La película registra los días que De Loof pasó en el Copacabana Palace gastando el dinero que había reunido mediante donaciones para un espacio cultural que nunca se concretó
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La primera vez que el realizador Fernando Portabales y Sergio De Loof se vieron las caras fue en la suite del Copacabana Palace donde harían juntos una película. En ese momento Portabales encendió la cámara. De aquellas jornadas en Río de Janeiro resultó Copacabana Papers, protagonizada por De Loof, su amigo Cristian Dios y, de algún modo, el propio Portabales, es decir todos los que estaban en esa suite. Se estrenó en la última edición del Bafici y, decretos o habilitaciones mediante, se espera proyectar este mes en el Museo de Arte Moderno.
Documental, reality, neo-neorrealismo, la película registra los días que De Loof pasó en el cinco estrellas carioca gastando el dinero que había reunido antes, mediante donaciones, para La Guillotina, un frustrado espacio cultural, un nuevo “lugar de De Loof” que nunca se concretó. “Si la querés escribir, no sale”, dice Portabales. Creador visual con mucha experiencia en música –más de trescientos conciertos documentados–, explica que solo lo conocía a través de las redes sociales, pero cuando supo lo que De Loof tramaba entendió rápidamente que “ahí había una película”.
Muy a la manera del creador de clubes como El Dorado, Bolivia, Morocco y Ave Porco, a Portabales la intuición no le falló. A pesar de los recursos mínimos, la casi nula preproducción o guión y, sobre todo, lo imprevisible e indomable de la figura central, Copacabana Papers funciona casi tan paradójicamente como las obras de De Loof. Incorrecta, aparentemente desordenada, caprichosa y, si se le canta, burda, la película finalmente es un justo retrato de este artista que, entre otras cosas, representa un capítulo básico de la cultura porteña en el cambio de milenio. Justamente por esa relevancia, De Loof era candidato firme a un documental rico en testimonios y material de archivo. Portabales eligió un camino muy diferente: “No queríamos caer en el formato documental. Si usábamos archivo, debía ser todo tipo de contenido, cualquier cosa que nos diera ganas de usar, con esa idea de resignificar los materiales, de la que Sergio fue pionero”, arriesga Portabales.
Otra clave fue Cristian Dios, socio creativo y operativo de De Loof en sus complots más recordados. También en este último proyecto, en el que aporta un contrapunto fundamental para potenciar, a veces apenas con monosílabos o miradas furtivas, el show de excesos looftianos. “Los dos son muy geniales –dice Fernando–. Los dos tienen esa capacidad de transformar la chatarra en oro”. De Loof murió el 22 de marzo de 2020, días antes del estreno de Copacabana previsto para la suspendida edición del Bafici, y cuando todavía estaba montada una retrospectiva consagratoria con su nombre en el Museo de Arte Moderno. Pero alcanzó a apreciar un primer corte del film. “No me pidió un solo cambio. Lloró, me abrazó y me dijo: ‘Lo lograste’”, dice Portabales