David Fincher habla de la época dorada de Hollywood y su peligroso futuro
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Cuando David Fincher se reunió con los ejecutivos de Netflix la primavera del hemisferio norte de 2019, no esperaba que le dieran el equivalente de un cheque en blanco. Sin dudas, el realizador de 58 años (que había sido un niño prodigio de los videos musicales, pero es más conocido por haber tensado los límites cinematográficos con thrillers barrocos como Pecados capitales, sátiras de la masculinidad tóxica como El club de la pelea y relatos de los orígenes de las redes sociales como La red social) había ayudado a inaugurar la época dorada de los servicios de streaming con la primera serie original de la plataforma, House of Cards. Pero estaba acostumbrado a encontrar resistencia: no podés contar con ese presupuesto, no podés contar esa historia. ¶Así que cuando sus patrocinadores le dijeron que lo ayudarían a hacer cualquier cosa que quisiera, Fincher se acordó de un antiguo proyecto soñado: un guion que su difunto padre Jack había escrito acerca de la realización de Citizen Kane. No se trataba de la historia de su director, productor, protagonista y discutido coguionista, Orson Welles, quien a los 26 años tomó Hollywood por asalto. Esta sería la historia de Herman Mankiewicz, el guionista alcohólico que según la afamada crítica de cine Pauline Kael era el verdadero timón de la historia y el que insertó una bronca personal contra los ricos y poderosos en una de las películas más grandes de todos los tiempos.
Fincher quería rodarla en blanco y negro. Quería que hubiera guiños visuales a las películas de los cuarenta, como si el film hubiera sido encontrado en un baúl después de 80 años de acumular polvo. También incluiría un capítulo oscuro de la política californiana, la candidatura a gobernador de Upton Sinclair en 1934 y una campaña de desinformación supuestamente dirigida por ejecutivos del cine. Cuando Netflix aceptó, Fincher no lo podía creer.
Pero cuando ves Mank entendés por qué lo hicieron. La película teje un relato audaz, complicado y estilísticamente asombroso en un homenaje a una época pasada. Pero también es un drama desafiante acerca de la complicidad, el precio de enfrentar el poder y la manipulación de los medios, todo lo cual la vuelve por completo urgente en estos tiempos.
Durante una conversación de cuatro horas desde su casa en Los Ángeles, Fincher habló sobre homenajear a su padre (fallecido en 2003) en la pantalla, su reputación como estricto supervisor en el set, de por qué lamenta que El club de la pelea haya hecho enojar a un colega y más.
¿Cómo fue que tu padre terminó escribiendo el guion de Mank?
Mi papá escribía para un montón de revistas: Psychology Today, Sports Illustrated, Reader’s Digest. Había escrito una novela en los 50 o los 60, creo, y la quemó. Escribió un par de guiones en los 70. Cuando se retiró, buscaba un desafío, y me dijo: “Estoy pensando en escribir un guion. ¿Qué historia te gustaría leer?”.
Cuando yo era chico, él siempre me decía que Citizen Kane era la mejor película de la historia. Era una sabiduría heredada, algo que yo sabía aún antes de poder ver la película, a mis 12 años. Habíamos hablado del ensayo de Pauline Kael, “Raising Kane” y, cada vez que me contaba sobre el poder y la influencia de la película, el nombre de Herman Mankiewicz jamás aparecía. Así que le dije: “Hmm. Siempre me fascinó la tensión entre Mankiewicz y Welles en la realización de Citizen Kane. Esa historia no la contó nadie”. Y me dijo: “Oh”. Bueno, ¡él quería un desafío! [Risas]. Pensé que no lo había terminado.
¿Por qué no?
Mirá, cuando yo tenía 12 o 13 años, alguien le mostró a mi papá un truco de magia, algo con cartas y números. Se obsesionó: dejó literalmente de comer y dormir por seis o siete días hasta que lo entendió. Tendía a meterse y desaparecer en recovecos oscuros.
¿Heredaste ese rasgo?
Eso suena a la psicología barata estilo Rosebud [risas], pero no. Heredé mi ética de trabajo de mi madre: “Lo que sea que hagas, hacelo con toda tu energía. Las cosas hechas a medias jamás salen bien”. Mi padre, en cambio, tenía una tendencia a búsquedas interminables. Yo creo que terminé con 22 cromosomas de cada uno.
¿Pensás que tu papá se identificaba con Mankiewicz?
