A un año de la muerte de Diego, el tanguero recuerda su relación con la familia Maradona y la vez que cantaron juntos en una cancha de fútbol
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A los seis años, empecé a jugar en el Club Parque. En ese equipo jugaba el Turquito Maradona, el hermano menor de Diego, y a partir de ahí jugué con él y conocí a toda la familia, que nos venía a ver a los partidos. Ya desde los 11 años empecé a ir a la casa de los Maradona. Me acuerdo de que salimos campeones en sexta división y Diego nos vino a ver y al otro día nos invitó a la quinta en Moreno a comer un asado.
Después él explota y se va a Barcelona, luego a Napoli y no lo vi más, hasta 1986, cuando viene para Buenos Aires tras ganar el Mundial. Con un compañero mío del secundario nos fuimos para la casa de Diego a recibirlo. Había unas 300 personas en la puerta. Y en eso sale Lalo, su otro hermano, y cuando me ve, me hace pasar. No podía creer mi suerte. Éramos Lalo, doña Tota, Diego y yo, nadie más… Me acuerdo de que él estaba en el fondo, colgado de un arnés, porque estaba muy dolorido de la espalda. Para mí fue como una película de Fellini. Diego estaba en la cima del mundo y me dijo: “¿Qué hacés, Cucu? ¿Cómo anda el tango?”. Él era muy tanguero y me acuerdo de que en un grabador sonaba todo el tiempo “Cara de gitana”, de Daniel Magal.
Me volví a reencontrar con él recién en 2019, en un partido de fútbol a beneficio de la fundación que había atendido a Sergio Gendler, que había muerto hacía poco. Diego era muy amigo de él y se decía que por ahí iba, pero con él nunca se sabía. Con esa expectativa de poder verlo me mandé para Argentinos. Entré y me metí al vestuario, porque había muchos jugadores que me conocían. Yo estaba muy emocionado de estar ahí esperando a Diego. Y en un momento estaba el Checho Batista hablando por teléfono y nos dice: “Está viniendo el gordo. Quiso parar en una casa de deportes para comprarse unos botines porque quería pisar el césped de la cancha de Argentinos con botines”. Esos berretines de Diego. A los diez minutos estaba en la puerta del vestuario y empiezo a escuchar eso que llamo “ruido a Diego”, el murmullo que va creciendo a su paso y cuando se abre la puerta aparece. Yo no lo veía desde 1986, cuando tenía 18, el pelo largo y era flaco. Ahora, con más de 50, gordo y pelado, le abro los brazos y me presento como Cucuzita, porque si no le decía, no me iba a reconocer. Entonces se ríe cómplice y me abraza y al oído me dice: “¡Cucuza, la concha de tu hermana, te pasó un tren por encima!’. Nos cagamos de risa, pero me emocionó muchísimo que tuviera ese gesto de acordarse de mí, más allá de la broma. La humanidad de Diego y ese don de gente de siempre hacerte sentir cómodo.
Después fuimos a la cancha y fue una fiesta. Me quedé al lado de Diego en el banco todo el partido. Cuando agarró el micrófono para despedirse de la gente, el Pipa Gancedo, que es mi amigo, me toma de la mano y le grita: “Diego, Cucu te quiere cantar un tanguito, ‘El sueño del pibe’”. Yo sabía que ese tango él lo cantaba y agarré el micrófono y empecé y él se sumó y terminamos cantándolo a dúo. No me lo olvido más. Cantar con Diego siempre fue un sueño para mí y ese fue uno de los momentos más importantes que me han pasado en la vida… y eso que me pasaron cosas buenas, eh.