A los 53 años, el cantante revalida su título como una de las estrellas de rock más populares del país con una trilogía de discos en la que revisita sus clásicos en distintos formatos
- 36 minutos de lectura'
Esta entrevista es la nota de tapa de la edición de octubre de la revista Rolling Stone. Encontrala en los kioscos de diarios y revistas.
Son casi las cuatro de la mañana en una vieja casona que funciona como bar en la avenida Arístides, en el centro de la ciudad de Mendoza, donde, desde poco antes de la medianoche, gente de todas las edades va y viene y se mete en un pub o en una disco y la pandemia parece un recuerdo lejano, si no fuera por algún que otro barbijo, en su mayoría usado por los empleados de los locales. Es el cumpleaños del maestro/ingeniero de sonido Álvaro Villagra, quien en las últimas tres décadas estuvo detrás de la consola en los estudios de grabación de buena parte de la discografía de tu vida (Riff, La Renga, Los Fabulosos Cadillacs, Almafuerte, Los Auténticos Decadentes, Attaque 77, Divididos, Los Piojos, Massacre y más y más y más) y esta madrugada, a manera de autocelebración, está sentado frente a un desvencijado piano de cola, tocando canciones de Sui Generis, de Serú Girán, de los Beatles, de los Stones, de Fito Páez, de Pappo y de César “Banana” Pueyrredón.
Pero esta no es la historia de Villagra −que, por cierto, alguien debería escribirla alguna vez−, sino la del hombre que está parado a su lado, cantando, desgañitándose, dejando todo en cada uno de los temas que suenan desde el piano desde hace más de tres horas. Incluso con celular en mano, leyendo las letras en inglés que no recuerda desde una página en Internet. Ninguno de los pocos testigos de este karaoke descontracturado, sorpresivo e íntimo quiere que esto se acabe, pero ya va siendo hora y como cierre fogonero Andrés Ciro Martínez canta aquello de “hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad”. El resto de la pequeña comitiva del festejo espontáneo −la única premisa había sido: “Vamos a tomar una cerveza, a las doce le cantamos el feliz cumpleaños a Álvaro y después nos vamos a dormir”− lo acompañamos, como podemos, desvergonzados ya después de una noche larga, alrededor del piano.
Enfrente, la audiencia -veinte, veinticinco clientes, un puñado de empleados y los dueños del bar- no sale de su asombro por tener a uno de los músicos más populares del país ahí nomás, a dos metros de distancia, cantando para ellos un popurrí de clásicos de aquí y de allá, gratis, a tiro de celular y sin restricciones.
No es habitual ver a una estrella de rock moviéndose fuera de su imaginario hábitat natural –el escenario, allá lejos, inalcanzable, o bien algún vip, rodeado por asistentes y entorno–, interactuando con la gente en un bar como un mortal más, comiendo un pancho en la vereda a las cuatro y media de la mañana frente a un maxikiosco −así terminó la noche mendocina del karaoke− o andando en bicicleta por los empedrados de Ciudad Jardín, la localidad bonaerense de casas bajas en la que Ciro se crio y donde aún hoy vive.
Pero después de varios encuentros medianamente cercanos con Rolling Stone a lo largo de tres meses (uno de ellos de cuatro días de duración), en distintas locaciones (Villa Ortúzar, Mendoza, Ciudad Jardín, calle Corrientes) y con situaciones de todo tipo (entrevistas, grabaciones, almuerzos, cenas, conciertos y karaokes espontáneos), uno podría confirmar que esa forma de andar por la vida “como uno más” en buena medida es la clave de su popularidad. Una popularidad que lo acompaña desde hace 25 años, cuando el personaje que había creado en escena, que mezclaba a Mick Jagger y Jim Morrison con el teatro de Hugo Midón y las vivencias de un pibe suburbano que surfeaba los techos del tren San Martín, finalmente cumplió su autoprofecía de subirse a los escenarios de estadio y de allí no se bajó más.
Esa manera simple de vivir la vida Ciro la traslada con naturalidad a sus canciones, a sus entrevistas, a sus gustos y a sus recitales, sumándole un singular y desprejuiciado olfato para lo popular. El mismo que lo hace convertir sus últimos shows en el teatro Ópera en una suerte de kermés, en la que puede frenar todo para sortear entre el público un vinilo de su último disco acústico y un vino con su firma, amenizar con chistes y extensas anécdotas entre tema y tema, utilizar su escenografía para proyectar las fotos que sus fans se tomaron minutos antes en la puerta del teatro o hacer equilibrio con una bicicleta arriba del escenario mientras canta “Ruleta”, de su ex banda Los Piojos.
