Su nuevo disco es maravilloso. Pero la superestrella pop debió recorrer un camino oscuro para lograrlo
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Desde afuera, la casa no es demasiado diferente de las otras de la cuadra: una cabaña modesta en el barrio Highland Park de L.A., con un viejo árbol de lilas en flor cerca de la entrada. Pero es una locación legendaria: el lugar en el que una adolescente prodigio y su hermano mayor grabaron el disco que convirtió a Billie Eilish Pirate Baird O’Connell en reina del pop de la generación Z.
Es una ubicación conocida para cualquier fan de Eilish y, a primera vista, en un día absurdamente bello de abril, no parece haber cambiado mucho desde que se volvió famosa hace un par de años, junto con su ocupante adolescente. El perro de la familia O’Connell, Pepper, camina cansado en el patio junto al perro de la propia Eilish, Shark, un pitbull gris de un año. En las áreas comunes, hay señales de una educación en casa, como un viejo sacapuntas adosado a la pared y materiales escolares colocados de manera precaria sobre un escritorio.
Pero si se mira de cerca, hay muchas diferencias. Por empezar, el estudio casero más famoso del pop contemporáneo, armado en la habitación infantil de Finneas, el hermano de Billie, ya no es un estudio. La mamá de los hermanos, Maggie Baird, tomó el espacio. “Sigue siendo parecido, solo que sin equipos”, insiste Billie cuando me saluda en la cocina, reuniendo los ingredientes y utensilios para las galletitas que planea hornear. La mamá le agregó una alfombra azul a la habitación y duerme allí con su gata Misha. “Mantuvimos el estudio un tiempo, pero nos dimos cuenta de que no lo necesitábamos”, dice Eilish.
Finneas se mudó hace un par de años y se estableció en el barrio de Los Feliz con su novia influencer, Claudia Sulewski. Construyó un nuevo estudio en el sótano, donde Eilish y él empezaron a grabar el año pasado. Al principio, Eilish no quiere revelar que también se mudó. “No me gusta hablar de lo que pasa”, ofrece, de manera conspirativa, mientras hurga en los cajones de la cocina de sus padres como una estudiante universitaria visitando la casa de su infancia un fin de semana largo. “Hace un par de años que hago lo mío. Pero en secreto, nadie tiene por qué enterarse”.
Tampoco mintió por completo acerca de dónde vive: aún pasa muchas noches en el cuarto de su infancia. “Amo a mis padres así que me gusta estar con ellos”, dice, encogiéndose de hombros. Maggie y su esposo, Patrick O’Connell, entran y salen de la cocina, comentan el proceso de preparar las galletitas y ayudan a Eilish a usar el viejo horno. Eilish luce su nuevo look de rubia despampanante. Un giro de 180 grados de su antiguo cabello negro con raíces verdes, el nuevo peinado causó estragos cuando lo estrenó en Instagram en marzo. Hoy lo tiene húmedo después de una ducha y se puso una remera negra de su propia marca junto con unos joggings del mismo color. En el menú hay galletitas de manteca de maní y chocolate veganas y sin gluten. Está leyendo una vieja receta que se imprimió y tiene manchas de cocina, señal de haberla usado muchas veces. Eilish las hacía cada vez que estaba triste. “Era algo terapéutico”, explica.
Hace tiempo que no prepara estas galletitas (“Esto es historia”, bromea). Encontró otras formas de procesar sus sentimientos, por ejemplo componiendo su segundo disco, Happier Than Ever, que sale el 30 de julio. El título no es ficción: de hecho se ha sentido más feliz que nunca. Pero, como muchas cosas en su vida, tampoco es tan simple.
“Casi ninguna de las canciones del disco es alegre”, explica Eilish, y refuta la posibilidad de que su segundo disco sea la contracara feliz de When We All Fall Asleep, Where Do We Go?, de 2019. El debut, inspirado en Babadook, conjuraba recuerdos vívidos de noches de terror y sueños diurnos sobre texturas que iban del electropop industrial a las baladas de jazz. Sus videos eran igual de oscuros, llenos de arañas y lágrimas negras cubriéndole el rostro.
