Una biografía no oficial de la mascota más intimidante, replicada y reconocible de la cultura rock
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Eddie the Head lo resiste todo. En la portada de Senjutsu, el decimoséptimo álbum en estudio de Iron Maiden, publicado el 3 de septiembre, empuña una katana, sin intenciones de romper el contacto visual con el que nos desafía. Su cuerpo está protegido por una armadura ō-yoroi y su cabeza, alguna vez lobotomizada, ahora porta un casco kabuto. Eddie sobrevivió hasta la Batalla de Inglaterra. Así que quien espere un seppuku, que corra a las colinas. Quizás su intransigencia más impresionante resida en no parecer sensible al paso del tiempo. A lo largo de cuatro décadas y más de setenta iteraciones, esta extensión antropomórfica del imaginario Maiden ha llegado a convertirse, sin discusión, en la mascota de banda más famosa del planeta. ¿Qué tiene que otras no tengan? ¿Por qué es que sigue siendo el emblema heavy por excelencia en pleno 2021?
Como ícono cultural, Eddie the Head encapsula todos los atributos del heavy metal; género que, no obstante el lugar en el tiempo donde nos encontremos, se mantendrá vigente en tanto existan cosas contra las que rebelarse, así sean unos padres pesados o las grandes injusticias sociales y sistémicas.
“Solía meterme en problemas en mi clase de dibujo por incorporar a Eddie en mi trabajo”, le cuenta a Rolling Stone el artista Bob Cesca, que dirigió seis videos para la Doncella de Hierro. “Había algo arriesgado en el personaje, algo enigmático y demente que conectó con todos los chicos de aquella época. Como buen adolescente de los ochenta, yo también estaba totalmente cautivado por Eddie”.
Eddie tuvo su presentación oficial en los albores de esa década, cuando Iron Maiden lanzó su debut homónimo, el 14 de abril de 1980, al frente de la Nueva Ola del Heavy Metal Británico, movimiento que mixturó las fórmulas conocidas de la música pesada con la vitalidad insurrecta del punk (aunque se mantendría a distancia prudencial de esa escena).
No sería errado definir a Maiden como la expresión sonora de los años thatcheristas: la Gran Bretaña postindustrial estaba en decadencia, las fábricas cerraban y las juventudes desahuciadas buscaban formas de solventar gastos y subsistir en un mundo para el que, desde el vamos, no estaban calificadas. Formar una banda se presentó como alternativa posible (Tony Iommi, por ejemplo, literalmente se había cortado los dedos en una fábrica ensambladora de metal antes de fundar Black Sabbath).
Los ochenta, por otro lado, también fueron una época particularmente fértil para el tratamiento del arte de tapa. El artwork importaba porque consumir discos en formato físico todavía constituía la norma más que el fetiche de coleccionistas, como ocurre hoy; y las portadas, entonces, seguían siendo concebidas como oportunidades preciosas para establecer una atmósfera. Consecuentemente, los ilustradores eran tanto más valorizados. Pink Floyd tuvo a Storm Thorgerson. Yes, a Roger Dean. Y el éxito de Iron Maiden está inextricablemente ligado a la presencia de Derek Riggs.
Riggs alquilaba un cuarto en la esquina de Oakfield y Endymion, a una cuadra de Finsbury Park, al norte de Londres. Se sostenía tomando encargos de diseño gráfico encomendados por las grandes disqueras. La vista que lo acompañaba todas las noches (el puente ferroviario, las terrazas vecinas) sirvió de telón de fondo para las urbes amarillentas en los primeros dos discos de Maiden.
Rod Smallwood, manager histórico de la banda heavy, se cruzó en algún punto con el portfolio de Riggs; y su atención se vio concitada por una imagen bajo el título “Electric Matthew Says Hello”, de la que no hay registro alguno. Electric Matthew, el demonio epónimo, serviría de prototipo para Eddie. Solo había un inconveniente: estaba pelado. Maiden demandó que su mascota tuviera un pelazo, hecho que no debería sorprender a nadie que haya visto, por ejemplo, los bucles del guitarrista Adrian Smith. Riggs acató a la condición capilar y se formalizó así el comienzo de una asociación artística que demandaba contractualmente la exclusividad del ilustrador.
Nacido el 13 de febrero de 1958 en Portsmouth, los años formativos de Derek Riggs se vieron fuertemente impactados por la influencia del cómic de terror estadounidense, por entonces responsabilizado de la escalada en delincuencia juvenil. El género, cuyos orígenes pueden retrotraerse a las series de Prize Comics en los cuarenta, terminó de madurar su forma con la antología Black Magic, signada a dúo por Joe Simon y Jack Kirby. El último, específicamente, una inspiración directa de Riggs. En una entrevista con el periodista Cyrus Aman, el dibujante afirmó: “Las historietas deberían, por naturaleza, ser estilizadas, y Jack Kirby hizo eso. El arte hiper realista no tiene filo”.
