Cada vez más argentinos viajan a California para trabajar de ‘trimmers’ podando cogollos. Cuánto dinero pueden ganar y qué chances tienen de caer presos
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“Estábamos en una de las carpas desayunando y de repente escuchamos ruidos de motos, autos, camionetas. Cuando nos dimos cuenta estábamos arrodillados y esposados”, cuentan Nicolás y Claudia, una pareja marplatense que dos semanas antes había llegado a una granja de cannabis en una montaña inhóspita y boscosa del condado de Humboldt, California, para trabajar en la temporada de trimming. El año anterior también habían estado ahí y no habían tenido problemas: en dos meses llegaron a hacer más de 6.000 dólares cada uno. Esa mañana de julio de 2020, entre miembros de la policía, la DEA y la Agencia de Protección Ambiental de California pensaron que terminaban deportados, pero zafaron. “Con tractores destruyeron todas las plantas de los 16 invernaderos que había y al dueño le metieron una multa. Nos dejaron salir pero no cobramos ni un mango de lo que habíamos trabajado”. A los pocos días consiguieron trabajo en otra granja. Había que recuperar el tiempo y el dinero perdidos.
Ubicado en el norte de California, Humboldt integra lo que se conoce como el Triángulo Esmeralda, junto con los condados de Trinity y Mendocino. Su geografía rural de colinas, montañas y bosques de secoyas inmensos, frondosos, difíciles de controlar, lo convirtieron desde la década del 60 en el epicentro del cultivo de marihuana en Estados Unidos. Cada año, entre agosto y diciembre, decenas de personas de todas partes del mundo, especialmente de América Latina, arriban a la zona para trabajar en la temporada de trimming, la poda o manicura de los cogollos, el último eslabón en la cadena de producción antes de que salgan al mercado.
En los últimos años, cada vez más argentinos se animan a vivir esta experiencia de work and travel cannábico, tentados por números jugosos. El trabajo se suele pagar por producción y el rango va desde los 100 hasta los 150 dólares por libra de marihuana cortada, equivalente a casi medio kilo. Se espera que cada trimmer corte, al menos, una libra al día. Dependiendo de otros factores, pueden llegar a producir más. “Hay cepas de marihuana que son más pesadas, cerradas y con menos hojas, como las Cookies. Si es una buena cosecha, podés hacer dos o tres libras al día”, explica Tamara (31), de Buenos Aires, recibida en Sociología. Ella viajó dos años seguidos junto a su pareja y, como el del resto de los entrevistados, este no es su nombre real: todos pidieron reservar su verdadera identidad.
El trabajo del trimmer es sencillo, pero monótono. “A vos te llega una caja con los cogollos en las ramas y primero tenés que sacarlos uno por uno en un trabajo que se llama backdown. Después los tenés que cortar con unas tijeras especiales para sacarles las ramas y las hojitas. Tenés que hacer un corte bien fino”, explica Leandro (30), porteño y licenciado en Ciencias Económicas. “Te despertás, desayunás y a trabajar. Cortar y cortar hasta el almuerzo. Después cortar y cortar hasta la cena y a dormir. Tu trabajo es estar sentado y cortar todo el día, 11, 12 horas o hasta más. Como te pagan por peso, mientras más cortes, más ganás. No es arduo en términos físicos, sí mentales. Por momentos te requiere calmar la mente y no desesperar”, cuenta.
Cada trimmer maneja sus tiempos de trabajo, pero la autoexigencia es muy grande. “Ahí te empezás a conocer a vos mismo: cómo sos con la codicia, cuánto te pesa la plata, cuánto escuchás a tu cuerpo”, dice Alan (32), de Buenos Aires, que viajó a California en 2018 con un grupo de amigos. “Es paradójico, pero de alguna manera te autoesclavizás para sacar más guita. Si vos hiciste una libra antes de las cuatro de la tarde, no te vas a descansar, vas a tratar de hacer otra hasta la noche. Es loco porque todos somos viajeros, nos gusta disfrutar de la libertad y no ser parte del sistema, pero a su vez te ves atrapado en esta lógica de costo-beneficio. Decís: ¿tengo la tarde libre o hago otros 100 dólares? Vos sabés que te estás pagando tu futura libertad, entonces pensás: bueno, ahora no descanso, descansaré cuando termine de trabajar acá”, dice Leandro.
Los trimmers son verdaderos trabajadores golondrina cannábicos. Cuando entran en una granja, trabajan todos los días hasta terminar la cosecha, para luego pasar a otra y hacer lo mismo. “En dos meses habremos pasado por ocho granjas”, recuerda Alan. “Por eso es muy útil tener un auto para movilizarse”, añade. Las condiciones de vida son difíciles: viven en los mismos campos donde trabajan y duermen en carpas o camionetas. “Las instalaciones varían según la granja. Hay algunas en que tenés baño, ducha, cocina y wifi, y otras en que no tenés nada, el baño quizá es una letrina con un pozo ciego en el campo, la ducha es al aire libre y ni siquiera te llega la señal del celular”, explica Tamara. “Mientras trabajé ahí nunca en mi vida había estado tan sucia y al mismo tiempo con tanta plata”, agrega.
