Un viaje musical por los seis lados y los 36 temas de una obra imprescindible
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Hace cuarenta años, un extraño disco llegaba a las disquerías. Se trataba de un vinilo triple, de un grupo de Londres al que aún se conocía como parte del punk: Sandinista!, de The Clash. Apenas había pasado un año de la revelación global de London Calling, con el que metieron un hit en el Top 40 con “Train in Vain (Stand by Me)”. Pero no sonaba para nada como un grupo tratando de aprovechar el ímpetu de un éxito anterior. Sandinista! estaba repleto de trucos y efectos sonoros de dub y reggae, así como de experimentos de proto-rap.
El Lado Seis tenía una coda con un coro de balidos de ovejas titulada “Shepherd’s Delight”. ¿Te parece comercial? Lo bautizaron en homenaje a los revolucionarios nicaragüenses que acababan de derrocar la dictadura apoyada por Estados Unidos. Con Sandinista!, The Clash creó una obra maestra arriesgada y caótica. Pero, para muchos fans de la banda, es sencillamente su mejor disco, el más audaz, relajado, rudo y pendenciero. ¿Por qué un disco triple? “No me importan los motivos artísticos”, le dijo Joe Strummer a Rolling Stone en 1982. “Es pura mierda. Nosotros jodíamos, porque todo el mundo decía que nos había molestado que, luego de que sacáramos London Calling como un disco doble, Springsteen sacó The River como disco doble también. Así que decíamos: ‘Bueno, Bruce, ¡chupate esta!’”.
Sandinista! tiene muchos de los momentos más altos de The Clash: “Hitsville U.K.”, “Up in Heaven (Not Only Here)”, “Washington Bullets”, “Police on My Back”. También tiene un montón de temas de relleno (al menos un tercio de los 36 tracks). El vinilo contenía un mensaje garabateado: “En el espacio… Nadie… Puede… Oírte… CLASH”. (Un chiste sobre Alien, una película que asustó a la gente tanto como este disco).
El espíritu jocoso recorre toda la música; podés oírla en el rugido apasionado de Joe Strummer, en la vistosa guitarra de Mick Jones, en el bajo atlético de Paul Simonon, y en la batería flexible de Topper Headon. The Clash no pedía permiso para hacer el funk, el dub, el rockabilly, el swing, el calipso y el rap que se les diera la gana.
“La gente no lo entiende”, le dijo Simonon a David Fricke, de Rolling Stone. “El punk era cambio, y la regla número uno era: no hay reglas”.
En la época los discos triples eran raros, algo reservado solo para megaestrellas: All Things Must Pass, de George Harrison, Yessongs de Yes, Europe ’72 de Grateful Dead. Frank Sinatra acababa de sacar Trilogy: Past Present Future. Pero The Clash punkeó el formato: lo cobraban 14,98 dólares, más barato que un disco doble (The River costaba 15,98 dólares), así que el tercer disco era básicamente gratis. Tuvieron que sacrificar gran parte de sus regalías para que esto ocurriera. (La carnicería financiera se volvió parte de su leyenda de autosabotaje, lo cual ayuda a explicar por qué ningún otro artista se apresuró a hacer otros discos triples en los 80).
“Up in Heaven” no es solo el tema más infravalorado de los Clash; es la música más maravillosa, apasionada y urgente que jamás hayan hecho. Pero este es el tipo de disco en el que los puntos más altos vienen al lado de los más bajos. Era maravilloso explorar los seis lados (y discutir sobre ellos), pero a la hora de escucharlos de verdad, todo el mundo hacía un casete con sus temas preferidos. Y cada casete era diferente (el mío empezaba con “Rebel Waltz”, que no parecía gustarle demasiado a nadie más) pero eso era lo que lo volvía divertido. (QEPD Enid’s, el bar de Brooklyn donde pasaban este disco todo el tiempo y donde aprendí a disfrutar el Lado Cinco).
