La directora habló sobre El perro que no calla -su última película-, su experiencia trabajando para Disney y el delicado momento que atraviesan las productoras independientes
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Ana Katz vive días surrealistas. Hace unos meses estrenó su última película, El perro que no calla, en el festival de Sundance, realizado de modo virtual. La organización le envió un casco de realidad aumentada a cada invitado. “Fue todo muy extraño –dice Ana–. En una de las actividades, un agasajo virtual, empecé a ver a un tipo que caminaba rápido y con los brazos abiertos hacia mí. Venía como a abrazarme. Me asusté tanto que me saqué el casco y me fui”. La sexta película de Katz cuenta la historia de Sebastián —encarnado por Daniel Katz, el hermano de Ana, primer protagonista masculino en una película suya—, un sub 30 con trabajos precarizados al que una pandemia ocasionada por un meteorito le cambia los planes. “Cuando la escribí era pura ciencia ficción”, asegura Katz, que por otro lado acaba de coescribir y dirigir la serie Sesiones para Disney. Su primera experiencia con protocolo anti Covid-19: barbijo, máscara facial, hisopados, distancia, locaciones adaptadas. “Es muy complejo, pero estuvo buenísimo”, dice sobre el rodaje con la China Suárez, Benjamín Vicuña y Carla Peterson.
¿Qué diferencia hay entre trabajar en una película independiente y hacer una serie para Disney?
Me interesan los distintos campos. Desde una peli experimental, filmada con una cámara prestada, hasta un escenario grande de rodaje. Me gustan las dos cosas. Son desafíos distintos, con trampas distintas. Me interesa el cambio, la movilidad. Creo que hay algo de lo audiovisual que en el cine es más independiente, al margen de los presupuestos: salís a filmar incertezas. Y es probable que no encuentres respuestas o que encuentres respuestas indirectas o fallidas. En cambio, cuando se trabaja en un formato que atiende a cuestiones más comerciales, buscás aciertos. Entonces esos aciertos suponen una relación más confirmada con un espectador imaginario. Cuando el cine se vuelve más independiente jugás a probar con el espectador, sin saber qué le va a provocar. Claramente es el caso de El perro que no calla.
El perro… tiene una narrativa poco convencional, con elipsis y escenas que rompen el relato, ¿cómo fue esa construcción?
Es una película que partió de emociones. Me alegra haber tenido la fortuna de seguirlas. Sentía que para transmitir esas emociones no quería usar herramientas convencionales porque entonces mi sensación era que no transmitía mi intimidad. No quería que alguien pudiera recibir tan armónicamente algo que yo sentía tan desordenadamente. Experimentar es poner la pregunta por delante de la respuesta. Lo otro es más tiro al blanco. Me gustan los dos juegos.
¿Por qué la decisión de incluir escenas dibujadas?
Cuando lo hice sentía que debía ser así porque no lo podía expresar de otra manera. De hecho, si pensaba el rodaje de las escenas que fueron contadas con dibujos, muy a mano alzada, artesanales, sentía que me chocaba. Después me acordé de esta cosa de la infancia, de que uno agarra un lápiz y dibuja. Eso que después los adultos analizan de forma horrible. Lo que hay en un dibujo es muy íntimo. Es donde el paso del tiempo en la narración no se controla desde la estructura dramática sino desde movimientos sensibles que cuentan.
En los festivales recibiste buenas críticas, incluso un premio en Rotterdam...
En los festivales circula un grupo de gente, críticos, que tiene miradas y sensibilidades que me gustan mucho, me gusta leerlos, ver qué les pasó. Más que el ranking me gusta estar en ese mundo singular. Hubo algunas críticas que hicieron lecturas que me encantan. Me gusta la crítica cuando hay una conexión con lo que se ve. La crítica como una reflexión casi autónoma. Me gusta leer los viajes mentales. Y es algo que pasa con las pelis que he hecho.
¿Cómo vivís la pandemia en relación a la industria del cine?
Para las productoras chicas y medianas es un momento al borde del abismo o ya caído en el precipicio. Es muy difícil sostener una producción con los protocolos de hoy. Eso hace que puedan solventar los gastos solo las productoras grandes. Hay mucha gente sin laburo: técnicos, productores, actores. Más que nunca se necesita el apoyo al cine nacional para fortalecer una cultura nacional que, con la globalización, se va volviendo muy desdibujada. Y, como siempre, ahí pierden los que de verdad tienen algo muy identitario. Los que no están interesados en vender un producto o un formato global, los que tienen algo personal que contar. Ahí está la pelea más fuerte y es un momento durísimo.