El primer encuentro con Ciro para esta entrevista fue el 16 de junio, en Villa Ortúzar, en la casa donde funciona la productora 300, fundada tras la disolución de Los Piojos junto a su amigo, mano derecha y manager todoterreno, Juan Domingo “Pocho” Rocca. Mientras en las redes sociales se cruzaban peronistas y “libertarios” por un nuevo aniversario del bombardeo a Plaza de Mayo que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955, Ciro, ávido lector de la historia argentina y mundial, teorizaba sin apuro acerca de la fundación del peronismo, el movimiento político popular más grande de Argentina. Casi un deporte nacional, al que el cantante se entrega sin casete. “Creo que el peronismo es producto del egoísmo de las clases más pudientes. Si las clases más pudientes hubieran tenido una visión más integradora y de crecimiento como país, a nivel general y nacional, el peronismo no hubiera existido. El peronismo es una reacción”, dice este cantante y compositor que en 2000 santificó a Arturo Jauretche −un intelectual nacido en el seno del partido radical de la década del 30 que adhirió al peronismo a partir de 1945− en un tema de Verde paisaje del infierno, de Los Piojos. “Perdimos el tiempo justo/ Para ser la gran Nación/ El ser chicos, hoy nos duele/ En el alma y la ambición/ Hubo un día en que la historia/ Nos dio la oportunidad/ De ser un país con gloria/ O un granero colonial/ Pero faltó la grandeza/ De tener buena visión/ Por tapados de visón/ Y perfumes de París/ …Yo le pido a San Jauretche/ Que venga la buena leche/ Sarmiento y Mitre, entregados a las cadenas foráneas/ Del sillón y Rivadavia, hoy encuentran sucesores/ Qué les voy a hablar de amores y relaciones carnales/ Todos sabemos los males que hay donde estamos parados/ Por culpa de unos tarados y unos cuantos criminales”.
Ciro se acercó a la Historia cuando tenía 10 años, a través de una tía abuela, Marta Durante Avellanal. “Mi abuela era profesora de Matemática, en la época en que eran pocas las mujeres profesoras. Y mi bisabuelo era dentista, Ciro Durante Avellanal, el primer director de la universidad de Odontología. Mi tía abuela, hija de él, era la profesora de Historia, una mujer maravillosa, que murió bastante joven de cáncer, soltera. Era muy apasionada de la cultura y siempre me hablaba de cosas de historia, de Grecia, me pasaba libros muy interesantes, que explicaban por qué los caminos se hacen donde se hacen y cómo el hombre va progresando. Realmente leer historia y pensarla te ayuda a ver qué es lo que pasa en el presente. Aunque, de todas maneras, uno tiene que alejarse de los fanatismos. Porque si uno analiza la historia como fanático o es muy tonto o tiene una intención política o de cualquier tipo. Si uno sabe preparar todas las comidas y dice: ‘No, la única que vale son los ravioles’; lo más probable es que tengas una fábrica de ravioles y quieras copar la parada. No hay que ser fanático. Hace un tiempo leí el libro sobre Sarmiento que había elogiado Cristina (Sarmiento periodista, de Diego Valenzuela y Mercedes Sanguineti) y lo que dice es verdad, porque digamos que ideológicamente no comparto muchas cosas con Sarmiento, pero si tuviéramos dirigentes con la capacidad de Sarmiento, las cosas hoy serían diferentes… Por decirlo grosso modo: si Macri tuviera el talento de Sarmiento, hubiera ganado de nuevo. La cantidad de cosas que hizo Sarmiento no se pueden creer. Un solo tipo, las escuelas, la cuestión de los ríos… Después tenía unas cosas bravísimas. Era polémico, pero el tipo hacía. Si vos después tenés otro presidente que corrige un poco ese camino, aunque sea para el otro lado, el país va creciendo”.
¿Estás descreído de la política?
Lamentablemente creo que cada vez creo menos. De todas maneras, siempre pienso en una solución que incluya a la mayoría, no en soluciones elitistas. Como país siempre hay que pensar en las mayorías, en el socialismo, en una cuestión social y nacional, entendiendo lo bueno del significado de esas palabras. El peronismo se ubica ahí, pero también después el peronismo tiene muchas tergiversaciones, como el sindicalismo, que al final termina siendo un despropósito y una contra de lo que realmente tendría que buscar. Se supone que sindicalismo tendría que ser sinónimo de más trabajo, de mejores condiciones para el trabajador. Y no solo eso no ocurre, sino que la situación social para el tipo que es emprendedor es muy difícil. Si un empresario toma a un tipo que es un inútil, que es un desastre y lo echa, el tipo le hace juicio y le deja un agujero. Así es muy difícil la construcción de trabajo, de empleo. Es necesario sanear como sociedad, como sistema. Hay que defender al generador de empleo genuino, de trabajo. No hablo de precarizar. Al tipo que tiene un restaurante, una rotisería, que pone un taller, no puede ser que lo fundan dos tipos que no laburaban. Ahí hay un vacío legal terrible y creo que es uno de los secretos de la economía. Algo por lo cual voté a Menem en su primera presidencia, porque prometía impulsar a la pequeña y mediana empresa. En gran parte, las pequeñas y medianas empresas son las que pueden salvar el país económicamente y basta del Estado teta. ¡La teta del Estado! Hay que fomentar las iniciativas privadas. La gente joven tiene ganas de hacer. No puede ser tan engorroso y cuesta arriba tener un emprendimiento.
¿A vos te pasó desde el lado empresarial?
