Algunos principios para llevar adelante el sueño de la casa propia en sintonía con el cuidado del medio ambiente. Además, te contamos la historia de quienes ya lo lograron.
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La búsqueda de un mundo más sustentable nos enfrenta a tomar decisiones en ámbitos que hace un tiempo quizá ni se nos ocurría cuestionar, como la comida, la basura, la energía y también los espacios que habitamos. Los resultados están a la vista: el desarrollo de las ciudades modernas y el uso de energías no renovables contribuyeron a la crisis climática actual. En el área de la construcción, materiales como el hormigón, el vidrio y el cemento tienden a generar un efecto invernadero. El asfalto absorbe la radiación solar y convierte ciertas regiones en verdaderos infiernos durante las temporadas de calor. Pero, afortunadamente, no son las únicas opciones; hoy crece cada vez más el uso de materiales disponibles en la naturaleza, con técnicas de construcción más amigables para el ambiente.
Su historia en primera persona
Hernán Gulla es fotógrafo. Nació en La Pampa, pero eligió Buenos Aires para asentarse y desarrollar su carrera, hasta que un día le pareció que su barrio tenía demasiado cemento y pocos árboles. Con su compañera, Julieta Medina, ceramista de raíz americana, empezaron a soñar cómo sería irse lejos, tener más contacto con la naturaleza y formar una familia en un entorno más tranquilo.
Tomaron la oportunidad que se les presentó cuando un amigo les dijo que estaban loteando en una zona cercana al centro de Escobar, en el llamado “Barrio de la Música”. Compraron el terreno a medias con un amigo y apostaron por la autoconstrucción. Invirtieron un dinero heredado y, con la intervención de un arquitecto, diseñaron una casa de doce caras con un patio central, una estructura poco convencional.
Ya con las bases hechas, organizaron una minga, un encuentro comunitario para levantar la casa. El término proviene de los pueblos originarios: minka, en quechua, tiene que ver con un espíritu de reciprocidad. Fueron algunos amigos desde Capital, que aprovecharon para meter las manos en el barro.
Techos vivos, un estudio de cerámica y otro que se está armando. Una planta alta en donde está el baño y el bajo escalera. La casa se ve amplia y confortable. Los detalles parecen tener no solo un sentido práctico, sino también simbólico: la ventana central repite la figura del dodecaedro. “En dos años el barrio creció muchísimo, ahora hay un montón de casas, muchas de barro y madera; hay de containers y creo que solo una ‘tradicional’”, cuenta Julieta. En este tipo de viviendas, la orientación y la elección de los materiales van de la mano con el aprovechamiento del entorno. “La arcilla que usamos la sacamos de acá mismo, del propio terreno. El impacto a nivel ambiente está buenísimo, no dependés de ningún camión: solo hay cemento en la base de la casa. Y en el centro plantamos un ceibo, ahí está la placenta de nuestro segundo hijo. Él nació acá hace un mes”, relata Hernán.
El sol se asienta en el barro de las paredes exteriores, que ahora están en mantenimiento. Y hay una huerta con vegetales de temporada: repollos, puerros, achicoria, hinojo, aromáticas y kale. Tres inviernos y dos niños después, la pareja muestra una sensación parecida a la plenitud: ninguno de los dos se arrepiente de la elección que tomaron. Afuera, dicen, el frío se pone más intenso; la lluvia, más potente; el contacto, más directo.
Muchas personas llegan a la bioconstrucción en busca de una alternativa a la concentración de las grandes ciudades. Pero el caso de Jade Sívori es todo lo contrario. Su primer recuerdo es el de una casa de barro que su papá construyó en Zipolite, México, asesorado por indígenas de la zona.
De regreso en Argentina, ella y su familia se instalaron en una casa circular, en Epuyén, Chubut. “Vivíamos salvajemente, sin baño ni cocina. Esa casa era una quincha, pero con la filosofía de usar lo que teníamos acá. Como estábamos al lado del lago, en vez de paja, era de junco”, cuenta Jade.
La “quincha” es uno de los sistemas más habituales en la bioconstrucción. Básicamente, se crea un entramado con paja, cañas o juncos y se le agrega tierra arcillosa húmeda para levantar una pared, sostenida por cañas o maderas. Al secarse, esa pared se vuelve resistente y térmica, de acuerdo a la cantidad de material que se le incorpore.
“Cuando empezamos a construir con Juan Pablo, mi pareja, estábamos un poquito asustados porque no sabíamos nada de construcción, pero teníamos claro que no íbamos a usar cemento”, dice Jade. Es así que empezaron a juntar palos de cipreses caídos y pinos que cortaron y dejaron secar para hacer la estructura. Eligieron la técnica “cordwood”, con la que se hace un encadenado con esos troncos cortados en “rodajas”. Rellenaron con arcilla de la chacra y junco, luego hicieron un revoque con arena y paja.
Los vidrios dobles, que tuvieron que cruzar en lancha a través del lago, le dan la aislación necesaria para mantener el hogar calefaccionado de manera ecológica. Intentaron recurrir lo menos posible a la ferretería, salvo para lo imprescindible. Divertida, Jade cuenta que a veces puede fallar: “Se aprende mucho de estas experiencias: yo soy muy obsesiva de lo visual, mi ojo es como un scanner que no lo puede dejar pasar, pero cuando terminamos me di cuenta de que una de las ventanas quedó más alta que la otra”.
