbum anterior se amplía a banda de jóvenes y experimentados músicos del Oeste bonaerense, a los que también se les suman amigos como Leo García, Boom Boom kid, Goy Ogalde y más. D.M.
Transformación
Palo Pandolfo y La Hermandad 2016
“Transformo mi pasado, por eso estoy vivo”, canta Palo en “Ojos del mañana” y el clima de la canción podría brillar en la densidad de Patria o muerte. Junto a La Hermandad, Palo regresa al registro rockero con su mejor obra desde Espiritango (1994). Tiene lo que no abunda: melodías luminosas, adhesivas e ideales para armar una playlist de supervivencia urbana y esperanzas módicas. Pica en punta “Morel” y su estribillo circular: “Esta sociedad que te obliga a enamorarte en un bar que cerró a la medianoche…”, dice la letra, pura malicia romántica en la prosa que augura un mañana cercano con total ausencia de contacto. Pero Transformación arranca en la ambigüedad de “Drácula”, y continúa revisionista en “Sonido plateado” con las citas a una escuela de pensamiento valvular en las guitarras cargadas de Ricardo Mollo.
El disco corre rápido a través del lirismo de Pandolfo, un modo apasionado de acentuar las palabras y cargarse las canciones como obras dramáticas: “Un reflejo” captura la carga pasional del cantor mientras en “La primavera” aparece el relator urbano. La tensión crece en “La fuga” y su bruma jazzera. O.J.
El vuelo del dragón
Palo Pandolfo y La Hermandad 2018
El dragón que protagonizaba su último álbum era él, por su signo del horóscopo chino, y el vuelo no era el presagio maldito que muestra el diario del lunes sino una hoja de ruta desde su despegue hasta aquel momento de planeo en las alturas. Más que un disco, fue un proyecto audiovisual autorrevisionista dividido en tres “temporadas” que se fueron estrenando cada tres meses entre octubre de 2018 y mayo de 2019 hasta redondear un total de 19 versiones en vivo. La intención era completista no solo en cuanto a tiempo (va desde las primeras canciones de Don Cornelio hasta las de Transformación) sino también en repercusión: están “Ella vendrá”, “Playas oscuras” y “Estaré” (junto a los Onda Vaga), pero también están esa enfermedad protogrunge de Patria o muerte llamada “Cabeza de platino” o la inspiradora “Canción cántaro” de Ritual criollo. A Palo se lo notaba cómodo, establecido, más o menos en paz en cuestiones industriales y aceptándose como faro de −por lo menos− dos camadas de cantautores que le admiraban la inquietud y el eclecticismo. Por eso, uno adivina, los autocovers son respetuosos y no reelaboraciones bruscas como las de Antojo: ya no había que probarle nada a nadie y sí había una obra personal de la que se podía estar orgulloso sin culpa. D.M.
Esta nota es parte de la edición de septiembre de 2021 (RS 282), que tiene a Palo Pandolfo en tapa.