A nosotros nos pasó cuando fue el final de Los Piojos, incluso con gente impensable, que te amenazaba con juicios y que hubo que terminar arreglando. Gente que laburaba totalmente por fuera de la estructura, para algún caso puntual de algún show, que nos hizo juicios como si hubiese trabajado todos los días con nosotros, desde el principio. Gente copada, pero que nos hizo juicios. Todo eso es un asco. No hay moral en eso. Y no estoy diciendo que la opción es el neoliberalismo. Porque ni Menem ni Martínez de Hoz ni el neoliberalismo más de la última época hicieron algo por la pequeña y mediana industria. No sé, ¿a quién le fue bien con eso?
Ciro dice que a los 15 años leyó una de esas frases que salían en la contratapa del diario Clarín que lo marcó, y hoy la repite de memoria: “Quien a los 15 no tuvo un amigo verdadero, a los 20 una pasión, a los 30 un usurero, a los 40 poder y a los 50 dinero, o ha sido muy haragán o ha sido muy majadero”. “A mí me pasó. A los 15 tuve mi amigo, a los 20 mi pasión, Los Piojos, arrancar con el rock; a los 30 tuve una situación de tener que pedir plata para poder comprarme una casa, recibí esos adelantos de los discos, que después lo tenía que ir devolviendo a medida que se vendían; a los 40 me pasó eso de ser alguien y ahora a los 50 tengo una situación económica que me permite estar tranquilo y que ni podía imaginar cuando era chico. Porque yo me acuerdo de estar en el estudio Del Cielito y verlo entrar a Juanse con un auto, un Renault Fuego, y pensar: ‘Cómo carajo llegó a comprarse un auto’. Yo me compré mi primer auto a los 27, con plata de Tercer arco, de los shows, cuando empezamos a tocar en estadios, y sentía medio culpa de tener un auto. Era un Gol tres puertas, pero como siempre había viajado en bondi, no me lo figuraba”.
Pero vos alguna vez contaste que ni bien empezaron con Los Piojos ya pensabas en tocar en River. ¿Siempre supiste internamente que ibas a ser alguien popular?
No así tan claramente, pero de chico yo escuchaba a los Rolling Stones y me imaginaba cantando en un estadio. Mi idea era esa, no como plan, sino como sueño.
¿Cómo recordás los años previos a sumarte a Los Piojos?
Esa época era mucho de jugar al fútbol, de estar en la calle. Enfrente de mi casa había un campito y me la pasaba ahí. Andaba mucho en bicicleta, todo el día, hasta que se hiciera de noche. Cada tanto prendíamos fuego en el campito, con algún amigo nos escapábamos a fumar un pucho. Me acuerdo de fumar faso a escondidas en la escuela. Fue una época medio complicada en lo familiar, porque mis viejos se estaban separando. Eso también me propulsaba a mí a ser independiente, a irme, a tener algo que hacer, buscar un lugar donde descargar. Creo que eso hace también, según las cosas que uno vive, que elijas el rock o algo más tranquilo para tu vida. La necesidad de descargar vivencias te lleva más hacia el rock.
¿Y cuándo te diste cuenta de que provocabas algo en la gente?
Ya de chico, cuando hice una imitación de John Travolta en la escuela y todos me aplaudieron. De más grande lo confirmé en la primera muestra de teatro que hice. Una vez mi viejo, que era muy crítico y siempre bastante lapidario, fue al teatro a verme en una obra que se llamaba Romeo y Julieta expulsados del paraíso, en el Rojas, de la que participaban veinte actores y me dijo que cuando yo salía a escena, a la gente le pasaba algo, que no pasaba desapercibido. Eso me impactó, porque si lo decía mi viejo, debía ser verdad.
Vos fuiste padre a los 27 años, coincidiendo con el salto a la popularidad de Los Piojos, ¿cómo lo llevaste?
Fue complicado, no fue fácil tener una hija en medio de toda la cuestión de la fama, la juventud. Tuve alguna situación medio descontrolada, que pensé que me moría y pedí por favor a Dios que no me lleve, solo por mi hija que acababa de nacer. Eso siempre me acuerdo. La relación con la mamá no venía bien y a los 2 años nos divorciamos, pero siempre tuve claro que quería darle lo mejor a mi hija y estar con ella. Siempre me hice cargo y la vi y a la vez ella fue para mí un cable a tierra y un mojón o una referencia, un faro… Creo que uno tiene que sentir que hace para alguien las cosas, que vas a transmitir y hoy te puedo decir orgulloso que tengo tres hijos y que los veo bien, son gente que disfruta de la vida y yo me habré equivocado en cosas, pero no pueden decir que no los veía o no estuve con ellos. Pobres de aquellos que no ven a sus hijos.
Tu hija Manuela, la del medio, acaba de editar su primer disco. ¿Sos crítico con ella como era tu papá con vos?