El lado B de estar en medio de la naturaleza es padecer el impacto del cambio climático en carne propia, ser bien conscientes de lo que significa no solo estar, sino ser parte del bosque. La sequía y los incendios durante 2020, que llegaron hasta muy cerca, amenazaron su hogar. “Mi compañero agarró las cosas de valor y desalojó la casa. Por suerte, al tiempo llovió. Nunca fue tan linda la lluvia en la vida”.
A pesar de los riesgos, pareciera que Jade siente que ahí está su lugar en el mundo. Con compras colectivas y una huerta que mantiene con su familia, dice que puede vivir con mucho menos de lo que gastaba en la ciudad. Jade y Juan Pablo viven en armonía con sus elecciones y el paraíso que tienen por entorno.
¿Qué aspectos tener en cuenta?
¿Alguna vez pensaste en vivir en una casa de adobe o de barro? Te contamos los beneficios y la legislación sobre este tipo de arquitectura y la historia de quienes lograron cambiar el vínculo con su hogar y su entorno.
- Usar materiales que sean cálidos en invierno y frescos en verano. Construir con adobe tiene fundamentos. Según el profesor de arquitectura del Reino Unido Amin Al-Habaibeh, podemos aprender de las construcciones tradicionales para diseñar, con tecnología actual, las que usaremos en el futuro: materiales extraídos del entorno cercano, aislantes y paredes de barro térmicas que disminuyen la necesidad de usar aire acondicionado porque le dan una refrigeración natural al espacio. También es importante tener en cuenta la orientación de la casa, con ventanas por donde ingrese el sol en temporadas frías y con materiales que permitan mayor aislamiento térmico. Se puede usar salamandra, pero consume bastante leña. También se recomiendan dispositivos de calefacción eficientes, como las estufas rocket. Se construyen con adobe, son económicas y existen emprendedores que dictan talleres prácticos sobre cómo fabricarlas.
- Optimizar el uso del agua. Sabemos que el agua es un bien cada vez más escaso, por eso es importante aprovecharla al máximo. Desde el inicio podemos pensar en casas inteligentes con sistemas hidráulicos especiales para separar agua potable, reciclable y reciclada, que es la que se usará en el baño. También podés tener un tanque o cisterna que conserve el agua de lluvia, para la casa y el riego. Deberás evaluar si conviene hacer esta inversión de acuerdo a la cantidad de precipitaciones que haya en la zona. Una opción artesanal es construir un filtro para las aguas grises –que sean del lavado o la ducha–. El filtro llevará grava o piedra de río, arena y plantas acuáticas que ayuden a que el agua se limpie de manera natural. Para eso, es imprescindible usar jabones biodegradables.
- Aprovechar al máximo la luz solar. El aprovechamiento de la luz solar implica evaluar en cada caso si es necesario el uso de paneles fotovoltaicos o es más eficiente conectarse a la red de energía local. Si bien los beneficios de los paneles son importantes, ya que no emiten gases de efecto invernadero, también tienen un impacto ambiental, por los materiales que se utilizan en las baterías, sobre todo las de plomo ácido selladas, que pueden tener pérdidas. Las de litio son más seguras y, por eso mismo, más caras.
- La inversión inicial suele ser alta: un hogar de consumo medio necesita, como mínimo, seis paneles. Podés encontrarlos a partir de US$4000 más IVA. Y baterías por US$2500, aunque existe la opción de no utilizarlas. Si contás con energía eléctrica en la zona, entonces conviene tener un sistema mixto que te ayudará a reducir tu factura de servicios.
- Elegir una opción sustentable para el baño. Para construir el baño, existen varias alternativas desde la perspectiva de la bioconstrucción:
- Cámara séptica. Es un tanque grande adonde va todo lo del inodoro; los sedimentos y lo sólido más pesado bajan, y las bacterias trabajan sobre eso. Lo más liviano va a un sistema especial compuesto de caños y piedras para que finalmente se convierta en tierra.
- Biodigestor. El biodigestor trabaja con agua, pero con lechos nitrificantes. Lo líquido sigue, lo sólido va para el fondo y, una vez seco, se puede utilizar como abono. No estás contaminando, no dependés de nadie que venga a limpiarlo o una cloaca que no sabés a dónde va. Con un biodigestor, no se pueden tirar productos químicos ni lavandinas, porque eliminarían las bacterias que intervienen en el proceso.
- Baño seco. Es un sistema de saneamiento ecológico que prescinde de agua para el arrastre de las excretas. Tiene un sistema separador de orina que se infiltra directamente en el terreno y las excretas caen en un recipiente con aserrín y viruta. Cuando se llena el tacho, se reemplaza por otro; las heces quedan disecadas de forma natural y, luego de un año, ya se puede asegurar la eliminación de patógenos y se las puede incorporar al suelo.
¿Cómo es la legislación?
Hoy no existe una reglamentación nacional que se refiera a construcciones con tierra cruda. Por eso, se realizan modificaciones sobre los reglamentos vigentes en cada provincia y municipio. “La mayoría de las ordenanzas y códigos de edificación municipales no tienen en cuenta la construcción con tierra o, directamente, la prohíben”, dice un artículo de la Red Protierra que analiza las leyes a nivel nacional.
En la Ciudad de Buenos Aires aún no está permitido construir con barro, la única ley aprobada es la Nº 416/12, que corresponde a los “techos o terrazas verdes”.
Por otra parte, en ninguno de los documentos analizados se considera la arquitectura con tierra, existente y patrimonial en su reglamentación. El artículo concluye que el mayor obstáculo para el desarrollo de la tecnología de construcción con tierra en Argentina y su extensión en todo el territorio radica en la falta de un reglamento nacional que regule de forma integral la actividad.