Cómo fue la previa y el show de la nueva banda de Corvata en el teatro Ópera. Mirá las fotos exclusivas
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“Si te asusto, es porque hizo efecto”. Corvata se ríe ante la sorpresa de su mujer y su madre, que lo ven maquillado antes de subir al escenario del Teatro Ópera el 12 de noviembre pasado, en el debut porteño de Arde la Sangre, el cuarteto que formó con Tery Langer tras la disolución de Carajo y completan Luciano “Tano” Farelli en teclados, guitarra y coros y Nacho Benavides en batería. Todo es relajo en camarines, y si bien Marcelo Corvalán ya tiene décadas de de shows sobre sus espaldas, este nuevo punto de partida amerita la presencia de sus familiares. “Tengo que reinventarme”, le dice a Rolling Stone minutos antes del recital. “Me encantaría ser como los Ramones, que hacían siempre el mismo show y los mismos discos, pero yo no puedo, no me sale”.

El maquillaje negro le toma los pómulos y cae hacia abajo como una cera de ultratumba derretida. La única vez que recuerda haberse maquillado para un show fue en Gesell Rock 2005. “Fue pocos días después de Cromañón, me hice unas lágrimas negras. No había mucho más para decir en ese momento”, recuerda Corvata. Pocos años antes, en el comienzo del siglo, cuando formó Carajo tras su salida de A.N.I.M.A.L., había empezado su etapa de cantante. “Eso me daba miedo de verdad”, recuerda. “Tener que cantar era algo que me exponía, yo con el bajo tocando atrás era feliz y estaba re cómodo haciendo la mía. Empezar a cantar fue un cambio muy grande y en ese momento me preguntaba muchas cosas, tuve que aprender. Pero bueno, ya pasaron 20 años de eso también”.


Faltan pocos minutos para que comience el recital y la situación en camarines sigue siendo de relajo total. Tery aparece también maquillado, Nacho Benavides hace su rutina de precalentamiento y Tano Farelli se suma a la charla. “Él fue el que se copó con la idea de maquillarnos”, lo señala Corvata. “En otras bandas que tuve por ahí no estaban de acuerdo todas las partes, y bueno, ahora sí. Nos interesa un poco recuperar cosas de Kiss y de Rammstein, aunque por supuesto que a nuestra manera, mucho más tranquilos”. En efecto, los maquillajes son apenas detalles en negro y la puesta en escena tiene su fuerte en las luces, con cuatro X de leds sobre sus espaldas y otras cuatro sobre sus cabezas que oscilarán al ritmo de la música. La lista incluye todos los temas de La cura, el disco debut de Arde La Sangre, varios de Carajo (“Chico granada”, “Pura vida”, “Luna herida” con su referencia spinetteana en los versos “solo el amor me sostendrá”, la intro de “Sacate la mierda” y más) y hasta “El nuevo camino del hombre”, el clásico de A.N.I.M.A.L.. “La soñé así”, dice Corvata. “Hacía un mes que veníamos ensayándola en un orden que había propuesto el Tano y nos encantaba, pero una noche la soñé distinta, con otro hilo conductor, y me entendieron”.

A Corvata se lo nota entusiasmado. Arde La Sangre es el tercer acto de su propia historia, una que empezó a contar en los 90, cuando el harcore y la alternatividad lo llevaron a ser parte de A.N.I.M.A.L. en el período dorado del grupo y luego a liderar Carajo, la banda con la que supo cantarle a los desplantes del siglo XXI. Tuvo rastas, tuvo pelo largo y bandanas, y ahora está pelado. “Cumplí 50 años la semana pasada”, dice apoyado contra la pared de camarines mientras recibe una torta que una fan le trajo de regalo. Insiste en la idea de reinventarse. “Me gustaría ser como Led Zeppelin, que cada disco era totalmente distinto al anterior. ¿O sabés quién? Ministry, que sacan un disco por año aunque nadie se entere en qué andan, pero son los referentes de todos los artistas que me gustan”.

De a poco, el camarín se vacía. Quedan los integrantes de Arde La Sangre, los asistentes, y el equipo de Rolling Stone que tuvo acceso exclusivo a la previa y al escenario. Suben las escaleras que los depositan tras bambalinas, arengan, se abrazan. Se escucha un “Vamos a romperla” y ahora sí pisan el escenario. Suena una secuencia que marca el clima postapocalíptico. Corvata se agazapa apoyado sobre su pierna izquierda y extiende un puño en alto. Una posición bélica, como si fuese un guerrero retrofuturista que esconde la cara bajo una capucha negra. “Hijos del dolor” es el tema elegido para empezar. La banda suena como tiene que sonar una banda de rock pesado: contundente y convincente. “Tengo en mi palma la calma / En mi garganta la rabia”, canta Corvata con sus cuerdas vocales estalladas. De allí en adelante, nada bajará en intensidad aunque habrá momentos de emotividad para saludar a familias, amigos y colegas de tantos años de heavy metal. “Estas canciones nacieron en épocas oscuras”, le decía Corvata a Rolling Stone minutos antes del show, en referencia a la cuarentena y, posiblemente, también al fin de Carajo. “Ahora es momento de compartirlas y ver cómo las recibe la gente, aunque estén sentados, sabemos que quieren estar parados y hacer pogo, pero bueno, esto es un teatro”. Esa última sentencia, sin embargo, durará poco. Y hará sonreír a Corvata.

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