Estos son los 25 álbumes que mejor definen el género; 25 biblias de consulta para aventureros obsesionados con flotar contra la corriente y disfrutar de uno de los períodos más experimentales y alucinantes del rock
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Bienvenidos a un mundo mágico, poblado por hadas, arcoiris, criaturas mitológicas, blusas de caftán y guitarras invertidas. Como muchos saben, este delirio colectivo empezó con una droga. El término psicodelia fue acuñado en 1956 por el novelista Aldous Huxley y el psiquiatra Humphry Osmond, buscando un nombre para la experiencia inducida por la dietilamida de ácido lisérgico, mejor conocida como LSD. Íconos contraculturales como Timothy Leary, Ken Kesey y el mismo Huxley aconsejaron su uso para estimular la expansión de los sentidos. Pronto los baby-boomers siguieron el consejo, hasta llegar a la famosa invitación de John Lennon: “Apagá tu mente, relajate y flotá corriente abajo”.
Sus rastros en el rock se remontan a los ragas melódicos de “See My Friends”, single de los Kinks de 1965, para terminar el año con las primeras sesiones de “Eight Miles High”, de los Byrds, en lo que se considera el acto apertura de la psicodelia. En 1966 evolucionó con el lienzo aural de Brian Wilson en Pet Sounds, la distorsión de los grupos de garaje y la sensación de que todo era posible con la musique concrète de Los Beatles en “Tomorrow Never Knows”. Pero la consolidación del género como “relato” llegaría con los álbumes conceptuales. Lo que consiguieron los grandes discos de 1967, encolumnados detrás de Sgt. Pepper y el debut de Pink Floyd, fue no solo acabar con la supremacía del single sino anclar los sonidos experimentales con una imaginería tecnicolor (en la moda, las ilustraciones y las letras) que también remitía a la infancia, esa estación primaveral donde se refugia la inocencia. Los medios lo rotularon “el verano del amor”, pero era mucho más. Era la protesta definitiva: la revolución interior.
Estos son los 25 álbumes que mejor definen el género; 25 biblias de consulta para aventureros obsesionados con flotar contra la corriente.
The Piper at the Gates of Dawn - Pink Floyd (1967)
Rivales de peso abundan, pero no cabe duda de que el álbum por excelencia de la psicodelia es el debut de este famoso cuarteto de Cambridge, Inglaterra. Y todo debido a la mente alucinógena de Roger Keith “Syd” Barrett, sobre quien se escribieron toneladas de tinta aun cuando cinco años después abandonaba la vida pública. Sinónimo de cualquier fraseo medianamente “psicodélico”, Barrett abrió puertas que no solo permitieron la existencia de Floyd sino de centenares de grupos y un puñado de movimientos que siguen modelando y perpetrando sus ideas. Anclado desde el título al alucinatorio clásico infantil The Wind in the Willows, con sus referencias al dios Pan, Syd reinventó una arcadia de gnomos, bicicletas y espantapájaros para la juventud eléctrica, bañando en ácido canciones de cuna, con freakouts de guitarra influidos por el avant-garde. Nada fue igual para el rock desde entonces.
Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band - The Beatles (1967)
Excede la categoría de clásico. Con el tiempo, más se perfila como la Novena sinfonía del siglo XXI, con el opus “A Day in the Life” como el equivalente al “Himno a la alegría”. Pese a sus excesos, interminables regrabaciones, osados empalmes de cintas y embrionarias citas posmodernas a la cultura pop, es un disco esencialmente accesible, que podría sonar de fondo en un cumpleaños. Quizás en ese balance entre el avant-garde y la sencillez radique su encanto. Muchos acusan la parcial ausencia de Lennon, en un virtual viaje de ácido durante las sesiones en Abbey Road. Con sus pros y contras, los detractores no hicieron mella. Es el álbum que elevó el rock a la categoría de arte.
Forever changes - Love (1967)
En el reino de Sunset Trip, Love era el natural heredero al trono cuando los Byrds volaron a conquistar Londres. Pero su líder, Arthur Lee, estaba hundido en drogas y cavilaciones sobre la muerte. Love ensayaba en la antigua casa de Bela Lugosi cuando el productor Bruce Botnick los encontró tan devastados que contrató a una orquesta de sesionistas cuyas texturas capturaron la tensión entre los temas de Lee y los de Bryan MacLean. El resultado, definido por David Anderle como “punk con cuerdas”, fue un laberinto de psicodelia y desvíos latinos que avizoró nubes negras en el sueño hippie. Forever Changes es el disco más fantasmalmente bello jamás hecho.
