La banda mendocina estuvo a punto de separarse, pero la llama de la nostalgia cuyana se mantuvo prendida cuando encontraron un hogar
- 16 minutos de lectura'
El escenario está lleno de cosas y el teatro está vacío de personas. Arriba, en el tablado, hay alfombras, veladores con pantallas rajadas, un sillón, dos baterías, un set de percusión, unas cuantas guitarras, varias copas de vino compradas en un supermercado chino un rato antes, un teclado, cables y pedales por todos lados, un bajo, unas botellas de vino, cámaras y más cámaras. Abajo, el ND Teatro es un sinfín de butacas sin público. Lo que está por comenzar es, hasta este 25 de noviembre de 2020, el único show en vivo de la banda mendocina Mi Amigo Invencible durante el año pandémico, que generó una crisis profunda para la industria musical, pero también significó un renacimiento para ellos. De una crisis que los llevó a la separación después de diez años de tocar juntos pasaron a alquilar un espacio propio para ensayar, grabar un disco, firmar contrato con un sello californiano, editar nuevo material, filmar un corto y pensar su proyección en tierras mexicanas. Pero antes, lo que más quieren es volver a tocar. Y ahí están, ante las cámaras y el público que ve su recital a través del streaming, los presenta Lalo Mir desde “el alma de la sala”, en el medio del círculo que forman los músicos.
En el histórico teatro del microcentro porteño, la banda intenta representar y recrear ese espacio propio al que recién pudieron llegar en agosto de 2018 y que los salvó del final que parecía definitivo. “Estábamos empecinados en traernos la sala al escenario”, le dice el baterista Arturo Martín durante el armado a uno de los organizadores del ciclo Icónica Buenos Aires, una serie de conciertos por streaming que lanzaron cinco salas porteñas para enfrentar la imposibilidad de hacer shows durante las etapas de aislamiento y distanciamiento social, preventivo y obligatorio. Por debajo de ellos, las tres hileras de butacas brillan, la bandeja superior de ribetes dorados flota sobre el espacio, se siente colosal en la ausencia de público. En el escenario, personas vestidas de negro hacen trepar plantas, traen más veladores, un silloncito. Lucila Pivetta prueba su bajo, en uno de sus primeros shows con la banda, canta con Mariano di Cesare “Jardín secreto”, del EP que publicó sobre finales de 2020, Nuestro mundo. Sus voces se potencian, cómodas, naturales. Están probando una vez más lo que ya ensayaron mil veces durante los meses previos, pero al fin alguien más que ellos mismos lo va a escuchar, en diferido, desde sus casas. Lo que parecía el único recital que iban a dar en el año dos semanas después de esta fecha quedó como una anécdota: en diciembre pasado Mi Amigo Invencible inauguró los primeros shows con público en el anfiteatro del Parque Centenario que organizó Niceto Club y para el verano 2021 el calendario de la banda estuvo más parecido a los tiempos pre Covid-19, con cuatro shows en su Mendoza natal en un formato experimental, sin la banda completa, todos agotados; el 29 de enero tocaron en la terraza del Centro Cultural Recoleta para 200 personas; y en febrero hicieron una mini gira por Santa Fe, Rosario y Mar del Plata, que este mes continua por Córdoba (el viernes 12 en Club Paraguay) y La Plata (aún con fecha a confirmar al cierre de esta edición), y en abril los tendrá tocando de nuevo en la Ciudad de Buenos Aires. El fuego de la nostalgia cuyana definitivamente volvió a encenderse.
“La pandemia no nos desestabilizó tanto”, asegura el cantante y compositor de gran parte de las canciones, Mariano di Cesare, sobre el motor creativo de la banda, unos días antes del show del ND. La crisis más severa ya había pasado, y el aislamiento obligatorio propició un momento de reflexión y planificación. Después de haber publicado en 2019 Dutsiland, su octavo disco, hubo una pausa en la banda porque se alejaron dos de sus integrantes originales (Mariano Castro y Juan Pablo Quatrini) y se sumaron Pablo di Nardo en sintetizadores y Pivetta en bajo. Apenas empezaban a estabilizarse con la nueva formación y llegó la pandemia. Mi Amigo Invencible lidiaba con una crisis que todavía muestra sus heridas cuando hablan sobre esos cambios. Sentados en círculo en la oficina de su sala de ensayo que alquilaron en Congreso, con dos o tres mates en las manos y un termo circulando, la banda se ilusiona al pensar en el futuro. “Igual, ¿qué es el futuro, no? La pandemia nos enseñó que no se piensa más el futuro”, dice Di Cesare, ahora solo proyectan una semana a la vez. “El futuro solo es el deseo”, dicen.
