Fue seleccionada por su ayuda al desarrollo de proyectos científicos innovadores para resolver los problemas de la comunidad.
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“Soy la primera docente en mi familia. Siempre fui muy curiosa y me parece que la escuela es el lugar fundamental para que la curiosidad pueda fluir”, asegura Gisela Gómez, la docente cordobesa que fue seleccionada entre los mejores maestros del mundo por el Global Teacher Prize de Fundación Varkey.
De familia trabajadora, el camino a la docencia no fue inmediato. Cuando terminó el secundario, quería estudiar Ciencias Químicas. El país vivía los resabios de la crisis del 2001, donde combinar una carrera universitaria y un trabajo full-time no era posible. Así que optó por una Tecnicatura Superior en Bromatología. A los 21 se recibió, pero conseguir algo en el rubro tampoco era fácil. “Un amigo me recomendó hacer el trayecto pedagógico, porque me permitía dar clases en escuelas técnicas. Ahí se me prendió la lamparita”, relata. En ese momento, era cajera en un súper y su jefa le dijo que no servía para ser docente. Pero el tiempo le dio la razón a Gisela.
El camino para ser docente
Gisela estudió en una escuela pública, con una mirada científica hacia el proceso de enseñanza. En sexto fueron a la villa con un proyecto comunitario. “Fue una experiencia muy impactante y me di cuenta que desde la escuela podíamos dar una mano. Cuando me tocó estar del otro lado, como docente, la propuesta fue intervenir para solucionar alguna problemática. También llegué a la escuela justa, porque ya hacían proyectos y trabajaban con ferias de ciencias”, cuenta.
Desde hace más de diez años da clases en el Instituto Provincial de Educación Técnica Nº 85 en Estación General Paz, un pueblo a 35 kilómetros de Córdoba Capital. “Todos tenemos algún docente que nos marcó. Yo tuve una muy especial que me humanizó. Venía de una formación muy técnica y dura, y me encontré con que no solo se puede transmitir una disciplina, sino también el ser de uno”, asegura Gisela, que trabaja en la única secundaria de gestión estatal de la localidad. También acompaña la coordinación de tecnicaturas de nivel superior en la provincia.
Trabajar con jóvenes
“Hay un falso pensamiento de que la juventud está perdida, que no les interesa nada. Estoy totalmente en contra. Sí tienen intereses y quieren aprender, pero muchas veces no se les da el lugar, o se repiten modelos que a los jóvenes ya no les sirven y no les atraen”, afirma Gisela. Por eso, en sus clases trabaja con proyectos vinculados al desarrollo de ambientes innovadores, salud, potabilidad del agua o enfermedades producidas por alimentos.
Ante la pregunta sobre cómo motivar a los estudiantes, Gisela asegura que depende mucho de la personalidad del docente. “Creo que lo que transmito en el aula es el amor que tengo por la ciencia y por educar. Busco sembrar una semilla en mis estudiantes, que quizás en algún momento de su vida brote”, sostiene.
El impacto de la pandemia
Cuando las aulas cerraron sus puertas, la incertidumbre, las limitaciones del piso tecnológico y la falta de conectividad de sus estudiantes se hicieron sentir. Gisela probó todo: clases por Zoom, Instagram, Facebook, Youtube y finalmente optó por un seguimiento individual por Whatsapp a cada uno de sus ochenta y tres estudiantes. “En este caos, descubrí Fundación Varkey, que brinda capacitaciones, y a principio de año me encontré con la convocatoria para el premio”, explica.
El Global Teacher Prize busca subrayar la importancia del rol de los docentes en la sociedad. Este año, entre los cincuenta mejores eligió a Gisela. “Estar en el top 50 del mundo es algo simbólico. Represento a un montón de maestras y maestros que trabajan muchísimo, cada uno desde su lugar y sus posibilidades. Siempre está esta mirada más pesimista de los bajos salarios, los paros y poco se habla de lo bueno. Me siento abanderada de lo bueno que pasa en las escuelas”, confiesa.