Seguir a Charly García por Miami durante cinco días no es tarea fácil; por eso, en 1998, Rolling Stone designó a un equipo comando para no perder pisada del genio de piernas flacas
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En el Dollhouse de North Miami, la música suena tan fuerte que las copas se mueven siguiendo el compás, en este caso, de Bob Seger y su “Shakedown”, típico tema cafón de película que, no obstante, resulta ser una adecuada banda de sonido para la escena. Bah, da lo mismo: mientras una docena de chicas de las más diversas etnias, estaturas y grosores sacudan su anatomía desnuda y los parroquianos apuren sus tragos en un vano intento por calmar su excitación, todo funcionará como es debido.
Una japonesa, que parece la Yoko Ono de los 60 con anabólicos, deposita una botella de tequila, un margarita mix y súper ración de hielo en la mesa que comparto con Alex y Oscar, dos colombianos que acabo de conocer. Estamos en un reservado como capo-mafias forasteros que miran todo con recelo, mientras las chicas olisquean en pelotas a nuestro alrededor, viendo si captan el inconfundible aroma del dinero. Una de pelo castaño acaricia las piernas de Oscar, inclinándose peligrosamente y poniendo el culo a la altura de mi nariz. En involuntaria competencia contra una rubia flaca como un alfiler que agita su Triángulo de las Bermudas desde la pasarela a mi izquierda, producen un raro estéreo sexual. Adelante, una negra musculosa y una rubia que es el show de la silicona, mientras se liberan de sus vestimentas, luchan por la exclusividad de un caño que llega hasta el techo del establecimiento. Estoy en las nubes. Pero la propia música, responsable de esta situación, me despierta del feliz hechizo. Bob Seger grita en su tema: “Tiren todo, están arrestados”. Y, finalmente, recuerdo por qué estoy aquí.
Soy un hombre con una misión: a pocas millas de distancia, en los estudios Criteria, mítico lugar que albergó a Eric Clapton en su etapa posheroína, a los Bee Gees de la era disco y a los Eagles de “Hotel California”, me espera otra leyenda. Como si fuera Phil Spector, Charly García registra capas y capas de instrumentos en el estudio C. Está a la mitad de la grabación de El aguante, su nuevo disco de estudio, completamente sediento, y no ve la hora de tomar el primer margarita del día/noche que debo procurarle. Cueste lo que cueste.
No es fácil: a partir de las diez, las licorerías dejan de vender alcohol y sólo se puede tomar un trago en un club o en un lugar como el Dollhouse. Nuestro problema es claro: necesitamos llevarnos las botellas del “puteadero”, como lo llaman los colombianos. García salió sin efectivo del hotel y me pidió que le pagara el gasto con mi tarjeta. No problem. De pronto comprendo la gravedad de la situación. Alex y Oscar, los choferes de la combi, se disponen a pasar una noche en el Dollhouse con gastos que correrán por cuenta de un servidor; lo veo en sus miradas cuando la nipona exuberante comienza a servir los margaritas. Por la botella de tequila ya debo 205 dólares, y esto parece ser sólo el comienzo. Ellos no tienen ganas de regresar a Criteria en las próximas seis horas y suponen que yo tampoco. Olvidaron la misión y confían, en que yo haga lo mismo.
-Alex, decile a la mina que nos queremos llevar la botella- le susurro al oído. El tipo cree que no entiendo inglés y le pide más hielo. Estoy en un lío y García no está cerca para ayudarme a salir; y lo que es peor, la jornada de grabación del jueves depende del éxito de este emprendimiento. Ya sé que no nos van a dejar sacar la botella, comprendo que estamos por infringir la ley y que birlarla aquí no es tan fácil como en Buenos Aires. Esto es Miami: podés fumar crack en la playa, pero si no tenés el cinturón de seguridad puesto pagarás suculenta multa. Hecha la ley, hecha la trampa, y la ley del boludo implica que pague una noche de parranda a seres que no conozco. Para eso está la trampa argentina.
-Honey -le digo a la japonesa-, no nos sirvas: nos llevamos todo.
-Impossible, baby- me contesta a media sonrisa-,
Quedate con nosotras que lo vas a pasar bien.
¿Efectivo ó tarjeta?
-Tarjeta
-OK, ¿puedo ver tu I.D.? (pasaporte o documento que acredite que soy mayor de 21 y, por lo tanto, puedo beber).
-Me temo que no lo traigo encima- le explico.
El inconveniente se convierte en la jugada salvadora. El rostro de la oriental muta de seductor a hostil.
-No, entonces no te puedo servir.
Los colombianos me calcinan con la mirada. La mina recoge todo en un flash y llama al manager del Dollhouse. En menos de tres segundos, un mastodonte mexicano de etiqueta, peinado hacia atrás con una colita, se sienta junto a mí para resumirme la situación. Es amable, pero la cara me dice que no tiene un solo amigo en este planeta.