Creo que no. Ella es muy reservada y segura de sí misma, de lo que quiere. Yo le doy alguna opinión por ahí de una estructura de un tema, pero Manu no me dice nada. Ni de los shows, porque no quiere que vaya. Alguna vez la fui a ver sin decirle. Ahora estuvo como invitada en los shows del Ópera, haciendo dos temas con Los Persas como banda. Cada vez se suelta más en esa situación. Ella es muy graciosa, tiene mucho humor, es jodona, pero le falta soltarse un poco más… Quizá no le interesa, pero tiene algo corporal muy bueno.
Dos días más tarde, hablo con Manuela Martínez, que acababa de cumplir 22 años, para que dé su visión de la historia: “No me gusta que mi papá venga a verme, porque me genera una presión, imaginate, él hace todo un espectáculo tremendo y lo mío es algo más tranquilo”, dice y sonríe. “De chica yo era muy unida con mi viejo y compartimos muchas cosas porque siempre me gustaron el fútbol y los disfraces de Batman o Spiderman, cero femenina. Mi hermana era la princesa y yo todo lo contrario. Por ahí nos íbamos a pescar los dos solos. Pero cuando empecé a escribir canciones, lo hice con mi mamá (Carolina de la Presa), porque durante la adolescencia era medio callada y no le contaba mucho a mi papá. Todavía me lo recrimina. Pero mi mamá siempre escribió canciones, ‘Astros’ es de ella. La primera canción que hicimos se llamaba ‘El tiempo’ y mi papá la grabó, le modificó un poco la letra y ahora se llama ‘Luz’”.
¿Cómo fue como padre?
Tuvimos mucha suerte de tener el padre que tenemos, porque viste que a veces los padres no tienen muy buena fama. Pero él siempre estuvo muy presente, es muy cariñoso y te escucha y está cuando lo necesitás. Compartimos muchas cosas, nos gusta ver películas juntos y creo que lo más importante es que nos enseñó valores buenos. Yo aprendí mucho de él, principalmente creo que de lo humilde que es, porque nunca lo vi creído a pesar de ser quien es.
A los 53 años, Andrés Ciro Martínez está celebrando sus tres décadas de exitosa carrera con un proyecto revisionista: una trilogía de discos en la que regraba sus canciones en diferentes formatos. El primero de ellos, Guerras, acústico −editado a fines del año pasado−; el segundo, acompañado por la Orquesta Filarmónica de Mendoza −en posproducción, con fecha de salida antes de que termine 2021−; y el tercero, con featurings de amplio espectro, que podrían ir desde Ricardo Mollo hasta L-Gante −ya para 2022−. “La idea fue tomando forma durante la pandemia, mientras hacía unos vivos para Instagram en los que toqué algunas canciones solo con la guitarra”, cuenta Ciro. “Yo nunca fui un cantor de reuniones. No por una cuestión de inhibición, pero sí por ahí por pudor, si se quiere. Cuando me junto con amigos no me interesa ser el centro de atención. Puedo contar algo y bla, bla, y me gusta teatralizar la situación y qué sé yo, pero no voy a agarrar una guitarra para que me presten atención y escuchen mis canciones. Porque, además, lo más probable es que a mi amigo no le interese escucharme. Otra cosa es si es alguien que fue y pagó una entrada para verme cantar, no sé. Pero bueno, tocando en los vivos de Instagram le tomé el gusto y me dieron ganas de grabar un disco acústico”.
Días antes de que se decretara el primer encierro por la pandemia, en marzo de 2020, Ciro había cantado junto a la Orquesta Filarmónica de Mendoza en la Fiesta de la Cosecha que se realiza anualmente en el aeropuerto El Plumerillo de la capital mendocina. “No estaba seguro de cómo iban a quedar mis canciones orquestadas, pero la verdad es que nos gustó mucho el trabajo que hicieron dos jóvenes arregladores mendocinos, Joaquín Guevara y Juan Emilio Cucchiarelli. Al escuchar temas como ‘Antes y después’, con el riff tocado por los violines y un arreglo de percusión alucinante, me dieron el valor para encarar la grabación de un disco con orquesta. Eso entonces ya estaba en el aire, y sumado a lo que pasó después con el acústico, pensamos en hacer esta trilogía”.
Dos meses después del primer encuentro viajamos hasta Mendoza para presenciar la grabación de los cincuenta músicos de la filarmónica que, debido a los protocolos obligatorios, grabó durante una semana en el teatro Independencia, dividida en tres partes: las cuerdas, las maderas y los vientos. Bajo la dirección de César Iván Lara y con los arreglos de Guevara y Cucchiarelli, pasaron “Pacífico”, “Agua”, “Ruidos”, “Antes y después”, “Dientes de cordero” y otros.
“Lo difícil va a ser poner mis voces después”, confiesa Ciro sentado en la segunda fila del teatro, mientras escucha las versiones “solo cuerdas” de sus canciones, como si se tratara de la banda de sonido de una película. “Uno tiene que cambiar la interpretación, porque los temas tienen climas distintos y la letra tiene otro protagonismo, no está mezclada con las guitarras y la batería. En el disco acústico algo de eso hubo, pero ahora es mucho más… Creo que cantarlos me va a despertar distintas cosas. Sin dudas en estas situaciones hay que apuntar a la interpretación de los temas, porque el papel de cantante lírico me va grande, no tengo la técnica, y a la vez creo que sería ridículo”.
