La desaparición de Tehuel de la Torre en marzo pasado volvió a exponer la ineficacia en este tipo de investigaciones en Argentina
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El 11 de marzo, Tehuel de la Torre tenía 21 años. Salió a las siete de la tarde de su casa en San Vicente, donde vivía con su hermanito, su mamá Norma, su novia Luciana y el hijito de ella. Estaba recién bañado e iba a encontrarse en Alejandro Korn, a 40 minutos de su casa, con Luis Alberto Ramos, un amigo que le había ofrecido una changa como mozo en un evento. Quince días después, el 26 de marzo, cumplió 22 años. Para ese momento, las redes sociales ya estaban empapeladas con su cara, su nombre y una pregunta: ¿dónde está Tehuel?
Lo que sabemos de Tehuel: que le gusta jugar al fútbol y es de Boca. Que los últimos meses antes de su desaparición vivió de changas, cortando el pasto, sacando cascote, vendiendo bolitas para el mate. Que tiene nueve hermanos, entre ellos una hermana melliza que se llama Ailén. Que creció con su papá, Andrés. Que no pudo terminar la escuela secundaria. Que había empezado un proceso de transición de género unos pocos meses antes de desaparecer. Que conservó su nombre de nacimiento. Que su vida pública como chico trans recién empezaba.
También sabemos que la noche del 11 de marzo se encontró con Ramos y un vecino, Oscar Alfredo Montes. Que estuvieron en la casa de Ramos y se sacaron una foto, que se guardó en la cuenta de Gmail de Tehuel a las 20.42. En la imagen, se ve a Montes en primer plano, sosteniendo la cámara. En la punta de la mesa está Ramos, con los codos apoyados sobre la mesa y el gesto serio. Del otro lado de la mesa, sentado frente a Montes y en el extremo derecho de la foto está Tehuel: camisa blanca, una mano en la cara, como si se rascara la nariz, y una gorra con visera que le ensombrece los ojos. Ramos y Montes lo doblan en tamaño. Sobre la mesa hay una caja de vino Termidor y una jarrita de metal.
Ese día, el 12 de marzo, cuando Tehuel no volvió Luciana se preocupó. En realidad, no era tan extraño que él se colgara en volver, pero sí era raro que no atendiera el teléfono ni contestara los mensajes de WhatsApp. El viernes, esperó a que volviera. Al otro día, llamó a Andrés, papá de Tehuel, a ver si estaba con él. Pero no. Entonces, fue con Norma y Verónica, la hermana más grande de Tehuel, a hacer la denuncia.
Desde ese día, la causa lleva la misma carátula: averiguación de paradero. Tiene solo dos detenidos: Ramos y Montes, las últimas dos personas que estuvieron con él, acusados por entorpecimiento de la causa, encubrimiento y falso testimonio. De Tehuel, solo se encontraron los restos de un celular y una campera quemados, todo en la casilla donde vivía Ramos.
Ahí, en la zona de Mansilla al 1200, su teléfono se activó por última vez. Según la señal que captaron las antenas, fueron apenas cuatro horas: desde las 19:45 del 11 hasta las 00:30 del 12. En uno de los allanamientos también se levantó una pequeña muestra de sangre, dos gotitas que, a mediados de septiembre –seis meses después– un estudio de ADN confirmó que son compatibles con los familiares de Tehuel.
Karina Guyot, la fiscal de la Unidad Fiscal Descentralizada de San Vicente, que investiga la desaparición, ordenó en estos meses varios rastrillajes, en los que efectivos de distintas fuerzas provinciales y peritos de antropología forense buscaron rastros de Tehuel en basurales, lagunas, descampados y en un criadero de chanchos. Pero de Tehuel, nada. Apenas algunas pistas. Y una recompensa de 4 millones de pesos para quien aporte algún dato.