Seguían enamorados de ser The Clash; en Sandinista! podés escuchar todo lo que disfrutan estos tipos de tocar juntos. “Primero la música, después el pensamiento político”, dijo Strummer en Rolling Stone. “No estaríamos acá si no nos gustara tanto tocar la guitarra. Obviamente tenemos una inclinación política, pero lo que nos contagia es el sonido de la música. Y, luego, cuando tocamos la guitarra, tenemos que saber qué decir, así que tratamos de usar bien ese espacio”.
Sandinista! fue el primer disco importante en aparecer luego del asesinato de John Lennon. Para muchos, fue una señal esperanzadora de que el espíritu del rock rebelde seguía vivito y coleando, y el disco fue el más aclamado de 1981. “Hay muy pocos tan grandes y con tanto alcance”, escribió John Piccarella en una reseña de cinco estrellas para Rolling Stone. “Sin el machismo de London Calling, Sandinista! se esfuerza más, y dice más”. The Clash ya no escondía sus pretensiones artísticas. En Gran Bretaña salió en diciembre de 1980; sin dudas la compañía discográfica tenía la expectativa de ganarle a la brigada de pop británico en las compras navideñas. No ocurrió. Fue enterrado por éxitos descomunales de Abba, Barbra Streisand, Barry Manilow y The Police. Pero en Estados Unidos fue un disco de 1981 (para algunos, “el” disco de 1981) que debutó en los rankings a principios de febrero y alcanzó el puesto 24. Lideró la encuesta de críticos de Pazz & Jop de Village Voice, ganándoles a clásicos como Wild Gift, de X; Trust, de Elvis Costello; y Tattoo You, de los Rolling Stones. (Para tener un contexto, el resto del Top 10: Rickie Lee Jones, Squeeze, Tom Verlaine, Prince, Rick James y The Go-Gos, es decir 10 grandes discos que no se le parecen en nada). Los lectores de Rolling Stone lo votaron como el segundo mejor disco de 1981, muy por debajo de los Stones (606 votos contra 162), pero por encima de REO Speedwagon y Stevie Nicks.
El debate en mi escuela secundaria duró todo el año: ¿cuál era mejor: Sandinista! o London Calling? En retrospectiva puede parecer raro que los fans discutieran esto, puesto que el mundo desde entonces le confirió estatuto canónico a London Calling. Pero, tanto ahora como entonces, yo soy un Sandinista-ista. Sin dudas es excesivo y errático, más largo que sus discos anteriores combinados. Pero si querés editar una versión ajustada de 70 minutos, arrancá por el principio. “The Magnificent Seven” empieza con Strummer lanzando un rap freestyle anticapitalista hilarante: “Sócrates y Milhous Nixon/ Los dos se fueron por la cocina”. A los cinco minutos, murmura: “Jodidamente largo, ¿no?”. (Y este es uno de los temas más sucintos). Después viene “Hitsville U.K.”, una estampida de vibráfono inspirada en Motown contra la industria musical, aunque también es una oda a la manera en que incluso la canción pop más falsa puede conjurar emociones verdaderas. Mick Jones canta con su novia norteamericana Ellen Foley, más conocida por su dúo con Meat Loaf en “Paradise by the Dashboard Light”. Sin dudas era surrealista en 1981 que The Clash le pasara el micrófono a una musa de Meat Loaf, pero ella encaja de manera perfecta. Acerca de cómo terminó el romance, la canción que Mick compuso sobre ella era “Should I Stay or Should I Go?”.