The Psychedelic Sounds Of The 13th Floor Elevators - 13th Floor Elevators (1966)
Este es el álbum que empezó todo, el primero en adosar la palabra psicodelia a la música. Y esta música era algo completamente distinto: una cacofonía de alaridos y guitarras punzantes en el marco de canciones apenas definidas, provenientes de un grupo de Austin, Texas. Es también el inicio de la leyenda del wild man Roky Erickson, el maníaco cantante cuya expresa adhesión al LSD le valió una pronta detención y tratamientos de electroshocks que lo marcaron de por vida. No menor es la leyenda de Tommy Hall, autor de la filosofía ácida de los Elevators y del desquiciado efecto que producía balbuceando dentro de una jarra microfoneada. Hoy es cienciólogo, republicano y solamente toma gaseosas.
Sunshine Superman - Donovan (1966)
Aunque las principales estrellas del pop habían hecho alguna que otra incursión psicodélica en 1966, nadie se había jugado con un álbum completo excepto Donovan Leitch, hasta entonces la respuesta británica a Bob Dylan. Hipnotizado por las melodías orientales y los experimentos de los Beatles, el escocés se inspiró en un puñado de canciones que son el germen del psych-folk. Entre permanentes cruces de sitar, tabla y clavicordio, hay canciones de cuna para princesas mitológicas (“Celeste”, “Legend of a Girl Child Linda”), baladas caleidoscópicas (“Ferris Wheel”), madrigales (“Guinevere”) y una fascinación por lo extraño hasta entonces ajena al rock (“Season of the Witch”). Sunshine Superman es la piedra fundacional del edén eléctrico.
Younger Than Yesterday - The Byrds (1967)
Si los Beatles fueron los pioneros, “Eight miles high” fue el Aleph de los Byrds y la psicodelia. Y el entonces cuarteto expandió la aventura en Younger Than Yesterday, el último disco oficial con David Crosby y el último de su era dorada. Es también el más ambicioso, pero a diferencia de sus pares ingleses los Byrds nunca fueron buenos conceptualistas. Lo que ofrecían a cambio era igual o más valioso: las armonías celestiales montadas en la voz angelical de Crosby, los arpegios platinados de la Rickenbacker de Roger McGuinn y una riqueza musical que desbordaba el marco de los tres minutos. Del riff aplanadora en la paródica “So You Want to Be a Rock’n’Roll Star” a la epopeya de loops en “Mind Gardens”, pocos irían tan lejos en 1967.
Smiley Smile The - Beach Boys (1967)
Cuando los Beatles sacaron Rubber Soul, Brian Wilson declaró la guerra. Brian respetaba a los Beatles, pero sabía que los podía pulverizar, y así sacó Pet Sounds, pináculo del pop hasta entonces. Después empezó a competir consigo mismo y trabajó en un álbum que superara todo lo conocido, pero el proyecto Smile se abortó por problemas internos y con la compañía, Capitol. En 1967 llegó Sgt. Pepper y Wilson supo que la batalla estaba perdida; se hundió en la depresión y sacó Smiley Smile, suerte de bandera blanca menospreciada por crítica y público. Pero el tiempo fue benévolo con el disco. Aparte de contener “Good Vibrations”, el mejor single de 1966, hay viñetas low-fi del abandonado proyecto, que hoy tiene un público fanático y cautivo.
One Nation Underground - Pearls Before Swine (1967)
Imaginen despertar en una habitación extraña mientras, aún algo dormidos, se oye algo vagamente similar a Dylan o Leonard Cohen. Así podría describirse el singular efecto onírico del debut de este grupo de Florida, especialmente en el track apertura, “Another Time”, donde su líder, el gran letrista Tom Rapp, narra su experiencia de salir ileso de un choque en la ruta (“¿Viste que al universo nada le importa, y que si nada te importa el mundo se desmorona?”). La magia de la música está en los planos, con bucólicas acústicas y silenciosos clavicordios. Y, sobre todo en “Regions of May”, la diversa instrumentación de corno inglés, címbalos, bajo y guitarras refleja la efusión primaveral.
