En una entrevista publicada en marzo de 2003 en Rolling Stone, el músico fallecido en 2014 se reencontraba con la épica del amor y la guitarra, y empezaba a vislumbrar nuevas oportunidades en medio de la crisis
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“Mójate los labios y sueña”. Aquella frase llana y definitiva incluida en las primeras estrofas de Dynamo suena vigente y juega de enlace hacia el presente de Gustavo Cerati. Pasaron diez años del último gran disco de Soda Stereo, pero esas cinco palabras permanecen suspendidas en la buena memoria del rock argentino. Es difícil determinar por qué esas y no otras, por qué un simple mensaje puede convertirse en la clave para ingresar en los dominios inexpugnables de un tipo distante.
Cerati está acostumbrado a cuidar su imagen con celo de diva y, al mismo tiempo, siempre parece dispuesto a crear maravillas con sustancia pop. Porque entre fantasía y realidad existe todo un mundo, un universo de ensoñación por donde el ex Soda continúa caminando en tono confesional con más ruido de banda. Muy atrás quedó el crooner que proponía la estética gélida de Bocanada. Luego de la gira presentación de ese disco, todo comenzó a desmoronarse en la vida del músico. Y más tarde, el caos general. Como tantos argentinos, Cerati quedó capturado por la tragedia nacional. Al film catástrofe le sumó una separación conflictiva, un cambio de hogar y los efectos nefastos del corralito más caro del planeta. Pero ese período también trajo un nuevo amor y otros tres discos entre 2001 y 2002, casi una certificación de la capacidad energizante de las crisis.
“El 20 de diciembre estuve metido todo el día en un estudio de televisión grabando la cortina de Fútbol de Primera. Ni estábamos enterados del cacerolazo que se estaba generando afuera. Es curioso, en el lugar donde nacen las noticias nosotros estábamos totalmente aislados. Pero en un momento, cuando enchufé mi guitarra, por el equipo apareció la voz de [Fernando] De la Rúa. Le dije a Gillespi, que dirigía la cosa: ‘Graben ya, filmen ya, porque está pasando algo histórico’; al final no hicieron a tiempo de grabar. Después del discurso me di cuenta de que se estaba pudriendo todo. Al salir llegó el ruido de la calle, con la gente caceroleando a lo loco”.
Cerati recuerda la fecha cuando el país quedó a merced de una gigantesca vuelta de campana. A lo largo de varios encuentros, volverá sobre ese día fatídico para ubicar el pasado como un lugar en donde estuvo viviendo en varios niveles a la vez.
La primera aproximación al planeta Cerati está signada por los efectos nocivos de un calor cruel. Todo es gotitas saladas y malhumor. Para hoy anuncian más calor. No importa, seguro que Cerati trabaja en un ambiente climatizado.
El lugar elegido para la primera entrevista es una obra en construcción escondida en la apacible tranquilidad de Florida, en Vicente López. Ningún fan podría imaginar que detrás de una fachada mentirosa, hecha de escombros de lo que alguna vez fue una casa antigua, Cerati ajusta el ensamble de su nueva banda. Un albañil señala el camino hacia la sala de ensayo. Cuando se abre la puerta de metal, el aire acondicionado golpea con la suavidad de un guante de terciopelo: descubro que es posible respirar, aunque en la calle la marca supere los 40 grados de térmica.
La sala es amplia y confortable; al fondo, la batería, como corresponde; dispuestos en círculo aparecen varios equipos, teclados y computadoras; en una punta, las guitarras descansan muy cerca de la consola de sonido. Barakus, el asistente de Cerati, saluda con un gesto sincero y duro a la vez; se nota que lo suyo no es la oratoria. Recostado sobre la tarima que sostiene la batería, Gustavo escribe su lista de videos favoritos para un especial de MTV. Levanta la vista, anteojos de sol y una gorrita color caqui, no se ven sus ojos celestes. Establece la distancia cuando saluda, extiende la mano casi sin mirar, parece un movimiento estudiado: la primera fase de un secreto dispositivo de seguridad. Acuso recibo; en un punto me parece sincero, y un buen modo de establecer las reglas del juego.
