A sus 41 años, María Oliver se enamoró y supo que quería tener una familia. Tras cuatro años de intentarlo, gracias al óvulo de otra mujer, logró cumplir sus sueño.
- 9 minutos de lectura'
Me llamo María Oliver, tengo 47 años, soy traductora de inglés, vivo en Buenos Aires. Nunca fui muy Susanita. Jamás me pensé como mamá ni soñé con casarme de blanco. Sí me interesaba, y fue todo un aprendizaje, abrir el corazón y enamorarme. Pensaba que un hijo debía ser consecuencia de eso y, en mi caso, así fue: no recuerdo haber tenido serias ganas de ser mamá hasta que me enamoré de Rodrigo. Eso sí, me encantaban los chicos. Por ejemplo, por Julieta –la hija de una amiga muy querida– sentí un fuerte amor desde que nació. Ahora tiene 14 y es mi hija del corazón. Siempre estuve muy presente en su vida porque su mamá viajaba por trabajo, entonces iba al colegio a buscarla. Pero yo no relacionaba eso con un deseo de ser mamá. Tampoco cuando vinieron mis sobrinos de sangre. Yo decía: “¡Qué bueno! Los disfruto y los devuelvo”.
Cuando todas mis amigas estaban casadas y tenían hijos, no me angustiaba. Ellas me decían: “Ay, pero ponete linda, andá a los bares”. Yo, cero. Una vez me abrí Tinder. Me pareció tan agresivo todo, tan poco natural. ¡Fue un fracaso total! Pero sí quería abrirme al amor de pareja. Oía que muchas chicas decían: “No hay hombres”. Yo, en cambio, me preguntaba qué tenía que modificar en mí. Laburé un montón para eso, en mi terapia y en otros espacios.
“Tal vez ya no quieras estar sola”
Una vez estaba en el auto y escuché una canción de Ciro y los Persas que decía: “Tal vez ya no quieras estar sola”. Fue un clic, una emoción fuerte que me hizo reconocer de verdad mis ganas de compartir la vida con alguien. Al poco tiempo empecé a salir con Rodrigo. Él era papá de una compañera de Juli. Cuando lo conocí, no estaba divorciado y apenas lo registraba. Pero cuando se separó se acercó mucho a los papás del cole y ahí pudimos conocernos más.
Un día estábamos en la casa de mis amigos y nos pusimos a charlar. ¡Nos conectamos tanto...! Dije: “Pero ¿Qué pasó acá?”. Un tiempo después, él le pidió mi teléfono a un conocido en común. Yo no quería complicarme la vida, pero acepté. Enseguida hubo química, una confianza y un compañerismo enormes entre nosotros. Salió todo tan natural..., como si hubiéramos estado juntos toda la vida.
“No te querés ilusionar, pero te hacés ilusión”
Estando ya en pareja, tuve un atraso. Cuando me vino, sentí una pequeña desilusión: esa fue la primera noticia de mis ganas de ser mamá. Al tiempo, con Rodrigo dijimos: “Bueno, basta, no nos cuidemos más”. Enseguida quedé embarazada. Sentí una gran alegría, pegada a un miedo descomunal: que si iba a poder, que mi libertad, que si el bebé no crecía bien. A las siete semanas no se escuchaban los latidos y me hicieron esperar: quizás era un embarazo de menos tiempo. Esa espera fue tre-men-da porque no te querés ilusionar, pero te hacés ilusión. Pero después empecé con pérdidas. Fueron tres días de contracciones y expulsar todo. Todo el proceso fue muy traumático para mí y para nosotros como pareja. En mi angustia, yo le reclamaba a Rodrigo que él no lo sufría como yo. Pero, claro, ¡lo sufría como él! Ahí se me fueron las ganas de comer y solo quería estar en la cama. Una gran tristeza.
Encima, por esa época, a mi papá le habían diagnosticado un cáncer, y estaba atravesada por todo eso. Me culpé bastante por la pérdida de ese embarazo. Pensaba que el miedo que había sentido lo había arruinado todo.
Cuando fui a ver a mi médica de ese momento, me habló de menopausia precoz y mencionó la ovodonación: me puse a llorar. Después directamente lo negué. Empecé a buscar por el lado de las terapias holísticas, como acupuntura y la sanación. Me resistía a la idea de no producir óvulos de calidad.
“La médica me confirmó que con mis óvulos era muy difícil que quedara embarazada”
En 2017 falleció mi papá. Después de eso pensé: si quiero ser mamá, tengo que poner el foco ahí. Fui a una obstetra que me recomendó una amiga, Evangelina Di Pietrantonio, y le dije: “Estoy haciendo todo”, y su respuesta fue: “No, todo no”. “Sí, hago acupuntura y esto y lo otro”. Ella me dijo: “Todo incluye todo. Vos seguí con eso, pero te falta la ciencia, ir a una médica de fertilidad, tenés 43 años”. Al ponerlo en la biología lo sacó de mí, me quitó cierto grado de responsabilidad. “El milagro puede suceder –me dijo–, pero no es lo más común”. Me derivó a una médica amiga suya, la Dra. Sara Andreucci, que me confirmó que con mis óvulos era muy poco probable que quedara embarazada. Fue bueno que el diagnóstico fuera tan inapelable, que no diera lugar al pensamiento mágico. Por ovodonación mi hijo no iba a tener mis genes, pero por esos días oímos hablar en la radio de epigenética. Es el estudio de cómo el ambiente influye en la expresión de los genes de un ser humano. Eso me terminó de convencer. Con Rodrigo nos miramos y dijimos: “Vamos, hagámoslo”.