La querella de la familia de Tehuel está dividida en dos partes. Por un lado, están Norma, su mamá, y Verónica Alarcón, su hermana mayor, representadas por el abogado Alejandro Valle, que no contestó los intentos de contacto de Rolling Stone, pero en declaraciones a la revista lavaca dijo que “la línea de investigación más fuerte es que Ramos lo asesinó y hubo una conspiración entre Montes y Ramos”. El papá de Tehuel, Andrés de la Torre, está representado por las abogadas Vanesa Vargas y Marcela Mancini, que son parte de la Colectiva de Abogadas Translesbofeministas y cuestionan que la fiscalía enfoque la investigación en la búsqueda de un cuerpo. “A nosotras nos interesa que se investiguen todas las posibilidades”, le dijo Vargas, una de sus abogadas, a Rolling Stone, unos días después de esa conferencia. “¿Existe la posibilidad de que Tehuel esté vivo? Sí, existe, porque no hay nada en el expediente que diga con certeza lo contrario. Se encontraron dos gotas de sangre con ADN compatible con los familiares de Tehuel en la casa de Ramos, pero eso puede haber sido producto de cualquier cosa: un golpe, una trompada, algún corte accidental, de un montón de cosas... Eso nos prueba que Tehuel estuvo ahí y nos prueba que Ramos y Montes mintieron, pero no nos prueba que Tehuel esté muerto”.
Cuando atiende la llamada de Rolling Stone, Andrés de la Torre está en una ciudad del centro de la provincia de Buenos Aires a la que viajó con Ailén, la hermana melliza de Tehuel. “Vine a hacer unos recorridos por unas cosas que me enteré”, dice. Así es su vida desde el 11 de marzo: casi todos los días recorre los 40 kilómetros que separan su casa, en Tristán Suárez, de San Vicente o de Alejandro Korn, en busca de pistas o novedades. Hace meses que le pide una reunión a Sergio Berni, el ministro de Seguridad de la provincia, pero todavía no lo recibió. “La investigación ahora está en un dique, no hay avances, es grandota, tiene 10.000 hojas, pesa como 100 kilos, pero la verdad es que no saben nada, están desorientados y Tehuel no está”.
Para sus abogadas, la investigación no tiene rumbo. “Estamos en un loop de incertidumbre. Debe haber más de 24 cuerpos del expediente, pero nada certero, está llena de papeleo y eso explica por qué es tan abultado y dice tan poco”, insiste Vargas.
Lo que no quieren es que la causa cambie de carátula. “Hay un montón de delitos que se pueden haber dado, hay que buscar una persona, no un cuerpo –explica–. La fiscalía también está fracasando en esa línea investigativa, pasaron seis meses de la desaparición de Tehuel, Montes y Ramos están detenidos hace un montón. Ellos buscan un cuerpo y el cuerpo no lo encontraron, entonces permítannos pensar que también hay que buscar a Tehuel con vida”.
Celeste Perosino lleva muchos años trabajando en la búsqueda de personas desaparecidas en Argentina. Es antropóloga forense y en 2012 fundó la organización Acciones Coordinadas Contra la Trata (ACCT), para la que convocó a antropólogos forenses, arqueólogos, abogados y comunicadores para investigar desapariciones vinculadas a delitos de trata de personas. Pero, con los años, Perosino y sus compañeros notaron que muchos de los casos en los que intervenían no tenían tanto que ver con trata, sino con otras formas de violencia en democracia: eran femicidios, transfemicidios, desapariciones forzadas. Por eso, en 2018, ACCT se transformó en la Colectiva de Intervención Ante las Violencias (CIAV).
El acercamiento de la CIAV a la investigación por la desaparición de Tehuel se dio de la mano del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex), con quien la CIAV ya viene trabajando en la búsqueda de personas y en la identificación forense de personas enterradas como NN. Primero, hicieron un análisis exhaustivo de la causa, revisaron toda la documentación en el expediente y plantearon un informe en el que le aportaron a la fiscal su mirada y su idea de lo que puede haber pasado con Tehuel.
En este sentido, desde la CIAV plantearon distintas hipótesis y medidas de prueba que podrían impulsar la investigación. “Nos parecía –detalla Perosino– que había que recuperar información en el terreno de ese barrio, que todavía no estaba volcada en el expediente, y hacer un trabajo de campo y rastrillajes”. También hicieron una reconstrucción de ese 11 de marzo y las últimas horas en las que se sabe algo de Tehuel. Poniendo en diálogo toda la información que había en la causa, intentaron explicar cómo era el vínculo entre Montes, Ramos y Tehuel y cuáles pueden haber sido las tensiones que se jugaron en ese encuentro del que, por ahora, solo queda una foto.