Un amigo me había recomendado que comenzara hablándole de música así se aflojaba. Empezamos a charlar sobre Loveless, aquel discazo de My Bloody Valentine. Hablamos del noise y de esas guitarras tan presentes en Dynamo. Cerati disfruta hablando de discos; es un conocedor del rock argentino de los 70, está muy conectado con los últimos movimientos de la música alemana y se reconoce en muchos proyectos nuevos del rock mexicano. Pero enseguida volvemos al principio: el día en que cambió el país, un mal viaje hacia nuestro corazón de las tinieblas.
¿Cómo influyó todo ese proceso? De pronto todo perdió sentido...
A mí no me interesa que todo funcione, pero semejante nivel de disfuncionalidad es intolerable. Digo esto desde mi lugar, el de un tipo que trabaja y es honesto. No tengo la idea de zafo como puedo. Le meto, laburo, como muchísima otra gente que vive en la Argentina. Cuando vas al exterior y ves a los argentinos que sufren el destierro, que ironizan sobre aquellos que nos quedamos en el país, terminás reconociendo que tienen razón cuando dicen: “Man, yo estoy acá y si decido trabajar de lo que me gusta puedo hacerlo, gano mi dinero, puedo proyectar; allá no”. En ese aspecto, aquí vivimos un punto de saturación máxima, con un pueblo demasiado paciente.
¿Pensaste en irte del país?
Pensé que todo se podía poner peor, que podíamos transformarnos en una republiqueta. Yo he estado por Venezuela y Colombia en momentos jodidos, y observé situaciones de mucha violencia. Pero nunca tuve la idea concreta de irme. Sí cierta cosa de pensar, si aquí se pudre todo, adónde iría a seguir con lo mío. Creo que no estaría bien en ningún lado, pero me acomodaría a cualquier lugar si fuera necesario. Podría ser México, como lugar geográfico. Me gusta la gente, me gusta meterme en los pueblitos, ir a la playa, ir a la selva; es un país hipergeneroso en cuanto a las posibilidades que te brinda la tierra. Si querés de lo más alucinógeno a lo más tranquilo, lo encontrás en México. Todo muy lindo, pero no podría estar mucho tiempo. En el D.F. ni loco, en Santiago de Chile tampoco: el smog es insoportable.
Su tono es seguro y cálido. Por momentos, una especie de bostezo le cambia el color de voz y la lleva hacia un registro más imperativo. Habla de una manera pausada y busca la aprobación en la mirada de quien lo enfrenta. Cuando vuelve sobre los días negros de diciembre, no menciona el nombre de De la Rúa, le dice “el muñeco”. “Se veía venir. Pero nadie imaginaba semejante papelón. No puedo creer la falta de velocidad que tenía”. Suena un celular, Barakus sigue afinando las guitarras, Gustavo no atiende, y piensa unos segundos antes de contestar la pregunta sobre el futuro inmediato del país de cara a las próximas elecciones: “El nivel de confusión sigue siendo muy grande. Espero que la gente no esté dispuesta a transitar por los mismos caminos de antes. No veo ninguna opción, pero lo peor de todo es que la gente no puede proyectar más, no tiene con qué”.
¿Te agarró el corralito?
Sí, me agarró mal. Me agarró el corralón. Solo espero que haya una solución justa, si no, en vez de Nito Artaza y Cherutti, va a ser Nito Artaza y Cerati (se ríe). Igual considero que mi situación personal no es la más preocupante, aunque me tocaron el orto mal. En muchos casos y en el mío en particular, puedo decir que se quedaron con el producto de mi trabajo; otros no sé si tendrán la conciencia tan limpia.
A diferencia de Bocanada, Siempre es hoy salió de zapadas en los Estudios del Cielito. Allí, junto a su banda, Cerati grabó todo lo que surgía en esas jornadas, que él define como “largas sesiones psicodélicas”. Después vino la seriedad de tomar una decisión, “y mi movilización cerebral fue demasiado fuerte para que pudiese seguir con la idea del disco”. En ese momento se estaba separando de su mujer, la ex modelo y fotógrafa chilena Cecilia Amenábar. “Para decirlo de alguna manera, las cosas nunca caen de golpe. La decisión de decir ‘pasamos a otro estado de vida’ llegó en esa época; antes de eso, yo tenía cierta comodidad”.
La separación no te paralizó...
