En tiempos de incertidumbre, crecen como olas y se vuelven amenazantes. ¿Cómo gestionarlos mejor y dialogar con ellos?
- 8 minutos de lectura'
Muchas veces creemos que los miedos son una especie de barrera intangible que separa el presente de nuestros sueños. Leemos frases que nos invitan a soltarlos, superarlos, derribarlos. Y si no nos sale, muchas veces nos declaramos poco valientes. ¿Por qué hablamos de miedos hoy? Porque sentimos que en el contexto actual, en plena pandemia, muchas de nosotras comenzamos a experimentar algunos nuevos e impensados, que, si los vemos de frente, a veces toman la forma de algo amenazante, que puede llegar a paralizarnos (no es casual la ilustración de tapa de esta edición y de esta nota, con el mar y las olas). ¿O será que también llegó el momento de administrarlos de otra forma? ¿Será cuestión de meternos con ellos y empezar a navegar juntos?
Y al escribir, me acuerdo de esas veces cuando les prometía a mis hijos ir a la plaza después de que me acompañaran a hacer algunos mandados. No sé exactamente bien por qué, pero siento que tengo que ofrecerte una especie de recompensa o incentivo para que sigas leyendo. Lo voy a hacer, por las dudas: es posible que al terminar de leer esta nota veas tus miedos de otra forma y que esa nueva mirada te permita avanzar sin paralizarte. Trabajo con emprendedoras, oradores, equipos en organizaciones, y en estos últimos años sumé la mirada de coaching y doy talleres para personas de distintas partes del planeta. Y si hay algo que estuvo presente siempre, sin importar la temática o el desafío por delante, fueron las palabras “miedo” y “coraje”. Pero, claro, nada nos preparó para lo que sucedería a principios de 2020. Mi deseo es que esta nota sirva tanto para nuestros miedos más históricos como para los más recientes –y, ojalá, pasajeros–.
¿QUÉ ES EL MIEDO?
Empecemos por algo muy simple e importante: el miedo es una emoción. Y como toda emoción, aparece para traernos cierta información –o nos invita a crear significado–, activa nuestro cuerpo de determinada manera y luego de un rato, en general, decrece y se va.
Por ejemplo, nos cruzamos en la calle con una amiga entrañable y nuestro corazón se acelera, sonreímos, extendemos los brazos y celebramos. La alegría nos visita para invitarnos a celebrar ese valioso vínculo. Ya está.
Pero ¿qué nos pasa con el miedo? Cuando esta emoción irrumpe, nuestro cuerpo reacciona de otra forma porque percibe cierto peligro: puede optar por pelear, salir corriendo o paralizarse. Mientras el cuerpo lo experimenta con distintos síntomas que van desde palpitaciones hasta temblores, nuestra mente busca evaluar qué hacer (o no hacer). Y una vez que el peligro desaparece, el miedo se va.
Cuando no se va, en general, son nuestros pensamientos los que siguen construyendo y alimentando esa situación de peligro. Y esto lo conocemos muy bien; sabemos de sobra que las emociones no solo aparecen por estímulos externos, sino también por estímulos internos. Por eso, siguiendo esta lógica, será de vital importancia ofrecerles una suerte de guía a nuestros pensamientos para que no se estanquen, para que fluyan y transformen la emoción en un estado de ánimo algo más estable. Por eso, queremos que el miedo “administrable” sea un miedo suave, un compañero de travesía, que te pueda acompañar en tus decisiones, pero sin molestarte. ¿Estás preparada para domesticarlo?
¿QUÉ INFORMACIÓN NOS TRAE?
Lo que quisiera que recuerdes de todo esto es que las emociones contienen información muy valiosa de cómo estamos viviendo la vida. Ellas son indicadores de todo aquello que nos importa. Y no escucharlas es una forma de negar aquello que más valoramos. Y ese camino nos puede llevar a la apatía, la indiferencia, la abulia.
Esta distinción será la llave para la actividad que quiero invitarte a testear, basada en esta idea: el miedo nos avisa que hay algo que es importante para nosotros, algo que tememos perder. Y aunque parezca una obviedad, saltear esto es rechazar el regalo que trae el miedo cada vez que decide aparecer. Pero ¿qué pasa si primero le damos a nuestro cuerpo-mente una señal de seguridad y amparo frente al miedo? Por ejemplo, un abrazo a un almohadón, el sentir nuestros pies apoyados firmemente en el suelo, contar tus propias respiraciones hasta aflojar el ritmo; es decir, alguna señal que le hable al cuerpo, que es el que produce la química de esa emoción. Pensá que ahora tu mente puede sentirse tomada por una sensación de peligro que es una programación cerebral de supervivencia. Por eso, ocupate primero de sentir al miedo como un visitante que trae noticias feas y habla muy fuerte, pero con las mejores intenciones: cuidarte.
