21 años atrás, con ‘Segundo’ -que se reeditará en los próximos meses-, Juana Molina tomó el riesgo de mostrar qué tipo de artista quería ser y la apuesta le salió bien
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“Creo que Segundo es mi flor, es una flor que sale de mí y no sale de otro lado”, dice Juana Molina con lágrimas en los ojos, veintiún años después de la publicación del disco que la ayudó a encontrarse a sí misma. Segundo no apareció de un día para otro, sino que fue un proceso que abarcó años de aprendizaje e introspección que la llevaron a confiar en su propia música y, sobre todo, a mostrarse al mundo como la artista que realmente quería ser.
En los próximos meses Segundo será reeditado mediante el nuevo sello Sonamos (que fundó junto a Mario González y Federico Mayol). Su idea era publicarlo para el aniversario número veinte, pero no llegaron a tiempo. “Entonces, dijimos: ‘Bueno, no importa, hagamos el veintiuno aniversario’. ¿Por qué tienen que ser veinte años? ¡Veintiuno también nos gusta!”, dice. La reedición, que está disponible para preventa en el sitio del sello, incluye no solo el vinilo remasterizado, sino también un libro diseñado por Alejandro Ros (que estuvo a cargo del diseño de todos sus discos), fotos inéditas de la época, un texto escrito por el periodista Roque Di Pietro y una introducción escrita por ella misma. “La verdad es que estoy chocha con la reedición de Segundo”, dice.
La historia artística de Juana Molina es ya conocida. Empezó su carrera en televisión a principios de la década de los noventa y llegó al éxito con Juana y sus hermanas, un programa cómico en donde creaba diferentes personajes extravagantes que todavía siguen en la memoria colectiva de Argentina. En 1993, tuvo que hacer reposo durante el embarazo del que nació su hija Francisca y, en esos meses alejada del trabajo, recordó que su pasión verdadera siempre había sido la música. En 1996, sacó su primer disco, Rara, a través de la discográfica multinacional MCA y con Gustavo Santaolalla como productor. Las inseguridades causaron que depositara toda su confianza en Santaolalla en lugar de escuchar su propia voz. Eso se nota porque, aunque aparezca su sensibilidad musical, Juana está escondida detrás de guitarras noventosas. “A Gustavo a veces le duele que diga esto de Rara, pero estoy hablando de mí, no de él”, dice Juana. “Me hubiera encantado tener esa actitud grunge, ¡pero yo no era así!”.
Cuatro años pasaron entre Rara y el lanzamiento de su sucesor, Segundo, y el cambio es enorme. Las canciones parten de una base que combina la guitarra acústica (una Martin D-35 de 1975 que le prestó un amigo cuando le robaron las suyas), teclados experimentales y beats electrónicos. Su voz calma guía esos sonidos y los llena de calidez a medida que nos cuenta historias curiosas en las letras.
Uno de los saltos más importantes de un disco al otro es que en Segundo ya no se preocupó por seguir estructuras convencionales con versos, coros y puentes. “Yo soy una loopera”, dice con respecto a su forma de componer canciones que repiten un mismo patrón. “Toco en loop desde antes de Rara. Los temas eran media hora de casete de un loop, yo entraba en trance y me despertaba cuando ¡TAC!, se terminaba el casete. Pero en Rara empecé a insertarle partes B, lo corté con esto y aquello para que se pareciera más a una canción como tiene que ser”.
Mientras que la grabación de Rara solo tardó una semana en hacerse, Segundo tuvo dos años de gestación entre Argentina y Estados Unidos. En ese tiempo conoció a Alejandro Franov, un artista que le abrió un nuevo mundo musical. Un día, ella estaba tocando en el subsuelo del Hotel Bauen y le llamó la atención una de las personas del público. “De golpe veo a contraluz, justo enfrente de mí, una silueta indefinida, como de un hombre de las cavernas, que se movía con unos movimientos serpentarios mientras el resto del público estaba sentado muy serio en sus butacas”, dice Juana. La silueta de esa persona la distrajo completamente por el resto del recital y, cuando él la fue a saludar después del concierto, quedó todavía más impresionada por su extravagancia: “Era un pibe pelado con crenchas y una barba que era un triángulo gigante”.
