En ‘Shadow Kingdom, The early songs of Bob Dylan’, el artista volvió a actuar en vivo por primera vez desde el 8 de diciembre de 2019
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La buena y la mala. La mala primero: pagar 25 dólares para ver tocar en vivo a Bob Dylan y no ver a sus músicos; intuir que lo acompañan actores haciendo que tocan, y hasta sospechar que no esté cantando en vivo. La buena: fue una película de 50 minutos ambientada en un cabaret imaginario de los años 50; su voz sonó espectacular, ahora, a los 80. Y tenés 48 horas para ver la grabación non stop.
El domingo, Dylan volvió a presentarse en vivo por primera vez desde el 8 de diciembre de 2019 con un esperado show por streaming titulado Shadow Kingdom, al que se conectó público literalmente de todo el mundo. Tan así que, en medio de saludos desde una larguísima lista de ciudades, alguien escribió: “estoy arriesgando mi vida por conectarme desde Corea del Norte”.
La ausencia de una batería reforzó el impacto y el peso de sus letras, independientemente de que, como siempre, encuadrara las canciones en un formato completamente distinto al original. En su mayoría, fueron clásicos muy clásicos, de los discos con los que Bob se convirtió en estampita (1965-69): Highway 61 Revisited, Blonde on Blonde, Bringing It All Back Home, John Wesley Harding y Nashville Skyline.
El título Shadow Kingdom, The early songs of Bob Dylan anticipó el espíritu de la velada, con su uso de la imagen en blanco y negro, los juegos de sombras, el pequeño club con mesas pegadas al escenario y la gente fumando en el set que abre la película y al que se vuelve ocasionalmente, tras algún cambio de sacos e instrumentos en el escenario.
El detalle de los barbijos, que volvió anónimos a sus músicos, recordó que, por más que la estética refiera al arte retro de su disco Rough & Rowdy Ways (2020), este show sucedió en plena pandemia.
Imposible no asociar esta producción con la película que se estrenó en 2019, Rolling Thunder Revue, un documental dirigido por Martin Scorsese donde se mezclan realidad y ficción para contar “una historia” de Bob Dylan. La ficción en 2021 pasaba más bien por pensar que iba a volver después de más de un año y medio parado y presentaría un show vivo-vivo, a suerte y verdad, ante los ojos de miles que se habrán conectado a través de la plataforma de conciertos virtuales Veeps.
Tampoco fue un concierto pregrabado tradicional, registrado mientras todos tocan y cantan en vivo al mismo tiempo. No se vio mucho a la banda, pero sí a Dylan, parado, con sus piernas abiertas a lo cowboy, con su guitarra o su armónica. Solo había lugar para él y para el humo que inundaba el ambiente, la principal queja de quienes reaccionaban en vivo en el chat. A todo esto, el chat ardía. Ya desde la previa. Se pueden leer o no, se les puede prestar atención o no. Hay acuerdo: lo bueno de la comodidad del hogar es que no tenés a toda esta gente hablando en tu oreja durante el concierto. “¿Calamaro estás ahí?” y “Hola Joan Baez” no pasaron desapercibidos entre los mensajes en distintos idiomas y símbolos. En francés, alguien sostuvo que ser contemporáneo de Dylan es un regalo. Comenzó el show y la directora Alma Ha’rel –quien ha trabajado con el actor Shia Labeouf y ha dirigido videos y comerciales– mostró el ambiente del club, donde se veía a varias parejas. Pero había señales de que ese otro público, que en teoría disfrutaba del show íntimo mientras fumaba supuestamente en la nariz del propio Dylan, en realidad no estaba en el mismo ambiente que el cantante.
Comenzó a cantar “When I Paint My Masterpiece”, con guitarra en mano y una voz que no ha sonado así en muchos, muchos años. “¿Estás seguro de que es Bob?”, escribió alguien en el chat. Pronto todos van asumiendo que no van a ver un show en vivo. “Se siente como el Supper Club de New York en 1993”, apuntó otro observador.
“Es material original hecho por Bob Dylan. Y no hay duda”, respondieron. No son las canciones de su último disco. Mucho menos son las canciones que salieron en esos discos de los 60. No hay rock ni electrificación y, aún así, el show es electrizante. Este debería ser su nuevo disco empaquetado como corresponde en el marco de una serie, que debería tenerlo en este mismo marco tocando selecciones de su enorme cancionero. Sería una linda serie, pero andá a convencer a Dylan de que repita alguno de estos trucos.
Ojo, todo puede ser. En 2020 vendió en 300 millones de dólares los derechos de comercialización de 600 de sus canciones, incluidas las más importantes. Por eso hoy el artista que hemos tenido la chance de ver tantas veces gracias a su inquebrantable espíritu de trabajo, con ese Never Ending Tour que lo llevó hasta el umbral de su cumpleaños número 80 en mayo, hoy ya no es “el artista de Columbia Records” –como históricamente se lo anunció en sus shows– sino que ahora es del grupo Universal, que licencia su música para comerciales, películas, videojuegos y demás.
“Dylan en Twin Peaks!”, se exaltó un espectador ante la enigmática belleza de “I’ll Be Your Baby Tonight”, cantado en un inusual primer plano que de algún modo remitió a la serie de David Lynch, flanqueado por dos chicas cuyo rol, más allá de aportar para la composición del cuadro, fue esencialmente quitarle la pelusa del hombro al impecable saco blanco de Bob.
Puntos altos, en 50 minutos, hubo varios: “Queen Jane Approximately”, con acústicas, contrabajo y acordeón; “Tombstone Blues”, a la mitad de revoluciones por minuto, como relatada, en una gran performance vocal; “What Was It You Wanted” sintonizando la versión de Willie Nelson y, en especial, “Forever Young”. Por si hiciera falta recordarle a la masa streamer que lo suyo no es envejecer. Al contrario. Es un puente hacia el infinito que nos identificará como raza.