Las cosas ya las venía viendo desde hacía un tiempo, así que el espíritu de lo que estaba haciendo conectaba un poco con la situación de cambio. Pero cuando pasó esto, cuando necesité tomar una distancia, buscarme una nueva casa, me di cuenta de que el tiempo físico no me daba. Igual seguí grabando, obsesivamente, como soy yo, pero a las 9 de la noche no podía pensar en nada más. Entonces decidí parar la pelota, surgió el proyecto de 11 Episodios Sinfónicos, algo que teníamos que resolver sí o sí con la gente que ponía el dinero. En cierto modo la separación me energizó, porque en un punto es una decisión y vamos con todo, porque en donde aflojo, caigo. Pero me di cuenta de que físicamente no podía seguir. Habíamos hecho mucha música para Siempre es hoy y estaba muy bien. Bueno, okey, dejemos reposar esto, y me metí a ensayar 11 Episodios Sinfónicos.
Siempre es hoy comenzó a tornarse un proyecto de larga duración. Mientras Cerati acumulaba material, en Nueva York se desvanecían las Torres Gemelas y aquí aparecía otro disco de su puño y mouse: la banda de sonido de + Bien, el film de Eduardo Capilla, un artista plástico devenido director de cine. El ex Soda también se animó a ser uno de los protagonistas de la película, junto a la VJ de MTV Ruth Infarinato y Damián De Santo. Ni ellos, ni el último asistente de producción, se salvaron el pellejo en las despiadadas críticas referidas a la ópera prima de Capilla.
¿Y la peli..?
Mucha gente a la que suponía que no le iba a gustar terminó encantada. Con Capilla nos divertimos mucho. Mientras hacíamos los shows de Bocanada, se iba generando el guion de + Bien.
¿Tuviste participación en el guion?
No desde el lugar del escritor, sino a través de charlas interminables con Capilla. Lamentablemente, la mataron con la distribución. Aunque la naturaleza de Capilla no sea el cine, me parece genial su desparpajo de meterse en un terreno ajeno. No puedo ser muy objetivo: Capi es uno de mis mejores amigos... A mí me cuesta mucho verme. Vengo de hacer la edición del video de “Cosas imposibles” y veo todo lo que no está relacionado conmigo y me parece buenísimo, pero cuando me veo empiezo con las dudas. No me siento muy conforme. De golpe siento que tengo capacidades actorales para hacer algún papel, pero de pronto corro el riesgo de transformarme en algo que no soy. Y una de las cosas que no soporto es la sobreactuación.
La imagen de Cerati es una marca de probada seducción en el imaginario femenino de Latinoamérica. Casi todas las chicas que conozco se sienten atraídas por este eterno carilindo que ya ha cruzado los 40. Desde aquellos años de raros y espigados peinados nuevos, Cerati salta de afiche en afiche como un modelo sin fecha de retiro. Perfecto. Puertas adentro, Gustavo rompe el mito cool cuando enciende un interminable Jockey Largo Suave. “Es una de mis excentricidades”, se cubre y agrega: “[El videasta] Diego Kaplan dice que solo conoce a dos personas que fuman estos cigarrillos: Carlos Calvo y yo”. Debería agregar los nombres de una enorme plantilla de asistentes sociales y maestras jubiladas.
Tu imagen es muy fuerte para la gente y, sin embargo, decís que te cuesta verte...
Es una especie de sobreexigencia. De todas maneras, estoy más relajado que antes. Una de las situaciones más críticas que viví fue cuando Soda estuvo muy arriba. No sé cuántos grupos estuvieron tanto tiempo en la cima de la cosa. Y sobre todo siendo un grupo de rock, no siendo Menudo. Estábamos acostumbrados a que miles de pibes se quedaran día y noche en la puerta de los hoteles. Al principio nos divertíamos mucho, pero después de un tiempo se convirtió en algo mucho más pesado.
Te la buscaste.
Es cierto que me la busqué, pero no era lo que quería. Probablemente fue entonces cuando destruí mi ego: me agarraron momentos de pánico, hubo situaciones muy ridículas como cuando teníamos que ir al programa de Susana Giménez y un rato antes dije que no, y fueron los otros dos. Ni miré el programa porque me daba miedo. Me acuerdo que hablaba con Pettinato y él me decía que no me encerrara, que era peor. Quizás es un exceso de ego que al mismo tiempo provoca tu destrucción: en realidad uno adopta el personaje y termina actuando. Sumado a que vivís de giras, tomando drogas, se agiganta la paranoia y te desdibujás. Me di cuenta de que en mi vida estaba haciendo cagada tras cagada desde el punto de vista humano, emocional y de pareja.