-Mira, si no tienes tu I.D., no te puedo vender alcohol y tampoco puedes permanecer en este lugar.
-Hey, pagué cinco dólares por cada uno de nosotros para poder entrar. Y tampoco quiero quedarme: te voy a pagar más de 200 dólares por algo que en cualquier lugar me costaría menos de 50. Lo único que quiero es llevarme la botella a otra parte- le explico.
-Primero, el trago te lo tomas aquí. Pero sin I.D. no hay trato. No queremos perder nuestra licencia.
-Oye, chico -tercia Alex-, yo sí tengo mi I.D.
-No me importa: el nombre de la tarjeta debe coincidir con el I.D. del que pague por esto- concluye el manager.
-No te hagas problema: que Oscar ó vos paguen con su tarjeta ó en cash. Total, después arreglan con Charly- les sugiero, sabiendo que no aceptarán.
Pero la treta da resultado: los colombianos se ponen automáticamente de pie y volvemos a Criteria, no sin que antes el portero nos selle las manos con la efigie de una mujer desnuda, que exhibiremos ante Charly como prueba de haber intentado la misión.
La situación se complica: García necesita combustible y ya son las dos de la mañana. Le sugiero que vaya al Dollhouse cada hora y retorne al estudio, pero no es algo muy operativo para la grabación de un disco. “Aunque puede ser inspirador”, reconoce el artista.
-Volvamos al hotel, que ahí me las puedo arreglar- ordena García y regresamos a la combi. Para que el tiempo pase más rápido y aprovechar la media hora de viaje hasta South Beach, prendo el grabador. Comenzamos a hablar del disco.
-Cuando me hiciste escuchar “Pedro trabaja en el cine”, una canción que escribiste entre los 19 y los 21, cuando Sui Generis no era famoso, pensé en Paul Simón, que decía que estaba interesado en su adolescencia, antes de ser famoso. ¿Te identificas con esa línea de pensamiento?
-Sí, me identifico; también leí en otro lado que otro compositor sostenía que todo lo que uno va a hacer de su vida está marcado por lo que ha hecho hasta esa edad. Uno compone millones de canciones en esa época, por la simple necesidad de hacerlo; por imitación, o arengado por Los Beatles, vas haciendo miles de canciones hasta que llega el bendito día en que alguien te dice sí y la podés grabar. Entonces, este músico decía que las canciones que él hace ahora, en muchos casos son fragmentos de cosas que hizo cuando era chico. A esa edad, uno pone todo en una canción, no tiene inhibiciones. Después la gente te asocia con un estilo o vos sabés lo que hacés mejor y empezás a recortar un montón de cosas. Creo que las mejores partes de las canciones vienen de algún lugar que está situado en la adolescencia.
-¿Y vos recordás tu adolescencia?
-Sí, claro.
-Es la parte de tu vida de la que menos has hablado.
-Yo la pasé muy bien en mi adolescencia; el colegio se me hizo bastante divertido, también. Me gustaba que fuera mixto y que hubiera chicas, eso me ayudó mucho en mi relación con las mujeres o me la arruinó totalmente (risas), pero convivía con ellas. Tenía una barrita bastante copada y allí hice mis primeros conjuntos, como To Walk Spanish, o The Century Indignation, que era el de Nito (MESTRE). Durante las clases, en vez de anotar, yo dibujaba músicos de rock, guitarras o ese tipo de cosas. Algunas de las canciones que compuse en aquella época se grabaron. “Natalio Ruiz”, “Estación”, “Dime quién me lo robó”; y un montón quedaron afuera porque estaban en inglés, porque les faltaba un acorde o porque estaban hechas para otra cosa. Yo hice un par de jingles comerciales que nunca salieron porque eran bastante refinados, y también quedaron cosas de aquella famosa ópera Theo, de la que aparecieron fragmentos, como el final de “Eiti-Leda” o eso de lo de “la calle de la sensación” en “Seminare”, que originalmente se llamaba “Marina”. A veces creés que inventaste una gran melodía y en realidad formaba parte de una canción tuya anterior. Así como la gente tiene sueños recurrentes, yo tengo melodías recurrentes.
-Es verdad: tenés como autocitas. Sin ir muy lejos, en la coda final de “Kill my Mother” aparece una parte de “Transatlántico Art Decó”. ¿Fue consciente?