En junio pasado, con cierta certeza de que iban a estar varios meses antes de poder tocar en vivo y con otra crisis que se avecinaba por el aumento de los precios y el alquiler de su espacio, Mi Amigo Invencible decidió ponerse a grabar a la distancia, desde sus hogares. “A meta wetransfer”, dicen, se cocinaron nuevas canciones, y ahí, en plena cocción, apareció el sello Devil in the Woods. “Fue un mimo después de tantos años de trabajo, y en una situación tan fuerte”, dice Di Cesare sobre la convocatoria de la discográfica mexicana-californiana de indie-rock a formar parte de su catálogo. “Yo sentí como que vino alguien y nos dijo ‘loco, ustedes no tienen que terminar así con una pandemia, no tiene que ser esto un motivo para que terminen porque les queda mucho por hacer’”, dice Mariano, con su tonada mendocina intacta a pesar de los años que lleva residiendo en Buenos Aires. El sueño de volver a México de golpe parecía posible en un futuro cercano gracias a lo que trajo el final del sorprendente 2020. “Les dijimos que teníamos estas canciones nuevas de pandemia y ahí empezamos con un mecanismo bastante divertido de entender el ritmo de un sello con proyección internacional, que aún no entendemos del todo porque somos de la vieja escuela, pero tratamos de estar lo más frescos posible”, agrega.
Devil in the Woods invirtió en sus ideas y el resultado fue un single por mes, hasta lanzar en diciembre Nuestro mundo, que incluye un corto ficcional, “Suavemente entusiasmada”, protagonizado por las actrices Rita Pauls y María Soldi, y una canción en colaboración con la mexicana Ruzzi. “Los singles y EP siempre funcionaron como plataforma de preparación, como un gimnasio para los discos, así ha sido siempre inconscientemente y en esta situación de pandemia también: planificamos la grabación de nuestro próximo disco para 2021”, dice el baterista. Todo parece indicar que este es el renacer de Mi Amigo Invencible.
En 2004, a sus 21 años, Mariano di Cesare dejaba su Mendoza natal para instalarse en Buenos Aires a estudiar Cine, y quería aprovechar el último verano para grabar unas canciones que tenía compuestas y no encajaban con los proyectos hardcore y punk que tenía hasta el momento. Entonces llamó a sus amigos de la escena para que lo ayudaran a grabarlas, no con la idea de ser una banda, sino de llevarse unas canciones bajo el brazo. De esa ayuda salió la idea de ponerle al disco el nombre de Mi Amigo Invitado, que después tomó la fuerza de lo Invencible. “Veníamos de esa escena que nos enseñó todo sobre la resistencia, y también de Mendoza, donde subsistíamos más por nuestras ganas de hacerlo”, cuenta Leonardo Gudiño, percusionista. A los pocos meses, Arturo Martín también se mudó a Capital Federal y empezaron a orbitar entre las dos ciudades. “Los primeros tres años fuimos grabando discos en verano, cuando estábamos allá. Grabamos un disco por año”, cuenta Mariano. Ahí empezaban a tener una dinámica más grupal. Los seis músicos de la primera formación se conocen de compartir fechas en el pequeño circuito mendocino de bandas alternativas de principios de los 2000, donde la explosión de bandas cuyanas, como Usted Señálemelo o Perras on the Beach, que sucedió a finales de la década pasada, no era ni una fantasía.
Con esos primeros discos en el haber, Mi Amigo Invencible se fue convirtiendo en un colectivo de músicos itinerantes con el eje central en Di Cesare y Martín. Cuando venían los que aún quedaban viviendo en Mendoza, como Nicolás Voloschin, Castro o Quatrini, tocaban juntos, pero si no, invitaban a amigos con distintos instrumentos, o salían en formato reducido con guitarra, percusión y voz. En plena etapa post Cromañón, donde no se podía tocar casi en ningún lugar con batería, ellos le encontraron la vuelta para participar en las varietés, ciclos de poesía, proyecciones de cortometrajes y pequeñas fiestas por el conurbano.
Pero hubo un verano donde se convirtieron en una banda. En 2011 todos coincidieron un verano entero en Mendoza y grabaron su disco Relatos de un incendio, el primero que los llevaría a hacerse cada vez más conocidos y girar por el país. “Con la trilogía que comienza con el artista plástico Federico Calandria, fue la primera vez que nos juntamos la banda en un proyecto grupal para armar la tapa, fue una noche de fideos, faso y vino. Ahí se armó Mi Amigo Invencible”, dice Di Cesare, el narrador de la historia, quien les pone palabras a las distintas etapas de la banda.