¿Y ahora cómo te llevás con tu ego?
Me tiene menos preocupado que en otras épocas. Estoy mucho más tranquilo. Después de la separación de Soda me preocupó un poco la soledad del solista, aunque suene raro. Pero lo buscaba, porque también me daba cuenta de que en realidad quería tomar determinaciones que no afectaran al resto; y si afectan, lo siento mucho, pero soy yo quien las toma: llevan mi nombre y soy responsable de eso. Una de las razones de la separación fue esa: darme cuenta de que estaba tomando decisiones como, por ejemplo, no querer salir de gira; me quiero ir a Chile a vivir el embarazo con mi mujer y me chupa un huevo todo.
No suena muy democrático.
Para Zeta y para Charly eso fue muy fuerte, pero qué le voy a hacer. Ahí me empecé a dar cuenta también de que ya llevábamos mucho tiempo juntos y una decisión afectaba a los demás y producía resquemores y charlas por detrás, cosas que no me gustaron nada. También empecé a darme cuenta de quiénes eran mis amigos y hasta qué punto afectaba eso a la situación de trabajo. Es complicado, porque hay una dependencia económica que es jodida. En mi caso yo era el compositor de la mayoría de los temas y por ende ganaba más dinero que el resto. Zeta decía que el grupo debía firmar todas las canciones. Eso me parecía válido siempre y cuando el esfuerzo fuera compartido, pero cuando soy yo el que está haciendo prácticamente todo, no me parece justo. Después de eso me agarró un poco de pánico por tener que enfrentar todo solo; aunque estaba muy amparado por el hecho familiar, acababa de ser padre por segunda vez.
Comienzan a llegar a la sala los músicos de su banda. Primero Flavio Etcheto, con su pinta de genio de laboratorio. Luego, Leandro Fresco y Fernando Nalé. Después, el batero, Pedro Moscuzza, y por último Lucila Gasparini, tímida y esbelta, que busca su lugar en el micrófono destinado a los coros. Todos saludan educados y gentiles. Es la señal para interrumpir la charla. “Hay que sacar más temas”, anuncia Cerati, sentado en el medio de la pieza. Largan con “No te creo”, de Siempre es hoy: un ritmo cortado por los loops que lanza Fresco se cruza con los riffs rockeros de Cerati; la mezcla funciona. La lista definitiva para la próxima gira por México pide más temas, y de la nada surge “Danza rota”. Todos viajamos en un segundo a los 80. Nalé es el primero en seguir al jefe: impresiona la rapidez con que ese bajo saca la línea rítmica y extiende el pulso del tema.
Al salir del ensayo, el cemento pica y las veredas de Vicente López tejen líneas caprichosas de sombra.
Quedamos en juntarnos al otro día en el Jardín Botánico. Allí, el ex Soda grabará un programa especial ante las cámaras de MTV. Es un mediodía para derretirse: 45 grados a la sombra. Gustavo está parado frente a una de las puertas. Propone que vayamos a comer a un lugar fresco. A bordo de su camioneta cruzamos Palermo y sugiere el nombre de Olsen, un restaurante especializado en cocina nórdica. Nos sentamos en un amplio sillón, en el centro de esta miniembajada vikinga donde el vodka es religión y el salmón ahumado el plato favorito. En ese ambiente, por sobre todo climatizado, Cerati se siente cómodo. “Proyecto a través del hoy: en realidad, el ahora es una idea que está en mis letras desde hace tiempo. Hay temas como ‘Ahora es nunca’ [Amor amarillo] o ‘Aquí y ahora’ [Bocanada]. Generalmente, los títulos de mis discos provienen de frases que están dando vuelta por las canciones de ese momento.
Por momentos Siempre es hoy es bastante confesional.
Sí, es una decisión, me gusta cómo suena. Intenté buscar otras variantes, salir un poco del yo, pero esto me resulta más contundente. Suena mejor. Mi forma de trabajar las letras funciona a través de la música, no escribo ensayos. Me gusta escribir por encargo de la música.
¿Te interesa que tus letras tengan un valor poético?