En la superficie, Happier Than Ever es otra pesadilla. Abusos emocionales, luchas de poder y desconfianza (historias de la vida de Eilish y de la gente que conoce) ocupan la mayor parte de las letras, junto con reflexiones sobre la fama y fantasías de un encuentro romántico secreto. El sonido es más dulce y simple que el ambiente de casa embrujada que acechaba en su debut: paisajes electrónicos sombríos y elegantes que te dan escalofríos, junto con las palabras de Eilish.
Y aun así, incluso en las canciones más oscuras hay momentos de reflexión, madurez y, lo más importante, esperanza. Es un disco de alguien que empezó a sanar antes de componerlo. O al menos eso intentó.
Eilish cuenta que las abejas la picaron “como 20 veces” en un campamento a los ocho o nueve años. Es una historia que ya relató. “No sé por qué me acordé”, dice. “¿Por qué me habré acordado? No tengo idea. ¿Alguna vez te picó una abeja en la cabeza?”. Lanzó la pregunta después de un silencio de fascinación mientras mirábamos cómo Shark se volvía loco por una lata vacía de manteca de maní. A Eilish no le gusta el silencio; de hecho narra el horneado de las galletitas como si fuera una vlogger de comida. Me muestra cómo hacer harina de avena (”Es literalmente avena y nada más; las ponés en esto [una licuadora Vitamix] a toda potencia”) y cómo encontrar la proporción adecuada entre chips de chocolate, manteca de maní y masa (“A mucha gente le gusta mucho y a otra poco”).
“No puedo ir al baño sin mirar algo en el teléfono”, dice. “No me puedo lavar los dientes. No me puedo lavar la cara”. El año pasado volvió a ver muchas cosas: Sherlock, The Office (“probablemente seis veces”), New Girl (“como cuatro veces”), Jane the Virgin. También se hizo tiempo para Good Girls, Killing Eve, The Flight Attendant, The Undoing y Promising Young Woman (“como cuatro veces”).
“Tengo todo en el teléfono”, explica. Casi no mira cosas en la TV, excepto The Twilight Saga, que empezó por primera vez hace poco con una amiga. “La miro mientras hago otras cosas, porque me saca la cabeza de la realidad de la vida. Tendría que seguir con My Strange Addiction”, dice, que es casualmente el mismo título de su canción de 2019 (y en la que samplea un diálogo de The Office).
Eilish ya casi no puede salir. Paparazzi y acosadores la siguen en cada movimiento, al punto de amenazar su seguridad y requerir una orden de restricción contra ellos. Su estilo de la época de When We All Fall Asleep era instantáneamente reconocible: pelo verde clarito, ropa de talle grande, ojos azul marino del tamaño de platos voladores. Lo que la obligó a encerrarse. Se resintió: “Era una niña y quería hacer cosas de niña. No quería no poder ir a un local o al shopping. Estaba enojada, no lo agradecía para nada”.
When We All Fall Asleep y la imagen que proyectaba en esa época la volvían única en el resto del mundo del pop. Pero esas cosas también cimentaron una imagen suya que ahora quisiera dejar atrás. Le menciono una instrucción durante un desafío musical en una temporada reciente de RuPaul’s Drag Race en el que le dicen a una drag queen que su estilo era muy “Billie Eilish”.
“¿Qué piensan cuando piensan eso? ¿Piensan lo que piensa Internet, los suspiros y las estupideces que dice la gente? Cada vez que veo una imitación en Internet me recuerda lo poco que sabe Internet de mí. Yo no comparto una mierda. Tengo una personalidad tan ruidosa que hace que la gente crea que sabe todo sobre mí, pero no saben nada, literalmente”. Quiere que la gente entienda un par de cosas: “Que sé cantar. Que soy mujer. Que tengo personalidad”. Happier Than Ever ofrece una declaración sobre todas ellas.
