El Covid-19 expuso la precarización laboral en la industria del entretenimiento en vivo. A continuación, tres historias de trabajadores que se tuvieron que reinventar
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La pandemia de Covid-19 y el estado de pausa en el que entró el mundo con los confinamientos destruyó, entre tantas cosas, la cadena productiva de la música. Lo hizo desde su base y por el eslabón más débil: los trabajadores. Incluso antes de decretarse el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) en marzo de 2020, las aglomeraciones de personas fueron suspendidas por sugerencia de la Organización Mundial de la Salud para evitar la circulación del virus, y las actividades culturales cesaron de forma inmediata. Pero, a pesar de que los shows se detuvieron, el mundo, a su forma, siguió girando. Es por eso que la transformación laboral de todos sus obreros no fue una opción sino, más bien, una necesidad.
Sumado a los y las artistas, los técnicos y técnicas de sonido, escenario, carga y descarga, iluminación, video, armado de estructuras, prensas, mánagers y más, se vieron ante el desafío de buscar nuevas fuentes de ingresos. En algunos casos –si es que los tenían–, atravesaron la pandemia con otros trabajos. En otros, buscaron alternativas lejos de la música. En abril de 2020, por ejemplo, el Sindicato Argentino de Técnicos Escénicos (SATE) realizó un censo nacional para conocer a fondo la situación de las y los trabajadores del sector. De 6.000 censados en el país, se determinó que el 80% estaba bajo condiciones de empleo no registrado, por lo que la desprotección ante el panorama sin trabajo fue total.
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‘Lo primero que pensé fue en que debería haber tenido un plan B”, dice Carol Galvis, ingeniera en sonido y técnica en radiofrecuencia. “Todos teníamos la sensación de que no estaba bien la precarización bajo la que siempre trabajamos. Cuando se cancelaron todos los shows pensé: ‘yo sabía que íbamos a quedar así de vulnerables’”.
Carol trabaja en teatros y eventos desde hace 15 años. Se graduó de ingeniera en sonido en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia, y se mudó a Argentina. “En 2007 vine a Buenos Aires a una convención de la Asociación de Ingenieros de Sonido (AES). Ahí me di cuenta que había un mercado gigante en comparación con lo que era Colombia en ese momento”, cuenta. Desde ese momento trabajó en musicales de la calle Corrientes y tiempo después en recitales grandes como técnica de radiofrecuencia. Justamente, teatros y shows, dos de las actividades más golpeadas por la pandemia.
La Dirección de Planificación y Seguimiento de Gestión del Ministerio de Cultura realizó un informe sobre el impacto del Covid-19 en las industrias culturales con datos del Sistema de Información Cultural de la Argentina y el INDEC. La realización de artes escénicas cayó en un 81% y música en 58% durante el segundo trimestre de 2020. De esta forma, mediante datos de producciones y niveles de empleo, sostienen que la cultura es uno de los tres sectores con mayores tasas negativas durante este período.
“Es muy triste que tengas que tener una alternativa en un rubro distinto porque lo tuyo te puede dejar en una posición vulnerable. Me culpé como si hubiese sido una desinteligencia mía”, dice. Sin embargo, Carol logró acomodarse en un nuevo proyecto: participar del estudio de la vacuna Sinopharm, la que lleva adelante una empresa de origen chino. Actualmente hace trabajo de oficina y se dedica a ingresar datos de los avances. “Antes de ingenieria en sonido estudié seis semestres de medicina, eso me ayudó un poquito. De igual forma esto no me llena ni es lo que amo hacer, pero puedo mantenerme a flote”.
De aquí en más, la disyuntiva que enfrenta es la de volver a lo que ama o continuar por otros caminos. Al pertenecer a la Red Multisonora, una organización que nuclea mujeres cis, personas trans y no binaries en todas las disciplinas del sonido o la Asociación de Técnicos de Radiofrecuencia, Carol puede analizar el panorama charlando con sus colegas y contrastando las diferentes experiencias. “Ahora estoy preguntándome si debería estudiar otra cosa y empezar otro camino o volver a lo mío.”, dice.