Esa noche quedaron en que él iría a su casa a mostrarle algunos temas que tenía. Cuando llegó ese día, lo vio aparecer en la puerta con un teclado. “Yo odiaba los teclados –dice Juana–. Había negado ese mundo porque me parecía horroroso, sin darme cuenta de lo bestia que era porque no tenía idea de nada”. Pensó que iba a tener que pasar gran parte de la tarde escuchando música ochentosa, pero Alejandro la sorprendió completamente. Ella creyó que era un teclado que sonaba bien milagrosamente, hasta que él empezó a explicarle que ella misma podía programar los sonidos.
“La cosa es que se quedó tres meses y fueron de los tres meses más felices que pasé en mi existencia musical”, dice Juana. Con Franov no pararon de crear, conectar y desconectar instrumentos, reírse, bailar, saltar y quedarse hasta cualquier hora componiendo. “Ella se copó mucho con mis sonidos y a mí me gustaba seguir la onda de su intuición en la música”, dice Alejandro. Incluso se pusieron un nombre, A B, y en 2004 sacarían un disco juntos. En los créditos de Segundo se lee: “Muchos de los sonidos de mi teclado los inventó Franov” y, además, compusieron juntos “Martín Fierro” y “Mantra del bicho feo”.
“Mantra del bicho feo” es una canción de casi ocho minutos de duración que ella terminó de armar en Los Ángeles. Es donde más se puede escuchar la experimentación electrónica que empezaba a descubrir para esa época y también dónde se hace más transparente cómo va armando las canciones en capas. Primero, un bajo le da la estructura a la canción para que los sonidos de los teclados empiecen a proliferar. Comienzan en calma y después lo hacen cada vez más fuera de control, a veces hasta disarmónicos. Mientras, el ritmo también se hace más intenso y su voz tararea una melodía llevadera, sin lenguaje, que va mutando, creciendo, acercándose y alejándose a medida que van pasando los minutos, hasta que de repente todo se calma otra vez y aparecen varios bichos feos que casualmente cantaban mientras grababan.
Por otro lado, está “Martín Fierro”, una canción audaz para abrir un disco. Ponerle música a un poema siempre es un desafío, especialmente si es el más canónico de la literatura argentina. “En ‘Martín Fierro’ hubo una psicodelia alucinante”, dice Alejandro. Primero, ellos habían hecho una versión en chiste de la canción que se asemejaba a una payada. Cuando Juana volvió de Estados Unidos en el año 2000, se reencontraron y ella le mostró cómo había quedado el tema. Alejandro empezó a hacer en el teclado la melodía que suena al principio. Es de esos momentos en los que la electrónica parece acercarse al pulso orgánico de la naturaleza. Está impregnado de un sentimiento de paz de un amanecer campestre, un poco solemne pero acogedor también. Cuando aparece el ritmo, uno casi se puede imaginar el cabalgar de un caballo en el horizonte. Al escuchar la nueva melodía que Alejandro le había compuesto, Juana inmediatamente decidió cambiar la canción: “Todos los discos tienen muchas escuchas antes de salir a la luz, porque todavía seguís encontrando cosas que pueden mejorar. ‘Martín Fierro’ la mandé medio así. Dijimos: ‘Listo, no importa. Si me equivoqué, me equivoqué’. Y no me equivoqué”.
La voz de Juana está lejos de parecer la de un gaucho del siglo XIX. Su tono es reflexivo y la acompaña la voz de Alejandro en los coros como una sombra que le da fuerza. Los versos que eligió cantar pertenecen a diferentes cantos del libro. Empieza con la primera estrofa del Martín Fierro, le siguen varios versos del canto 14, de la vuelta, en donde Vizcacha le da consejos al hijo de Fierro, y termina la canción con el final del libro. Si se tiene en cuenta que Segundo es el disco en el que ella se animó a mostrar su verdadero ser musical, esas últimas palabras adquieren un significado especial: “Y si canto de este modo, por encontrarlo oportuno, no es para mal de ninguno, sino para bien de todos”.
