A cuatro meses de la quema de más de 15 mil hectáreas de bosque patagónico, los pobladores siguen necesitando ayuda para recuperarse.
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El pasado 9 de marzo, el día que ardió la bellísima comarca andina argentina, Gachi Vera (49) recibió un llamado de Andrea, su vecina y una de sus mejores amigas: “Me quemé un poquito” le dijo, asegurándole que estaba bien y que la habían internado en un hospital de Esquel. Andrea había vuelto a su casa para buscar a su hijo, que por suerte había escapado a tiempo. Ella no. “En el momento no le dio importancia”, cuenta Gachi. Hoy Andrea sigue internada en un hospital de mayor complejidad en Trelew, con el 25% del cuerpo quemado. Ese día, un incendio gigantesco azotó las localidades de El Hoyo, Lago Puelo, El Maitén y el paraje Las Golondrinas, e hizo arder 540 casas y 15 mil hectáreas de bosque. Murieron 3 personas y cientos de animales -salvajes y domésticos- y hubo muchos heridos de distinta gravedad, como Andrea. Los que lo vivieron dicen que parecía el apocalipsis: una línea de fuego roja que bajaba desde el cerro Piltriquitrón, el cielo color rubí, sirenas que sonaban, cenizas volando por todos lados, ráfagas violentas y un humo denso que lo llenaba todo y no dejaba respirar. Lo que en otras oportunidades fue un foco que no pasó a mayores, esta vez se descontroló, entre otras cosas por la sequía y el viento que soplaba en ráfagas de más de 90 kilómetros por hora. Las horas pasaban y el fuego lo consumía todo. Hasta que de pronto, por la noche, llegó la paz. La lluvia empezó a caer como un bálsamo, apagando los principales focos y trayendo algo de alivio a la tierra ardida.
A tres meses de la tragedia la realidad de los vecinos es diversa. Hay quienes viven con sus hijos en carpas a la intemperie, temiendo la llegada de la nieve y la escarcha y soportando el frío que cala hasta los huesos, sobre todo cuando no te queda otra que dormir sobre un terreno húmedo que no absorbe el agua, porque ya no tiene hierba ni árboles que hagan el trabajo. Algunos, más afortunados, están viviendo en casas alquiladas por la municipalidad, o en módulos habitacionales portátiles que les dieron a modo de préstamo. Otros prefirieron irse a vivir a lo de sus parientes y amigos, en otras zonas de la comarca. Pero no todo es negro y frío. La esperanza empieza a despuntar de la mano de cientos de voluntarios, que trabajan sin descanso para traer alivio -y algo de normalidad- a las vidas de las más de mil personas afectadas.
Volver a empezar
A Sofía Tezza (39, docente universitaria) se le quiebra la voz cuando cuenta lo que fue enterarse de que el fuego había arrasado completamente con su casa. La misma que habían terminado de construir 3 meses antes, en diciembre. Habitante de la comarca desde hacía 4 años, en el momento del incendio estaba en Buenos Aires visitando a la familia, junto a su pareja y sus dos hijos de 8 y 12 años. Los incendios son tan comunes últimamente en la Patagonia, que cual Pedrito y el lobo no se preocuparon mucho cuando los llamó un vecino viejito del barrio para decirles que el fuego avanzaba. El problema fue cuando empezaron a llamar a sus otros vecinos y nadie los atendía. Finalmente, a eso de las 7 de la tarde, un amigo los llamó para contarles lo peor. “Nosotros teníamos la casa en una pampa, con un tanque australiano y un galponcito. Otra parte era todo bosque nativo, que se quemó todo. Quedaron unos palitos negros tétricos que dan ganas de no ir. Teníamos dos caballos. A uno lo curamos, y a la otra, una yegua, la tuvimos que sacrificar porque no mejoraba. Nuestros 3 perros se quemaron las patitas. Nuestra gatita quedó encerrada dentro de la casa. Nunca más la vimos”, cuenta Sofía con voz trémula. Tras el horror se instalaron en un monoambiente que les prestaron, después en una casa para el turismo y finalmente alquilaron la casa en la que están ahora, en donde recién después de dos meses Sofía se dispuso a abrir las cajas que les habían hecho llegar amigos y familiares con un poco de todo, como para volver a tener lo básico. “Nos mandaron un montón de cosas, pero lo que teníamos era nada en comparación a lo que habíamos acumulado en 15 años de convivencia. Uno agradece las donaciones infinitamente, pero por ahí son cosas que vos no hubieras elegido, que no te quedan bien, que te apretan o te quedan grandes”, cuenta Sofía, mostrando lo complejo que es rearmarse y darle vida a un hogar en el que primen los propios gustos. Hoy están pensando en reconstruir, pero no van a hacer la misma casa. El arquitecto que les hizo la anterior les regaló los planos, y la red de bioconstrucción les está donando los ladrillos y adobes que necesitan, que acopian para construir después del invierno. “Son movidas muy colaborativas, porque de repente llega un camión con 12 mil ladrillos que hay que bajar. Es sanador porque sentís que estás pudiendo poner el cuerpo para ayudar a otros y rearmarte”, dice Sofía, que hace todo lo posible por sanar y que cuenta que su mayor alivio fue volver a cocinar, porque es algo que la hizo sentir un poco más normal en medio de tanto caos.
