Desde las celebridades de Hollywood hasta cientos de influencers, las mujeres dicen “Basta”
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Con la irrupción fuerte de los feminismos y la multiplicidad de voces de este mundo digital, las mujeres empezamos a poner entre signos de preguntas algunas cuestiones que teníamos totalmente asumidas. De pronto, nos damos cuenta de que no queremos que nos digan cómo nos tenemos que ver, que nos dicten fórmulas. Hoy, que alguien levante el dedito diciendo cómo debería verse una mujer empieza a percibirse como una actitud arcaica. Nos empezamos a dar cuenta de que podemos elegir quiénes queremos ser y liberarnos de unas cuantas imposiciones. Y este proceso –gradual para algunas, vertiginoso para otras– es irreversible.
Las mujeres de Hollywood también hablan
Muchas celebridades ya no son ajenas a esto. “Yo no me someto más”, es el mensaje de decenas de actrices, cantantes y modelos que dejaron de teñirse las canas, que muestran sus arrugas o sus kilos. Pasó hace algunas semanas, cuando, a propósito del estreno de And Just Like That, entrevistaron a Sarah Jessica Parker –nuestra querida Carrie– y ella dijo: “Sé cómo me veo, sé de mis canas y mis arrugas, ¿qué quieren? ¿Que deje de envejecer? ¿Qué desaparezca?”. O cuando Camila Cabello contó que salió a correr con su pancita descubierta. Entonces vio a los paparazzi y oyó una voz en su cabeza que le decía que tenía que taparla. Después pensó: “Esto no es mi voz, es la voz de la sociedad que me dice que hay que tener el cuerpo que veo en Instagram”. También la actriz Cecilia Roth protestó cuando salió excesivamente rejuvenecida con retoque digital en una tapa de revista. “Yo quiero ser como soy a la edad que tengo y con el tiempo que he vivido”, dijo.
En las redes sociales, las señales de agotamiento son cada vez más. Con el fin de los mensajes unidireccionales, que nos decían qué era lindo y qué no, explotaron los mensajes disidentes. Por un lado, están las influencers del #bodypositive: mujeres que deciden no solo dejar de esconder su cuerpo, sino también disfrutarlo, mostrarlo, gozarlo; por otro, el activismo gordo, el marrón, el pro edad: mujeres –mayoritariamente, pero también hombres– que deciden militar la belleza no hegemónica. Ahora que se dejan oír las personas anónimas, podemos escuchar cómo piensan, sienten, viven quienes no encajan en lo supuestamente deseable. Y todos, todas, estamos aprendiendo y desaprendiendo a un ritmo veloz. Así tenemos a Agus Cabaleiro, a Brenda Mato, a Lux Moreno y otras que están visibilizando un mandato que por años fue tácito: hay que verse así. Hay cuentas que desnaturalizan la presión estética sobre nosotras, como @Bellamente o @Mujeresquenofuerontapa. Esta última hace poco popularizó la campaña #HermanaSoltáLaPanza, invitando a todas las mujeres a dejar de meter panza y/o tapársela. Cientos de mujeres en distintas partes del mundo se sumaron, mostrando en fotos cómo se ve su panza verdaderamente y hasta salieron las remeras y los afiches callejeros con el eslogan. Una verdadera revolución online que tiene un correlato poderosísimo en el interior de cada una y en el colectivo. Empezamos a mirar distinto y a desarmar –no sin dolor– mandatos que internalizamos.
Nuestro cuerpo: territorio de batallas
Seguramente hayas oído hablar de “cuerpos hegemónicos”. ¿Qué sería exactamente un cuerpo hegemónico? ¿Qué es la hegemonía? El concepto de hegemonía lo acuñó el filósofo marxista Antonio Gramsci. Él decía que, en el plano de lo cultural/simbólico, en una sociedad diversa prevalecen los valores de la clase dominante. En nuestro mundo esto es: eurocentrista, joven y blanco. El modelo de belleza hegemónica fue impuesto por la cultura occidental y alude sobre todo al cuerpo sano, estilizado, joven y blanco. Claro que para muchas de nosotras esto no es visible porque no estamos ni cerca de padecer las consecuencias de este modelo.
En este camino de desnaturalizar los ideales de belleza, una de las primeras en alzar la voz fue Naomi Wolf, quien publicó El mito de la belleza en 1990. Wolf puso sobre la mesa el cuerpo femenino. Lo diseccionó y explicó algo que hoy parece evidente, pero que no se había dicho antes de este modo: que la belleza de la mujer es una construcción patriarcal impuesta con un objetivo político. “Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres sino con su obediencia”, dijo ella. La idea es que si siempre estamos insatisfechas con lo que somos, estaremos sumisas y vulnerables a las indicaciones que recibamos.