“Ale me abrió la puerta al parque de diversiones más espectacular que yo hubiera podido imaginar jamás”, dice Juana ahora. Con esos nuevos conocimientos, se mudó a Los Ángeles con Federico Mayol y Francisca, la hija de ambos. No recuerda si fue en 1997 o 1998, pero sí recuerda que todavía tenía en la espalda el peso de la mochila del programa de televisión con el que se había hecho conocida. Otra razón para emigrar fue que la artista indie April March la contactó para que le produjera su próximo disco, pero cuando llegaron, se borró y la dejó a cuestas en un país desconocido. Juana habló con la productora de ese proyecto y consiguió que Palm Pictures, el nuevo sello de Chris Blackwell (fundador de Island Records), le produjera un demo. A pesar de que el demo no convenció a la discográfica, en esa sesión junto a Ron Aniello (que luego produjo a artistas como Bruce Springsteen y Lifehouse) surgió “El desconfiado”. La canción abre con una guitarra acústica delicada que se hilvana con teclados influenciados por música hindú. Poco a poco se van sumando el rasgueo de otra guitarra y el ritmo de bombo. La voz de Juana empieza a aparecer por todos lados: en la melodía principal, en los coros en inglés que conversan con ella misma y en los ruidos vocales y tarareos que deambulan en el fondo del tema.
El resto de las canciones las compuso en su casa en Los Ángeles. Su hija se iba a dormir a las nueve de la noche y ahí Juana podía entrar en su propio mundo. Se sumergía en un túnel, su mente se apagaba y ya no estaban activos los sensores internos que la juzgaban. En esas noches de creación, salieron nuevas canciones y también usó algunas grabaciones que había hecho con Alejandro. A veces incluso lo llamaba por teléfono para que él le explicara a la distancia cómo hacer ciertos sonidos.
En este proceso compositivo que ella describe como “un túnel”, todavía no hay palabras, la música está flotando en un nivel abstracto. Ella siente que el lenguaje ata la música y baja la melodía a la tierra, pero el problema es que tampoco se siente cómoda tarareando todo el tiempo. “A veces cuando hago las melodías tengo la suerte de esbozar una frase”, dice. Así le pasó con “sigue llegando la gente sola” de “El pastor mentiroso’'. A partir de ese comienzo, Juana pudo preguntarse de dónde llegaba la gente y hacia dónde iba. Se le ocurrió que podían ser esas personas que van a las iglesias a buscar la salvación y con Federico Mayol, que había sido alumno de un colegio religioso, escribieron la letra juntos.
Una vez que tiene la temática, la misión es encontrar palabras que se disfracen en la canción. “Hay cosas que no puedo decir porque la palabra no entra, la oración queda mal hecha o los acentos me obligan a cambiar la melodía,” dice. “Tampoco voy a poner palabras que quedan lindas y que no quieren decir nada”. Una vez, se encontró con la artista de folclore Leda Valladares, que le explicó que ella hacía poemas y después les ponía música. “Y yo soy al revés, yo hago la música y después tengo que buscar algo para poder cantar las melodías. Ella me dijo: ‘Claro, yo canto para decir y vos decís para cantar’. Es tal cual”.
En Segundo, las letras narran situaciones cotidianas, casi costumbristas. No hay ejemplo más claro que “El perro”, una canción en donde muestra que el humor es todavía parte de su ADN creativo. La historia es sencilla: el perro de la vecina ladra mucho cuando lo deja solo. Aunque ella se queja, la vecina no le cree. Entonces, graba los ladridos del perro, los reproduce todas las noches durante un mes y, finalmente, la vecina se termina llevando el perro con ella a todos lados. Otra canción, “La visita”, habla sobre estar emocionada por la llegada de la madre después de un año sin verla, y “El zorzal” se trata sobre un empleado que se queda dormido en el viaje en colectivo yendo a trabajar mientras sueña con momentos de la infancia. Cuando Juana habla de las letras, parece que fuera un sacrificio, pero para el oyente, esas palabras hacen que sus canciones sean más entrañables porque nos presentan personajes que se sienten cercanos a nosotros mismos.