“Un día me tocó a mí…”
Gachi Vera (49) es docente de artes visuales y artesana de toda la vida. Aunque nació en Córdoba (y se le adivina en la tonada), hace más de 20 años que vive en la comarca. Tras el incendio se instaló en una casa que le alquiló el municipio, porque de la suya quedaron solo hierros retorcidos, únicos vestigios que la ayudaron a reconocer el terreno. De lo demás no quedó nada: ni del invernadero, ni de la huerta que había armado, ni del bosque siempre verde que la rodeaba. Ese día, Gachi estaba trabajando en la feria artesanal del Bolsón. Tipo 5 los rumores corrían cada vez más fuerte, y decidió tomarse un remís para ver por su cuenta cómo estaban las cosas. Pero cuando estaba a 4 kilómetros los brigadistas no la dejaron pasar, ni a ella ni a su hija de 21 años que la acompañaba. Su hijo mayor, de 24, que justo estaba parando en su casa porque estaba esguinzado, por suerte logró salir a tiempo. “Veníamos con el tema incendios todo el verano, pero uno nunca quiere pensar que te va a tocar a vos, a tu casa”, cuenta. Desde la ruta ya podían ver varios fuegos grandes, incontrolables. Se quedaron, como muchos de los habitantes de los lotes donde ella vive, del otro lado del retén de las autoridades, queriendo pasar. Cuando finalmente la lluvia cayó y apagó todo, logró llegar hasta su casa... y no quedaba nada. A su perro, por suerte, lo encontró a los pocos metros. A su gata, en cambio, no la volvió a ver. El combo de lluvia y fuego dejó todo mojado e impregnado de un olor a humo insoportable. “Aún a pesar de haber vivido ahí 12 años, era como si no hubiéramos estado. Desapareció todo”. Hoy por hoy, los vecinos iluminan con velas y generadores, avanzando a tientas y reconstruyendo de a poco, como pueden. El municipio les dio tickets de nafta y ayuda económica y con eso Gachi está comprando la madera y todo lo que necesita para volver a levantar su casa. “Emocionalmente es fuerte, pero lo trato de tomar como un aprendizaje”, dice con convicción. Gracias a la ayuda de un grupo de vecinos y voluntarios, ya está reconstruyendo su hogar, que tiene techo y estructura. Ya tiene una base para avanzar.