Los elementos que Derek Riggs tomó del horror gráfico y filtró a través de su propio trazo intrincado no solo delinearon la estética de Eddie the Head sino que sentaron escuela para el heavy metal en su totalidad. Las visualidades de Riggs se consolidaron como condición sine qua non para la identidad Iron Maiden; tan indispensables como los solos armonizados (donde la misma melodía es tocada una tercera/quinta más arriba o abajo), la poética grandilocuente y los tonos de Bruce Dickinson, sirena de guerra que vino a sustituir los fraseos del vocalista anterior, Paul Di’Anno.
The Number of the Beast (1982), el primer álbum de Maiden cantado por Dickinson, representó un salto cualitativo drástico para la banda. Esa evolución se anunció desde la misma tapa, que muestra a un Eddie titiritero en dominio del demonio. Fue completada a los apurones, de viernes a lunes. The Number of the Beast parecía subvertir la proclama de John Lennon: si los Beatles eran más populares que Jesús, entonces Eddie era más grande que el Diablo.
La sociedad Maiden-Riggs prosiguió durante la totalidad de los ochenta, desplegando otro de los puntos fundamentales en torno a la atemporalidad de Eddie: esa narrativa que se iba desarrollando, con mucha soltura, portada a portada. Seguir a la Doncella de Hierro es como ver el desenvolvimiento de una película en tiempo real; una donde Eddie atraviesa múltiples transformaciones, reteniendo pese a todo su carácter de chaotic evil. La lobotomía de Piece of Mind (1983), por decir, fue recuperada en la cicatriz del single “The Trooper”, y posteriormente desprendería luminiscencia en Live After Death (1985), aquel excelente registro de Iron Maiden como banda en vivo.
Puede que el súmmum estético de Iron Maiden se encuentre en Powerslave (1984), el LP con Eddie personificado como faraón egipcio. Riggs comenzó el boceto para esa pieza en una hoja A3 que era propicia al calco, y fue adhiriendo papel en los costados a medida que su dibujo se acrecentaba. Las proporciones de este cuadrado terminaron alcanzando el metro y medio, medida a tono con la épica de un álbum cuyo cierre, “Rime of the Ancient Mariner”, alcanza famosamente los catorce minutos.
Harto de la antigüedad en el Nilo, Eddie viajó directo hacia el futuro en Somewhere in Time (1986), metamorfoseando en una suerte de Terminator inserto en la distopía ciberpunk de Blade Runner. “Roban todo de películas, es lo único que hacen”, le dijo Riggs en 2013 a Auburn Reporter, cuando sus sentimientos por el grupo eran claramente muy diferentes que los del inicio de la relación. “Estuve con ellos en una librería una vez y lo único que hacían era observar portadas de libros y decir: ‘Uy, que Eddie haga esto y aquello’, robando ideas en lugar de probar algo original. Las ideas que me daban fueron robadas de otros lados. Yo hice lo mejor que pude para inyectarles algo de vitalidad”.
Si Eddie the Head empató en destinos visitados con su contemporáneo Jason Voorhees (otro machote con machete de los ochenta que, cual jubilado, aprovechó sus días de descomposición para conocer Broadway, el infierno y el espacio), fue por haber sido concebido desde el vamos como una figura esencialmente renovable. Esto se debe al genio marketinero de Smallwood, que se mantuvo constantemente inflexible en lo que respecta a la obligatoriedad del branding. Ningún integrante humano de Maiden es tan reconocible como Eddie, hecho que nunca fue en desmedro de su notoriedad como grupo; y la insistencia de Smallwood sobre no descuidar la gráfica resultó en que Eddie the Head se consagre como la mascota más vestida del mundo, además de la más conocida. Cada fan que alguna vez salió de su casa con una remera de Eddie fue una publicidad transeúnte para Iron Maiden.
Hasta ahí la situación era ideal. Desde una perspectiva comercial, el bajo consumo de Maiden implicaba altos ingresos. Tanto Smallwood (o Smallwallet, “billetera chica”, según lo apodó el mismo grupo) como Steve Harris, líder de la banda, tomaron nota y redoblaron la apuesta por el ajuste. El recorte empezó por Derek Riggs, quien suele asegurar que nunca vio regalías por el merchandising vendido en las décadas subsiguientes. Los dibujos ya eran propiedad legal de Maiden, así que la banda optó por seguir ordeñando a esa vaca y reciclar los Eddies de los ochenta.
