En diálogo con RS, el rapero y freestyler Agustín Cruz contó cómo entró al mundo del hip hop enamorado del grafiti y definió el éxito en sus propios términos
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Aunque su carrera como rapero y freestyler comenzó hace siete años, recién hace un año y medio o dos que Acru empezó a disfrutar de lo que hace. Habla de haberse alivianado, que la presión bajó, de haber hecho un clic en su cabeza y, principalmente, de haberse demostrado varias cosas a sí mismo. “Empecé a festejarme más, a disfrutar”, dice. Y Agustín Cruz, tal como lo llamaron hace 24 años, tiene más de una razón para celebrar. Reanudó una gira nacional desde Capital Federal con dos estadios Obras Sanitarias agotados antes de seguir por Tucumán, Salta, Jujuy, Mendoza, San Juan y San Luis; está a punto de editar un EP junto a Veeyam e inauguró su propio estudio. Y cada una de estas victorias, a su forma, son el resultado de haber apostado e insistido con la idea de hacer rap en Argentina.
“Dudé muchas veces y también lloré por esto. De sentir que las puertas no se abrían o que si lo hacían no era para mí”, dice. “Siento que yo mismo me la hice un poco más difícil. Pero esos momentos de dudas nunca fueron suficientes para que yo dejara de rapear”. Hoy Acru es uno de los artistas de rap más respetados del país, cuenta con dos discos, un EP en camino y otro puñado de canciones que lanzó como singles. Si esos temas pudiesen tomarse como piezas de un rompecabezas y reordenarlas, sería posible reconstruir su vida y la de su familia: miedos, amores, deudas, enfermedades, sueños y un largo etcétera. Pero, sobre todas las cosas, cuentan el camino que Acru lleva hace años luchando contra él mismo, en una especie de pelea entre David y Goliat donde la bestia es su cabeza. En su universo discursivo no hay personajes y la línea que separa al rapero de Agustín se vuelve difusa. Lo que hay es un MC de los monoblocks de Villa Zagala que se muestra bajo presión, ahogado, esperando lograr lo que hoy disfruta.
En la secundaria entró al mundo del hip hop enamorado del grafiti. Mirando a los más grandes del colegio, a pesar de su timidez, aprendió a pintar, a rapear y a animarse. Esos mismos chicos fueron compartiéndole algunos detalles de cómo se grafitteaba y qué latas comprar para poder pasar los dibujos de sus hojas a una pared. “En un momento ya no tenía plata para pintar. Era un pibe de 15 años, no tenía un peso. Mis viejos tampoco andaban bien económicamente para darme para comprar aerosoles. Yo venía vendiendo tartas en el colegio para juntar unos pesos y en un momento dije ya fue, ya está. No puedo pintar más porque no tengo plata. Entonces voy a rapear. No me quiero quedar sin nada”. En ese momento empezó a improvisar.
Un día, después de la insistencia de un amigo, se anotó en su primera competencia y la ganó. “Ahí empezamos a pegar onda con los pibes e ir con ellos a Ballester, San Fernando, Polvorines y así”, cuenta. “En un momento veía que algunos más grandes hablaban de las estructuras y yo decía ¿qué carajo son las estructuras? Un loco me lo explicó y empecé a hacerlo en una hoja eso de rimar con dos palabras al mismo tiempo, ir y volver. Después me di cuenta que lo había practicado tanto en la hoja que me podía salir en el freestyle”. Esa red de contactos y sus skills fueron creciendo hasta el máximo nivel de la rima del momento. Si bien ya había participado en la emblemática y recordada Red Bull de 2015, en 2017 dio una de las mejores performance en la historia del Quinto Escalón y se llevó la cuarta fecha en la final contra MKS. Sin embargo, cuando empezaba a estallar el freestyle en Argentina, él se hizo a un lado para dedicarse a la música.
Mientras competía, Acru se dio cuenta que intentaba hacerlo como en una canción. “Yo trataba de hacer temas cuando improvisaba porque escuchaba discos, escuchaba el rap que escuchaban estos pibes más grandes: Morodo, Los Aldeanos, La Conección Real, Tripulación Sursaidaz. Empecé a sentir que faltaba ese hecho artístico”. Fue de esa forma que la inquietud se transformó en un sueño y ese sueño en un objetivo. “Empezaron a aparecer un montón de preguntas sobre cómo grabar, cómo pararme frente a un micrófono, cómo componer una canción. Todo eso hizo que empiece a ir más por la música”.
En su casa nunca sobró dinero y su madre se encargaba de mantenerla en pie. “Vos dame tiempo y vas a ver que yo voy a poder hacerlo”, le dijo y ahí puso todo de sí en la apuesta por un estilo dentro del hip hop. Sin falsear su acento ni su cadencia, algo que lo ubicó más cerca del rap de España que de los matices centroamericanos que tomaron por asalto la escena argentina, Acru se mantuvo firme en su idea. El Origen (2017), el primer disco, fue más bien una declaración de principios. Para Anonimato (2018), el segundo, ya se mostraba ansioso. “Es un disco de rap. Tiene unos tintes de otras cositas, pero es un 90% de un rap oscuro, duro, al frente, de impacto. Hay enojo y melancolía”. Y desde ahí conquistó al público y a sus colegas.