The Who Sell Out - The Who (1967)
Si los Beatles fueron pioneros en remover los espacios entre tema y tema para darle continuidad a Sgt. Pepper, los Who fueron aquí más lejos e insertaron falsos comerciales (Heinz Beanz, Radio London), tan ingeniosos como las canciones. Y aunque al igual que en Pepper los temas –de la melancólica “Tatoo” a la psicodélica “I Can See for Miles”– no guardan unidad conceptual, los jingles, al unificarlos, generan la ilusión de un programa radial. En una de sus mejores obras, Pete Townshend diseñó el disco como un objeto de arte pop: es tanto un homenaje a las radios piratas que educaron a su generación como una broma sobre la autenticidad del rock (“Los Who se venden”, anuncia el título).
The 5000 Spirits or the Layers of the Onion - The Incredible String Band (1967)
Tras un debut prácticamente celta, el multiinstrumentista Robin Williamson recorrió Marruecos con su novia Licorice y volvió a Escocia con exóticos instrumentos africanos y asiáticos que, junto a los avances de Mike Heron en el sitar, dieron puntapié a este revolucionario álbum. Como una desbordante fusión de folk raga, los sonidos y las crípticas letras aluden a momentos de transformación, al alba y revelaciones nocturnas de la aldea global. Con canciones dentro de canciones –las “capas de la cebolla” del título–, 5000 Spirits fue visto como el equivalente acústico de Sgt. Pepper, una obra maestra de psych-folk multiétnico reverenciada por los Stones, Led Zeppelin y David Bowie y disco del año para Paul McCartney.
Underground - The Electric Prunes (1967)
Los Prunes fueron la banda de garage californiano más rabiosamente experimental, y su búsqueda alcanzó plena forma en este segundo álbum, de alusivo título. Underground está saturado por efectos de cintas. En los tres temas relacionados con la niñez sobrevuelan ominosos sonidos: instrumentos procesados en “Children of Rain”, voces y guitarras distorsionadas en “Wind-Up Toys”. “Antique Doll” es acerca de una muñeca que emite un escalofriante grito, hecho con llantos acelerados del grupo. “Hideaway” es un frenético cruce de “Paint It Black” con la música de Ravi Shankar, mientras “Long Day’s Flight” cierra esta obra maestra de psych-garage con ascendentes notas al estilo “Eight Miles High”.
Move - The Move (1968)
Una de las primeras bandas surgidas de Birmingham, Inglaterra, The Move compartía con sus conciudadanos Black Sabbath no solo un embrionario sonido metálico sino también provocativos shows, que incluyeron el ataque a un camarógrafo de televisión con efigies egipcias de utilería. Su primer álbum es un raro artefacto que mezcla la virulencia de los Who con las singulares melodías del guitarrista y líder Roy Wood (futuro fundador de ELO), una fórmula inmortalizada en temas como “Fire Brigade”, “Killroy Was Here”, “Flowers in the Rain” (la primera canción emitida por BBC Radio 1) o el single “I Can Hear the Grass Grow”, la más honesta descripción de las cosas que ocurren al ingerir alucinógenos.
After bathing at Baxter’s - Jefferson Airplane (1967)
Psicodélico hasta en el nombre. Según Jeff Tamarkin en su biografía de los Airplane, el sexteto de San Francisco usaba en clave la palabra baxter para hablar del LSD. El título sería entonces “después de bañarse en ácido”, lo cual tiene sentido. Si Surrealistic Pillow, lanzado al inicio de 1967, es la iniciación lisérgica, Baxter’s es su alucinada conclusión. Influidos por los Mothers of Invention de Zappa, hay collages, largas improvisaciones donde se cuelan ragas y flamenco, y una canción tan estremecedora y surrealista como “Rejoyce”, que la cantante Grace Slick dedicó al autor de Ulysses. lo calificó como “posiblemente el mejor álbum de rock norteamericano”.
We Are Ever So Clean - Blossom Toes (1967)
Quizás la genialidad más soslayada el debut del período, Blossom Toes conserva una frescura que desafía a los clásicos. Orbitando alrededor del guitarrista Brian Godding (uno de los más eclécticos músicos británicos), el grupo armó un ciclo de canciones con elementos que entran y salen como visitantes a una feria (riffs oblicuos, grabaciones aceleradas o invertidas, contrapuntos), meticulosamente ensamblados por el ingeniero John Timperley. Las orquestaciones de David Whittaker resultan en el sinfonismo más feliz al otro lado de Forever Changes, mientras el track apertura “Look At Me I’m You”, un audaz híbrido de pop y música concreta, es el heredero sin corona de “Tomorrow Never Knows”.