“Siempre me sentía feliz con lo que hay”
Pasaron nueve meses hasta que apareció la primera donante. Sin embargo, no sufrí esa espera. Mi actitud siempre fue la de sentirme “feliz con lo que hay hoy”. El día que finalmente nos llamaron tuvimos que ir hasta La Plata a dejar la muestra de Rodrigo. A los cinco días, nos dijeron que habían quedado dos blastocitos, que es el embrión de cinco días. Luego me hicieron la transferencia; yo estaba muy ilusionada y segura de que iba a quedar. Por eso, cuando me dijeron que no había funcionado, fue desgarrador. Me apoyé en mi terapeuta, en Rodrigo, en unos pocos amigos. No involucré a mucha gente, quería que fuera algo nuestro. A mi mamá el tema le costaba, le daba miedo. Además, durante ese tiempo ella seguía duelando a papá, fue una época muy difícil.
“Se ponían a prueba mis ganas de ser mamá”
La segunda transferencia tampoco resultó. Esperé un tiempo y lo intentamos con otra donante. La transferencia fue el día de mi cumpleaños. Tenía mucha fe, era una donante nueva. A los 15 días la Beta dio un valor bajito, había que repetir el análisis. Lo repetimos: tercer negativo. Creo que en ese momento se ponían a prueba mis ganas de ser mamá. “Bueno, si no tiene que ser, no será”. Nosotros seguíamos nuestra vida e intentamos que la búsqueda no lo invadiera todo. Quizá por nuestra edad, o nuestras personalidades, no sentíamos frustración. Yo pensaba: “Si no sale, viviremos una vida sin un hijo nuestro, pero felices de todos modos”.
“Cuando llegó el positivo, nos largamos a llorar”
En plena cuarentena yo estaba con miedo y cansancio. No quería pasar por todo el proceso de las hormonas y la ilusión una cuarta vez y que no funcionara, pero Rodrigo fue el que me dio ánimo, él siempre tuvo la certeza de que tarde o temprano iba a funcionar. Su seguridad era conmovedora. Y allí fuimos juntos, otra vez. Después de averiguar, y cansados de las imposiciones de la obra social, decidimos intentarlo de cero en un centro privado, siempre de la mano amorosa de Sara. Sabía que iba a ser mi último intento. Tenía 46 años y el mundo estaba dado vuelta. Si resultaba, era que este chiquito tenía que venir. Y si no, no tenía que ser.
Buscaron una donante, pero no gustó. La segunda tampoco. La tercera les pareció que iba a funcionar. Rodrigo dio su muestra, transferimos un blastocito. El resultado tardaba en llegar. ¡Estábamos tan ansiosos! Cuando llegó el positivo, nos largamos a llorar. Llamamos a Sara, nuestra doc: ella lloraba, nosotros también. ¡Tanta alegría!
Después de un embarazo soñado, el 13 de abril, nació Felipe, este gordito que pronto cumple seis meses. Llegó de la mano de Evangelina y de Sara (cerrando un círculo perfecto) en un quirófano lleno de mujeres, de alegría y de amor. En el momento en que Feli nació empezó a sonar la canción de los Beatles “Here comes the sun”. Y sí, llegaba un solazo a nuestras vidas.
“Ser madre no te hace mejor ni peor”
Antes de despedirme quería dejar algunas ideas:
- Ser (o no ser) madre no te define. Ser madre es maravilloso, pero es otro rol, como ser hija o como ser tía. No te hace mejor ni peor. Ahora que tengo un hijo, sigo pensando lo mismo: no es un logro tener un hijo. Es una circunstancia de la vida que te toca o no te toca.
- Que no te pese la edad. A mí también me costaba asumir que sería una mamá grande. Pero después supe que lo que importa es cómo esté una y la vitalidad que tenga, más que la edad cronológica. Como me dijo mi terapeuta: “Los 50, si no te morís antes, los vas a tener igual. El asunto es: ¿los querés tener con hijo o sin hijo?”.
- Buscalo desde la felicidad. Cuando buscaba a Felipe pensaba: “Si mi vida fuera como es hoy hasta el resto de mi vida, ¿sería infeliz?”. La respuesta era “no”. Yo era feliz. Tenía libertad, viajaba, disfrutaba. Hacía foco en eso. “Quizá no me toca”, pensaba. “Quizá mi vida sea así y entonces la disfrutaré de otra manera”. Buscar desde la carencia es muy duro para una. Si estás buscando un hijo, que sea desde la felicidad. Y que venga a sumar todavía más felicidad
La ovodonación en Argentina
Según los registros de IVI Buenos Aires, los tratamientos de ovodonación aumentaron un 524% en 2021 con respecto a 2020. Además, el número de personas interesadas en ser donantes que acudieron a una primera consulta se incrementó un 275% en comparación a 2020.
Desde que se promulgó la ley 26.862, en Argentina la fertilización asistida está incluida dentro de la cobertura social y también se practica en los hospitales públicos. Esta ley contempla tanto la donación de esperma como la de óvulos o la de gametos (embriones).
En el caso de la donación de óvulos, en nuestro país está prohibido su carácter comercial, pero se admite una compensación económica para contrarrestar las molestias generadas durante el tratamiento, viáticos, lucro cesante y tiempo invertido. Y se agrega el beneficio del control y asesoramiento médico al realizar los estudios de sangre generales, serológicos y genéticos, además de estudios ecográficos sin ningún costo.
Más info: www.argentina.gob.ar/justicia/derechofacil/aplicalaley/reproduccion-asistida.