Riggs, naturalmente, se hinchó las pelotas. En la mencionada entrevista, afirmó también: “Las portadas, mi trabajo, estaban recibiendo más atención que la música, y eso les tocó el ego. Se paseaban por el mundo diciendo que las ideas eran suyas y que yo solo era el mono imbécil que las pintaba. Me dijeron: ‘¿Cuándo se te va a caer una buena idea?’. Dije: ‘¿Ah, son suyas? Entonces díganme qué pintar y lo pinto. Veamos qué tienen’. Y no tenían nada”.
“Yo soy dueño del personaje. El personaje nunca se mencionó en el contrato. Nunca lo vendí y nunca me lo compraron. Lo único que se menciona en los contratos son los derechos de las pinturas que hice para Maiden. Nunca tomé acciones legales porque ya no tenía ganas de pintar a Eddie, así que me fui”, concluyó el dibujante, como quien necesita reafirmarse que en verdad fue quien cortó primero con su ex. Cuando Rolling Stone lo contactó para conversar al respecto, Riggs alegó que ya no daba entrevistas a larga distancia.
Entrados los noventa, Maiden convocó a Melvyn Grant para la portada de Fear of the Dark (1992) en un intento de actualizar a Eddie y desmarcarlo de su origen comiquero. Grant fue el primer exógeno en pintar a Eddie, y posiblemente el más exitoso también: el arte de Fear se sostiene por sí mismo. El artista volvió a ser llamado para ocuparse de Virtual XI (1998) y The Final Frontier (2010). Segundo en cantidad de discos de estudio ilustrados está Mark Wilkinson, responsable de The Book of Souls (2015) y, ahora, Senjutsu.
Hugh Syme, el visionario detrás de Rush, contribuyó, para X Factor (1995), con un Eddie que polemizó por tratarse de un modelo fotografiado. Tim Bradstreet tuvo mejor recepción con A Matter of Life and Death (2006), tal vez favorecido por su adyacencia a The Punisher. Por su parte, el concepto de Eddie-parca podría haber funcionado, pero la ejecución de Dance of Death (2003) fue meritoria de ídem; motivo por el cual el artista David Patchett renunció a su autoría luego de ver la intervención digital de su propuesta primeriza.
Riggs no fue el único pilar fundacional de Iron Maiden alguna vez desplazado. Tanto Bruce Dickinson como Adrian Smith, el de los bucles, tuvieron que saltearse una parte considerable de las giras y los discos de los noventa por diferencias creativas con Steve Harris (el trío se daría otra oportunidad en el 2000, con Brave New World). Era como si Harris, de base infame por ser denso, estuviese haciendo todo para boicotear el éxito de su propio proyecto; y para colmo, en una década donde el metal ochentero comenzaba a enrojecer de herrumbre, en parte por los subgéneros nacientes del heavy y en parte por la apatía chic que ofertaba el grunge.
Si la banda sobrevivió a la partida de Dickinson, superhéroe humano si los hay (repasando y de memoria: Bruce es vocalista, esgrimista olímpico, autor publicado y piloto de avión), fue a pesar de sí misma y a causa de la fachada férrea donde se subsumen todas las individualidades. En otras palabras, fue por Eddie.
A pesar de su reconocimiento unívoco como hito del diseño gráfico, la versión embrionaria de Edward T. Head emergió en los escenarios, multidimensional. Desde sus apariciones más tempranas, Iron Maiden ya exhibía aspiraciones performáticas, y estas podían apreciarse en la parafernalia modesta que facilitaba Dave “Lights” Beasley, el estudiante de arte que ofició como primer iluminador de la banda. Steve, en busca de la innovación, le dio rienda libre a Beasley para que experimentara con cosas nuevas; y el resultado fue una cabeza de papel maché que, auxiliada por una bomba de aire escondida, regurgitaba sangre artificial durante “Iron Maiden”, la canción.
Esta máscara sin nombre adoptó la nómina de Ed por su proximidad fonética en inglés británico a “head”, cabeza. Al poco tiempo devino en Eddie. Esto significa que, bajo cierta óptica y por mucho que podría haberle pesado a la burguesía argentina de los años cuarenta, Eddie fue en sus inicios, literalmente, un cabecita negra.
Cuenta la historia que Beasley arribó al concepto de un Eddie caminante después de llevar a sus hijos a ver una obra de teatro, Jack and the Beanstalk, que culminaba en la aparición sorpresa de un gigante caminando entre la audiencia; hecho que, bajo cierta óptica y por mucho que podría resultarle carnavalesco al director Martin Scorsese, pavimentó el recorrido para el despliegue teatral que caracterizaría a Iron Maiden como banda en vivo.