-No, ni me di cuenta. Es como un juego, pero lo de las inhibiciones es cierto. Los otros días leí un reportaje a Steely Dan en el que decían que a ellos les pasa lo mismo. A Joni Mitchell también le sucede. Quizá, con el tiempo, uno comienza a ponerse reglas, va aumentando su técnica, y tal vez eso conspira un poco contra la frescura de la melodía: comenzás a hacer discos, objetos, y te regís por parámetros como el sonido, la interpretación, la banda, la vergüenza, y esas cosas hacen que uno se guarde cosas. “Pedro trabaja en el cine” yo la tenía guardada porque era demasiado melódica, pero en algún momento de tu vida esa canción pega con vos o descubrís cómo hacerla. Estábamos en el estudio y de repente esa canción se me pegó en la cabeza. Así que dije ¿por qué no? Empecé a tocarla en un piano, después la orquestamos y quedó una cosa que conserva esa frescura, pero a la vez tiene ese tuco cinematográfico que te envuelve y hace que la canción suba y tenga la actualidad que necesita.
-Vos dijiste que El aguante iba a ser un disco de transición. ¿Hacia dónde vas? ¿Lo sabes?
-La palabra transición es un poco pícara en ese sentido. Siento que Say No More me abrió un montón de posibilidades, me tomé muchísimas más libertades de las que cualquier rockero se toma, ahora que la forma de hacer discos es tan cuadrada. Esa transición sería un disco de inducción a volver a escuchar Say No More, porque este disco es “say no more” en la forma de hacerlo, pero las canciones son más concisas, si se quiere. Y utilicé los covers para hacer canciones que tenían una estructura muy fija y compensar eso que en tu libro vos llamás “el caos”. Es como una tanda comercial; cuando ves la televisión y necesitás el respiro de los avisos.
-Es un disco más “cancionero”…
-Son canciones con el toque “say no more”, y la intención a futuro es que la gente que no le prestó atención a Say No More lo haga por este nuevo disco, y se acostumbre más a discos así. No quiero abandonar este camino.
-¿Aunque la gente no se enganche?
-Pienso que por ahí la gente que se sintió alienada con Say No More, con esas novenas, con esas notas que se metían y que parecían fuera de lugar, quizá pueda ampliar su vocabulario auditivo con este disco. No te olvides que los músicos, cuando graban no saben bien cómo es el tema ni las notas que tienen. A lo mejor llega el verso y después el estribillo y no lo saben y siguen en la parte del verso, entonces se produce algo raro ahí. Cuando la tonalidad del tema cambia y uno de los músicos sigue en la misma, se genera un acorde que no estaba pensado; puede ser muy malo o puede sonar muy bien, y de esa manera uno escapa un poco al método de composición más usual con acordes tradicionales, que son los utensilios habituales. Los técnicos se ponen un poco nerviosos, porque hasta que no está terminado no pueden entender lo que está pasando. Pero como yo tengo un poco de memoria de computadora, puedo armar el crucigrama en mi mente. Después borro lo que no va a ir y enfatizo lo que me conviene para lograr esos claroscuros que tanto me interesan.
-A veces hay errores que dejas en la mezcla final. ¿Por qué?
- (Piensa) Los errores sirven al efecto general del sonido. Además, a mí me gusta escuchar un disco -hago referencia a Neil Young- y sentir la desprolijidad, sentir que el tipo está tocando al borde y hay una pifiadita. Es como “Alguien en el mundo piensa en mí”, que está tocado tan de una y sabés que hay un pibe ahí, tocando al palo. Me gustan que las canciones tengan ese sentimiento, que se escuche la palpitación de la canción en su gestación.
Finalmente, llegamos al hotel, Charly se aloja en el Delano, uno de los mejores de Miami. Todo es tan blanco como en un sanatorio, pero a la vez es tan lindo que dan ganas de internarse por propia voluntad. La gente es de lo más fashion; se pueden ver modelitos que levitan por el pasillo que va del lobby a la pileta. Con sus copas de champagne en la mano, ni se inmutan cuando a su lado pasan dos negros de una talla descomunal que flanquean a otro más menudito cuya vida vale varios millones de dólares: es Puff Daddy, el rapper y productor más exitoso del momento.
García sube a su habitación por el ascensor rojo, mientras los guardaespaldas y la otra estrella utilizan el verde. Todo es asimétrico en el Delano: en el lobby hay una cama de dos plazas, un sillón cuyo respaldo mide tres metros de alto, sillas irregulares, banquitos duros como una roca y un viejo teléfono con disco, que comunica con las habitaciones. El lugar es de una perfección tal que alucina. Pero pronto notaremos algunas fallas en el servicio.
Charly pidió que lo esperáramos en el bar y que le ordenáramos un margarita doble, trago que ha suplantado momentáneamente al whisky. Con una amabilidad exasperante, un valet de remera y bermudas blancas nos explica que el bar está cerrado desde las dos de la mañana y que ya son casi las tres. Tampoco se puede ordenar nada desde la habitación. Cuando se entera de las novedades, García muta por una variada gama de colores aunque no pierde el buen humor que lo acompañó durante los cinco días de nuestra estancia en Miami y, según los músicos y allegados, desde el comienzo de la grabación, el 13 de febrero.