3 PASOS PARA TRANSITARLO
Por eso, ahora, con esto en mente, te propongo seguir una secuencia de pasos para ver si podemos abordar nuestros miedos desde otra perspectiva.
- Paso 1: dar forma y nombrarlo. “Hace meses que estoy con miedo” es algo que escuchamos muy seguido en estos tiempos pandémicos. En este paso, el objetivo concreto es darle un poquito más de forma a ese miedo puntual. Lo haremos conectándonos con nuestro cuerpo haciendo preguntas simples: ¿en dónde lo siento, en qué lugar del cuerpo habita? ¿Qué intensidad tiene? Si le pudiera dar forma, color, temperatura, ¿cómo sería? Probá decir palabras sueltas como “frío”, “garganta”, “manos”, “angustia”, “negro”, “pesado”, “pecho”. No existe una correcta forma de describirlo, lo que digas en voz alta o por escrito estará bien.
Después, lo nombraremos. “Miedo a...”, y si aparecen varias respuestas, anotalas, dales lugar. Ya habrá tiempo de revisarlas. Si no te sale definirlo, probá decir: “Miedo a perder..., a no poder...”. No lo juzgues ni limites. Miedo a morir, a perder a mi mamá, a quedarme sin trabajo, a no volver a la rutina, a no poder sostener la vida social de mis hijos, a quedarme sola, a no sostener mis hábitos saludables, etc. Que salga eso que a veces ni nos animamos a decir. Este paso es enorme y ya podés hacerte un mate o té y hasta celebrar con budín o torta. Bien merecido está.
- Paso 2: conversar. Te engañé. La hora del té es parte del siguiente ejercicio: conversar con el miedo. Tara Brach (mi maestra de mindfulness) narra una historia sobre Buda: cuenta que la noche previa a su iluminación, el demonio Mara lo visita para desalentarlo. Y Buda le dice: “Te veo, Mara”, y lo invita a tomar el té. Prepara dos almohadones y dos tazas de té. Mara se sienta, y luego Buda. Conversan. Mara finalmente se va y Buda queda en calma. Desde entonces, uso la metáfora de invitar a nuestros miedos a tomar el té como un ejercicio de curiosidad y atención. Quienes lo han practicado cuentan que, después de hacerlo, el miedo ocupa otro lugar, mucho menos aterrorizante y definitivamente más llevadero. Nuestro objetivo no es “derribar” al miedo sino entenderlo.
- Paso 3: crear nuevas acciones a partir del diálogo. Si al conversar con mi miedo sobre la presentación de mañana me doy cuenta de que valoro cómo me van a percibir y el aporte que quiero dar, es posible que prefiera repasar una vez más las diapositivas sin sentir que por eso soy insegura o cobarde. Pensar en posibles escenarios no solo es saludable, sino que también es estratégico. Como nuestros miedos suelen ser muy creativos, una breve conversación con ellos puede recordarnos algún detalle que olvidábamos, o motivarnos a tomar precauciones extras o hasta pausar momentáneamente una decisión.
QUIEN MANEJA SOS VOS
Imaginemos que estamos yendo en un simpático bote en un mar, un lago o una laguna. Un miedo podrá indagar si no nos estamos alejando demasiado de la costa, después otro miedo podrá consultar si tenemos el suficiente viento para avanzar o si no será mejor parar, tal vez otro mira las nubes negras y pregunta si nos animamos a avanzar si se larga una tormenta. Lo que nos tiene que quedar claro es que quienes manejamos ese bote somos nosotras. Nunca ellos. Los remos y el timonel nos pertenecen. Podemos escucharlos una vez y verificar o contemplar lo que dicen. Punto. Si boicotea el viaje, podemos darnos vuelta y amenazarlos con tirarlos por la borda si no frenan.
Nunca creímos que nos iba a dar miedo dar un abrazo, o festejar un cumpleaños. Sentir miedo no solo es natural, es necesario y funcional. Pero cuando sumamos cansancio, incertidumbre y soledad, el miedo puede empezar a ocupar más espacio del que quisiéramos. Brené Brown cuenta que el origen de la palabra “coraje” es “echar el corazón por delante’', o sea, actuar, hablar, sentir y vivir con el corazón. El coraje no es la ausencia del miedo sino poder actuar aun con miedo. Y si es así, nada mejor que conversar con él primero.
Experta consultada: Inés Dates. Nuestra psicóloga. @ines.dates.viviendo.