Mi Amigo Invencible no son solo músicos, también es un artista plástico que creó un universo visual para la trilogía y todo lo que se vino después. Desde Mendoza, Calandria dice que a veces son los sonidos o las frases los que lo inspiran, y otras veces son los músicos que se le acercan con ideas concretas. “La música también me sugiere climas, colores, emociones que tiene que transmitir la tapa”. Desde imágenes apocalípticas de desastre natural, hasta el personaje de Raúl, quien se queda solo en este espacio donde las plantas y los animales se adueñaron de la ciudad. La narración de las canciones dialoga estrechamente con la visual, y ese concepto afinado marcó una identidad hacia dentro y fuera de la banda.
La trilogía es el comienzo de ese quiebre donde cada vez los escuchó más gente. El tercero, La danza de los principiantes (2015), fue el que los hizo girar por todo el país y los países limítrofes. “Ahí fue como ‘eh, no estamos preparados para esto’. Ahí empezamos a decaer porque empezamos con un ritmo de gira increíble, hermoso, pero…”. Entre ellos ya debatieron mucho esta etapa, hay un consenso, una sobreanálisis grupal de la crisis que casi los separa del todo. La frase que empezó Di Cesare la termina Gudiño: “Con el diario del lunes llegamos a la conclusión de que algo nos pasó, que girábamos todos los fines de semana”, y el cantante remata: “No ganábamos plata, llegábamos reventados a la oficina, contentos pero...”.
Lo que les pasó es el talón de Aquiles de todas las bandas que están en etapa de crecimiento hacia el mainstream: la demanda es cada vez más alta, el supuesto éxito también, su público crecía, su música era escuchada, pero ellos tenían que sostener sus trabajos porque todavía no podían vivir de eso, tenían dos vidas paralelas con el deseo puesto solo en la banda. Además, la ausencia del espacio propio para ensayar los obligaba a cronometrar en el turno de dos horas un ensayo, siempre urgente para una fecha siempre inminente, y les quedaba poco espacio para la creatividad, la creación colectiva, la nueva música. Sin darse cuenta, habían pasado cuatro años y Mi Amigo Invencible no tenía nuevas canciones.
Cuando hablan de ese momento, todos se pisan entre sí para diagnosticar el comienzo de la crisis. Nicolás Voloschin, uno de los guitarristas y compositores, lo resume en la falta de un espacio propio para conectarse no solo como compañeros, también como amigos. “Cuando alquilás una sala por dos horas perdés la posibilidad de distenderte, de no estar apurado, ni siquiera tenés la chance de pagar más porque viene otra banda después de vos”, suma, y los demás asienten.
Mendoza, de pronto, apareció en el radar de la música indie. Usted Señálemelo, Perras on the Beach, Luca Bocci y tantas otras bandas de chicos más jóvenes empezaban a llenar salas de concierto en Buenos Aires sin vivir en la gran ciudad. El “boom cuyano” aparecía en todas partes, la prensa decía que Mi Amigo Invencible habían sido los papás de este éxito, pero ellos lo miraban de costado, no se sentían responsables de lo que esa camada de chicos logró hacer. Chicos que vieron crecer alrededor de la música, “siempre la rompieron, desde guachines”, dice uno, y el otro agrega: “Tenían la visión”. Las frases periodísticas y las luces del éxito, sin embargo, pesaron entre ellos. “Nosotros estábamos perdiendo identidad sin poder hacer canciones, con un sonido ajeno en una sala ajena. Después perdimos identidad en la comparación, ‘uh mirá cómo la están pegando los pibes’, y todo lo que pasó antes fue una búsqueda sonora experimental que también afecta a lo identitario porque te agarrás de muchas influencias”, agrega Di Cesare.
En ese momento intentaron hacer un disco sin ensayar, porque en esas condiciones no podían hacerlo, y a partir de ahí sacaron dos EP, Nuestra noche (2017) y Ciencias naturales (2018). “Intentamos hacer Dutsiland dos veces, en dos instancias de grabación de disco, que por no tener ese tiempo de ensayo las canciones no se terminaban de desarrollar. Fue muy agotador”. La crisis se había desatado. Mariano continúa: “Un día caí, armamos una reunión y ahí un poco los incité a que viéramos que ya estaba. Lo sabíamos, pero el ritmo hacía que no nos diéramos cuenta del todo, porque estaba buenísimo viajar y tocar con amigos, pero había algo que ya no andaba”, dice Di Cesare, intentando hacerse cargo de las decisiones que tomó la banda. “Decidimos juntarnos a charlar y emborracharnos para seguir siendo amigos, y no tocar más. Eso es lo que propuse yo. Pasaron tres o cuatro semanas, un mes, y Arturo mandó el link de alquiler de este lugar. La banda se pausó y no tenía vuelta, pero de golpe él encontró este espacio, nuestra sala de ensayo”.