Charly llegó acompañado por su banda, que arribó en dos viajes: primero Murray, Mariela, María Gabriela Epumer y Mario Serra; los dos últimos retornaron a Buenos Aires y sus plazas fueron ocupadas por Ulises Di Salvo y Gabriel Said, mientras que Erica Di Salvo pasará por Miami cuando Charly retorne de Madrid, donde agregará orquestas. Maxi Miglin, su técnico de grabación argentino, trabajó desde el comienzo codo con codo con Leo y Luli, los dos ingenieros de Criteria. La edición del disco está prevista para mediados de año.
Charly trabaja todos los días en jornadas que van desde las siete de la tarde a idéntica hora de la mañana. Se lo ve bien, con una calma lucidez, de buen humor y más creativo que nunca. Ya tiene las bases de doce canciones, cinco de las cuales son covers adaptadas al castellano como sólo él sabe hacerlo.
Así, “Roll Over Beethoven” de Chuck Berry, muta del rock and roll al funk de baterías electrónicas baratas que se consagrará como “Córrete, Beethoven”, una página que huele a hit con coros de... Menudo, aquel grupo de niños que cantaba “Súbete a mi moto”. ¿Perdón? “Sí -se ríe Charly-, eran los originales pero no pueden usar el nombre por problemas legales. Cagate de risa, pero crecieron y cantan bárbaro en un arreglo doo-woop”.
Paradojas de la vida: en 1984 Charly les dedicó un tema llamado “Chicas muertas”, y ahora graba un tema con los portorriqueños. Las otras versiones son “No estaría mal”, de The Byrds; “Con su blanca palidez”, de Procol Harum; “Soldado de lata”, de Small Faces, y “Dos edificios dorados”, de David Lebón, en una suerte de homenaje que también cita a “Sueltaté, rock and roll” de Polifemo, y contiene el arengador grito de “¡Agarrame la vena, nena!”.
Pero García también tiene sorpresas propias que ha ido sacando de la galera en su habitual concepción del arte instantáneo. “El aguante” y “Kill my Mother” ya fueron grabados en Madrid y, aparentemente, así quedarán en el disco. En cambio, “This Time”, un soft pop que recuerda vagamente a “En la vereda del sol”, de Serú Girán, es una pequeña perla que va tomando su forma en castellano como “Listas”. Charly juega con la letra; en una toma canta “listas/ todas las chicas son listas” , y en la posterior dirá “listas/ de casamiento las listas”. Otra sorpresa es “Tu arma en el Sur”, una canción que García compuso en 1986 para Detectives, el primer disco de Fabiana Cantilo, y que ahora ha decidido volver a grabar en una interpretación mucho más lenta y dramática. “Pedro trabaja en el cine” tiene el inconfundible aroma de los temas de Charly en la época de Sui Generis, aquel sabor de historias simples, algo naif, pero bien contadas. Ese viejo Charly García que pareció sepultado por la confección impresionista de Say No More y su cacofonía, se quita los escombros de encima y saluda desde una canción tan simple como bella.
Cuando Charly decide retornar al estudio, queda claro que no se puede conseguir ninguna clase de alcohol a estas horas; salvo que uno vaya a consumirlo a algún lugar, que no es la idea. Pero, viejo zorro, en la combi sacará de sus bolsillos un magro botín que sobrevivió a sus periódicos saqueos del frigobar: dos botellitas de vino tinto en miniatura. “Lo que ves es lo que hay”, dice guiñando un ojo y vaciando el contenido de un solo sorbo. Seguimos conversando rumbo a Criteria.
-¿El hecho de que estés grabando tantos covers indica que tenés pocas canciones propias?
-No (se enoja), vos escuchaste el “black álbum” (famoso casete de canciones inéditas) y sabés perfectamente que ahí tengo muchas canciones. Pero los covers están porque yo toco habitualmente esas canciones, me gustan. No sé, men: este disco es tanda comercial. Quiero tocar lo que me gusta y esos temas me encantan. Pero estoy haciendo siete temas míos. “Tu amor” lo hice acá. “El aguante” lo compuse hace un año. “Lo que ves es lo que hay” es un viejo tema mío. “Kill my Mother” lo hice en Panda cuando grabamos el disco con Mercedes, en uno de esos momentos en que los técnicos se tienen que ir a dormir, y siempre hay alguien que enchufa; y zapando, salió.
-Hiciste un tema de David Lebón.
-Sí, “Dos edificios dorados”, de su primer disco. Siempre lo tocamos en vivo, aunque no sé porque miércoles se llama así, porque en la letra no hay ni un edificio dorado (risas). En una época los temas tenían nombres ridículos porque había una disposición de Sadaic (Sociedad Argentina de Autores y Compositores) que no te permitía ponerle a una canción el nombre que querías si ya estaba registrado. ¿Por qué te creés que Pescado Rabioso tenía títulos como “Panadero ensoñado” o “Poseído por el alba”? Una mundial fue la del tema que terminó siendo “Ruta perdedora”, de La Máquina de Hacer Pájaros. La Hormiga (José Luis Fernández) fue a registrar el tema, que tenía letra de él en ese momento, y se llamaba “En el pantano”. El tipo que lo atendió le dijo que no se podía. El preguntó por qué y el mono le contestó “Porque yo me llamo Pantano y no te dejo” (risas).