La reconstrucción
Una de las cosas más emocionantes de ver tras una tragedia son los puentes que se tejen de la noche a la mañana, que unen a los que más lo necesitan con los que tienen ganas y posibilidades de ayudar. Sofía cuenta que la ayuda surgió de muchos lugares y que fue un alivio verla llegar. Es el caso de estudiantes y profesores de la universidad de Rio Negro, y de infinidad de ONG´s que hicieron campañas y que aún hoy, tres meses después, siguen dando una mano, sin descanso. Es el caso de Mateo Keenan, ingeniero industrial e instructor de la Fundación El arte de Vivir, que está en la zona desde el día siguiente a la noticia del incendio. Lo acompaña Cristian Dobio, también instructor de la fundación, con mucha experiencia en catástrofes, como las inundaciones de La Plata o el terremoto del 2016 en Ecuador. Los dos fueron en principio por 4 días para auxiliar a las familias de la comarca, pero van 3 meses y se siguen quedando, corriendo contra el tiempo para llegar a construir estructuras y techos, antes de que azote el invierno. Quieren llegar a 30 y ya hicieron más de 16. La explicación es simple y muy lógica: una vez que está listo el techo, los damnificados pueden trabajar desde adentro, guarecidos. Ambos cuentan que a su llegada el paisaje era “desolador”, porque además de la monotonía negra que deja a su paso un incendio, se habían ido todos, hasta los que antes vivían ahí. Sin embargo, con el paso de las horas empezó a llegar gente de las 4 puntas del país queriendo ayudar. Se preguntaron entonces: ¿cómo podemos ser útiles? “Reconstruyendo las casas”, dijeron. Y en eso están, junto a Marcelo Fernández, constructor de profesión, y su mujer Ana Coligionis, que según cuentan los chicos maneja la motosierra y el hacha como nadie. Levantan estructuras muy simples, de 4x6, con parantes de pinos quemados. Después, en base a los recursos que la gente dona, van construyendo. Trabajan de sol a sol, sin descanso, ayudados por los vecinos que salieron mejor parados. El contraste a veces es tremendo: hay gente que se quedó sin nada y otros que se salvaron por un cambio del viento. “Veo una respuesta muy amorosa, mucha solidaridad”, cuenta Ana, cuya pareja, Marcelo, al día siguiente del incendio agarró la camioneta y paró a ayudar en la primera casa quemada que vio al costado de la ruta. Y desde entonces no paró. Frenó sus propios trabajos de construcción y se dedicó de lleno a dar una mano. Hoy son un grupo de 7 personas que pasan el día entero levantando paredes y techos, a como dé lugar. Y reciben infinitas muestras de gratitud. “La gente no sabe cómo decirte gracias, es muy conmovedor”, dice Ana, que cuenta que esa vibra se siente en el aire y hace que todos vuelvan a sus casas muy energizados después de trabajar. No es para menos, porque la ayuda que brindan es enorme: algunos incluso se dedican a cuidar y a hacerles juegos a los más chiquitos, para liberar a sus papás que construyen. No obstante, de a poco el clima se está poniendo bravo: con las lluvias se están formando barriales y los vehículos ya no pueden entrar al territorio para llevar agua y otras cosas básicas para la construcción. Finalmente, cuando llegue la nieve, no les va a quedar otra que esperar un mejor clima para seguir construyendo, y la gente va a seguir ahí, esperando.
Huellas
Cuando pasa el tiempo y la ayuda y los recursos empiezan a escasear, a la gente que lo perdió todo no le queda otra que respirar hondo, sacar pecho e intentar reconstruirse como puede. Gachi cuenta, por ejemplo, que hay vecinos suyos que aún no volvieron al terreno. No pueden. Les cuesta demasiado enfrentarse a ver tanto esfuerzo hecho cenizas: “No vienen, pero van juntando plata”, dice. Es que hay un mal que va más allá de lo material, y que tiene que ver con el estrés post traumático que acompaña a alguien que pasó por una situación límite como un incendio. A eso se están dedicando también Mateo y Cristian, que brindan un curso de alivio post trauma -con el que El arte de Vivir ya ayudó a cientos de personas en anteriores eventos límite, como el alud de Salta en el 2009- y que ayuda a manejar el estrés y sobrellevar mejor el horror. El problema, cuentan, es que al principio la gente está demasiado alterada para poder sentarse a respirar y conectar con las emociones. Necesitan ponerse a trabajar para no pensar, y 3 meses después, cuando ya nadie se acuerda de lo que pasó más que los que lo vivieron, empiezan a somatizar. “Paran y se les viene todo encima”, cuenta Cristian, que recuerda su charla con un nene de once años, que vive en una carpa en uno de los lotes y que le contó que la noche anterior había soñado que se quemaba, que se moría. Acompañar cuando todo pasó, ese es el gran desafío. “Al principio no se veía gente deprimida; ahora que llueve, sí. La gente se guarda por el frío y se deprime. Ahora es cuando empieza lo peor”, reflexiona Mateo. Es un poco lo que le pasa a Sofía, que aunque está haciendo un gran trabajo de sanación interna, por momentos siente dolores en el cuerpo: “Uno trata de estar bien, pero tenés subidas y bajadas anímicas, todo el tiempo. Cuesta y uno no sabe muy bien cómo sobrellevarlo. A mis vecinos los veo a todos muy mal, muy conmocionados, hayan sido afectados o no. Algunos por suerte le ponen pila y ayudan un montón en lo anímico y en la reconstrucción. Yo por mi parte intento tener una actitud positiva y tomarlo como un aprendizaje que la vida nos puso delante. Algunos conocidos me dicen ´yo no quería aprender, no de esta manera´. Obvio que nadie quería, pero creo que ya que estás en esta situación, tenés que tratar de sacarle algo positivo. Y lo positivo es eso, el aprendizaje. Cómo transitar el dolor y aprender de uno mismo, sacando fuerza y dándole para adelante.”