Tener el lugar para conectarse les permitió crear nuevas canciones, un disco entero, que decidieron hacer de una manera nueva: ensayaron todo como si fueran a tocarlo, porque de hecho lo grabaron en vivo en un estudio. Trajeron a Luke Temple, un productor estadounidense que no hablaba español y que es el músico principal detrás de la banda Here We Go Magic. Él les dijo que solo hablaba el lenguaje de la música y estuvieron ocho días grabando ocho horas diarias las nueve canciones que conformaron el disco. “El loco nos puso a todos en un lugar nuevo, nadie nos había hablado así, fue una nueva circunstancia en el estudio donde recibimos instrucciones e ideas de alguien que no conocíamos y que nos decía las cosas para sacar lo mejor de cada canción”, dice el baterista, “y después, a la hora de salir a tocar lo que estaba grabado, las diferencias musicales entre nosotros terminaron de decantar”. Al poco tiempo de estrenado el disco, Mariano Castro, la segunda voz de la banda, se fue, y lo siguió el bajista.
Dutsiland, el disco que parecía imposible, que los reunió después de una separación, también fue una apuesta a la profesionalización, a lograr los sueños que hasta ahora no habían logrado, como tocar en escenarios mainstream, viajar a México, proyectarse con cierta solvencia. Esa apuesta se escucha en un sonido más sólido, la identidad nostálgica de un grupo de pibes mendocinos, que ya experimentaron en sus álbumes anteriores todos los géneros posibles: desde el punk hasta el reggae, ahí se concentraron en su sonido personal. Una unión instrumental suave sobre un canto lloroso, primo provinciano del tango, con viento de montaña y olor a vino.
“Nosotros somos una banda con identidad de amigos, y esa amistad se quebró fuertísimo, y hasta el momento estoy re atravesado por esas decisiones, que no creo que hayan sido malas pero sí dolorosas”, dice Di Cesare. Tal vez por ser el que empezó con Mi Amigo Invencible, porque es el que canta, porque es quien pone el cuerpo al frente en el escenario, además de la composición musical y letrística, es él quien intenta conceptualizar los procesos grupales. “Luke [Temple] nos enseñó a escuchar a la canción, dejar que la canción hablara y no nosotros por ella. Eso en la sala se escuchó y la banda habló, y ahí no pensamos tanto en la amistad, elegimos el camino de una banda semiprofesional”, agrega, y Arturo, el baterista, algo así como el tutor sobre el que se apoya Di Cesare, redondea: “La profesionalidad es una búsqueda más artística. Hoy pretendemos cuidar este espacio de la sala y no mucho más”.
Sin bajista y con fechas programadas para tocar su recién salido disco, Mi Amigo Invencible pensó en una mujer: Lucila Pivetta. “Fue la primera que se nos apareció en la mente, porque la habíamos visto tocar con Guli, y entre ella y la batera tenían un toque que nosotros buscábamos tener acá, era suave y cool. Flasheamos zarpado cuando la vimos”, dice Martín.
El lugar que tenía que ocupar en la banda estaba cargado de la energía del conflicto. Lucila no se preocupó: “Son cosas que pasan en las bandas, lo que sí me permití es medir cómo me sentía tocando con ellos, darnos un tiempo de prueba”. En un mes tuvo que aprender a tocar las canciones del disco nuevo, y algunas de los siete anteriores, 25 canciones en total. “A mí siempre me gustan los desafíos, y lo más difícil acá fue incorporarme al lenguaje de la banda, sintonizar, porque nosotros no nos conocíamos, nos habíamos visto en dos camarines”, dice entre mates. Su debut fue en Rock en Baradero en febrero de 2020, y solo le siguieron unos pocos shows más hasta que la pandemia pausó todo. Los ensayos privados siguieron y, como dicen, ella ya se había trenzado al sonido de la banda.
En el armado de las nuevas canciones, Mi Amigo Invencible va a repetir la idea de traer un productor que no los conozca, que no sepa de sus lógicas internas, con la proyección de entregarse a lo que los temas dispongan. “Creo que va a ser el disco más grupal desde lo compositivo”, dice Di Cesare. Entre los anotados están Voloschin y Di Nardo, mientras que Lucila aparece como la contravoz natural a la de Di Césare. La energía colectiva parece calma y creativa en su sala de ensayo, esa que cuidan como el hogar, mientras afuera los estruendos frente al Congreso resuenan en una marcha anticuarentena.
En pocas semanas, esa escena parece vieja. Mi Amigo Invencible se abraza en círculo arriba del escenario del anfiteatro del Parque Centenario y frente a ellos hay público de verdad que aplaude, se emociona y les grita. El mismo velador que usaron para el streaming, la misma alfombra sobre la que ensayan, van de un lado al otro, como un talismán que los protege; ellos van cuidando su renacer.