-¿Cómo trabajas con las letras en inglés que traducís al castellano? ¿En qué te fijas más, en el significado o en la fonética?
-Las adapto, tengo en cuenta el significado y la fonética al mismo tiempo. Trato de hacer un promedio; el significado puede no ser exactamente el mismo, pero siempre es fiel al espíritu del tema. No me gustaría que hicieran una canción mía en otro idioma y que cambien completamente la letra. Por ejemplo, la de Chuck Berry, aunque está hecha funk y con los Menudo cantando atrás, respeta mucho lo que Berry soñó, la métrica es tal cual. “Estoy cansado de que me sigan, que me peguen, que me digan, que me expliquen qué es el rhythm & blues./ Mamá está en la cocina, papá está en la oficina/ y me cortaron la luz./ Para aquí, para allá, la música nos matará./ Yo sé que sube la fiebre/ y tengo neumonía rockal./ (...) Yo sé que soy un fusible/ que estoy muy loco, pero soy irrompible,/ no digas nada de nada,/ cuídate, nena, de mi mirada./ Para aquí, para allá, la música nos salvará./ Temprano a la mañana/ me despierta la mucama/ y me dice lo que tengo que hacer./ Romperé la vieja radio./ Quemaré todos los diarios./ No tengo nada que ver./ Para aquí, para allá, la música nos llevará./ Córrete, Beethoven./Correte, Beethoven”. La música hace esas cosas: nos mata, nos salva y nos lleva. Al músico que no consigue el suceso o lo que quiere hacer, la música lo mata. Como a Salieri, aunque viva más; como a Mozart también lo mata la indigestión. Para el que baila, la música lo lleva. Es como ponerse en el papel del que tiene la mamá en la cocina, que la música lo salvará porque por ahí el tipo es un músico principiante y no quiere trabajar de otra cosa. O nos salva, porque cuando todo va muy mal, como dijo Miguel Cantilo, si no fuera por la música no nos salva ni Tarzán.
-Hablando de Cantilo, pero Fabiana; con ella compusiste un tema que se llamó “A punto de caer”. La letra decía: “yo estaba en un lugar, a punto de caer./ y aunque te parezca extraño, música es lo que das”. ¿Es la música lo que te saca adelante en los momentos límites?
-Así es, pero en ese caso se refería exclusivamente a Fabi. En esa época todo el mundo decía “qué loca que está Fabi”, y yo quería señalarle mediante la canción que, a pesar de todos los bardos, sus problemas y su locura, que vienen con el territorio -¿quién no ha tenido esa fase?-, que a pesar de todo la esencia era la música. Se queda en silencio, pensativo.
-¿Qué pasa?
-Nada, men, que con lo de Fabi me hiciste acordar de la época en que ella y Fito venían mucho a casa. Yo pasaba mucho tiempo en el piano con Fabi y Fito se quedaba en el living, tomando, charlando con amigos. Y a veces se colaban melodías. Recuerdo una melodía que es la coda de Filosofía barata y zapatos de goma, la parte que canta Lolita Torres, eso está en un disco de Fito que salió antes que el mío. Se ve que de tanto estar en casa, se le pegó esa parte e inconscientemente la puso en su tema.
-¿Eso hizo que se pelearan?
-No, no fue eso para nada, y no nos peleamos, además. La cosa era que yo mantenía mi punto de que Stravinsky decía que los grandes compositores robaban y no tomaban prestado, para aflojar un poco eso de que “la música es mía, mía, mía”, y qué se yo. Me pasé toda una noche mostrándole a Fito el tema “Venus”, de Shocking Blue, para que viera las similitudes que había entre el riff de “Cerca de la revolución” y esa canción. Y él estaba muy terco con su argumento de que “la música sos vos” y toda una serie de planteos. Entonces, cuando después me puso ese tema suyo le dije: “Hijo de puta, ladrón, esa parte me la robaste a mí”. Pero en una buena onda, para que se aflojara un poco. Es como cuando yo le mostraba a Prince, y Fito me decía “No, ese negro puto...”. Hasta que lo escuchó (risas), y se hizo carne en él. Ahora bien, en un tema nuevo que yo estoy grabando aparece una melodía que, después, me di cuenta que se parece a una de Fito que dice “tu amor es un karma” (“Nada tan preciado para mí”). Pero la otra parte está inspirada en una melodía aborigen americana que es toda en sí, pero lo que va cambiando en la modulación de abajo en los acordes.