“Cada vez que escucho que alguien dice: ‘Oh, todas tus canciones suenan igual’, me enoja mucho. Es algo que realmente trato de que no pase. Creo que la gente que dice eso escuchó solo ‘Bad Guy’ y ‘Therefore I Am’”. Ambas canciones exhiben la tendencia de Eilish a cantar y rapear de manera silenciosa y malhumorada. Pero últimamente está canalizando algo de jazz en su voz, un timbre pulido tras años de giras, en canciones como “My Future” y “Your Power”.
La privacidad de Eilish era más valiosa de lo que al principio pensaba. Mostró mucho de sí misma para que el mundo consumiera al principio de su carrera, cuando era una “chica irritante de 16 años” (sus palabras) que trataba de relacionarse con sus fans como hubiera querido que sus artistas favoritos como Justin Bieber lo hicieran cuando era preadolescente. “Es triste porque no les puedo dar a los fans todo lo que quieren”, dice. “Cuanto más grande me pongo, más entiendo por qué [mis celebridades favoritas] no podían hacer todo lo que quería que hicieran”.
Le cuesta encontrar la mejor manera de decirlo. “No tiene sentido para gente que no está en este mundo. Si dijera lo que estoy pensando ahora, los fans se sentirían como yo me sentía a los 11. Dirían: ‘Sería tan fácil. Podrías simplemente hacerlo’. No. La cantidad de cosas que no pensás antes de que estén frente a vos es una locura”.
Eilish describe su vida como “más normal que el demonio”, y por momentos lo es. Mira Twilight. Tiene una primera cita, lo más discretamente posible. Se hace sus primeros tatuajes (se hizo un dragón negro gigante en el muslo derecho en noviembre y se tatuó “Eilish” en una letra adornada y gótica en el pecho el día después de los Grammy de 2020). “Por eso es muy gracioso cuando veo cosas como ’10 razones por las que pensamos que Billie Eilish está en los illuminati’”, dice. “Yo pienso: ‘¿Ustedes saben lo normal que soy, man?’”.
Quisiera compartir más detalles con los fans, pero la idea la pone nerviosa. Las canciones de Happier Than Ever se quejan del temor de las “entrevistas, entrevistas, entrevistas”, de los nombres de abusadores o amigos tóxicos a los que relacionan con ella para siempre, o de cómo sus propias palabras vuelven para asediarla como fantasmas.
“Ojalá pudiera decirles a los fans todo lo que pienso y siento y que esto no quedara para siempre en Internet. Y que no se hablara tanto de mí ni me llamaran problemática, o me dijeran cualquier mierda que a cualquiera se le ocurra decirle a alguien que dice lo que piensa”, explica. “La otra cosa triste es que no me conocen. Y yo no los conozco. Pero obviamente estamos conectados. El problema es que sentís que conocés a alguien, pero no. Y entonces, sí, es un montón”.
Nos pasamos afuera, a la única mesa de picnic en el patio, a disfrutar de las galletitas crocantes y calientes. Shark encuentra un pedazo particularmente soleado para acostarse. De repente se para y corre a la verja, en respuesta a los ladridos del perro de un vecino del que se quiere hacer amigo con desesperación. Eilish está un poco celosa.
“¿No te gustaría ser vos?”.
“Mi mamá me decía el otro día”, dice Eilish. “‘Cuando estás más feliz que nunca, no significa que estés más feliz que los demás, sino que estás más feliz que vos antes’”.
Luego de una adolescencia plagada de depresión, dismorfia corporal, violencia contra sí misma y pensamientos suicidas, Eilish empezó a sentirse mejor en el verano de 2019, mientras estaba de gira por Europa. Había pasado poco tiempo del lanzamiento de When We All Fall Asleep, y estaba haciendo terapia; acababa de cortar con un novio y una de sus mejores amigas la estaba acompañando en la gira (al igual que sus padres y su hermano, como siempre). “Estaba mejorando”, dice. “Sentía que era yo. Todo alrededor era exactamente como debía ser. Sentía que todo mejoraba, me sentía más feliz que nunca. Y traté de seguir con eso”.
