La serie argentina con Diego Peretti, Mercedes Morán, Chino Darín y Vera Spinetta, entre otros, se estrenó el fin de semana pasado en Netflix
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El reino
Elenco: Diego Peretti, Mercedes Morán, Chino Darín, Joaquín Furriel, Vera Spinetta, Nicolás García Hume.
Puntaje: Tres estrellas y media
El pensador francés Michel Foucault caracterizó al poder como un entramado estratégico de relaciones de fuerza. La banda inglesa New Order, citando al político decimonónico Lord Acton, reafirmó que el poder corrompe. Y William Shakespeare, dándole un vuelo más poético al asunto, hizo que una desatada Lady Macbeth sentencie a sus propias manos: “Siempre aquí el hedor de la sangre”.
El poder es el núcleo temático alrededor del cual gira El reino, la ficción argentina recién estrenada en Netflix; y su representación del mismo, además de adscribir a las tres definiciones mencionadas, está en articulación con el teórico Antonio Gramsci, a quien se alude en cita directa desde el primer segundo de metraje: el poder se conquista a través de las instituciones de la sociedad civil en las que el mismo se encuentra diseminado. Y en El reino, la Iglesia de la Luz ya avanzó sobre el Senado y Diputados.
Heredera de los thrillers conspiranoicos que proliferaron en los años setenta, El reino interroga la intersección entre política y religión a partir del pastor Emilio Vázquez Pena (el gran Diego Peretti), quien debe encabezar la candidatura presidencial tras el magnicidio de su compañero de fórmula. Esta situación sirve de despliegue para los interrogantes que motorizan los puntos de tensión dramática. ¿Quién fue el asesino? ¿Qué motivos tuvo? ¿Operó en solitario? ¿Cree este elenco de alimañas en al menos algo de lo que profesa, al margen de su afiliación política o religiosa?
La dupla creativa detrás de El reino, Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro, ensambló un dream team de celebridades para que dramaticen su nido de serpientes. Además del acierto artístico esta troupe de actores es uniformemente sólida– -, la decisión representó un hecho celebratorio en sí mismo: El reino es la primera gran producción nacional rodada en pandemia y su realización implicó la implementación de protocolos sanitarios inusitados en semejante escala.
Chino Darín, en el protagónico de Julio Clamens, llega a lucirse en una intensa secuencia que involucra un exorcismo; mientras que Peter Lanzani es loable en términos de caracterización. Sin embargo, el personaje más complejo corresponde a una excelente Mercedes Morán. Asumiendo el arquetipo de la mencionada Lady Macbeth, su pastora Elena está frecuentemente encuadrada entre espejos, pululando fuera de foco como la aparente arquitecta del proyecto político; pero parece, a pesar de todo, más interesada en detentar el poder hacia el interior de su propia iglesia y estructura familiar.
Quizás la mejor actuación del elenco provenga de Nancy Dupláa, encarnando a la fiscal Roberta Candia. Es un personaje comparativamente sutil, pero no hay una sola nota falsa en su cadencia y ninguna de sus líneas llegan jamás a sentirse como texto. Hay un instante donde se quiebra frente a la pérdida de un embarazo, y no obstante lo minúsculo, deja entrever una vida privada que sirve para presentarla como una persona desmarcada del dispositivo narrativo. Dupláa, a su vez, se apoya en el naturalismo de un muy buen Santiago Korovsky, y la dinámica que se gesta entre ambos remite, de a ratos, a la establecida este año por Kate Winslet y Evan Peters en Mare of Easttown.
Si hay algo criticable en El reino, en suma al trazo grueso de ciertos diálogos explicativos, es la oportunidad desaprovechada. La serie podría haber profundizado sobre la metodología con la que operan los think tanks políticos, pero el tópico se aborda solo superficialmente en el sexto episodio, dedicado al Rubén Osorio de Joaquín Furriel. Por lo demás, El reino prefiere atenerse a despejar los interrogantes de los que deriva su suspenso; pero no deja de ser destacable, en términos de guion, la forma en que el show estructura el drama y orquesta el lugar de sus personajes dentro del entramado narrativo.
En lo que respecta a sus propiedades formales, El reino testifica que la industria argentina es perfectamente capaz de ejecutar una serie que luce, suena y se desenvuelve como una de Netflix. En ese frente, triunfa sobre experiencias previas como Estocolmo y Edha, funcionando esencialmente como una respuesta local House of Cards.
Sería redundante señalar el correlato que El reino busca trazar con el presente cuando su mismo estreno estaba estipulado un mes antes de las elecciones legislativas (ni hablar del conocido ascenso de las nuevas derechas y la religión institucionalizada como eterno instrumento disciplinador). Parece el destino, de todos modos, que una serie sobre maniobras políticas sucias sea lanzada al mismo tiempo que detona un escándalo nacional una foto del presidente incumpliendo el aislamiento social, preventivo y obligatorio. En ese sentido, puede que el momento más lúcido de El reino sea uno enunciado por Vera Spinetta: “¿Qué pasa si les redoblás la apuesta? Arruinales la primicia. Que para cuando salga el informe el domingo ya sea una noticia vieja. ¿Desde cuándo importa la verdad acá? Lo único que importa es el show. Bueno, hacés el gran show del perdón”.
Esta resignificación inesperada añade otra capa de sentido al visionado de El reino, que cierra con un plano detalle de dos manos enlazadas, regodeándose en la conquista del poder. Citando al Bardo: ni todas las esencias de Arabia podrían perfumarlas.