El nuevo disco de charly va cobrando una forma inquietante. Por un lado, las canciones son buenísimas, con melodías que emocionan, locas armonías y letras que ya no son tan autorreferenciales como las de Soy No More. Pero, a su vez, existen unas raras interferencias; canales que disparan sonidos de la nada, tonalidades que parecen irreconciliables entre sí, baterías que se chocan, tracks de voces simultáneas con letras distintas. El aguante navega entre dos mares de diferente salinidad: la técnica de grabación, pese a los 48 canales, es la que hizo de Say No More un disco anárquico, tan genial como difícil de asir; pero al mismo tiempo las canciones huelen al García de los viejos buenos tiempos. Dos de ellos, en particular, ponen la carne de gallina: “Lo que ves es lo que hay”, una balada que tal vez sea la puntada final del álbum, y “Tu amor”, otra balada compuesta hace pocos días y que bien podría haber sido imaginada por John Lennon en 1974. Una hermosura a la que ahora Charly le agrega teclados.
En este instante se produce una de esas tomas en donde el genio de García sale a la luz y lo que toca es sencillamente perfecto, sublime, increíble. En vez de poner su teclado sobre una base sólida con un único sonido, García se sienta en el sillón detrás de la consola, pone el instrumento sobre sus rodillas y con los talones marca el compás mientras el teclado se sacude como el Titanic. Cambia los sonidos en donde se le antoja, y cada arreglo es diferente. Charly deviene en una orquesta conducida por Mozart en el momento de mayor genio. Ulises, Murray y yo tenemos lágrimas en los ojos; Maxi y Mariela sostienen sus mandíbulas. Termina la toma, perfecta, y todos aplaudimos maravillados y conmovidos.
-Bueno -dice Charly-, borrame este canal que lo voy a hacer con el “Killer Miller” solamente. Aquí es donde todas las dudas comienzan; pese a lo que Charly ha explicado sobre el “concepto say no more”, los claroscuros, las superposiciones y otras formas que él tiene de quebrar el standard de la manera de hacer discos y canciones, resulta auditiva-mente incomprensible su conspiración contra la fuente de belleza que sus dedos suelen generar cuando García deja de ser García y es un músico inspirado. Es su disco y sabe perfectamente lo que hace, a diferencia de otras veces donde se podía dudar de sus facultades mentales. Habrá que bancarse ese defecto. Y esperar lo mejor.
El aguante es un trabajo decisivo en la carrera de Charly García por varias razones. Es el primer disco de estudio que hará en carácter de solista después de Say No More, que pese a que García lo defienda como a su hijo predilecto, no ha sido de sus álbumes más populares ni ha despertado un grado de adhesión crítica intenso. De todas maneras, el salto al vacío de Say No More no fue en vano, porque ha radiografiado el alma de un hombre que se desintegraba a ojos vista, acosado por sus propios problemas y por el morbo de la mirada mediática que se impacientaba por tener la primicia de su caída final. El Festival de Cosquín, en donde García era esperado como el anticristo por los anacrónicos de siempre, fue el punto de inflexión donde Charly dejó a los sepultureros con la pala vacía. Una buena performance junto a Mercedes Sosa, la abanderada de “el aguante”, hizo que mucha gente festejara en sus casas la victoria de un hombre libre y sin miedos. En ese momento comenzó a gestarse El aguante, el disco que ahora García se apresta a terminar y que será el que extinga su ligazón con Sony Music Argentina.
Tal vez por eso, Charly no pudo concretar su proyecto de Titanes en el ring junto a la mente fabuladora de Pipo Cipolatti. Hoy, como ayer, un disco de Charly en estudio sigue siendo garantía de buenas ventas y Sony Argentina lo sabe muy bien. Por eso no aceptó la idea de Titanes...; al ser la última posibilidad de un nuevo disco del músico para la compañía, quieren el producto sin adulterar. Ahora es Sony International la que alienta la idea del sello propio que Charly viene tramando desde hace bastante tiempo. Y García, que mastica de todo menos vidrio, sabe que El aguante será mirado con lupa por todos los interesados.
-¿Disfrutas Miami?
-Ahora estoy disfrutando este hotel y el estudio. Este hotel es alucinante y estoy re-tranquilo. Además, hace frío, no hay obligación de ir a la playa, hay días grises. A mí, la playa me gusta masso; prefiero las piletas. Pero la del hotel no es una pileta: es un salón de agua. El agua es caliente, no sale ni una gotita del borde, prohibido zambullirse, obvio. Bah, casi no se puede nadar. Tiene una mesa donde podés comer y la música se escucha abajo del agua; Verdi, sobre todo.
-¿Y cómo suena Verdi bajo el agua?