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Cuando se cancelaron todos los shows hace un año, lo primero que pensó Pato Spadaro, jefe de técnica y escenario de varias bandas nacionales, fue: “¿Y ahora de qué me disfrazo?”. “El panorama era bastante oscuro. Venía en un gran momento. Tenía muchos shows tanto a nivel nacional como internacional”, dice. Lo cierto es, que sin girar, Pato debió reinventarse.
Cuando el restaurante de sushi de un amigo tuvo que adaptarse al reparto a domicilio por la pandemia, él encontró ahí una tarea para realizar. “Entré como encargado del local y coordinador del grupo de deliveries. Me di cuenta de que es muy parecido a un escenario. Acá se le dice ‘servicio’ en lugar de ‘show’, pero en grandes rasgos es muy parecido. Es similar a la adrenalina del vivo”, dice.
La desprotección en cuanto a regularización laboral dejó a los trabajadores ante dos posibilidades: que sus características puedan enmarcarse en alguno de los “tardíos” programas de apoyo para trabajadores de la cultura que ofreció el Estado o que las bandas empleadoras mantuvieran de cierta forma los arreglos económicos. “Entre mis colegas el panorama fue el mismo que el mío: malo”, cuenta Pato. “Se armó un grupo de WhatsApp que sirvió para darse ayuda entre todos como podían. En mi caso, la banda principal con la que trabajo cumplió con el arreglo económico que teníamos”.
“Salvo excepciones, las bandas y artistas musicales se desentendieron de la problemática de sus técnicos y asistentes”, dice Gerardo “Pati” Bacalini, secretario general de SATE. “Nunca les hicieron aportes patronales, coartándolos así de toda seguridad social ante casos como el que nos toca vivir. Literalmente los abandonaron”. Por eso desde el sindicato han promovido colectas de alimentos y artículos de limpieza y, junto a la ayuda del gobierno nacional, diferentes gobiernos provinciales, municipales y el Ministerio de Cultura de la Nación, lograron repartir 50 toneladas de mercadería para 1.500 familias.
Pato, finalmente, cuenta que de a poco ya han vuelto a realizar algunos shows. “Es muy loco y movilizante todo, fue medio como volver a empezar”, dice. “Al principio, en los primeros shows, sentí miedo de haberme oxidado. Pero esto es como andar en bicicleta, una vez que aprendés ya no te lo olvidás”.
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Florencia “La Negra” Buggiani pareciera tener varias vidas. Trabaja en gestión y producción cultural, es host de eventos, cantó tangos por Brasil y fue música callejera por Ecuador, Perú y Chile. Hace cinco años volvió a Argentina y desde La Plata inició su carrera como rapera. Ahora, el próximo mes, estrena su disco debut. Florencia es, además, acompañante terapéutica. “Eso lo hago muchas veces desde lo artístico, incorporo lo musical”, cuenta. “Mi vieja tiene una ONG para personas con discapacidad en Mar del Plata y es artista terapéutica. Tienen un grupo de baile, hacen su música y más. Yo siempre estuve en contacto y me siento cómoda trabajando con ellos”, cuenta. Pero, con el encierro pandémico todo eso se cortó.
A los 18 años sintió que quería viajar, vendió todo lo que tenía y se fue a Brasil. Allí trabajó en el Consulado argentino de Florianópolis y se dedicaba a organizar eventos patrios. Eso le servía para, con excusa del 25 de Mayo, 9 de Julio u otra fecha, cantar algún tango frente a los asistentes. Luego, la aventura continuó por Ecuador, Perú y Chile cantando por la calle un repertorio compuesto por Amy Winehouse, Missy Elliott, Lauryn Hill, Aretha Franklin y más. Pero, en algún punto del recorrido, sintió que quería estudiar música. Eso la llevó a volver al país y a la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de La Plata.