Luego Virgie Tovar tomó la posta, también desde Estados Unidos, con su libro Tienes derecho a permanecer gorda. Dice ella que la dieta es un “femicidio asistido” que se ejecuta de dos formas, a nivel físico y a nivel emocional. “Las mujeres se mueren de hambre para estar delgadas y sufren trastornos de alimentación que acarrean problemas de salud muy graves”, alerta. Por otro lado, dice ella, se nos enseña que si no somos delgadas, nunca seremos “dignas ni merecedoras de amor”. Pero va más allá. Porque entiende que en este sistema donde nuestro cuerpo es materia opinable, la gordura es solo uno de los ítems.
La cuestión de fondo
Es innegable que de fondo están los sistemas que organizan nuestra sociedad: capitalista y patriarcal, que nos necesitan productivas, gestantes y ocupadas en consumir productos que nos hagan deseables. No es casualidad que el movimiento #BodyPositive y ahora el activismo contra los cánones de belleza surjan tras el #NiUnaMenos y el #MeToo. Primero pedimos lo básico: dejen de matarnos, y ahora vamos por más, esto es: dejen de decirnos cómo nos tenemos que ver, quiénes podemos ser deseables y deseantes y quiénes no. Las luchas se están dando todas juntas, es cierto, y las fichas caen de a decenas, pero, como dice Luciana Peker en su libro Putita golosa: “La revolución de las mujeres es vertiginosa y decidida. No es posible retroceder ni agachar la cabeza, porque, contra el machismo, el peor de los caminos es la mitad del camino”.
Empezar a desnaturalizar
Hoy empezamos a mirar distinto, desnaturalizamos mandatos y estereotipos. Es un clic interno. Hay cierta impotencia, porque una no puede volver a ver como antes. Y hay resistencia, también, a desaprender todos estos mandatos que nos limitan, que empobrecen nuestra calidad de vida. Nos da miedo desaprender porque, en buena medida, significa desobedecer. Y es mucho más tentador encajar, ¿no? Y es que, en buena medida, este sistema ya casi no tiene que recordarnos sus reglas: las tenemos totalmente internalizadas.
Lo importante es frenar la pelota. Ante los mandatos del afuera –un “talles para vos no tenemos”, una foto publicitaria, un comentario en redes sociales–, preguntarnos qué sensación tenemos. Muchas veces dejamos pasar nuestras emociones, no les damos valor porque nos parece que estamos exagerando, pero, en realidad, es que algo nos afecta y mucho.
Ante nuestros propios pensamientos lapidarios y conductas automáticas, podemos preguntarnos: “Esta voz interna, ¿reproduce mi deseo o el de la validación del afuera? ¿Para qué o quién me tiño? ¿Para qué o quién me hago este tratamiento? ¿Para qué o quién cuido mi nutrición?”. También sepamos que es un proceso. Por eso, tratémonos bien en el entretanto. La activista Agus Cabaleiro, en su libro Te lo digo por tu bien, da algunas claves:
- Recordá que la belleza es una construcción. Si no te gusta tu cuerpo, es porque nos enseñaron que la belleza es una sola y que todo lo que escapa a ese patrón no es digno de ser amado o deseado. Esto no es la solución mágica, pero ayuda a empezar a asimilar que el problema no sos vos.
- Buscá tu representación. El estereotipo de belleza se nos mete en el cerebro por repetición. Por eso es clave rodearnos de personas con cuerpos de diferentes tipos y tamaños, con distinto color de piel, con discapacidades, con identidades de género y sexualidades diferentes.
- Mirate al espejo. Hay muchas chicas que no pueden pasar por enfrente de su propio reflejo. No toleran su imagen reflejada en un espejo de cuerpo entero, en una vidriera, en la pantalla de sus celulares. Hacé fuerza para mirarte al espejo y hablate como a una amiga.
- Mimate. Date gustos, ciertos permisos o regalos porque nos lo merecemos y punto. Puede ser comer algo rico, dormir una siesta, comprarte algo que te gustó pero no necesitás o mirar un capítulo más de una serie. Merecemos esos permisos, esos descansos, merecemos el amor.
- Dejá de seguir a quienes te hacen sentir mal. Buscá nuevas referentes, cuentas, series, podcasts que te hablen a vos, involucrate con un activismo que te represente.