Mientras Kanye West y Taylor Swift critican públicamente los contratos discográficos injustos, una nueva generación lucha por el equilibrio de poder en la música
- 10 minutos de lectura'
Cuando Doris Muñoz conoció a Cuco, una de las primeras cosas que le dijo fue que su arte era puro y no debía ser explotado. “Le dije: ‘Quiero defenderte, porque no quiero que te hagan como a Ritchie Valens’”, recuerda, en referencia al rocanrolero chicano, el dueño de cuyo sello discográfico, Bob Keane, se quedó con los derechos de sus temas de por vida. La madre de Valens tuvo que esperar hasta 1987, 28 años después de la muerte de su hijo en un accidente de avión, para recuperarlos.
Muñoz empezó a ser manager de Cuco en 2017, cuando los sellos hacían todo lo que podían para contratar al artista de 18 años, cuyas producciones caseras habían prendido fuego SoundCloud y Bandcamp. La dupla viajó a Nueva York y se maravilló en reuniones con los popes de los sellos. “Éramos dos chicos chicanos, hijos de inmigrantes indocumentados, que jamás pensaron que tendrían estas oportunidades en la vida”, dice Muñoz.
Así empiezan muchas historias de terror de la industria discográfica. Pero Muñoz y Cuco habían hecho los deberes: habían escuchado que los sellos muchas veces les ofrecen a los jóvenes artistas de color contratos enrevesados que desvían los derechos de propiedad en su favor, escriben las tasas de regalías en letra chica, esconden cláusulas explotadoras en jerga jurídica y se ocultan tras cifras iniciales elevadas. Estas prácticas, típicas en la industria, pueden deshuesar una carrera antes de despegar.
Muñoz y Cuco rechazaron todas las ofertas que les hicieron en 2017 y, en cambio, firmaron un acuerdo de distribución con AWAL. Él se pasó el año siguiente ganando seguidores con su EP Chiquito y tocando en festivales. En 2019 finalmente firmó con Interscope, pero se aseguró de seguir siendo dueño de sus grabaciones originales.
La historia de Cuco es una rareza porque la mayoría de los artistas jóvenes no saben cómo cuestionar el papelerío y las pilas de dinero que les ponen enfrente. Pero la pregunta es: ¿es posible firmar un contrato justo? “Tal como son las cosas ahora, si cualquier ejecutivo discográfico tuviera un hijo a punto de firmar un contrato, le diría que no lo hiciera”, dice Chris Anokunte, manager de artistas que solía manejar los derechos de músicos en sellos discográficos grandes, y ha manifestado con franqueza su desdén por los contratos explotadores. “Si no permitirías que tu hijo firmara ese contrato, ¿por qué se lo seguís ofreciendo a los hijos de otra gente?”.
La clave del contrato es la propiedad. “Cuando sos dueño de tu propiedad intelectual y la controlás, tenés mucha flexibilidad para manejar tu negocio”, dice la abogada y defensora de los derechos de los artistas Dina LaPolt. “Tengo clientes que me llaman con ideas geniales, como que un programa de tele use su música, y les tengo que decir: ‘Necesitamos el permiso de la discográfica’”.
Reclamar la obra de los artistas es la clave multimillonaria de la industria discográfica, y tener que luchar por el control de algo tan preciado parece haberles dado a los sellos el descaro de intentar apropiarse de todo lo demás, como el merchandising, las giras, los contratos cinematográficos y otras propiedades intelectuales. Los términos ya son complicados incluso con la propia música: no es infrecuente que los artistas sean los únicos creadores de una obra pero solo reciban como compensación una fracción del flujo de ganancias. Por ejemplo, pueden recibir un 15 por ciento de lo que recauda el disco, pero de ese 15 por ciento hay que sacar los costos de producción, las tasas de distribución y además devolver el adelanto que te dio la misma gente que se queda con el 85 por ciento restante.
Muchos acuerdos por más de un disco también ceden la propiedad (y a veces el poder de decisión) sobre obras que el artista aún no creó, al igual que el poder de abandonar al artista y cajonear sus canciones mientras se aseguran de atarlo a la compañía. Como los sellos son los que corren un riesgo al apoyar un talento aún no demostrado, los términos desiguales son justificados porque “así es la cosa”, un refrán que pasa de los ejecutivos a los abogados y los artistas más jóvenes.
Pero quizás algún día la cosa no sea más así.
En 2019, Taylor Swift inició una guerra contra el jefe discográfico Scott Borchetta, cuando este le vendió su catálogo a su enemigo Scooter Braun sin consultarle. El verano pasado, Kanye West tuiteó su contrato con Universal Music, criticando al sello por haberlo maniatado con términos muy estrictos; artistas como Hit-Boy, YG, Russ y Logic manifestaron su apoyo. Esta rebelión de superestrellas contra sus contratos mezquinos se dio mientras se desarrollaban protestas en todo el mundo para reclamar el fin de la brutalidad policial y el racismo sistémico. La protesta #BlackoutTuesday en Instagram también fue iniciada por trabajadores negros de compañías musicales.
Por primera vez la industria discográfica debía confrontar una justicia reparadora. Algunas compañías aceptaron revisar contratos históricos de artistas negros y potencialmente borrar deudas impagas o volver a una mesa de negociación. Pero otras se ocultaron tras donaciones de caridad, declaraciones vagas sobre la igualdad y el posteo de cuadrados negros en Twitter. Una cosa, sin embargo, era clara: los artistas estaban hartos de la industria y querían un cambio.