Los principios de 2020 fueron un huracán. Eilish arrasó con las cuatro principales categorías de los Grammy y empezó a encabezar festivales en una gira que acabaría comiendo gran parte de su año. Estaba más contenta que en giras anteriores, de las que le había quedado dolor en los tobillos, férulas en las canillas y un dolor crónico. Tocó tres fechas antes de que la pandemia la obligara a cancelar el resto.
Eilish tuvo que despedirse de la época de When We Fall Asleep (y del look que la ayudó a volverse famosa) en los Grammy de este año, donde tocó el single “Everything I Wanted” con Finneas. Happier Than Ever estaba casi terminado, pero no estaba lista para mostrar su nuevo look rubio. Así que lo ocultó bajo una peluca negra y verde. “Era raro”, reflexiona. “Estaba haciendo de una vieja Billie Eilish, con pelo verde, cantando una canción de un año y medio antes, cuando tenía 16 temas nuevos que aún no había publicado. Los fans no sabían que era un adiós a una época. Eso es al mismo tiempo desgarrador y emocionante”.
Grabado mientras el mundo estaba en pausa, Happier Than Ever fue la oportunidad de indagar en traumas personales. “Atravesé cosas locas y me afectó e hizo que no me quisiera acercar a nadie”, dice, aunque se niega a dar más detalles.
Como todo lo que hace Eilish, las letras seguramente inspirarán debates, emojis de ojos raros y teorías conspirativas en las que la gente se pregunta de qué está hablando. Las canciones son un mosaico de experiencias, tanto de su vida como de la gente que conoce. Hablan de vagos, de amantes secretos y de abusadores emocionales. Eilish no da nombres ni detalles, y de hecho rápidamente recuerda que no habla solo de su vida. También dice que las historias del disco nuevo son más honestas que las de When We Fall Asleep, que describe como “casi todo de ficción”.
Eilish dice que está dejando atrás a la Vieja Billie, la que ocultaba sus emociones para hacer sentir mejor a los demás. “Hubo veces en las que alguien me afectaba, y yo le decía: ‘Necesito que sepas cómo me hacés sentir’. Y me decían algo como: ‘No puedo lidiar con esto ahora. No puedo ahora. Va a ser demasiado para mí’”.
Dice que pasó demasiado tiempo “siendo maltratada” y se tuvo que dar cuenta de que, si bien los rasgos tóxicos de los que canta muchas veces eran producto del dolor, eso no los vuelve aceptables. “El otro día hablaba con alguien sobre su vida y me contó muchas cosas traumáticas que le habían pasado. Y pensé: ‘Oh, no tenés que tratar a todo el mundo como si fuera una basura solo porque te han lastimado’. Está bien si alguien te traumatizó y tenés malos instintos, pero tampoco hay excusas para abusar de nadie. No las hay. Siento que es todo puras excusas. Excusas, excusas”.
“Getting Older”, la apertura del disco, fue particularmente difícil de componer. “No fue mi decisión ser abusada”, canta sobre una base de sintetizador delicada. Al final describe lo que tiene en mente: “Sufrí un trauma grande/ Hice cosas que no quería/ Tenía miedo de decírtelo/ Pero llegó la hora”. Eilish reconoce que la crudeza de la canción puede shockear a los oyentes. “Tuve que hacer una pausa mientras la componía porque quería llorar, era muy reveladora. Y es la verdad”.
El tema del título, que empieza como una canción sobre una separación lacrimógena y luego pasa a una explosión de guitarras eléctricas, fue lo primero que compuso para el disco, durante una gira por Europa en la que sentía que mejoraba. El resto de las canciones ofrecen distintos tipos de catarsis, entre bases electrónicas sexy y otras de calidez folk que recuerdan su música más vieja. Cada canción es delicada, sensual, y mezcla vulnerabilidad con algo de pose autoprotectora.