Fueron las apariciones en escena las que convirtieron a Eddie en algo más que un apéndice visual, algo más que el telón pintado que, así y todo, sigue conformando la escenografía de los recitales. El personaje coaguló en el punto de venta de cada gira precisamente porque el factor sorpresa, lo novedoso, residía en cómo sería encarnado Eddie cada vez. La pirotecnia se volvió progresivamente más elaborada con el correr del tiempo; Eddie lo ha hecho todo, desde inflamar sus ojos hasta tocar la guitarra en zancos, pero lo más ineludible sigue siendo su intervención gigantesca cuando suena “Iron Maiden”, la canción, justo antes de los bises.
Para la aurora del nuevo siglo, Eddie ya era más entrañable que espeluznante, pero se vio particularmente beneficiado por el halo nostálgico que experimentan las tendencias cuando se renuevan, estimadamente, cada veinte años. En los tempranos 2000, Iron Maiden contactó a Bob Cesca, del sitio de animación flash Camp Chaos, para que realice los seis videos que se incluyeron como material extra en el DVD Visions of the Beast (2003). Cesca materializó su visión, situada en algún punto intermedio entre Beavis & Butthead y Spitting Image, con asistencia de Marc Manalli.
De la experiencia de conocer a los integrantes de Maiden, Cesca compartió una anécdota con Rolling Stone: “Cuando estaba en Londres, pasé una tarde entera con Bruce en el lounge de su estudio y, después, en el backstage del Shepherd’s Bush Empire, donde básicamente me sumarió la idea para su película de Aleister Crowley. Bruce, todo energético antes del show, me describió en un detalle granular la sinopsis, interpretando cada personaje con todos sus bruceísmos. Me parecía que la película sonaba como un desquicio, y recién ahí fue cuando se me acercó y dijo: ‘Y ahí es cuando entran los créditos del principio’”. Chemical Wedding, el film en cuestión, terminó estrenándose en 2008 con guion de Dickinson y dirección de Julian Doyle.
La constancia de Iron Maiden a lo largo de cuatro décadas de trabajo ha sido instrumental en el culto en torno a Eddie the Head. Y la otra cara de la devoción es un intenso sentido de propiedad. Eddie fue precursor de una visualidad asociada al heavy metal, y facciones de fans encuentran una actitud casi violatoria cuando su estética es apropiada por terceros que no son parte. Las popstars son particularmente escrutadas. Un meme de Miley Cyrus con una remera de Eddie, por ejemplo, es rematado con un subtítulo petulante: “Hora de escuchar a tu remera”.
Argentina no está exenta de la Maidenmanía global, ni mucho menos. Han existido incontables instancias de diálogo entre la banda y nuestra idiosincrasia. La más infausta aconteció en 2001, cuando la Doncella de Hierro se presentó en Vélez Sarsfield en el marco de la gira Brave New World, la que marcaba el regreso de Bruce Dickinson. Durante “The Trooper”, el vocalista flameó la bandera de la Union Jack, un hábito desde 1983. Fue recibido con un zapatazo y un crescendo de abucheos [ver nota aparte en esta misma edición]; reacción entendible pero curiosa cuando el blanco en cuestión había asesinado a Margaret Thatcher en la portada de un sencillo y dedicado una canción entera, “Como Estais Amigos”, a los difuntos en Malvinas. Al día de hoy, hay oyentes locales que describen el suceso como “lo que pasó en 2001″ (construcción que, sorpresa, bajo cierta óptica no deja de ser graciosa considerando todo eso otro que pasó en 2001 en Argentina).
Retomando la pregunta disparadora, el imperio de Eddie the Head puede haber sido cementado por recitales, constancia, marketing y un arco narrativo abstracto. Pero lo que verdaderamente encapsula del heavy metal, por sobre cualquier otro componente técnico o estético, es el sentido de comunidad. No son únicamente los solos armonizados, es la armonía inmediata que despierta el hecho de reconocerse hermanado con alguien en la calle a quien no conocés pero que usa la misma remera que vos. En ese sentido, Eddie es sin duda una insignia de pertenencia.
Es por eso que Eddie the Head concitó a 250.000 personas en un Rock in Rio, que inspiró videojuegos cuestionables y cifras incuestionables y supuestas reversiones de Phoebe Buffay (Friends). Y es por eso que Eddie sigue resistiendo. Hasta sobreviviría un accidente aéreo, con el del Ed Force One, piloteado por Bruce Dickinson, mientras Eddie cuidaba la aleta trasera. En cuanto a Dickinson, no tiene nada que envidiarle a nadie en términos de resiliencia: superó un cáncer de lengua en 2015.
El heavy metal puede tender al estancamiento y puede tener dificultades a la hora de resignificarse. Eddie the Head es gigante precisamente en virtud de ser lo familiar y lo mutante al mismo tiempo, y es por eso que seguirá resistiendo todo. Porque si Eddie está, Iron Maiden es.
Este artículo fue publicado en el bookazine Rolling Stone dedicado a Iron Maiden que ya está en kioscos de diarios y revistas.