Mientras trabajaba en gastronomía para subsistir, La Negra organizó unos shows en el bar donde estaba. En un evento de hip-hop conoció a Camil Lee y a Josefina Tote Carballo y se dieron cuenta de que no había chicas en el escenario. Impulsadas por eso, formaron Rudas. “Armamos una productora que busca darles la posibilidad a las pibas de poder cubrir todos los espacios que hay en un evento: desde el sonido, luces, maquillaje, host, grafiti, todo”, dice. “A mí, Rudas me ayudó a autopercibirme como rapera o mujer dentro del hip-hop. Mi primera canción la mostré en el primer evento que organizamos juntas donde yo era host”, cuenta.
Pese a su carrera naciente de música, la organización de eventos y el acompañamiento terapéutico presencial, Florencia se quedó sin ningún trabajo al momento del encierro. “A la semana de cuarentena me llaman y me dicen: ‘Che, Negra, ¿tenés laburo?’, y dije que no, que no sabía qué iba a hacer”, cuenta. “Me dijeron que estaban armando la línea 148 por el coronavirus y que buscaban gente relacionada a la salud”. Allí hacen las veces de primer encuentro con el ciudadano de la provincia. Si alguien duda de tener algún síntoma o haber tenido un contacto estrecho con alguien contagiado, en esa llamada les leen un protocolo del Ministerio de Salud y luego los derivan.
A pesar de su experiencia en el campo de la salud, no fue nada fácil. “Fue muy fuerte al principio. La primera semana llegaba a mi casa y no paraba de llorar de las historias que escuchaba. A la segunda semana me tocó atender a una chica que estaba escondida debajo de la cama porque su pareja la quería matar. Era una llamada que tenía que haber entrado al 144 por violencia de género. En ese momento me paralicé. Lo peor es que nosotros no podemos transferir ni enviar policía ni ambulancia porque no nos corresponde. Después de esa llamada me largué a llorar porque sentí el miedo de la chica. Ahí nos pusieron psicólogo laboral a todos para evitar que nos llevemos toda esa carga a nuestras casas”.
Sin embargo, para Florencia no todas fueron pálidas durante el año que pasó. Mientras duraba la cuarentena aplicó al Programa de Apoyo a la Realización Artística y Cultural (PAR) de la Universidad Nacional de La Plata y con el monto correspondiente al fomento del programa pudo cubrir una parte de la grabación de lo que será su primer disco.
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Si bien todo el sistema productivo de la actividad se vio paralizado, las y los trabajadores de la música se encontraron desprotegidos. La pandemia del Covid-19 dejó en evidencia las condiciones laborales de la actividad. Los programas de apoyo del Estado, las ayudas de parte de organizaciones que nuclean colegas o las mismas bandas o artistas sirvieron para paliar, desde cada lugar, las problemáticas de una etapa sin trabajo.
El panorama tiene pocas certezas y la apertura paulatina está permitiendo, con los cuidados correspondientes, volver de a poco a la actividad. Sin embargo, la satisfacción de reanudar los eventos en vivo está mediada por la incertidumbre y motorizada por la esperanza de un plan de vacunación que avance más rápido. El futuro, con la llegada del invierno y la imposibilidad de continuar con los eventos al aire libre, es difuso y no ofrece garantías de estabilidad.
Pato Spadaro, por su lado, seguirá coordinando el grupo de deliveries del restaurante de sushi. Al menos “hasta que vuelva arrancar todo con normalidad”, dice. A Carol le han preguntado si quería continuar en el trabajo de oficina o volver a lo suyo. “Los montos que se ofrecen hoy en día son lo que se ganaba hace dos años”, dice. “¿Voy a volver para ponerme en ese estado de vulnerabilidad cuando en cualquier momento puede haber un rebrote?”