Butterfly - The Hollies (1967)
Los Hollies compartían el origen merseybeat de los Beatles, la pasión por las armonías de los Everly Brothers y también los estudios Abbey Road, aunque eran relegados a la sala 3. Eran vistos como una versión diminuta de los Fab Four, y lo mismo ocurre en este disco en relación a Pepper. Butterfly no esquiva tópicos de rigor como sonidos de sitar y carrusel (“Dear Eloise”, “Maker”), criaturas imaginarias (“Pegasus”) y efectos de cintas (“Try it”, pero jamás cae en la autocomplacencia -no hay solos ni diálogos que delaten la edad de los clásicos- y las breves canciones se nutren de la moda para latir como un microcosmos. Simples y luminosos, fieles a su estilo, los Hollies espían con asombro los callejones oscures de la mente lisérgica.
Tangerine Dream - Kaleidoscope (1967)
“Relajen sus ojos, porque, después de todo, vamos a compartir unos minutos”, invoca una voz antes de disolverse en un ostinato de piano, una explosión de batería y armonizaciones vocales que narran el devenir cotidiano visto desde un caleidoscopio. Así arranca el más inglés de los discos psicodélicos. A diferencia de sus pares, Kaleidoscope usaba la básica instrumentación de rock para contar historias dignas de una tarde de té con Lewis Carroll: cuentos de hadas, la decadencia de un relojero, un misterioso asesinato. La instrumentación es limpia, por momentos barroca; mínima en el relato medieval “A Lesson Perhaps”. El cierre, con la repetitiva melodía de “The Sky Children”, invita a recuperar recuerdos felices de la infancia en un aljibe.
Anthem of the Sun- Grateful Dead (1968)
Buscando replicar el balance entre estructura e improvisación que distinguió a los grandes del jazz, los Dead mezclaron grabaciones de conciertos con arreglos y trucos de estudio que resultaron, según un ejecutivo de Warner, en “el proyecto más irracional que involucró a esta compañía”. El disco tomó proporciones avantgarde con la llegada del tecladista Tom Constanten, alumno de Berio, Stockhausen y Boulez que incorporó piano preparado y efectos de cinta. En sus largas canciones pasa de todo. Para escuchar con incienso encendido, mirando el mandala de la tapa.
Soft Machine - The Soft Machine (1968)
Tomaron su nombre de una novela de William Burroughs, el organista Mike Ratledge tenía un doctorado de filosofía en Oxford, Robert Wyatt, aparte de deslumbrar como baterista, podía cantar nota por nota el solo de Charlie Parker en “Donna Lee”, y hacían referencias al dadaísmo y la patafísica en sus canciones. Tras girar por Estados Unidos con Hendrix, grabaron un álbum con canciones de filo experimental, pinceladas de jazz con órgano distorsionado, la voz aniñada de Wyatt y el barítono profundo del bajista Kevin Ayers. Un debut tardío, pero de una excéntrica madurez.
Ogdens’ Nut Gone Flake - The Small Faces (1968)
Uno de los diseños más originales el tercer álbum de los Small Faces se insertaba en un sobre redondo, parodia a las latas de tabaco Ogden’s Nut-brown Flake. Lo de adentro es igualmente curioso. El track que titula el disco, con abundantes efectos, Mellotrón y cuerdas, es quizás el más bello instrumental del período, mientras “Song of a Baker” rivaliza con The Who y “Lazy Sunday” con quien sostenga a Ray Davies como único padrino del britpop. El lado dos es una delirante suite sobre alguien que busca el cuarto menguante de la Luna y halla el sentido de la vida.
S.F. Sorrow - The Pretty Things (1968)
Los Pretty Things fueron víctimas rockeras de la ley de Murphy. Predestinados a no pegarla nunca, batallaron en el circuito blusero hasta desembocar en Abbey Road, donde tuvieron todo servido: un Mellotrón, embrionarios sintetizadores y hasta el sitar de George Harrison. El problema: EMI no les tenía fe y otorgó un magro presupuesto de 3.000 libras y mínima promoción. La buena: ninguneado por los Floyd tras su trabajo en Piper, el productor Norman Smith puso aquí la carne al asador con imaginativos efectos. S.F. Sorrow es de las primeras óperas rock y su melancólica historia influirá en Tommy y The Wall.