-El agua parece ser más confiable que el aíre en cuanto a sonido, pero es un elemento más denso. Estoy experimentando en eso. En una canción del nuevo disco digo “tengo un bar abajo del agua”. Yo soy un ser hiperacuático, y abajo del agua uno se convierte en otra cosa: es como volar, y es otra textura del espacio. Y la música abajo del agua es difícil, porque tenés que juntar electricidad. Esa canción también dice “yo quiero mucha agua y mucha electricidad”. Y precisamente no son elementos que combinen; bah, combinan mortalmente, o sea que es jodido. Pero a lo que iba es a que debajo del agua necesitás muchísimo más volumen y lo que se escucha no es música: es como Hendrix en el comienzo de Electric Ladyland. Hendrix quería sonar abajo del agua, por eso compró Electric Lady: abajo del estudio pasa el río Hudson y de ahí el famoso sonido. Estoy investigando eso. Es como un chiste: arriba del agua, cualquiera. ¡Hay que hacerla abajo! (risas).
-¿Y que observas en esta ciudad tan rara que ha fascinado a tanta gente? U2, Bob Seger y los Blues Brothers, entre otros, le dedicaron un tema.
-Randy Newman también; tenía un tema con una letra dedicada a Miami que decía “Su nombre es Medina/ y viene de Argentina ¡no lo mires!”. Miami es linda y todo lo que quieras, pero jamás viviría acá; no me podría adaptar. Es cultura de automotor: no se puede estar sin tener un auto. Es una ciudad paradójica; gracias a Dios conservaron esta parte del Art Decó y esto es El Barrio, porqué andá al down-town y es El Once (risas).
-¿Cuál es la perspectiva que tenés de tu propia carrera? ¿Qué cosas te parecen las mejores y cuáles las peores? Hagamos como si evaluaras a otro tipo, a Dylan o a Joni Mitchell.
-Podría decirte lo que me copa en general, porque no siento que tenga una carrera, me parece raro ese pensamiento; no me cae bien la palabra. Como antagónico, seguro que los discos que más me gustan van a ser los que menos le gustan a la gente. Ahí va, sin orden particular: Cómo conseguir chicas, Clics modernos, Yendo de la cama al living, el primero de Serú, el primero de La Máquina de Hacer Pájaros, Say No More y el que hicimos con Mercedes.
-¿Te sigue agarrando la cosa de que todo lo que hagas debe ser número uno? ¿Cómo anda tu vanidad?
-Mi vanidad anda bien, gracias. En cuanto a términos de mercado y número uno, he abandonado completamente todo; ahora lo voy a retomar y por eso digo que este es un disco de transición. Vi todo de afuera, sabiendo que había MTV, pero desde hace cinco años la corté y también corté el cable, y por ende no veo televisión. A la grabadora no voy nunca; prefiero vender menos pero no tener que entrar en el “promotional bullshit”, donde generalmente el artista pone todo el laburo, va a la radio y esas cosas. Sin embargo, me han dado la libertad de poder hacer un RadioPinti, por ejemplo, o Tango, lo que me parece justo. Yo jamás voy a tener un disco número uno en el ranking; siempre está Julio Iglesias o Luis Miguel, siempre hay otro. Paradójicamente, Instituciones fue un número uno de Sui Generis pero también fue el que vendió menos, porque ocupó la punta la primera semana y después bajó. Pero eso tiene que ver con muchas otras cosas: el estado de la radio, de la gente, qué se escucha, y de repente cómo uno deja de mirar ciertas cosas y lee revistas donde está Marilyn Manson y comienza a ponerse vestidos para joder. Con eso te alejás de lo que deberías hacer para estar en “heavy-rotation”. Mi “heavy-rotation” es por todas las secciones de un diario: sociales, policiales (risas).
-Me hiciste una trampa y yo caí.
-¿Eu?
-Sí, vocé: te pregunté por los puntos altos y hajos de tu discografía y sólo me mencionaste los altos.
-Lo que pasa es que yo no hago discos malos (risas).
-No importa: los que consideras más flojos.
-El asunto es comparado con qué. ¿Con mis propios discos? Supongo que sí, porque si los comparamos con los demás (revolea los ojos). Mirá: Adiós Sui Generis no es un disco que yo escuche; pero había que grabarlo. Después, la música que hice para la película de Mosquera (Lo que vendrá) estuvo mal. No siento que haya puesto música en ese disco. Yo no lo hubiera sacado. No sé, le tengo cariño a los discos; te iba a decir Porsuigieco, pero me gusta. Música del alma me parece un poco desprolijo. El de Mercedes podría haber sido así, pero me planté y lo saqué adelante.
-¿Viste el concierto de U2?
-No, los vi cuando presentaron The Joshua Tree en Connecticut y me partieron la cabeza. Esta gira no la vi. Tenemos el mismo terapeuta, de alguna manera (se refiere a Ken Lazvton)... Pero ahora, U2 me parece “too many gimmicks” (muchos trucos)... A U2 lo escuché desde el principio, con “I Will Follow”, que no me pareció mal pero tampoco me pareció “the next big thing” (la próxima gran cosa). Después, “In the name of Love” me gustó muchísimo y The Joshua Tree me pareció un álbum increíble. Y el concierto que vi fue de-mo-le-dor. Me gustaba esa mística que generaban. Ahora, lo último, qué se yo... no me disgusta, pero no le cazo bien la onda.