Me doy cuenta de que persigo una belleza poética, porque mis letras tienen un poco de eso. Pero también es una trampa, porque podés estar ahí, dando vueltas alrededor de algo, y no es más que una cáscara. A veces hay que reconocer que las letras cumplen la función de ponerle contenido a lo que quiero cantar como melodía. Pero, te guste o no, al final llegás a un tipo de concepto. También está el músico que se preocupa tanto por la poesía que se va de mambo. En mi caso, las canciones más románticas que escribí no surgieron por estar enamorado, sino por añorar o profetizar un estado ideal. Por ejemplo, “En remolinos” [Dynamo], una de las canciones más esperanzadoras y conectada con algo espiritual, surgió en un momento de mierda total. Pero ahí estaba, hablando de un futuro.
En algunos versos se nota cierta incomodidad. ¿Es así?
Por momentos las letras bajan una línea, no necesariamente social pero sí en cuanto a una sensación individual. “Harto del sarcasmo, sube el precio del silencio” [“Altar”] es una respuesta a absorber ese reality mentiroso e irónico que propone la televisión. El sarcasmo ya no nos sirve.
Pide dos cafés. Creo que ninguno de los dos sabe muy bien qué comió: lechugas alienígenas y algo parecido a una lasaña con gusto a pescado. Pregunto qué hace Charly García como invitado de Siempre es hoy. “Desde los tiempos de Soda tengo una buena relación con él, a pesar de que nunca me gustó Sui Generis [se ríe]. En esa época, mi palo tenía que ver más con Spinetta”.
¿Cuándo te empezó a gustar la música de García?
Con La Máquina. Uno comienza a prestarles atención a los artistas cuando hacen mutaciones interesantes y jugadas. Serú Girán también tuvo momentos muy grossos, pero el auténtico Charly apareció con su primer disco solista. Mucha gente elige Clics modernos como el gran disco de García; sin embargo, Yendo de la cama al living es su obra cumbre. Después ya tuvimos una relación más de pares, porque yo conocí a Charly a través de Zoca [ex pareja de García]; a ella le gustaba mucho lo que hacíamos en los primeros años de Soda. Y Charly, de alguna manera, a través de ella vio lo que estaba sucediendo con Soda.
¿Y qué pasó con Tango 3, aquel proyecto con Charly y Pedro?
Estuvimos un par de semanas tocando, y de eso quedaron unas grabaciones; la cuestión es que todos estábamos muy ocupados. Pedro tenía que salir de gira con Pat Metheny y yo estaba muy metido en la génesis de Canción animal; Soda estaba muy fuerte, teníamos muchos compromisos y, la verdad, para mí era una decisión dedicarle todo ese tiempo al proyecto de Tango 3. De todas maneras, de esas sesiones salieron varias canciones. Por ejemplo, a “Sueles dejarme solo” la hacíamos con Pedro y con Charly, y también “No te mueras en mi casa”, que después quedó en un disco de Charly. No sé si fui yo quien boicoteó un poco el proyecto, pero no pensaba resignar lo que me estaba pasando en ese momento con Soda.
¿En cierto modo Canción animal es un rescate del rock nacional pero desde una mirada más moderna?
Cuando era pendejo me la pasaba haciendo canciones de Pescado Rabioso. Eso siempre estuvo en mí: escuchaba mucho rock argentino, tenía buena data. Sin embargo, esa información no se traducía muy claramente en lo que hacíamos con Soda. En un principio, porque teníamos un sonido y una intención más modernos; por ahí eso se podía ver en algunas letras, en algunas cosas de la voz. Nosotros estábamos dispuestos a hacer algo nuevo; la necesidad de Soda Stereo, en un principio, fue de corte. Queríamos romper con la cosa del rock nacional.
Y aparece Daniel Melero como el cuarto Soda.
Sí. Somos de la misma generación y fuimos cultores y conocedores del rock argentino de los 70. Por entonces escuchaba los albores del grunge: grupos como Screaming Trees, Smithereens, Pixies. Me gustaba identificarme con ese sonido más rockero. Después surgió la posibilidad de darle una comba más dirigida hacia el rock nacional. Fue un momento muy inspirado del grupo, en donde Daniel fue una pieza clave.
Tu relación con Melero terminó mal.