Pero la cima es la doble sacudida con la que empieza el Lado Tres: “Lightning Strikes (Not Once but Twice)” y “Up in Heaven (Not Only Here)”. Fluyen juntas como si fueran una única canción sobre la conexión Londres-Nueva York, un saludo a las viviendas sociales del South Bronx, que estaban inventando el hip-hop, de parte de los barrios populares de Londres que produjeron el punk. Fue el primer saludo del rock al rap, en una época en que el mundo de la música aún lo ninguneaba como una moda pasajera. Strummer rapea “Lightning Strikes” como una canción de amor a Nueva York, gritando: “Londres en Broadway”. Pero de repente se transforma en “Up in Heaven”, donde Jones gruñe sobre su infancia en la vivienda social de su abuela en el South London. Ve esas plomizas torres urbanas como un “órgano gigante en el aire”, donde el viento transforma el dolor y la miseria en música. Como le dijo Mick a Chris Salewicz en Redemption Song: “Compuse ‘Up in Heaven (Not Only Here)’ acerca de los remolinos que hace el viento en el hueco para la basura en las torres”. Es The Clash en su versión más enojada, pero también más hermosa. Las canciones geopolíticas tienen el mismo poder: la música es onírica, casi psicodélica, pero las letras están plagadas de detalles específicos ineludibles. “The Call Up” es una protesta anti servicio militar que se transforma en una ensoñación que induce un trance. “Charlie Don’t Surf” cita Apocalypse Now en clave balada dub sobre Vietnam: Brian Wilson mezclado con Bob Marley. “Rebel Waltz” es un réquiem fantasmal para generaciones de Croppy Boys irlandeses, que solo dejan canciones a su paso. “Washington Bullets” festeja la revolución sandinista de 1979 en Nicaragua y la caída de la dinastía de Somoza sobre el groove de una marimba. También es un duelo por las víctimas del golpe fascista en Chile en 1973, apoyado por Nixon: “Recuerden por favor a Víctor Jara en el Estadio de Santiago”. Además, Strummer agrega un giro sorpresa, burlándose de otras formas de imperialismo: “Si podés encontrar un rebelde afgano que se haya salvado de las balas de Moscú/ Preguntale lo que piensa de votar al comunismo/ Preguntale al Dalai Lama en las colinas del Tíbet/ ¿A cuántos monjes se cargaron los chinos?”.
Para el resto de tu playlist de 70 minutos, no te olvides de los temás menos conocidos. La empatía pop de “Somebody Got Murdered”. El humor absurdo y el ritmo boogie de “Look Here”, del jazzero Mose Allison. El músico de reggae jamaiquino Mikey Dread está prendido fuego en “One More Time” y “Living in Fame”, y el propio Strummer se maravilla: “¡La puta madre, Mickey!”. “The Sound of the Sinners” es una sátira de góspel de la que Elvis Costello dijo que era su tema preferido de The Clash; a Jack White probablemente también le guste, considerando cómo la transformó en “Hotel Yorba”. “Silicone on Sapphire” es una diatriba dub contra la obsesión por las computadoras; una suerte de Kid A para la era de la TRS-80. “Career Opportunities”, un clásico más rústico de la época punk de la banda, se transforma en un canturreo infantil con los hijos del tecladista Mickey Gallagher, pero las voces de los niños contribuyen con el pathos del tema. (La hija de Gallagher también canta una versión de “The Guns of Brixton” en clave canción de cuna). No te olvides de “Midnight Log”, “Something About England”, “If Music Could Talk”. ¿Dijiste que tenías ganas de una fiesta revoltosa de música country con unos violines terribles? Preparate para “Lose This Skin”, el fiasco más horrible de un disco que no les hace asco a los fiascos.
Sandinista! exuda tanta confianza, tanta bravuconería que no te das cuenta de que es un grupo a pocos años de desmoronarse. Pero a The Clash solo le quedaba un disco propiamente dicho, Combat Rock, tan artístico como Sandinista!, pero inteligentemente empaquetado como un disco de pop. Strummer echó a Topper Headon y después a Mick Jones. Como le confesó al L.A. Times en 1988: “Estaba tratando de demostrar que The Clash era yo, y no Mick. Me di cuenta de que era tonto. Me di cuenta de que no era nadie, excepto quizás la química entre los cuatro”. Esa química suena clara y fuerte en Sandinista! Es por eso que la música suena tan fresca e inspiradora aún después de 40 años. Es el sonido de los Clash dándose la mano para dar un salto salvaje hacia el futuro.