-¿Y Oasis?
-No me gustan. Me parecen una recagada, pero convengamos que hay cagadas mucho peores. Me caen muy antipáticos por las revistas, son muy arrogantes. ¿Quiénes se creen que son? Escúchame, con un simple de Los Beatles hacen diez LP. A mí tampoco me gusta Lenny Kravitz, aunque me guste alguna cancióncilla, y alguna de Oasis me va a gustar más que otra cosa, pero me parecen muy limitados, no les veo el punto. Me gusta mucho más Tears For Fears. Lamentablemente, se separaron. Después de Nirvana, dejé de escuchar a los nuevos. Prefiero ir a un bar y escuchar un grupo. Te juro: hago fuerza porque me guste Beck, algo me copa, pero lo último que me gustó es Marilyn Manson.
-¿Qué te pareció que Bob Dylan tocara para el Papa?
-Me pareció coherente con sus mambos místicos, que se hace judío, cristiano, cristiano-judío. Y me pareció alucinante que el Papa escuchara a Dylan. Es coherente con él, que ha hecho discos casi bíblicos, llenos de parábolas; incluso cuando no era bíblico sonaba bíblico: “Vengan madres y padres de todo el mundo”, en “Los tiempos están cambiando”, hablando como un profeta. Uno de los discos que a mí más me gustan es Slow Train Corning, que es de su etapa mística.
-¿Qué opinás de que Los Fabulosos Cadillacs hayan ganado un Grammy?
-Los felicito. ¿Por qué lo ganaron?
-Mejor grupo de rock alternativo latino por su disco Fabulosos Calavera.
-No sé, Fito me dijo que el último disco de los Cadillacs estaba bien. A mí nunca me cayeron simpáticos, pero pueden haber cambiado. Me parece genial que un grupo argentino haya ganado un Grammy. Es como cuando Boca, en mi caso que soy de River, juega la Libertadores: hinchás por Boca. A mí me tiraron mala onda desde el principio, como Todos Tus Muertos, por nada. No es mi estilo hablar mal, pero considero que cuando un grupo, para surgir, habla mal de otro, es que no tiene mucho que decir. Era una moda, pero ahora es moda hablar bien de mí.
-Say No More no fue muy comprendido, no llenaste el Opera y atravesaste varios escandaletes, pero la gente está cada vez más a favor tuyo. ¿Percibís eso?
-Sí, Say No More debe haber sido incomprendido por el jefe de ventas de la compañía, pero recibí una carta de una chica de 14 años que decía que si algo me faltaba para ser lo máximo, eso era Say No More. El disco no mostró: demostró. Como que el mono, yo, está fuera del circuito sponsor-abogado- contador-humo-plomo-38 mezclas-póster, y todavía puedo hacer cosas que son más under que los under que me criticaban.
-El año pasado fuiste completamente under, tocaste en pubs, en ningún teatro. ¿Fue una manera de salirte de ese circuito?
-No, realmente no tenía estructura para tocar ni hacer giras. Tuve muchos problemas con la banda que tenía antes, me iniciaron una serie de juicios y me di cuenta de que, como dice Ken Lawton, los discos los hago casi todos yo, encima les enseño a tocar a los músicos y, además, mala onda. Me hinché las pelotas. Después, lo de los escandaletes me generó una sensación de que el horno no estaba para bollos. Pero, de alguna manera, yo estaba al mango, tocando todo el tiempo. Entonces me gustó tocar con gente que no conozco, con los chicos de la banda actual, o gente que por ahí no es un Pedro Aznar, pero que toca con vos porque le gusta. Y eso no tiene precio.
-Se te ve muy bien, Charly.
-Estoy bien, gracias (inclina la cabeza).
-En tus últimos discos pareció que tus propias obras te arrastraban a un estado emocional jodido intenso, llamalo como te parezca. Pasó en La Hija de la Lágrima, en Say No More...
-Siempre fue así. ¿Ó cómo te creés que me puso Vida? No tengo alternativa. Yo soy lo que hago y son las mismas canciones las que te arrastran a esos estados emocionales... jodidos para el que no puede bancarse un estado emocional así. Entonces, la gente jode y pretende que vayas al banco a las nueve de la mañana después de haber grabado toda la noche; una serie de pelotudeces. Jodido es todo lo de alrededor. Me parece que un tipo que no dé la vida por lo que hace, no es un artista. Lo que pasa es que estamos acostumbrados a artistejos de cuarta.
Este artículo fue publicado originalmente en la primera edición de Rolling Stone Argentina, en abril de 1998.