¿Cuál fue tu primer contacto con la música clásica?
A los 15 años, más o menos, quise ponerme a escuchar y fui a una disquería y cuando me preguntaron qué tipo de música quería, les dije quería algo medio fuerte y rítmico, que no fuera romántica. El tipo me dio un disco de Rimski-Kórsakov, un ruso que respondía bastante a lo que quería. Me compré eso y después había unos discos que eran con la tapa como si fuera la de un diario, una colección, con distintos temas de un autor y ahí me compré uno de Wagner, uno de Stravinsky… En casa había algún disco de Bach, porque a mi viejo le gustaba el jazz y decía que había cierta conexión. Pero lo que me interesaba de esta propuesta era que no sonora a una banda con una orquesta detrás como una cortina tenue, como puede ser el disco de Metallica. Me parece que este disco es otra cosa. Hay poco de la banda y el foco está puesto en la orquesta, con arreglos muy talentosos. El protagonismo lo tiene la orquesta, alrededor de la voz.
¿Cómo te definirías como cantante?
Creo que busco interpretar lo que escribo, transmitir, creo que soy un buen transmisor de sensaciones, quizá de vivencias. Tengo para crecer técnicamente, he mejorado con el tiempo, pero todavía tengo mucho para desarrollar. Con oficio uno va aprendiendo cosas y eso hace que hoy pueda hacer recitales de tres horas y media, pero podría ser mejor. También es rock y la gente a veces canta a un volumen que no importa mucho lo que yo cante, ja.
Además, para hacer rock pareciera que no se necesita tener una buena voz…
El rock justamente es un género popular y la enseñanza académica de la voz no es popular. Por más que quizá el mejor cantante de ópera sea de origen humilde, pero no es lo más común. En el rock además está la cuestión de la letra, de la composición, de lo que uno tiene para decir. Por eso siempre me llamó la atención que Gardel fuera el compositor: hacía la melodía, no la letra. En general el cantante creo que se hace cantante porque quiere decir cosas. No es que va a cantar porque tiene una buena voz. Uno quiere decir cosas, pararse y decir y que lo vean. Uno cree que tiene alguna posibilidad, algún atractivo para llamar la atención. Esa necesidad de decir cosas hace que te quieras convertir en cantante. Y después vas avanzando, aprendiendo a disfrutar también. Pero lo primigenio es decir lo que tenés adentro, lo que querés contar, ese es el primer impulso. Y según qué tan bien lo cuentes o cuánto mejores, te irá mejor. Yo creo que canto mejor que al principio, pero sin ser un mago de la técnica. Escuchás a Pappo y era un supercantante, lo que pasa es que el que no sabe dice que no tiene buena voz porque no tiene una voz que flote como flotaba la de Cerati o la de Freddie Mercury. Pero para el género que hacía Pappo era superafinado, superonda y cantaba si quería como un negro.
Decís que el cantante es alguien que necesita decir algo, ¿vos qué necesitabas decir cuando empezaste?
Yo creo que uno necesita expresar a partir del malestar, de la incomodidad, en el sentido más profundo. No de la postura de un sillón. La disconformidad si se quiere frente al hecho concreto de la muerte, de la herida absurda que es la vida, y de la incomodidad por no conseguir el amor que anhela. Cantar por quejarse de uno y por pretender lo otro también. Me acuerdo de que Borges tiene un cuento de los inmortales, que están todos tirados en una ladera de una montaña. Cuando uno ya no necesita nada no habla, no abre la boca. Digamos que el que canta es alguien que no se quiere quedar así como está. Y creo que el que se siente cantante no quiere que los demás se queden como están. Nunca un verdadero cantante podría soportar cantar en el universo de un barco de un crucero o de un restaurante. Un verdadero cantante tiene que gritar, aunque no lo haga por volumen. Porque la música funcional no es música, Bossa n’ Stones no es música. Uno puede buscar música que a uno lo calme, lo tranquilice y está bien, pero el cantante no tiene que ser parte de eso. El cantante viene a decir acá estoy y a decir esto me pasa y quiero saber a quiénes de ustedes les pasa lo mismo y viene a modificar el estado de las cosas. Que puede ser nada más y nada menos que el estado anímico de los que escuchan. Eso tiene que ser para mí un artista, si se quiere. El teatro o una pintura tienen que modificar al interlocutor, al que está del otro lado y uno tiene que estar abierto a la posibilidad de modificarse con la respuesta del otro. No solamente venir a decir y se acabó todo en mi mensaje, sino a intercomunicarse con el que escucha, que se transforma en un emisor y el que canta en un receptor y así se retroalimenta, porque si no, sería lo mismo cantar en el baño que frente a diez, veinte o treinta mil personas. Y es absolutamente distinto, porque hay un ida y vuelta. Si vos no buscás modificar al otro, es un papel triste, no estás buscando ser artista, no estás buscando ser alguien a través del arte. No en el sentido hueco de la pretensión, sino en el sentido intrínseco de lo que creo que se trata ser artista. Si no vas a modificar no te dediques al arte.