Componer sobre sus emociones más profundas no era fácil para alguien que había cerrado bajo cuatro llaves los detalles de sus relaciones. “Estuve en dos relaciones”, dice. “Viví mucho en lo que hice. Pero nunca estuve en una relación verdadera y normal”. Las noticias y las respuestas de los fans a su documental para Apple TV, The World’s a Little Blurry, cimentaron su decisión de no dar nombres ni detalles sobre las canciones nuevas. La gente dice: “‘Bueno, sos artista, así que cuando sacás algo así, no podés esperar que la gente no quiera saber más’. Sí puedo”, dice. “Deberían respetar mi decisión de dar esta información y decir: ‘Esto es todo lo que hay’. El resto es para mi cerebro”.
Lo más que llegó a ver el mundo de la vida romántica de Eilish fue en The World’s a Little Blurry, que se extiende desde las últimas semanas de la grabación de When We All Fall Asleep a fines de 2018 hasta los Grammy de 2020. Eilish no estaba necesariamente feliz de que saliera. “No me gusta compartir esa parte de mi vida y mi plan era no compartirla nunca”, dice.
Su ex, Brandon Adams, un artista que trabaja bajo el nombre 7:AMP, tiene un rol clave en la película. The World’s a Little Blurry muestra un intercambio doloroso entre Eilish y Adams, que en ese entonces tenía veintipico. Luego del documental, los fans atacaron a Adams y su familia en las redes sociales.
Muchos asumieron que el escalofriante single “Your Power” de Eilish, en donde menciona una relación entre una adolescente y un hombre mayor, hablaba de Adams. Eilish (quien lanzó el tema en abril, junto con una declaración que decía que, en parte, “esto trata sobre muchas situaciones diferentes que todos vivimos o vimos”) rechaza con firmeza esta idea. “Todos se tienen que callar”, dice. El documental, insiste, “tenía un poquitito muy microscópico de esa relación. Nadie sabe nada de nada. Ojalá la gente pudiera parar y ver las cosas y no tener que decir siempre algo”.
Eilish se describe como “dependiente”, pero desde que se separó de Adams en 2019, pasó los últimos dos años tratando de existir en sus propios términos. “Antes no sabía”, explica, “y es irónico, porque nunca había estado en una relación que me permitiera existir con esa persona tampoco. Mis emociones siempre eran en relación a las de otra persona, y eso es un dolor en el culo”.
Aún trata de madurar. “Eventualmente una se cura”.
Eilish y yo no íbamos a encontrarnos en la casa de sus padres. Ella quería mostrarme dónde había grabado Happier Than Ever, en el estudio en el sótano de Finneas. Pero se rompió un caño que casi destruye el lugar. “Hubo que reconstruir la sala”, explica él por Zoom más tarde. “Pero mis discos rígidos, mis sintetizadores y mis guitarras se salvaron. Tuve suerte”.
Eilish habla con alivio acerca de lo relajado que fue el proceso de Happier Than Ever en comparación con su debut. En parte fue gracias a un gran consejo de su mamá, Maggie, al principio de la pandemia. Luego de casi un mes de cuarentena, Maggie les sugirió a sus hijos que armaran un cronograma semanal. Los lunes, miércoles y jueves, Eilish iba en su Dodge Challenger negro a la casa de Finneas. A veces componían. Otras jugaban al Animal Crossing o Beat Saber. Todos los días comían algo rico: “Mucho Taco Bell, pizza casera, taro, comida tailandesa”, enumera Eilish. “Crossroads o Little Pine. Una vez Nic. Una vez Fatburger. Fue todo un premio”.
En The World’s a Little Blurry, la miseria de la adolescente cuando está terminando When We All Fall Asleep es palpable. Eilish y Finneas hacían lo que querían, pero la presión del sello los acechaba. Había fechas límite (el disco debía salir en su cumpleaños 17), reuniones todo el tiempo y la expectativa de que naciera una estrella, gracias a un par de años de rumores cada vez mayores. “Odié cada segundo del proceso”, admite. “Odiaba componer. Odiaba grabar. Lo odiaba literalmente. Habría preferido cualquier otra cosa. Me acuerdo de pensar que no iba a hacer otro disco en la vida. De ninguna manera”.