A diferencia de otras experiencias de work and travel, como las visas de trabajo en Australia o Nueva Zelanda, la modalidad de empleo en California para los argentinos es ilegal. Suelen ingresar a Estados Unidos como turistas, de modo que tienen prohibido trabajar y, a su vez, la mayoría de las granjas no están regularizadas. Si bien desde 2016 es legal en todo el estado de California la producción, venta y consumo de marihuana con fines recreativos, la mayoría de los productores se mantiene en el mercado negro para evitar la alta carga impositiva. En 2018, año de entrada en vigencia de la legalización, de los aproximadamente 30.000 cultivadores que había en Triángulo Esmeralda, apenas 2.200 aplicaron para obtener la licencia legal, según datos de la organización California NRML.
Este contexto hace que ir a trabajar a California sea una experiencia donde impera la informalidad e inestabilidad. “Siempre estás a dos minutos de que algo te salga mal, desde que no te dejen entrar al país hasta que caiga la policía y no te paguen nada”, resume Tamara. El aeropuerto internacional más cercano es el de San Francisco, pero las autoridades migratorias están en alerta ante la llegada de trimmigrants. “La primera vez que fui en 2017 me detuvieron. Antes de ir a buscar las valijas, los de migraciones me mandaron a una oficina”, recuerda Yanina (41), de Mendoza y recibida en Trabajo Social. “Yo no hablaba inglés, no entendía qué estaba pasando. Les decía que iba de turista, tenía preparadas reservas y vuelo de salida, pero no me creían. Después me hicieron buscar las valijas y me mandaron a un cuartito. Les tuve que abrir todo y cuando vieron que tenía un paquete de yerba pensaron que era marihuana. Tenía oficiales armados que me decían ‘sabemos que te vas a ir al norte, te conviene confesar que venís a trabajar’. Yo negaba todo. En un momento me hice la película y les empecé a decir: ‘Quiero hablar con mi embajador, quiero un abogado, quiero leer mis derechos como migrante’. Me hicieron declarar y jurar, con la mano en la Biblia y todo, y al final me dejaron ir. Estuve nueve horas retenida. Antes de irme, uno de los guardias me dice: ‘Por favor, no haga lo que hacen los argentinos, que se van al norte a trabajar’”.
Una vez que los trimmers llegan al norte, el próximo desafío es conseguir trabajo. Ahí no hay avisos clasificados, currículum vítae ni entrevista. Todo se hace desde la informalidad. Por eso la mejor forma es manejarse a través de contactos. “Te vas moviendo constantemente, te van recomendando y llevando. Hablás con amigos que están en alguna granja y se empieza a correr la bola”, dice Gabriel (35), de Córdoba, que ya hizo cuatro temporadas. “Lo mejor siempre es ir a una granja y trabajar bien. El granjero conoce a otros granjeros y te puede recomendar, lo mismo con otros trimmers. Si sos buena persona y laburás bien, no vas a tener problema. Ahora, si fuiste a una granja, hiciste algún quilombo o le caés mal a la gente, va a ser más difícil”, señala Leandro.
Otro modo de conseguir empleo es ir a supermercados o bares de los pueblos de la zona y cuando ven a alguien con apariencia de granjero preguntar por trabajo. Otros hacen dedo en las rutas. Hay quienes han conseguido trabajo a través de Tinder. “La primera vez que fui, me paré en una plaza y a las tres horas me levantaron. Me hicieron una seña y fui sin saber a dónde iba”, recuerda Gabriel. “Esta forma es riesgosa. Gastás mucha plata esperando y las ciudades no son agradables. Garberville (ciudad principal del condado de Humboldt) está repleta de drogadictos, parece The Walking Dead”, dice Tamara.
Trabajar en una granja sin referencias ni contactos tiene sus riesgos. El principal es que el dueño no pague, aprovechando la desprotección e ilegalidad de los trimmers. Entre ellos circula una “lista negra” de granjas. Ahí se leen cosas como: “Granja de Tyler y Megan en la zona de Mad River. No pagan. Nos dejaron debiendo $12.000. Malas condiciones y tratos. Trabajan en un garaje abierto sin agua, sin ducha, sin comida ni sitio para dormir” o “Franco y Jesús, mexicanos. Robaron toda la mercadería y dinero a su socio yankee, le pegaron dos tiros en las piernas y se fueron dejando a los trimmers en la montaña abandonados con el gringo ensangrentado”.
“Hay muchas granjas tranquilas, que las manejan familias super amorosas o gente copada que te invita a cerveza y comida, pero otras que son más complicadas. Tené en cuenta que es el Estados Unidos profundo, son áreas rurales en el medio de la nada, llenas de rednecks, en un ambiente de drogas e ilegalidad. Se ven muchas armas. He visto carteles en las propiedades que dicen ‘No llamamos al 911’ y el dibujo de una pistola. Por eso lo mejor es siempre llegar con contactos”, dice Tamara. En 2018, Netflix estrenó la docuserie Murder Mountain (Montaña Asesina), en la que se exponen casos de crímenes y desapariciones en los campos de cannabis del condado de Humboldt. “Allá tienen sus propias leyes, su propio país”, dice el sheriff del condado en el primer episodio.
“Sin duda ir a California es una aventura –concluye Leandro–. Estás en otro país, con otro idioma, conocés gente de todo el mundo. De repente estás en un auto viendo las rutas de California, con mucha plata. Roza la adrenalina de la ilegalidad: dormir donde no se puede dormir, esconderse de la policía. Tiene ese toque de riesgo, que puede ser minimizado si uno se cuida. Siempre hay algo de misterio. Una vez nos pasó que aparecieron unos helicópteros y tuvimos que salir corriendo pensando que era la policía. Al final eran bomberos para controlar unos incendios. Pero esa adrenalina la disfruté”.