Segundo está atravesado por la tradición argentina. No solo está la canción “Martín Fierro”, sino que el título del disco también puede aludir a Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. Además, hay una versión de la canción infantil “Que llueva”, en la que Juana le dio espesor al personaje de la bruja. “Vaca que cambia de querencia” es un verso del Martín Fierro que también pertenece al canto de los consejos de Vizcacha. Mientras esos consejos tienen un tono pícaro y amoral, Juana los resignifica completamente. Es el momento más vulnerable de Segundo: solo hay un piano delicado, sin ningún efecto, que acompaña a su voz y a su eco, acentuando el sentimiento de soledad. La letra es sobre la dificultad de encontrar un lugar en el mundo: “¿Deberé o no volver? Me arriesgaré aunque no quiera. Deberé salir a ver para entender que yo no sé qué será de mí”, una línea que no solamente se puede relacionar a que el disco se hizo en dos países diferentes, sino también a que Segundo fue un riesgo, un salto de fe en sí misma.
En esos años, todavía no era común grabar discos en la casa de los músicos como lo es hoy. Por eso, ella creía que en ese estudio casero solamente estaba haciendo demos que después iría a grabar a un estudio. “Tenía la libertad de saber que, si eso estaba mal, no importaba y que todo lo que yo hiciera solamente lo iba a escuchar yo”, dice. “No tenía la presión de estar haciendo un disco”. Pero después de trabajar casi dos años en esas canciones, empezó a pensar que sería imposible grabarlas otra vez y conseguir el mismo resultado. “Una cosa es repetirlas para recrear una canción en vivo y otra cosa es tratar de repetir el momento. Me empecé a desesperar porque no iba a poder repetir esos solos de teclados, esas mezclas y firuletes. Me dije: ‘¿Y si el disco es esto?’”.
En ese momento, ella empezó a revisar las canciones con otros oídos, apareció la presión que había logrado borrar. Algunas las intentó grabar otra vez, como “¿Quién?”, porque le parecía que la calidad de sonido era muy pobre. Esta es una de las canciones más dulces de Segundo, casi parece una canción de cuna porque la letra habla sobre la maternidad. “La grabé de nuevo y estaba muerta”, dice. “No es que después nunca más la pude cantar con vida, pero en ese momento era tratar de mejorar una cosa que para mí estaba mal, entonces la cabeza ya influenciaba de una manera muy negativa”. Recordó que la primera grabación había sido especial: justo cuando terminó, escuchó a su hija de cuatro años que decía “¡Bravo!” mientras aplaudía, lo que se puede escuchar en el disco también. “Yo no sabía que ella estaba en el cuarto. Ahí fue cuando elegí alma a calidad”.
Así que decidió solo hacer pequeñas correcciones en lo que había trabajado hasta ese momento. Como todavía no sabía cómo usar ecualizadores, lo hizo de forma completamente artesanal. Dice que los archivos de Segundo son miles de tracks dibujados como un zigzag, un paisaje montañoso de volúmenes: “Era todo zurcir y descoser acá, y tirar de este hilo y volver a agarrarlo y volver a unirlo”. Pero incluso después de este proceso, ella todavía no estaba del todo contenta. “Estaba recontra terminado, pero solamente sonaba bien en casa, en todos los demás lugares sonaba pésimo”, y por eso se lo llevó a Daniel Melero, que aparece en los créditos como posproductor. “Yo me arrepentí de no haber puesto en los créditos lo que tenía que poner de Melero, que era Alumbrado, Barrido y Limpieza, ¡porque es lo que hizo! Alumbró, barrió, limpió y lo dejó más prolijo”. Ahora sí, ya estaba listo para salir a luz.