¿Tenés algún referente para cantar?
No realmente. Me gusta la interpretación de Gardel, de Goyeneche, de Luca Prodan, que me parece un gran cantante. Pappo también. Pero no necesariamente son referentes, aunque uno inconscientemente por ahí hay cosas que uno toma de ellos. Mick Jagger, Bowie, en cierto espíritu para encarar algo. Ojalá tuviera la voz de Bowie, pero uno los escucha y te inspiran, incluso para componer. Es como que a veces uno capta cierto espíritu y sirve. Me acuerdo de que cuando grabé la versión original de “Cruel” estaba escuchando mucho Iggy Pop y Bowie y tomé ese espíritu y después me decían que sonaba retanguero… ¡Pero yo estaba escuchando a Bowie!
¿Nunca pensaste en hacer un álbum de intérprete, cantando canciones de otros?
Sí, el otro día hablaba de eso, porque este disco sinfónico surgió a partir de aquel show en el aeropuerto y yo no tenía en mente grabar con una orquesta, pero sí hacer un álbum con invitados y uno de covers. Quizá más adelante, después de esta trilogía. Hay unos cuantos temas que me gustaría cantar de otros, incluso a veces de autores impensados, porque por ahí mis hijas escuchaban determinada música y yo me copaba… Hay temas que me gustan de los Stones, de Gieco, de Pappo, que quizás son canciones esperables que yo cante, porque siempre dije que me gustan. Pero mis hijas en un momento siempre escuchaban un disco de Miranda!, Magistral. Ale Sergi es un gran creador de canciones pop y “Una noche como hoy” es un tema muy bueno, que además se puede hacer perfectamente con una banda de rock. Hasta tiene una base medio de máquina que tranquilamente podría ser de Sumo. Y una letra abierta, sugerente, está buenísima. Ese lo llegué a ensayar, pero al final nunca lo hicimos. También me gustaría cantar alguno de Soda, me gusta mucho “Hombre al agua”, o “Pi pa pu”, de Los Visitantes. Ese disco lo escuché mucho.
Ciro llegó a Mendoza junto a lo que podría llamarse su círculo rojo: Pocho, Toto, su asistente desde los años piojosos, y Juan Ábalos, el guitarrista y director musical de Los Persas, además del ingeniero Álvaro Villagra, a cargo de la grabación de la orquesta desde una habitación al costado del escenario del teatro Independencia, regularmente utilizado como camarín. Es tiempo de registrar “Carrousel”, el único tema inédito que se incluirá en el álbum (“así como Luca le hizo un tema a Virna Lisi, yo hice esta canción para una actriz italiana, Giulia Michelini, que me encantó cuando la vi en Vientos de agua, de Juan José Campanella”, cuenta), que lleva un bandoneón. Después de la primera pasada, Ciro se levanta de la sala de control y se dirige al escenario para hablar con el bandoneonista Fabricio Colombo y con Guevara, uno de los arregladores que sigue de cerca la grabación. “En esa parte yo hago referencia a Gardel, ¿por qué ahí no tocás alguna frase de un tema de él? No sé, un pedacito de ‘Por una cabeza’ puede ser”, sugiere. El tema se graba, una y otra vez, con el fraseo más popular del tango gardeleano y uno ya imagina otro gran momento para el vivo de sus shows.
Alguien podría pensar que meter ese fraseo, en medio de un tema orquestado, es un poco grasa, pero Ciro demuestra una vez más aquí su gran sentido de lo popular, sin importar el qué dirán. “No sé si grasa, pero sí un poco simple por ahí. Yo escuché, en un momento que estaba en el monitor, que uno de los chicos arregladores le decía al bandoneonista: ‘Tocá bien cabeza’. ¿Viste? Creo que ahí hay un problema, que es la conceptualización de la música que hace creer que tocar blues, porque son tres acordes, es fácil. Pero justamente eso es lo que lo hace difícil, poder destacarse en una música muy básica, donde las reglas de juego están ahí, con cinco notas. Tremendamente más difícil que crear algo con un montón de notas y hacer cosas a partir del sonido. A veces tenés que sacar al otro de esa conceptualización o de eso de creer que lo simple hay que gambetearlo”.
En cierto punto, Ciro hace las veces aquí de productor, mirando desde afuera cómo interpreta la orquesta sus propios temas. “Siempre fui un poco como un productor, ya desde Los Piojos y en Los Persas también. Eso de escuchar y decir: ‘Vamos por acá’. De agarrar cosas al aire. Hay muchos tipos que son muy buenos músicos y pueden tocar 250 frases, pero no saben cuál tiene más valor, cuál rescatar, y muchas veces se trata de eso. Steve Jobs decía que el talento del tipo creativo es unir cosas que nadie unió antes, que estaban ahí. A mí me gusta combinar cosas. De hecho, algo que me copaba mucho de este proyecto era poder meter candombe puro, como en este tema nuevo, mezclado con la filarmónica. No sé si la palabra es prostituir, pero me gustaba la idea de que la orquesta tocara en clave candombe, lo básico de la música negra. Y a eso sumarle el bandoneón, un instrumento que es como una orquesta en sí mismo. Yo no tengo un conocimiento demasiado académico, pero esa mezcla que se logra acá, entre lo académico y lo intuitivo, me parece muy interesante”.
