La nueva temporada de la serie de Underground, producida por Sebastián Ortega, se estrenó hoy en Netflix
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La cuarta temporada de El marginal, como sus predecesoras, abre con una fuga. Si no es la más frenética de las secuencias inaugurales, al menos es la más rimbombante, porque capturar a Pastor/Miguel Palacios (Juan Minujín en su vuelta a la ficción después de la primera temporada) implica, en 2022, el refuerzo de varias patrullas, tiroteos motorizados y, de paso, un helicóptero a contraluz. Pero este gran escape, como los tres que lo anteceden, desemboca en apresamiento. Si la serie tiene un posicionamiento en cuanto a las posibilidades de reinserción que ofrece el sistema penitenciario, queda explicitado en esta reiteración de detenimientos. Y cuando no se puede ir para afuera, solo resta subir hacia arriba.
Dirigida por Alejandro Ciancio y Mariano Ardanaz y con producción de Sebastián Ortega, Pablo Culell y Marcos Santana, El marginal 4 explora la implicación mutua entre libertad y poder recapitulando la historia de Pastor/Miguel Palacios, el ex policía que debe ingresar, bajo cadena perpetua, al penal de Puente Viejo a pocos meses del incendio en San Onofre. El nuevo edificio contiene un pulmón central alrededor del cual se levantan pisos y pabellones cuya disposición cementa la jerarquía social. La arquitectura de esta cárcel, más en línea con el infierno dantesco que el panóptico foucaultiano, no es el único motif en alusión al poeta italiano. Pastor vuelve a un tomo de La divina comedia, con la atención fija en una línea del texto: “Busca la libertad, que sabe cara, quien por ella de vida se desnuda”.
Con un par de temporadas a cuestas, la serie se halla, irónicamente, en una encrucijada similar a la de Pastor. Tras identificar una demanda en un público fatigado de Pol-Ka, la producción de Underground y Telemundo delineó una fórmula que cosechó cifras de rating inusitadas para TV Pública (y un Martín Fierro de Oro) y el primer fenómeno argentino en una plataforma de streaming. ¿Cómo hacerle frente al agotamiento de la misma? Al no ir para afuera, subir hacia arriba. El marginal 4 no es un cover de temporadas anteriores sino una reversión que ingenia variaciones nuevas sobre ideas probadas. El cambio de locación no es el único recurso apelado: el relato acorta su coralidad para ahondar sobre el bromance de Pastor y Diosito (Nicolás Furtado); y hay una reinversión de la dinámica de poder, donde son los Borgues quienes asumen la posición de recién llegados. Además, prima una sensación de movimiento, seguramente en virtud de tratarse de la primera secuela (y no precuela) en toda la saga.
Un rasgo que eleva a El marginal sobre otras ficciones de su estirpe, y termina de garantizar su singularidad y éxito, es la destreza de su elenco. Minujín suele verse cercado por el estoicismo rudo de su personaje, pero el guion le permite que se corra del abatimiento y hacia el arrepentimiento, donde también se luce (“yo no quise arrastrarte a esto, pensé que podía salir bien, que podíamos armar algo juntos”, le dice en una gran escena a Martina Gusmán). Luis Luque, el final boss de la temporada, no será el Sapo de Roly Serrano, pero brilla como Coco, masticando monólogos y arrojando cuchillos a la pared. Rodolfo Ranni es Galván, el director del Penal que es un abuelo bueno y sonriente con sus nietos, pero que con los reclusos es un torturador sin paz (y además tiene como rival a Antín, el personaje de Gerardo Romano). Las estrellas fulgurantes de El marginal, sin embargo, continúan siendo Claudio Rissi y, por supuesto, Nicolás Furtado, quien recorre un gran abanico de emociones debajo de sus entonaciones y hechos estéticos. Suple, además, la otra gran destreza de la tira, que es su cuota de humor imprevisible (“No vayas, Marito, esto huele mal... Más allá del olor a pata que hay acá adentro”).
En lo que respecta a las propiedades formales, debe destacarse el trabajo de la directora de arte Julia Freid, encargada de transformar una fábrica textil en el Guggenheim de malandres que constituye Puente Viejo. Algunos cortes del montaje, de todos modos, pecan de subrayados, como el de la cruz que observa Pastor tras la proclama vengativa de Diosito, pero la edición frenética no deja de dinamizar, adscribiendo siempre a la escuela Breaking Bad.
El marginal nunca fue discreta en cuanto a sus referencias, que pueden ir desde Expreso de medianoche a A prophet. El piloto de la serie guiñó, por ejemplo, a otra fábula anticarcelaria como La naranja mecánica: aquella vez fue mediante la música de Wendy Carlos, y ahora a través del personaje de Gladys (Ana Garibaldi), aunque con menos tacto; su subtrama se mete en territorios fangosos que distan del empoderamiento que sugiere su fachada.
De todas las relaciones intertextuales que puede sostener El marginal, las más inmediatas son aquellas entabladas con producciones como Okupas y Tumberos, dos relatos posibilitados por el impacto de Pizza, birra y faso y que surgieron como expresión de pueblos golpeados por políticas neoliberales. El marginal también lo fue, aunque sus posicionamientos son más estéticos que políticos. El gran César González ha ensayado sobre el fetichismo de la marginalidad en el cine y la televisión; y si bien es cierto que el show podría interrogar más al sistema penitenciario (o traducir, por decir, el tedio de la reclusión al uso exclusivo de planos fijos), El marginal 4 prefiere huir al encierro y edificar su cárcel sobre sueños de libertad.
Esta reseña está escrita luego de ver los primeros cuatro capítulos de la temporada.