Haber grabado Segundo de forma casera hizo que a la hora de revisarlo dos décadas después se haya encontrado con cintas, casetes y archivos en la computadora de todo tipo. “Me acuerdo de que una vez me dijeron que Segundo parecía muy peludo. Me quedé acomplejada por ese comentario pensando que había algo que estaba mal”, dice. “Un día llevé a mezclar una canción y, cuando escuché el resultado, vi que en vez de tener una torta, tenía los huevos, la harina, la leche, la crema, las frutillas y el chocolate, pero no la torta. Entonces ahí me di cuenta de que ese peludismo es la característica de lo que hago. Hay tracks que ahora escucho y digo: ‘¡Pero esto no tiene nada que ver! ¿Qué pasó acá?’ y, sin embargo, ahí queda bien. Segundo tiene tantos arreglos que algunos chocan entre sí, pero después todos juntos combinan”.
Por eso, uno de los desafíos de la reedición del disco fue mantener las características del proceso artesanal. “A mí me pasa que no me gustan esas remasterizaciones que cuando las escuchás de golpe ya no es más el disco original”, dice. “Yo no quería cambiar mucho, no quería cambiarlo nada. Entonces tomé una decisión que me pareció bastante justa, según unos parámetros que me inventé yo, y es: solamente corregir las cosas que en el momento en que salió Segundo a mí no me gustaron. Lo que quería era que fuera el mismo exacto disco pero sonando lo mejor posible”.
El peludismo aparece otra vez en la tapa de Segundo. Todas las tapas de los discos de Juana están hechas por Alejandro Ros (que trabajó con muchísimos artistas argentinos, como Babasónicos, Gustavo Cerati y Miranda!) y todas tienen una característica: ella está y a la vez no. Esa es una decisión consciente ya que siente que una foto suya como si fuera una modelo estaría vacía de significado. “Todas las tapas las hacemos jugando”, dice Alejandro, “yo voy a su casa en Pacheco, a veces llevo mi cámara, a veces uso la suya. No soy fotógrafo, nunca pude aprender a usar una cámara, pero sé encuadrar. Para Segundo, estábamos en el pasto, y ahí le dije que se cubra la cara con su pelo. ¡Solo se le ve la nariz pero se la reconoce!”.
La tapa de Segundo es como su historia: una artista que todavía tiene inseguridades, pero que ahora se anima a mostrarse a sí misma, aunque con pudor. “Cuando la conocí a Chan Marshal, de Cat Power, en un festival que compartimos en Escocia, me animé a ir a saludarla porque sabía que ella había hablado bien de Segundo”, dice Juana. “Cuando entré, me agarró el pelo, y me dijo: ‘¿Sos vos realmente?’ Me lo puso por la cara y dijo: ‘Sí, sos vos’ y ahí me dio un abrazo. Yo era ese pelo sobre la cara”.
Segundo fue primero publicado en un sello independiente llamado Frágil, pero las cosas no funcionaron y ella terminó comprándole el disco al sello. Poco tiempo después, se enteró de que había en Japón un hombre llamado Kepel Kimura que revendía discos argentinos allá. Juana mandó unos pocos y a los meses ya estaba vendiendo de a miles. Un día, Kimura la invitó a tocar en Japón. El show era en Tower Records, que en ese momento todavía era el imperio de los discos. Cuando llegó al lugar para presentarse en vivo, no lo podía creer: “En la entrada del edificio, que tenía como ocho pisos, había un afiche de 2x2 mínimo con la tapa de Segundo. Había una cola que serpenteaba por todas las góndolas y bajaba por la escalera, todo para ir a verme a mí”. Mientras tanto, en Argentina todavía nadie le prestaba atención y los medios de comunicación seguían asociando el nombre de Juana Molina a su carrera como actriz.