Me parece que Mankiewicz se sentía un marginal: él era un escritor de Nueva York que no recibía reconocimiento de parte del nuevo arte de Hollywood. Y como escritor de revistas, mi papá podía identificarse con eso. Y como director de videos musicales, yo también.
¿Qué querés decir?
Yo hacía un video de Michael Jackson y la gente decía: “Dios mío, ¡es genial!”. Y otros decían: “Sí, pero es un video de Michael Jackson. No exageremos”.
Mucha gente asumiría una afinidad mayor entre vos y Welles en lugar de Mankiewicz, porque…
Absolutamente.
… llegaste a Hollywood con un currículum exitoso en otra cosa que no eran los largometrajes. Tuviste éxito a una edad temprana, armaste tu propia compañía. Y…
Y tengo una barba candado, pero… [risas] quiero dejar esto en claro, porque se volvió un maldito problema con la prensa alrededor de esta película: soy un gran fan de Orson Welles. Era un genio y mi película no pretende disputarle nada a él. Citizen Kane es una obra de Orson Wells. Pero hay algunas cosas por debajo que definitivamente son obra de Mankiewicz. El cine es un trabajo colaborativo. Es así.
Pero hay pocos directores indiscutibles hoy en día y vos sos uno de ellos. Tu nombre es muy reconocido.
Yo voy a ver las películas de Steven Soderbergh porque sé que la historia va a estar muy bien contada. Voy a ver las de Sam Mendes porque sé que va a haber una gran atención por los detalles. Pero me refiero a la fantasía de la teoría de los autores, que cree que podés tallar algo en piedra, llevarlo a una reunión de preproducción y decirles: “Esta es la película. Los espero en el tráiler”. Y que eso luego se imparta a 85 personas para que ejecuten tu “visión”. El proceso no es así. Yo no pienso así.
Cuando tu papá empezó a trabajar en esto tenía cerca de 60 años, ¿no?
Más o menos, sí, y no hay dudas de que… Es decir, yo lo siento ahora. En esa época no lo sentía. Yo tenía 30. Así que el asunto de la crisis de la mediana edad era algo que en esa época se me escapaba. Era demasiado joven para apreciarlo. Ahora puedo entender que él estaba pensando en el legado de Mankiewicz y en su propio legado que antes no había visto. Ahora sí las veo.
El clímax de la película se da con una larga secuencia de Mank, interpretado por Gary Oldman, peleándose con unos tipos ricos en una elegante fiesta de William Randolph Hearst. ¿Cuántas tomas hicieron hasta que salió bien esa escena?
OK… [suspira] hablemos del tema de “él hace muchas tomas”, porque es un rumor que se fue de las manos. Rodamos esa escena en tres días y medio, quizás cuatro. Creo que hicimos 10 o 12 tomas con cada configuración, y probablemente hicimos 40. Sin dudas fue mucho trabajo para Gary. Creo que eso les da a los actores una idea diferente del principio, el medio y el fin, y me parece importante. Así que esa cosa de: “¡Oh, la apertura de La red social fueron 99 tomas!”. Bueno, fueron 99 tomas en dos noches y 12 configuraciones. Creo que hay una ignorancia profunda de cómo funcionan estas cosas. No voy a decir que les hago las cosas fáciles a todos, pero…
Tu reputación de director que hace 70 tomas de cada escena…
¡No es así! ¡No filmo 70 veces todo!
¿Es una exageración?
Sí. Mirá, si hacés 14 tomas y en general usás la número 12, no está mal. Si hacés 14 y casi siempre usás la segunda, entonces tu proceso no está funcionando muy bien [risas].
Antes me daba más vergüenza decir: “Hagamos otra”, porque me habían hecho creer lo que pensaría un actor, que es: “¿Querés otra? ¿Qué estoy haciendo mal?”. No estás haciendo nada mal. De hecho, yo tampoco estoy haciendo nada mal si te pido que hagamos otra. Lo que estamos haciendo bien es tratando de que esto parezca natural, como recién salido del horno. Siento que mi responsabilidad es esa.
Cuando firmaste para hacer House of Cards, ¿tenías idea de que ibas a estar facilitando un enorme cambio de paradigma en la televisión?