Como las abogadas de Andrés de la Torre, Perosino también piensa que es importante que la investigación no se cierre a una sola hipótesis. “Si algo pasa de manera recurrente cuando se investiga una desaparición en democracia es que se cierra muy rápido la hipótesis de trabajo, y eso genera unos problemas muy grandes a la hora de investigar y de resolverlo. Nosotros planteamos diferentes escenarios porque creemos que hay que agotar todas las medidas de investigación”.
No hay estadísticas que permitan saber cuántas personas desaparecieron en Argentina desde la vuelta de la democracia. Lo que hay es un puñado de nombres que cualquiera que viva en este país tiene en la cabeza: Fernanda Aguirre, la nena de 13 años que desapareció a la hora de la siesta en un pueblo de Entre Ríos. Sofía Herrera, que a los 3 años desapareció de un camping de Tierra del Fuego. María Cash, la chica de 29 años a la que se le perdió el rastro en una ruta de Salta. Julio López, que desapareció después de declarar contra Miguel Etchecolatz, el policía que ya lo había hecho desaparecer una vez. Miguel Bru, que fue torturado por la policía después de un recital de los Redondos en 1993 y nunca más apareció.
Luciano Arruga tenía 16 años, vivía con su mamá en Lomas del Mirador, La Matanza, y salió de su casa el 31 de enero de 2009. No volvió y su hermana y su mamá lo buscaron durante casi seis años. Unos meses antes, en septiembre de 2009, policías del destacamento de Lomas del Mirador lo habían torturado porque Luciano se negaba a robar para ellos. En 2014, un hábeas corpus presentado por el CELS, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y la familia de Luciano logró que se exhumara un cuerpo que estaba enterrado como NN en el cementerio de la Chacarita y se confirmó que era Luciano, que la misma noche de su desaparición había sido atropellado en la General Paz mientras intentaba cruzar corriendo la autopista. Fue trasladado al Hospital Santojanni por una ambulancia del SAME, donde lo operaron, pero murió la mañana siguiente y fue enterrado sin nombre. Durante cinco años y ocho meses, nadie había cruzado las huellas dactilares del adolescente desaparecido con las huellas del adolescente muerto en el hospital. Sin ese hábeas corpus, probablemente hoy Luciano seguiría desaparecido.
Perosino y sus compañeras de la CIAV conocen en profundidad cómo funciona el sistema de búsqueda de personas en Argentina: “Nosotras somos bastante críticas del sistema porque trabajamos generalmente con casos fríos, y cuando nos toca abordarlos no nos parecen casos complejos, sino que fueron mal abordados”. Lo que comprobaron en estos años es que a la Justicia argentina le faltan, entre otras cosas, herramientas para investigar. “Le falta mucha cabeza para pensar los casos, hay un desconocimiento profundo de los protocolos específicos de búsqueda de personas y también hay una discriminación muy fuerte contra determinados perfiles de personas que desaparecen”.
Para buscar a alguien, primero hay que conocerlo. Y para conocer a Tehuel hay que conocer cómo viven las juventudes trans en Argentina para entender en qué contexto se da esa desaparición. Las violencias a las que están sometidas las masculinidades trans en nuestro país son específicas, no pueden pensarse con las mismas herramientas con que se piensan las violencias contra las mujeres. Hay también una continuidad clara entre la violencia y la discriminación estructural a la que las personas de este colectivo están sometidas en su cotidiano y cómo se desarrollan sus búsquedas cuando desaparecen.
“El sistema registral de nuestro país no está preparado para dar cuenta de estas identidades. Por más que ahora le hayan puesto la X, eso no resuelve el problema que tenemos de registro de las personas LGTB en nuestro país –explica Perosino–. Entonces en primer lugar tenemos un problema de registro básico: el Estado, aun con esta nueva incorporación, no da cuenta de estas identidades. Las morgues y los equipos de antropología forense, todos los formularios que llenamos, o los protocolos de autopsia, trabajo de laboratorio, todos los métodos de identificación son binarios. No hay desarrollo de métodos de identificación que permitan dar cuenta de estas otras identidades y eso ya es un problema enorme”.