Con Daniel estamos distanciados, lo que no quiere decir que espiritualmente lo estemos. Después de todas las experiencias que pasamos con Soda, creo que los dos nos pusimos un poco paranoicos. Fuimos muy amigos, de compartir muchas cosas. Cuando murió mi padre él estaba ahí, y yo estuve ahí cuando murió el suyo. Todo ese período estuvo marcado por la creación de Colores santos, un disco que hicimos por el placer de hacer música. La relación con Daniel viene de larga data: él fue uno de los integrantes de Soda antes de que el grupo pisara por primera vez un escenario. Fue amigo y crítico de lo que hacíamos, y yo de Los Encargados; tuvimos mucha cercanía. Después, no.
¿Por qué?
Una de las cosas que más nos separó con Daniel tuvo que ver con el entorno. En Soda era un poco resistido, por sus convicciones artísticas, porque algunos lo consideran un charlatán. Pero, sin embargo, para mí siempre fue un músico grosso, nunca tuve ninguna duda. Tal vez, si en ese momento me hubiera separado de Soda y hubiese pasado lo que sucedió mucho tiempo después, sería otra la historia. En ese momento casi que tuve que decidir entre el grupo o Daniel.
Los dos estuvieron conectados con el “Nuevo Rock Argentino”.
Naturalmente me sentía cercano a esos grupos nuevos. A pesar de que no se tradujeran en un fenómeno popular, quedó una marca: Babasónicos, Tía Newton, Juana La Loca, El Otro Yo, Martes Menta y muchos otros. El problema es que, estando yo en el medio, mucha gente hacía la proyección de “El Nuevo Soda” y eso es medio ridículo, porque ese tipo de fenómeno se produce por una serie de factores propios de un momento determinado. Soda conjugaba una cosa medio especial: por un lado había una intención artística, cada disco tenía una propuesta distinta, y por otro lado tenía un efecto popular contundente, lo consumían chicos de todas las clases sociales. Hoy la música está más sectorizada.
¿Te parece? Hace cinco años no hubiera sido posible juntar a Bersuit y Babasónicos en un mismo escenario.
Eso está bueno, pero creo que tiene que ver con el cansancio de la división continua. Tanta tribu aburre, en un punto: los grupos se encuentran encerrados en su propio espacio. Para Los Piojos debe ser un insulto que los traten como grupo de rock barrial, o para Los Redondos que digan que son una banda contestataria y antisistema. Ese molde empieza a ser una prisión. Por eso siempre encontré muy estúpida esa dicotomía Redondos versus Soda.
¿Y cómo dirías que te llevás con la música de Los Redondos?
Me encantaría hablar bien, pero no puedo porque no me interesa. Tampoco me interesa generar, con la gente a la que sí le gustan Los Redondos, una cosa de antipatía. Una vez escribí una crítica sobre un disco de ellos, y el Indio terminó diciendo: “¿Y le gustó o no le gustó?”. Y no. No me gusta mucho lo que hacen. Me quedo con otras cosas de ellos; por ejemplo, fueron el caballo de batalla de lo independiente y eso está muy bien.
¿Y nunca te surgió la idea de crear un sello?
Sí, algunos de mis discos los edité en forma independiente: ahí están Ocio y Plan V. Durante un tiempo estaba con mucha energía, pero me faltó encontrar las personas adecuadas como para hacerlo, y creo que en algún punto eso fue una excusa, por la falta de tiempo para poder dedicarme de lleno.
Salimos del freezer ártico de Olsen y el cambio es realmente brusco. El aire acondicionado de la 4X4 no alcanza. Gustavo me lleva hasta la estación Pacífico. Justo cuando yo bajo de la camioneta, una chica, que espera la luz del semáforo para cruzar, parece reconocerlo. La situación dura nada, y ella se me queda mirando con cara de “¿Y quién serás vos que estás con él?”. A Gustavo lo espera una larga jornada en una quinta de Libertad, en la zona de Merlo. Esta mañana, sin embargo, el sol es un aliado estético y augura buena luz para una sesión de fotos frugal. Partimos desde la nueva casa de Cerati, en Belgrano.
¿Cómo se te ocurrió invitar a Domingo Cura a participar en Siempre es hoy?