Las causas
Producto del cambio climático, la Patagonia argentina desde hace años viene enfrentando sequías y alteraciones en el régimen de lluvias, algo que se intensifica a medida que pasa el tiempo. Si a eso le sumamos que la mayoría de los incendios responden a factores humanos -que van desde fogatas no permitidas hasta cigarrillos y residuos en el suelo que funcionan como una suerte de lupa-, no basta más que imaginar lo letales que pueden llegar a ser cuando ocurren en un suelo reseco, lleno de elementos combustibles. Y… ¿qué pasa si en la zona existe un cableado eléctrico obsoleto que cada dos por tres explota? ¿Y si no se podan los árboles que lo rodean? Si bien se manejan varias teorías sobre el origen del incendio, una de las principales apunta a dos explosiones en el tendido, lo que habría dado lugar a los dos principales focos. Ese 9 de marzo varios locales dicen que vieron chispazos sobre los postes, algo que sumado al calor, la sequedad y viento, convirtió la zona en un polvorín. En la Municipalidad de El Hoyo, por ejemplo, cuentan que durante el verano los brigadistas ya habían apagado 5 o 6 incendios, que por suerte lograron sofocar a tiempo. El tendido eléctrico es algo que corresponde a la provincia mantener, y en una provincia como Chubut, que actualmente está completamente colapsada y fundida… ¿qué podemos esperar que pase el próximo verano, cuando termine el invierno y vuelva el calor? El problema sigue estando… ¿y entonces? ¿Vamos a dejar que pase de nuevo?
Cómo ayudar
“Queremos volver a tener un hogar hermoso como el que habíamos armado”, Sofia Tezza.
Cuanto más tiempo pasa tras una catástrofe, más ayuda la gente necesita. A las familias que están reconstruyendo sus casas (y sus vidas) les falta de todo. Y si bien ya recibieron muchas donaciones que los ayudaron a resolver lo urgente (como ropa de abrigo) la realidad es que lo que más necesitan es volver a tener un hogar. Para eso hay muchas organizaciones recibiendo donaciones de materiales de construcción y herramientas.
- Desde El Arte de Vivir, por ejemplo, piden más que nada materiales para el final de obra, como sanitarios (inodoros, bachas, duchas) y grifería. Además de eso, logística para llegar las cosas, porque donaciones en este tiempo hubo muchas: el problema es hacerlas llegar. Así que si sabés de camiones, chatas y demás vehículos yendo para allá, quizás puedas dar una mano.
También necesitan voluntarios. Para ayudar a construir no tenés que saber nada. Solo tener voluntad y ganas de tomar responsabilidad.
Podés escribirles a través de Instagram o en su página web.
- En Bioreconstruimos también están juntando donaciones para donar ladrillos y adobes como los que está necesitando Sofía. Podés seguilos a través de su perfil de instagram @bioreconstruimos, o bien completar el formulario.
- Finalmente, podés hacer transferencias al corralón que destina materiales para las construcciones que llevan adelante Ana y Marcelo:
DE SUR A SUR
CVU: 0000003100066220903594 Alias: cables.ira.ala.mp Mercado pago
CBU:0110246030024601978747 Alias: Caballo.cachorra.
Banco Nacion
*Experto consultado: Eduardo Banus, Meteorólogo Especialista En Cambio Climático.