Fue en esos tiempos que el artista estadounidense Will Oldham, más conocido como Bonnie “Prince” Billy, escuchó Segundo en una disquería de Japón. Compró el disco y se lo mandó a Laurence Bell, el director de Domino Records (que publicó a artistas como Franz Ferdinand y Arctic Monkeys) porque creía que le iba a interesar. Tenía razón: poco tiempo después Laurence Bell le escribió a Juana para decirle que querían publicarla. En ese momento, ella ya había sacado su siguiente disco, Tres cosas, y Domino se encargó de publicar ambos en Estados Unidos y Europa. “Cuando en 2003 sale Segundo se olvidan de poner en la tapa ‘copyright 2000’, cosa que para mí fue tremendo porque todas las críticas nuevas lo comparaban con algunos discos que habían salido después de Segundo”.
Como todo en la vida suele volver, en ese momento Juana se enteró de que Chris Blackwell, aquel empresario de Palm Pictures con el que no le fue bien unos años antes, había escuchado Segundo y le había gustado tanto que le reprochó a la productora haber rechazado el demo que había grabado. “Me hubiese encantado trabajar con alguien que creyera en el disco, pero bueno, fue una cosa nada más para el ego y subsanar el dolor”.
Así fue cómo la música de Juana Molina empezó a recorrer el mundo y hoy es una artista reconocida de forma internacional. “Me encanta porque la sensación es que hice un disco y después fue y vino, pasó por allá, por acá, rebotó… hizo su camino solo. Yo paré y el tipo empezó a dar pasos sin que yo tuviera que hacer demasiado”, dice. Este camino no lo podría haber hecho sin Federico Mayol, a quien siente tan cerca que habla muchas veces en primera persona del plural. “Yo siento que soy medio una nena, que no me sé manejar en ciertas partes del mundo de los adultos. Por suerte siempre estoy con gente que me ayuda, sobre todo Fede”, dice Juana. “No es mi mano derecha, es mi cerebro”.
Ir a un recital de Juana Molina es una fiesta. El público baila, canta, salta y le grita como si fuera una estrella pop. Hay algo que llama especialmente la atención: la mayoría son jóvenes. Por ahí esto significa que en su momento, cuando lanzó discos como Segundo, el público no estaba preparado para su música todavía. “Siempre estoy muy feliz y agradecida de tener un público joven porque hay otra manera de ir a los shows, de recibir la música, un entusiasmo que yo siento que la gente de mi generación ya lo perdió, por problemas y por lo avasallante de la vida”, dice. “Siento que cada vez son más jóvenes, es increíble. Eso para mí no tiene precio”. En octubre de 2020 se publicó Anrmal, su primer disco en vivo grabado el 7 de marzo en el festival NRMAL en Ciudad de México, solo unos días antes de que la pandemia del COVID-19 pusiera un freno a la música en vivo en todo el planeta. En este recital se puede escuchar la energía de sus presentaciones, muy diferente a aquellos shows de butacas de sus primeros años.
La música de Juana Molina es experimental, pero hay un elemento que la hace más accesible: su voz, el instrumento más personal de todos. Encontrar esta armonía entre lo extraño y lo conocido fue el gran paso que dio con Segundo, una dinámica que sigue presente hasta hoy en su música. En sus canciones, la melodía vocal es una guía entre esos sonidos nuevos que ella crea, a la vez que no hay mejor instrumentación que esos loops cíclicos para darle resguardo a su voz.
Para Juana, la forma de mirar el tiempo y la edad no es de superación, sino de inclusión. “El tema de la edad solo se entiende de arriba para abajo”, dice. “No siento que a medida que voy creciendo dejo de tener veinticinco. Cuando sos joven, no te podés imaginar de cincuenta porque no tenés cincuenta. Yo sí, pero también tengo veinticinco y también treinta y dieciséis. Realmente siento que tengo todas las edades”. Tiene sentido entonces que, veintiún años después, Segundo siga vivo en sus canciones y en ella, una flor que todavía florece a cada paso que da.
Este artículo fue publicado en la edición impresa de Rolling Stone Argentina de julio.