Ese mismo maridaje es el que buscó en el otro proyecto que lo une con Mendoza y que explota su visión más empresarial: el vino Tan Solo. Ahí, su intuición se mezcla con el conocimiento del enólogo Andrés “Mono” Vignoni, anfitrión de la última jornada de este viaje, en Las Carreras, a más de 1.500 metros de altura, con los picos de la cordillera como telón. En ese impactante escenario natural, además de presentar oficialmente su vino para un selecto público ligado a la industria vitivinícola, Ciro graba la última toma del documental que acompañará la edición del álbum orquestado, a cargo de Buda Casa Productora, una joven empresa audiovisual mendocina aquí representada por Yoyo Sevilla y Alejandro Biondo. En medio de la nada, toca con su armónica el Himno Nacional, seguido desde el cielo por un dron. Después, arremete con el primero de los tantos hits de su carrera, “Tan solo”, no casualmente con el que bautizó a su primer vino.
Una postal que remite directamente a lo que ocurrió un año atrás, cuando en medio de la pandemia y en el marco del festival Cosquín Rock realizado en formato streaming, Ciro dejó una de las imágenes más representativas de la difícil situación que debió afrontar la industria de la música: Ciro, debajo del escenario, en el centro de un Luna Park vacío, donde debería de haber miles de jóvenes apretujados, cantando, una vez más, “Tan solo”. “Surgió en una breve prueba de sonido que tuvimos. Me bajé del escenario y me fui a sentir qué pasaba ahí, en el medio, y fue escalofriante. Pero después, cuando el tema levanta, me pareció muy divertido que nos pusiéramos a bailar todos en el lugar del público, en el campo, mientras tocábamos. Era como decir: estamos en el Titanic, con el agua en los pies, pero seguimos tocando”.
“Tan solo” es un tema del primer disco de Los Piojos, de 1992, y treinta años después no solo no hay show en el que no lo toques, sino que le da nombre a tu vino. Y también lo volviste a grabar para el disco acústico…
Sí, porque lo probamos con Juan (Ábalos) y sonaba bien, es perfecto para hacerlo acústico. Suena hasta con un toc toc. Me sale ya tan natural. En un momento había que elegir un tema para hacer un video y Pocho me sugirió que fuera “Tan solo”, y yo casi cometo el pecado de renegar del tema, como les pasa a muchos músicos con sus hits, y le digo de hacer otro. Pero es un tema que a la gente le gusta cantar y por eso siempre está.
¿Te acordás de cuando lo escribiste?
Sí, vivíamos en un PH con Micky y en esa época también se había venido a vivir Tavo por unos meses con nosotros. Me acuerdo de habérselo mostrado a ellos dos. Lo escribí de una, a partir de una experiencia, una visita que tuve en ese PH, que quedaba en el límite entre Villa del Parque y Floresta, en la calle Lascano. No había temas lentos de Los Piojos, salvo algún blues. Hacíamos “You Gotta Move” y “El blues del San Martín”, que era sobre el tren San Martín, pero nada más. Este era más canción, me parecía medio blandito, pero a ellos les gustó. Entonces me puse a buscar un estribillo, pero no lo encontraba y de pronto vi que por ahí estaba el disco de The Police, So Lonely… “Tan solo”. Me cerraba bárbaro para la idea de la letra que tenía. La versión que quedó en el disco tiene la característica de que yo estaba resfriado, había dormido poco y mal, ahí en Del Cielito, y encima, en el momento en que tiene que entrar la armónica, nuestro técnico aprieta mal un botón y me come el principio de la frase, por eso hay como un silencio. Falta la primera parte de la armónica porque Adrián pinchó mal. En esa época teníamos los minutos contados para grabar y no se podía regrabar, así que quedó y de última no estaba tan mal. De hecho, ahora en vivo lo sigo tocando así, como quedó grabado en el disco.
¿Cuándo empezaste a componer canciones?
Yo empecé a tocar la guitarra con los acordes de la revista Toco y Canto a los 15 años más o menos y en cuarto año, con un amigo, hicimos algunas canciones. Después con él hicimos también “El blues del traje gris”, cuando laburaba en una compañía de seguros. Pero ahí en la secundaria hacíamos canciones en joda, por ahí con cargadas para nuestros compañeros.
¿Y la primera canción que escribiste?
No sé si fue una que se llamaba “Cecilia”, para una compañera, que era como una canción de amor, pero del estilo “Lady Jane”, medio como antigua. Era un valsecito. No sé cuál fue el primer tema que compuse, pero me acuerdo de uno medio country, que había hecho en Mar del Plata, en unas vacaciones con mi tía, y que estuve como dos horas dándoles vuelta a los mismos acordes. En un momento paré y me fui para el living y mi tía me dijo: “¡Por fin!”. Claro, hacía horas que sonaban y sonaban esos tres acordes, con muy poca habilidad técnica. Pobre mi tía.