“Uno aprende los trucos de otros y los hace suyos. Después se los pasa a otros y se genera un ida y vuelta de energía e información”, dice. Y Acru supo nutrirse de otros para, además, construir respeto y cariño entre dos generaciones de colegas del rap nacional. Por un lado, aquellos de su edad con los que fue creciendo entre competencias y colaboraciones, esos jóvenes que formaron parte de la explosión del freestyle de los últimos años y que, al igual que él, se foguearon entre YouTube y las plazas. Pero, sumado a eso, también forjó un nombre entre aquellos rappers que los chicos más grandes de su escuela le hacían escuchar.
“La primera vez que nos conocimos me dio un re abrazo y lo primero que me dijo fue una barra mía de un tema muy viejo: ‘¿Que no gano nada con esto? Gané el respeto de la gente que admiro y eso es eterno’”, cuenta Urbanse, una de las figuras emblemáticas del rap local e integrante de la Conección Real. “Me sorprendió el respeto que manejaba, la manera de presentarse ante un desconocido. ¡Nunca antes nos habíamos visto! Tenemos muchas similitudes, las cosas que vivimos, salimos de barrios parecidos del conurbano, de familias chicas. Esos valores y respeto. Ni hablar de similitudes en influencias de rap, escuchamos lo mismo, nos mueve lo mismo”. Y a Urbanse se le suman expresiones de respeto y cruces con Tata, Núcleo Aka Tintasucia, Frane, Dtoke y tantos otros. “Siento que pude moverme entre las dos escuelas y aprender. Gran parte tiene que ver con que yo tenía 11 o 12 años y al lado mío había chabones de 18. Ya me estaban pasando data y mientras tanto yo estaba viviendo el presente de lo que se estaba gestando. Hay una fusión de escuelas que incorporé sin elegirlo”
En la doble fecha de Obras Sanitarias para reanudar su gira nacional, en lo que alguna vez fue el Templo del Rock, Acru se presentó frente a 2000 personas y recibió sobre el escenario a Wos para hacer “Animal”, el single que hicieron juntos. También estuvo Trueno para hacer “Jugador del año”, el tema que hicieron junto a Bizarrap para la Liga de Fútbol Argentino. Además, estos dos se sumaron a modo de sorpresa a Klan y Saga para improvisar junto a Haze, su DJ, Tomás Sainz, Matías Varela y Facundo Cassetari, su banda. “Estamos haciendo historia”, dijo en ese momento. Esa pequeña muestra del encuentro entre los raperos surgidos de las plazas, esos de mayor crecimiento, fue también una muestra del prestigio que Acru construyó todo este tiempo en torno a su nombre. Algo que también le hicieron sentir al presentarse como exhibición en la jornada tres de la FMS 2020 y luego, cuando finalmente volvió a competir en la Red Bull Batalla de los Gallos del mismo año, donde quedó eliminado frente a Tiago en octavos de final. “Siento que gané porque me gané a mi. Me puse en un lugar mejor”, dice. Y esto fue, porque esa vuelta -al menos momentánea- también respondió al crecimiento interno que Acru viene trabajando.
“Estos últimos dos años hice un gran camino conmigo. Preguntarme a mí mismo ¿qué te gustaría? ¿qué te haría feliz? Me he vinculado con gente, me he desvinculado con otra, me han movilizado muchas cosas. Y en el medio de eso y cuando voy a la página del freestyle ¿qué me pasa? Sentía que mi último año participando de eventos grandes en aquel entonces no los había disfrutado. Había perdido el gusto y estaba yendo por inercia hasta terminar de desvincularme. Sentía que tenía ganas de participar para dejarme a mí en otro lugar. Onda: `yo me voy a ir bien de esto, si yo lo disfruté un montón de años´”. Así fue que el día de la competencia, el mantra que se repitió a sí mismo al salir a escena y pararse en medio de todos los competidores para rimar las palabras que las pantallas irían tirando fue: “Agus, acordate que esto es para pasarla bien”.
La estabilidad llegó para despejar sus ansiedades, incertidumbres y miedos que a lo largo del tiempo fue volcando en sus canciones. Pero el crecimiento del artista ayudó a la persona, que también hizo y llevó adelante su propia búsqueda y proceso. “Uno viaja mucho, conoce mucha gente y está expuesto a situaciones sensibles muy intensas, a mucha energía. Creo que si te mantenés en un lugar centrado y permeable a todo eso ganas bocha de experiencia. Creo que tuve un crecimiento interno de percepciones, de manejo de mi ansiedad, de enojos, va más por ahí”, dice. Y ese artista, el rapero con dos discos, un EP en camino y otro puñado de canciones que la gente corea por todo el país, se ganó el nombre. “Para mí el prestigio o el honor es seguir en la de uno. El prestigio está en seguir siendo yo. En la idea de que más allá de que yo cambie, seguir caminando de la mano de lo que me gusta, de lo que creo verdadero. Pese al miedo, pese a las inseguridades, pese a la infelicidad. Caminar más allá del miedo”.
“Hoy en día saber que lo pude hacer, que pude acompañar mi casa, que puedo además acompañar la casa de mi viejo, es un privilegio enorme. Me acuerdo que en un momento de mucha incertidumbre y enojo fue que salió “Román”: “Ya no estoy pa’ duelo rappers / toco y llevo mi parte / La cual se parte en mi necesidad y lo que se va para mi madre”, rapeaba. Eso fue una afirmación de `Che, acá estoy y tengo mi historia para contar en mi música´”. La materialización de sus sueños trajeron cierta tranquilidad, económica y espiritual. Ahora, habiendo hecho las paces con sí mismo, queda por ver qué es lo que Agustín hará con Acru y cómo, a partir de ahora, empieza a disfrutar.