Their Satanic Majesties Request - The Rolling Stones (1967)
Según Jagger y Richards, Satanic Majesties se gestó como un experimento caótico para ahuyentar a Andrew Loog Oldham. Una escucha en perspectiva sugiere que el “caos” estaba bajo el control de Brian Jones, lo cual explicaría el desdén de los Glimmer Twins. Como fuere, ojalá hubiera más exorcismos como este. Con las canciones unidas por grabaciones callejeras, en un vago guiño conceptual a Pepper (una de las razones por las que fue injustamente comparado), el álbum incluye originales adaptaciones floydeanas (“Citadel”, “The Lantern”), vodeviles lisérgicos (“On with the Show”) y una de las mejores incursiones avant-garde del rock (“2000 Light Years from Home”). La obra maestra Stone, en un universo paralelo dominado por Brian.
The United States of America - The United States of America (1968)
Junto al debut de Silver Apples, An Electric Storm de White Noise (grupo que incluía a Delia Derbyshire, pionera del BBC Radiophonic Workshop), estos son los tres álbumes que incorporaron sonidos electrónicos al formato canción, tan influyentes en el krautrock, el tecno ambient y grupos enamorados de la síntesis análoga como Broadcast. Liderados por Joseph Byrd, instructor de musicología en la UCLA, la diferencia de The United States of America era que ampliaban la paleta de colores con loops de rigor, generadores de tonos y sintetizadores que sonaban como guitarras eléctricas adentro de un lavarropas. Un disco seminal, rescatado gracias a la marea de reediciones en los 90.
Tomorrow - Tomorrow (1968)
Aunque el único álbum de Tomorrow vio la luz cuando el grupo estaba virtualmente disuelto, pocas canciones representan mejor el espíritu contracultural de la época. “My white Bicycle”, lanzado en mayo de 1967, es un guiño a los provos, colectivo anarquista holandés que, entre varias acciones, abandonaban bicicletas blancas en Ámsterdam para uso público. “Revolution”, el segundo single, es un llamado a la agitación que en vivo culminaba con el baterista Twink golpeando un bombo entre el público, al grito de “revolución ahora”. Las canciones son un mix de music hall, lullabies y psicodelia californiana amalgamadas por la destreza de Steve How, que alcanzaría fama internacional como guitarrista de Yes.
The Kinks Are the Village Green - The Kinks (1968)
Mientras sus colegas tomaban LSD y grababan solos de guitarra para reproducir al revés, Ray Davies salía a condenar rascacielos, resucitaba el music hall y escribía sobre álbumes familiares, casas Tudor, vida pueblerina y amigos entrañables que se aburguesaron. En el track que titula el disco, incluso bendice la virginidad. En 1968, entre tanta juventud revolucionaria de izquierda, ¿qué podía ser más psicodélico? Después, claro, estaba la fortaleza de las canciones; esa obsesión inglesa por la tradición, la nostalgia por los primeros cumpleaños y las locomotoras a vapor. Pocos lo entendieron, pero hoy es un disco de culto. Pintando su aldea, Ray –que intuía lo pasajero de las modas– pintó el mundo.
Odessey and Oracle - The Zombies (1968)
Luego de tres años con el enorme hit “She’s Not There” bajo el brazo, los Zombies decidieron separarse no sin antes –según un arreglo entre Chris White y Rod Argent, líderes del grupo– lanzar un último disco. Como en el caso de Kaleidoscope, el grupo se remitió a instrumentación clásica y un sonido típicamente inglés, pero incorporó armonías a la Beach Boys, los clásicos saltos de bajo de Paul McCartney (en las preciosas “Care of Cell 44” y “I Want Her She Wants Me”) y, siendo Argent tecladista, un abundante uso de órgano y Mellotrón que linda con el emergente prog-rock. Aun así, elegantes vocalizaciones, arriesgados acordes y resoluciones sinuosas vuelven el disco adictivo. La canción del cisne de los Zombies; quizá también de la psicodelia.