Esta vez no había presión. Ni notas del sello. Ni reuniones. Ni ningún apuro. “Nadie nos puede decir más nada”, dice Billie. “Somos Finneas y yo, y nadie más”. El 3 de abril de 2020, el primer día de su nuevo calendario semanal, compusieron “My Future”. A los pocos meses se dieron cuenta de que estaban haciendo un disco.
Me muestra una pizarra con la lista de temas en marcador, canciones que fueron borradas y movidas de lugar. “Creo que voy a enmarcar esto”, dice con una sonrisa. Hay algunas manchas de agua, porque se mojó cuando se inundó el estudio de Finneas.
Las 16 canciones del disco son las únicas 16 en las que trabajaron. Al dúo le gusta terminar lo que empieza: cada canción debía ser trabajada con una precisión meticulosa hasta que estuviera perfecta para ellos. El sonido del disco es una prueba; cada canción es un paisaje sonoro único de pop de vanguardia que potencia el lado trip-hop barroco del debut.
“Admiro a los artistas que pueden hacer tres canciones por día una y otra vez”, reflexiona Eilish. Compara componer canciones con correr, en el sentido de que sería “jodidamente agotador” hacerlo todo el tiempo. “Componer es así para mí. Soy bastante buena, pero requiere mucho de mí. Cada vez que hago una canción me siento como si hubiera corrido una maratón”.
Finneas vio el cambio de su hermana. Disfrutaba componer las canciones, el proceso no la torturaba como antes. “Fue genial, como hermano mayor, verla tomar más confianza y sentirse más dueña y más animada que antes con la música que hacíamos”, dice. “También pienso que mejoró mucho objetivamente. Es mi opinión. Si fuera una gimnasta olímpica o algo así, habría mejorado. Podría saltar más alto o algo así”.
Desde “Bad Guy”, Finneas pasó a ser uno de los productores más requeridos del pop, trabajando con Tove Lo, Selena Gómez y otros. También tiene su propia carrera solista que acaba de despegar, aunque la inundación del estudio vino en el peor momento, mientras trabajaba en su disco debut. Eilish dice que la carrera de Finneas más allá de ser su socio creativo es “jodidamente genial” y es fácil para ellos adaptarse. “No interfiere para nada y para él es divertido”, dice. “Solo hace lo que quiere. No es un esclavo de su trabajo”.
“Cumplo muchos deseos trabajando con Billie”, sigue Finneas. “Mi objetivo principal era profundizar más. Este era su segundo disco, donde tenés la posibilidad de ir mucho más adentro, más a fondo”.
Finneas dice que el proceso creativo es “50-50”, y habla con orgullo del trémolo y la distorsión que elevan canciones como “Oxytocin” y “NDA”, dos temas que observan el romance y los amoríos a través del lente de una persona muy famosa que logra mantener a ambos en el radar.
“Billie Bossa Nova” lleva el tema un paso más allá y construye una fantasía alrededor de la vida de una estrella pop que sale de gira. “Cuando vamos de gira tenemos que hacer muchas cosas tontas, como entrar por ascensores ocultos en hoteles para que los paparazzi no nos sigan hasta las habitaciones”, explica. “Así que actuamos como si hubiera un affaire secreto, donde Billie dice: ‘Nadie me vio en el lobby/ Nadie me vio en tus brazos’, como si hubiera una persona misteriosa en su vida durante la gira”.
“Compongo los temas con mi hermano, y tenemos que taparnos los oídos cuando hablamos de deseos por otras personas, porque somos hermanos”, dice Eilish más tarde. En canciones como “Oxytocin”, cuyo título sale de la hormona que se libera en la sangre con el amor o el nacimiento, ella se pregunta “¿Qué diría la gente... si escuchara a través de la pared?”, sobre una base sensual. La más folk “Male Fantasy” la encuentra distrayéndose con pornografía y luego meditando sobre el efecto que tiene el porno sobre los hombres.