Antes que nada, jamás recibí un llamado de Netflix diciendo: “Hey, ¿te gustaría ser parte de un cambio de paradigma?”. Eso nunca pasó. [Risas]. Pero me interesaban relatos en formatos largos y todo empezó cuando vi la fría recepción del público masivo a Zodiac [la lenta película de Fincher de 2007 sobre la búsqueda del asesino Zodiac]. Pensé: “Bueno, dos horas y 45 minutos no es tanto”. Pero aparentemente sí es mucho. En general, la gente que gasta 15 dólares para ver una película quiere algo con la forma de una flecha que viaje lo más rápido posible hacia su destino. Pero la idea de una narrativa en la que ya pasaron tres horas y sucede algo que hace que debas reevaluar lo que pensabas del protagonista por completo me parece interesante.
Nunca había visto un lugar para mí en la televisión. En un momento me ofrecieron dirigir el piloto de Deadwood, y cuando leí el guion, dije: “No es televisión, ¡es HBO!”. [Risas] Me entusiasmaba la idea de hacer algo expansivo. Cuando eligieron House of Cards, una de las cosas que dijimos fue: “Queremos que pienses en el control remoto como si fuera un diario junto a tu cama. Está el Capítulo Uno, el Capítulo Dos... Es algo que vas revisando y a lo que podés volver cuando quieras”.
En 1999, salieron ¿Quieres ser John Malkovich?, Three Kings, Magnolia, Election, Matrix, por nombrar solo algunas. ¿Sentías que eras parte de algo más grande que ocurría en el momento, o era más como si dijeras: “No voy a empezar una revolución”?
“... ¿Voy a tratar de hacer mi pequeña película hasta que se den cuenta de que es homoerótica?” La segunda [risas]. Me acuerdo de que vi los tráilers y pensé: “Eh, no estoy seguro de que el mercado de la World Wrestling Federation al que estás apuntando aprecie los tonos homoeróticos de lo que les venden”.
Sí, había muchas películas interesantes que llevaban años en producción, y de repente salieron al mismo tiempo. Obviamente no era que yo iba a comer con Spike Jonze y decíamos: “Qué buen momento para estar vivos, ¿no?”. [Risas] Él decía: “Estoy actuando en una película de David Russell… y todo el mundo se pelea”. Teníamos problemas más importantes. Entiendo lo que decís. Pero en 1999, yo estaba encerrado haciendo El club de la pelea.
Una película tan controvertida que otro realizador deseó que te agarrara un cáncer. [En una entrevista para Rolling Stone en el año 2000, Paul Thomas Anderson dijo que después de ver 30 minutos de El club de la pelea, pensó: “Ojalá a David Fincher le agarre un maldito cáncer de testículos”].
[Risas] Sí. Mirá, yo viví el cáncer de alguien a quien amo y entiendo que si alguien pensara… No sentí que nos burláramos de sobrevivientes o víctimas del cáncer. Lo que yo pensé que estaba haciendo Chuck [Palahniuk, en cuyo libro se basa la película] era hablar de un ambiente terapéutico que pudiera ser infiltrado o abusado. A lo que nos referíamos era el vampirismo empático. El cáncer es difícil. Es algo jodidamente horrible. Entiendo la cita de Paul. Si estás en un estado emocional difícil, o atravesaste algo muy grande… Mi papá se murió, y sin dudas eso me hizo sentir diferente acerca de la muerte y el sufrimiento [pausa]. Y probablemente a mi papá El club de la pelea le gustó menos que a Paul.
Dijiste que las películas de esta época son para pasar el verano o intentos de conseguir prestigio estilo “invierno melancólico”, y que tu obra no encaja en ninguna de las dos categorías. ¿Sentís que sos el último de una estirpe de realizadores en vías de desaparición?
No, no me parece. Siempre va a haber gente punzando, insistiendo, hurgando y buscando nuevas formas de hacer lo mismo, nuevas formas de hacer cosas que jamás imaginamos.
Mirá, dirigir una película es como pintar una acuarela a tres cuadras de distancia, con un telescopio, un walkie-talkie y 90 personas sosteniendo el pincel. Por más frustrante que suene, cuando ocurre es algo maravilloso y estimulante.
Existe la idea de que las películas se están muriendo, pero no. Simplemente están cambiando. Y uno cambia con ellas. Creo que cualquier persona que, como yo, tenga curiosidad sobre cómo impartir su historia, va a tener muchas más oportunidades, al menos a corto plazo. Y según cuánto dure la pandemia, quizás sea necesario mucho más.