Lautaro Jiménez se enteró de la desaparición por la televisión. No conocía a Tehuel, pero cuando vio su foto, con la mirada a cámara y la gorra dada vuelta, sintió que ese también podría ser él. “Apenas me enteré me cayó muy mal, me preocupé, dije ¿qué onda?”, cuenta ahora, por teléfono. Enseguida llamó a un amigo con una idea: “Hay que hacer ruido”. Como Lautaro, un montón de otros pibes trans hicieron lo mismo. Es que a Tehuel no lo busca solo su familia. Cuando la noticia de su desaparición empezó a circular, primero en redes y después en medios, enseguida se prendieron las alarmas de las organizaciones del colectivo travesti-trans, pero también las de otres chiques trans de todo el país que se autoconvocaron para buscarlo. En esos primeros meses nacieron varias agrupaciones que siguen organizando marchas, recitales y acciones en redes pidiendo su aparición con vida.
Lautaro dice que en estos meses lo que sintió es desamparo: “Si bien están las leyes que deberían cuidarnos, hay muchos aspectos en los que el Estado tiene abandonada a toda la comunidad travesti-trans”. Cuando habla de las leyes, se refiere a la Ley de Identidad de Género, que se sancionó en 2012 y que entre otras cosas permite que las personas trans cambien su nombre y su género en sus documentos sin necesidad de pedirle permiso a un juez o hacer una consulta médica o psicológica, y al cupo laboral travesti trans en el sector público que Alberto Fernández estableció por decreto en septiembre del año pasado. Es que, aunque Argentina tenga una de las legislaciones más avanzadas en el mundo en materia de derechos LGBT, todavía hoy la expectativa de vida de las personas trans en nuestro país es de 35 a 40 años, la misma que tenía la población general a principios del siglo XX.
Hace diez años, antes de transicionar, Lautaro Cruz nunca había conocido a un varón trans. En esa época vivía en Córdoba y fue uno de los primeros en hacer una terapia de reemplazo hormonal. Dice que la médica un poco los usó a él y otros dos chicos de “conejitos de Indias” porque no se sabía demasiado sobre el tema. Diez años después, dice, “todavía hay mucha invisibilización”. Y muchas cosas de las que no se hablan, ni siquiera dentro de la comunidad. Es que, en los procesos de transición, muchas veces los mandatos de género operan con mucha fuerza.
“Entre nosotres hay muchas cosas que no se hablan, porque, bueno, como somos hombres, no hablamos –explica–. Ahora esto cambió un poco, pero hace unos años no se hablaba de que las masculinidades trans pueden tener otra orientación sexual, por ejemplo que les pueden gustar otras masculinidades, y tampoco de que pueden tener otro tipo de construcción de la masculinidad. Porque también hay que dejar de reproducir el modelo de hombre machista, el modelo cis patriarcal”.
En 2017, Cruz y otros dos compañeros crearon Trans Argentinxs, una fundación desde la que trabajan acompañando a chiques trans de 3 a 24 años en sus procesos de transición: desde ir con ellos a comprar un binder (una prenda de ropa interior que aplana el pecho) o hacerse un corte de pelo, hasta tramitar el nuevo DNI o comenzar el tratamiento de reemplazo hormonal. En estos años, acompañaron a 243 chiques trans, pero solo a 70 familias. “En general, las familias no acompañan –explica–. Ya sea por miedo, por falta de información o porque están negades”. A esta falta de apoyo familiar se suman muchas veces las dificultades para acceder a la salud, la educación y el trabajo. Según datos del Indec, el 80% de las personas trans y travestis de Argentina trabaja en la informalidad.
En todas estas coordenadas es que hay que ubicar también la vida de Tehuel y su desaparición. Y cuando Lautaro Cruz ve las fotos de la búsqueda, con Tehuel mirando a cámara, encuadrando la selfie en 3/4 para no mostrar el pecho, recuerda cómo fue para él ese momento en el que empezaba a transitar la vida como un varón trans. “Yo pienso en Tehuel y pienso también en la cantidad de pibes que nosotres acompañamos y quiero correr y abrazarlos y decirles ‘no quiero que les pase nada’. Porque él recién iniciaba su transición social y es un momento de mucha vulnerabilidad”.
Este artículo fue publicado en la edición impresa de octubre de Rolling Stone Argentina.