“Somos muy abiertos en nuestras vidas así que no es raro”, continúa ella. “Es divertido. Componer canciones es como narrar historias. Tenemos que pensar en el arte y no tanto en la letra”.
Por más 50-50 que sean, Finneas deja claro que si todo está bajo el nombre de Eilish es por una razón. “Muchas veces nos preguntan por nuestra relación como dúo y en realidad ella es una artista solista”, dice Finneas. “Es su vida. Es su mundo. Yo la ayudo a articularlo, pero son sus experiencias. En este disco me permitió meterme mucho. Pero no sé cómo es vivir eso”.
Y cita a su amiga, la cantante y compositora Bishop Briggs, que dice que la escritura es su forma de lidiar con todo. Finneas está de acuerdo. “Para Billie hacer este disco fue su manera de procesar todo esto”.
Cuando Eilish saca un tema nuevo, no lo puede volver a escuchar. Desaparece en el universo y su creadora solo lo escucha si se lo cruza en la radio. “No es porque me deje de gustar”, explica. Happier Than Ever de hecho es el disco preferido de Eilish en el mundo, pero está haciendo el duelo por su pérdida, meses antes de que se edite. Cuando hablábamos, faltaban semanas para que se publique su primer single.
“No sé cómo explicar esto, pero todas las canciones del disco se sienten como un momento específico, cuando las compuse y las hice”, explica. “Me encanta. Es la razón por la que una hace esto: por eso”.
Cuando Eilish y yo hablamos la última vez, “Your Power” ya salió hace unos días. Despertó conversaciones reflexivas en Internet, muchas mujeres compartieron sus experiencias de abuso sexual y emocional. La letra sobre una pareja mayor que se aprovecha de una mujer más joven tocó una fibra sensible, y la propia Eilish está procesando esa reacción. “Siento que la gente escuchó la letra de verdad”, dice, dando vueltas en su cuarto con una remera de las Chicas Superpoderosas gigante. “Me daba miedo de que saliera porque es mi tema preferido. Sentía que el mundo no lo merecía”.
También ese fin de semana rompió su propio récord de likes en Instagram: sus fotos para la Vogue británica la mostraron con ropas más reveladoras que antes, con el estilo de cabaret de los años 40. Las imágenes fueron objeto de obsesión en Internet durante días: ¿había traicionado la moda más “modesta” de antes? ¿Había tomado la decisión sola? Tampoco era que su cuerpo no fuera tema de debate cuando estaba con ropas: sus vestimentas de talles grandes habían sido usadas para avergonzar a sus pares y fue objeto de comentarios gordofóbicos por parte de los curiosos. “Vi una foto mía en la tapa de Vogue de hace un par de años con ropa de talle grande al lado de la foto de este año. Y había un texto que decía: ‘Eso se llama madurar’. Entiendo de dónde viene, pero por otro lado pienso: ‘No está bien. No es que sea esto ahora, ni tampoco significa que haya madurado’”.
Como sus experimentos con la moda, Happier Than Ever no trata sobre cambiar quién es Billie Eilish, sino sobre expandir el rango de definición. Pero como ella temía, dejó de escuchar “Your Power” en cuanto salió. “No sé. Algo cambia”, dice, confundida por su propia costumbre.
La canción ya adquirió vida propia, así que no tiene demasiadas expectativas acerca de cómo va a reaccionar la gente a los temas aún inéditos. Le gustaría hacer algo audiovisual para cada tema y planea embarcarse en una gira mundial en algún momento.
Tiene otro deseo para su música. “Ojalá que la gente rompa con sus novios gracias a ella”, dice, con apenas una pizca de humor. “Y espero que ellos no se aprovechen de ellas”.
Este artículo fue la nota de tapa de la edición de julio de 2021 de Rolling Stone Argentina.
Este artículo fue publicado originalmente en Rolling Stone Estados Unidos.