En conversaciones con ROLLING STONE, managers, abogados y otros líderes de la industria dijeron que hubo un cambio, pero sigue habiendo muchos obstáculos. “Ya no hay vuelta atrás”, dice Anokunte. “No podés decir que querés cambiar y no cambiar. Para los errores de los últimos cien años es demasiado tarde. Pero con esos errores las compañías van a seguir ganando miles de millones de dólares en acciones. Cuando sos dueño de masters de Madonna, los Beatles, Tracy Chapman, Alanis Morissette… tenés ganancias aseguradas por 300 años. Entonces, ¿por qué no hacer contratos mejores los próximos 10 años?”.
Anokunte señala que los tres sellos más grandes (Universal, Sony, Warner) son compañías públicas supervisadas por accionistas, los que podrían enfurecerse si los sellos ceden sus bienes más valiosos. En un caso como el de Anita Baker, una artista que hace poco les pidió a sus fans que dejaran de escuchar su música en streaming mientras intenta recuperar sus masters, los sellos probablemente apunten a la Sección 203 de la Ley de Copyright, que les da a los artistas la oportunidad de reclamar sus derechos de propiedad después de 35 años.
Pero en busca de nuevos talentos, los sellos ya están ofreciendo contratos con mejores términos. Los acuerdos con propiedad “perpetua” están dejando paso a acuerdos de licencias que devuelven los derechos tras un período de tiempo. Curtis Waters, cliente de Anokunte, usó su éxito de TikTok “Stunnin’” para acortar el período de su licencia. Cody Fitzgerald, líder del grupo indie Stolen Jars y miembro del Label Relations Committee de la incipiente Union of Musicians and Allied Workers (UMAW), dice que esto debería ser la norma: “La idea de que alguien sea dueño de tu música de manera perpetua es absurda. La mayor parte del dinero la ganás en los primeros 10 años de un disco, salvo que seas Adele”.
Otros términos nuevos incluyen divisiones de la ganancia neta, en lugar de pagos de regalías, donde el artista y el sello comparten la ganancia en un 50-50 luego de recuperar la inversión. Jacky Tran, miembro de UMAW, dice que los sellos están más abiertos a hacer contratos por un solo disco, que “no obliga a los artistas a hacerse cargo de las pérdidas” y en cambio “hacen que el sello acepte que puede tener que renegociar y ofrecer acuerdos más competitivos” en el futuro.
Esta posición más simpática de los sellos tiene mucho que ver con su imagen pública, al igual que con el hecho de que las ganancias de la industria están otra vez en alza, luego de 20 años brutales. LaPolt señala que la última vez que los contratos eran especialmente abyectos fue a mediados de los 2000, después de Napster pero antes del streaming, cuando los sellos querían compensar pérdidas con acuerdos horribles con recortes en todas partes.
Pero muchos sellos también son feroces creadores de éxitos virales del presente. Para protegerse de los riesgos en esas apuestas, un profesional de la industria que pidió mantener el anonimato dice que los sellos están agregando muchos “términos paternalistas” para que los contratos les permitan elegir productores y tomar decisiones creativas o asegurarse “salidas” legales si una relación se pone fea. Los artistas no gozan de tal red.
“Si tenés que hacer tantas cosas para protegerte, probablemente no deberías firmar un contrato con esa compañía”, dice la fuente. También sugiere que los sellos abandonen los adelantos, que en realidad son préstamos gigantes, y en cambio ofrezcan inversiones: “Me gustaría que los artistas tengan un sentido de participación en el arte que crearon. No es solo ser dueño del master, sino tener la capacidad de participar en cómo se genera la ganancia y cómo se explota ese master. No hay motivos para que un artista no pueda ser también socio”.
Adam Brainbridge, que graba música como Kindness y también es parte del comité de Label Relations del UMAW, hace poco tuvo que supervisar el contrato de un conocido. El extenso documento estaba plagado de frases contradictorias: le prometía al artista retener sus derechos, pero en otra parte decía lo contrario. “Sin exagerar, era el contrato más jodido que haya visto en mi vida”, dice. Bainbridge se lo mostró a un abogado, que le dijo que contratos así eran totalmente ejecutables en general a favor del sello. “Aun si alguien escribió un contrato deliberadamente manipulador y ambiguo, no podés hacer nada”, dice Bainbridge. “La ley muchas veces se encuentra del lado del sello que tiene ese papel que dice: ‘Vos firmaste esto y deberías haberte asesorado antes de firmarlo’”.
Este desequilibrio de poderes inherente entre los sellos corporativos y su ejército de abogados, por un lado, y los artistas deslumbrados, por el otro, no se puede resolver con un abogado del lado del artista, puesto que los abogados a los que se les pagará por comisión lo único que quieren es un acuerdo lo más rápido posible. De hecho, hasta pueden tener una relación con el sello. “Es un conflicto de intereses filosófico”, dice el profesional de la industria de la música. “Los artistas no leen estos malditos contratos; tienen 90 páginas”, agrega Anokunte.
Esperar que la industria se reforme a sí misma puede ser tan absurdo como una obra de Samuel Beckett. El cambio vendrá invariablemente cuando los marginalizados se unan contra el centro de poder. Muñoz, la manager de Cuco, dice que encontró a la abogada de Cuco a través de un círculo de mujeres amigas. “Mi prioridad era armar un equipo de gente de color”, dice. “Como alguien de color en la industria, una sabe lo que se siente estar del lado del más débil”.