Javier Zuker me pasó unos discos de Cura grabados en los 60. De ahí usé unos samples para la primera idea de “Sulky”. Después, cuando empecé a restar todo lo que había sido parte del basamento sampleado, lo invité a tocar. Fue una sesión impresionante. Era como escuchar drum n’ bass por primera vez. Cuando estábamos grabando, alguien, ahora no me acuerdo quién, me dijo que Domingo tiene 85 años. Yo no lo podía creer y eso me inspiró a escribir la letra. Después, en un par de reportajes comenté lo de la edad sin saber que estaba metiendo la pata. Un día me llama Domingo para decirme que estaba fascinado por el resultado de la canción. Al final de la charla me dice: “Che, haceme un favor, no digas más que tengo 85 años porque me estás mandando a la tumba. Tengo 72”. Me quería morir.
¿Y vos cómo manejás el paso del tiempo?
No le doy bola. Pero desde el título del disco hay un acento en ese tema. Está relacionado con el hecho de ser músico, en donde el tempo y el tiempo tienen una importancia diferente de otro tipo de expresiones artísticas. Una de las primeras cosas que me impresionó de la utilización de la computadora en la música es la posibilidad de manipular ese tiempo.
¿Te fascina la idea de retener el tiempo?
Creo que sí. La mayoría de los que nos dedicamos a esto tenemos un espíritu bastante infantil. En mi caso, siempre pensé que el momento más creativo de mi vida fue durante la adolescencia, cuando por primera vez me metí con mucha pasión en la música. Estoy seguro de que, durante todo el tiempo que siguió después, lo único que he tratado es de llegar a ese nivel de energía.
¿Cómo influyó Deborah de Corral, tu nueva novia?
No sé si tuvo más influencia en el disco que mi separación, pero mi relación con ella fue energía positiva, me sostuvo. Además, ella fue testigo de todo el momento de creación del álbum y también participó. Me sirvió mucho hablar con Deborah, y al mismo tiempo mi ex mujer también tuvo mucha importancia.
Es como que las chicas pesan...
Las compañeras pesan.
No está cómodo hablando de su esfera privada, un bastión ahora dividido entre sus hijos, Benito y Lisa, y Deborah. Pero tampoco es un mundo hermético: Cerati abre la puerta cuando habla de su hijo mayor, una especie de geniecillo que con tan solo 8 años ya grabó dos discos caseros y fascina a toda la familia con sus originales performances. “No lo dejo apartar de la idea del juego”, señala Gustavo con aire rector. “Tanto Cecilia como yo escuchamos música todo el tiempo, así que no tiene escapatoria. Realmente es increíble, porque todo el tiempo está mandando ideas rarísimas: es como que maneja una psicodelia natural”.
Musicalmente, Benito juega en la liga de la música electrónica y el hip-hop; con un teclado de juguete –el mismo que utilizó Gustavo en la grabación de Sueño Stereo– toca extrañas bases rítmicas, con música y letra originales. “Tiene un cuaderno en donde anota sus letras. Es notable, maneja niveles de producción: graba sus temas, los perfecciona en la computadora y después los interpreta en vivo en los cumpleaños familiares. Hace poco hizo un recital en uno de los ciclos de música electrónica que organizaba Cecilia, y cuando llegó al lugar nos dijo: ‘Quiero maquillarme como David Bowie’”.
¿No tenés miedo al estigma Julian Lennon?
No. Si la cosa se desarrolla con pasión, no puede haber error.
¿Y a qué le tenés miedo?
Tengo que convivir con una verdadera desgracia: el miedo a los aviones. Está relacionado con el miedo a la muerte o a la falta de control. Como todo miedo que te asalta por momentos, es irracional. Para colmo, tengo que viajar en avión todo el tiempo. Ahora, Cecilia quiere volver a Chile, lo cual va a significar que los niños tengan que estar allá, así que el movimiento de aviones va a ser peor que nunca. Si pudiera sacar la cabeza por la ventanilla del avión y mirar por dónde va, me sentiría más seguro. Me acuerdo que cuando falleció mi viejo, la primera bajada fuerte que recibí fue el miedo a la muerte. Para mí, él era Superman. Se murió de un cáncer en el pulmón y después de eso yo tuve varios ataques en donde sentía que no podía respirar, tenía la sensación de que me iba a morir. Hasta llegué a internarme en una clínica de San Francisco. Al final, esa sensación horrible terminó desapareciendo. Pero el miedo persiste.
Este artículo fue publicado la edición de marzo de 2003 de Rolling Stone Argentina.