¿Sos de los que componen todo el tiempo?
No. Generalmente tengo ciertas pulsiones y me pongo a escribir. A veces lo hago a partir de improvisaciones o zapadas que hacemos con la banda. Si hay algo que salió y me gustó, me pongo a hacerle una letra porque si no nunca va a prosperar, no se va a conocer. Al mismo tiempo me pasa que sufro, porque cuando uno empieza a desarrollar esa idea, va desapareciendo esa voz que había tirado originalmente de manera totalmente libre. Uno tiene que transformar eso en una idea concreta y en ese pasaje se pierde la sonoridad pura que existía antes.
El último encuentro con Ciro fue durante la producción fotográfica para esta nota, en Ciudad Jardín, en una recorrida por la localidad en la que vive desde su infancia y que fue testigo de su ascenso. “En esta bicicletería estaba el bar donde Los Piojos tocaron por primera vez”. “Ahí Piti (Fernández, guitarrista de Los Piojos) me pidió que echara al cantante que estaba antes que yo”. “Esa era la casa de los Buira, donde ensayábamos”. “En esa esquina estaba la piojera”. La piojera era el búnker/casona de la banda y en la esquina hay un cartel que lo acredita, como parte de La Ruta del Rock, emprendimiento ligado al municipio de 3 de Febrero: “…Larga calle de Libertad, tantas curvas te siento; vi encerrado un ombú gritar, el ombú que da el tiempo. No hay carteles para saber cuál será tu sendero; como la arena debe ser, como el aire de enero…” (“Esquina Libertad” - Tercer arco - 1996). En cada rincón de Ciudad Jardín se respiran Los Piojos, banda emblemática del rock nacional que nació en el barrio en 1987. En esta casa vivieron, ensayaron y crearon su segundo y tercer disco: Ay ay ay y Tercer arco”.
Por estos días se cumplieron veinticinco años de la salida de Tercer arco, el álbum con el que Los Piojos llegó a la masividad –que tendrá una edición especial en diciembre, en vinilo amarillo-, y para celebrar la fecha Ciro reunió a buena parte de la banda, como lo había hecho en el show de River de Los Persas, en 2019. “Fue lindo tocar juntos, son parte de mi vida y creo que hay cosas que pasan cuando nos juntamos que son únicas, una energía que fluye entre nosotros. Con Micky tenemos muchos shows compartidos después de Los Piojos, siempre que viene termina tocando cinco temas como mínimo. Yo lo disfruto mucho, son cosas que se mantienen inalterables, una energía, una comunicación, una onda que a pesar del tiempo se mantienen vivas. Igual, es una sensación extraña, porque creo que mejoró el recuerdo, a partir del tiempo, de las cosas que se dijeron cuando nos separamos, porque hubo gente que tuvo una actitud muy mala y eso a mí me lastimó”, dice en referencia a los cruces que tuvo con su ex compañero Piti Fernández, hoy líder del grupo La Franela. “Pero bueno, todo eso va quedando atrás”.
Ciro se sube al árbol de “la esquina Libertad” para la foto y el movimiento de personas de la producción enseguida llama la atención en la tarde cansina de Ciudad Jardín. “Cuidado que esas ramas están medio podridas. El otro día con el temporal se cayeron unas cuantas”, avisa un vecino mientras su esposa registra todo con su celular. “¿Qué están haciendo?”, pregunta de manera inquisidora la vecina de enfrente desde su ventana. “Unas fotos”, responde Ciro y, al reconocerlo, la señora sale corriendo a llamar por teléfono a su nieto, que en unos minutos más llegará a la esquina con remera del artista en cuestión para que se la firme.
¿Alguna vez fantaseaste con escribir tus memorias?
Me dan ganas y a veces empiezo a escribir, pero después leo y no me gusta. Tengo el deseo de hacerlo y supongo que en algún momento voy a encararlo más seriamente, escribir sobre cosas que me pasaron, una historia de lo que viví. Leí varias autobiografías: la de Ron Wood, que me reí a carcajadas; la de Keith Richards, que me pareció un poco embolante; la de Bill Wyman, que por momentos descubrí que era un loco total, un enfermo… Como ves, muy variado lo mío, je. Leí una de Lou Reed que un poco me fastidió, porque habla muy poco de él. No sé de qué carajo habla. Arranca bien, contando la infancia y todo eso, pero después no habla más nada. Y una cosa que me llamó la atención es que los escritores, no sé si será porque no son músicos o porque es difícil escribir sobre eso, no se detienen en la voz. La manera de cantar, las influencias, cosas que tienen que ver más con la música. Por ahí es porque no le interesa al común de la gente, no sé. Pero a mí me gustaría que hubiera más análisis sobre la voz, qué causa determinada voz o una manera de cantar, qué produce. Si vas a hablar de Bowie o de Gardel tenés que hablar de su voz, porque en gran parte es el secreto de todo cantante. Hay algo que esa voz provoca que otra manera de cantar no. Y eso es tu manera de cantar, tu marca.