Elisa Barcia de Martel es la viuda del Mayor (PM) Rubén Martel. Pilar, una de sus hijas, junto a su madre, dan su testimonio. Un reconocimiento a las mujeres olvidadas de Malvinas.
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Elisa Barcia de Martel tuvo un presentimiento. Fue el 30 de mayo de 1982. Desde el auto, y con sus hijos María Laura, de 9 años, Pilar de 6, y Ezequiel, con apenas 10 meses, vio cómo su marido, el capitán Rubén Martel, se despedía de sus padres con un abrazo luego de un encuentro familiar. Sintió algo inusual en ese saludo y una sensación extraña le recorrió el cuerpo.
El capitán Rubén Martel era un apasionado de los aviones y del cielo. Sentía orgullo por la Fuerza Aérea. Por eso, unos años antes, cuando recibió una oferta para ir a trabajar como piloto de pasajeros a Aerolíneas Argentinas, la rechazó. Prefirió esperar lo que él más anhelaba: pilotear el Hércules. Sabía que existía esa posibilidad y aguardó la promoción. Finalmente, unos meses más tarde, llegó la propuesta. Desde ese momento, Rubén recorrió gran parte del sur argentino con ese avión de transporte que en la jerga llaman “la chancha”, por su robustez y su peso. Viajó varias veces a la Base Marambio, en la Antártida. Y ante cada temor de su familia, Rubén sonreía y le daba a su mujer la confianza que ella necesitaba. Poco tiempo antes de aquel terrible 2 de abril de 1982, Rubén ya había empezado de manera secreta con viajes de logística en el sur. A eso le siguieron los vuelos entre el continente, desde Comodoro Rivadavia y Puerto San Julián, a las islas.
Unos días antes de ese abrazo de despedida que Elisa hoy recuerda, Rubén había regresado de Malvinas para el cumpleaños de 6 de su hija Pilar. Llovía y Elisa lo notó cansado. Le propuso posponer el festejo. Pero Rubén se negó. El festejo se hace igual, le dijo.
Días más tarde, en la madrugada del 2 de junio, Elisa se sobresaltó con un llamado telefónico. Era su suegro. El Hércules C-130 que piloteaba Rubén había desaparecido. “Tengo IFF Encendido”, fue lo último que se escuchó. Enseguida llegaron hasta su departamento algunos familiares para acompañarla. Sus hijos dormían. Durante un tiempo, creyeron que Rubén y su tripulación podían estar con vida. Se hicieron algunas búsquedas. Se barajaron diferentes hipótesis. Pero, en su interior, Elisa no las creía. Sin embargo, esperó para darles la noticia a sus hijos.
Elisa hoy tiene 72 años. Pasaron 40 años de la Guerra de Malvinas. Y para ella, más allá de los fríos homenajes a los que asiste cada año en El Palomar, fueron cuarenta años de dolor, de sufrimiento, de desconcierto. Sabe que Rubén eligió su destino. “El juró morir por la patria”, dice a modo de comprensión de un fragmento absurdo de la historia argentina.
Elisa hoy vive sola. Atravesó un cáncer de mama; después de 19 años, formó pareja pero ésta falleció a los pocos años. Su hija mayor, María Laura, es Licenciada en Relaciones Internacionales y trabaja en el extranjero. Tiene una hija. Pilar es jefa de marketing de una empresa de indumentaria y hace consultoría para destacadas marcas locales y Ezequiel es egresado del Liceo Aeronáutico Militar y hoy trabaja para la Fuerza Aérea como empleado civil. Cada uno vivió el duelo a su manera. Cada uno tiene su propia historia.
“Si mi papá es un héroe, ella es una heroína”, dice Pilar sobre Elisa en este encuentro entre madre e hija. Nunca hablaron públicamente sobre su historia. De hecho, poco se sabe sobre las mujeres, las viudas de los fallecidos en Malvinas y de los que murieron luego como consecuencia de las secuelas de la guerra. “Peor aún”, aclara Elisa, “recién ahora se está mirando a las enfermeras que estuvieron ahí”.
- ¿Qué pasó por tu cabeza cuando recibiste ese llamado?
Elisa:- No entendía nada. Me llama mi suegro, porque lo habían ido a ver a la casa para avisarle. Y me dice: “Rubén tuvo una emergencia con el avión, lo están buscando”.
- ¿Qué sentiste?
E: - Yo estaba muy dormida, porque había tomado un descongestivo por un resfrío muy fuerte. Y decía, estoy soñando, no puede ser. Era alrededor de la 1 de la mañana. Al rato, tocan el timbre y eran mi tía y mi prima que ya sabían que nos habían llamado. Los chicos dormían. Al principio, se decían muchas cosas. Que lo estaban buscando. Que lo habían recogido y que lo tenían prisionero. Tantas cosas.
- Y vos Pilar, ¿cómo te enteraste?
Pilar: - Me acuerdo que mamá nos sentó a mi hermana y a mi en la cama y nos dijo que no encontraban a papá. Yo tengo ese flashazo. Pero no sé si ese recuerdo lo tengo porque lo recuerdo de verdad o porque me lo contaron.
- Cuando uno es tan chico, no sabe si el recuerdo es propio o está armado por lo que uno escucha.
P: - Muchas veces intenté ver si es que lo reconstruí como me lo contaron o que lo recuerdo yo de verdad. Hace poco me enteré que a los pocos días de que mamá nos lo contara, yo estaba en el colegio, me paré en la mitad de la clase y dije que mi papá manejaba un avión que había caído en Malvinas y que ahora estaba preso. La maestra me corrigió y dijo que presos son los que cometen delitos, que mi papá era prisionero porque era un caso de guerra y que lo estaban cuidando.
E: - No sabíamos qué decirle.
P: - Yo me acuerdo de la puerta cerrada de la habitación de mis padres.
E: - Me quedé dura. Exploté.
Rubén y Elisa llevaban 10 años de casados. Él era un fanático. Se presentó en la Escuela de Aviación, hizo el Curso de Aviador Militar, voló el Mentor, y luego fue escalando en aviones de transporte hasta llegar al Hércules. “Volaba mucho. Viajó a Malvinas muchas veces con Lade. Hasta trajo Kelpers para que se atendieran en el Hospital Británico”, recuerda Elisa.
- ¿Qué sentiste cuando te contó que iba a Malvinas?
E: - Ya a fines de febrero me comentó que se estaba gestando algo muy grande pero me hizo jurar que no dijera nada. En marzo, empezaron los vuelos al sur para ir armando todo. Pero luego, cuando él se fue, yo estaba confiada. Qué sé yo. No pensé que le podía pasar algo. Además, el Hércules no es un avión de combate, sino de transporte entonces yo me preocupé por sus compañeros, no por él. Pero cada vez que venía de Malvinas estaba como loco con la guerra. Se dormía con Radio Colonia pegada. Después, vinieron esos vuelos… A Rubén lo llamaron el 30 de mayo. Estábamos en lo de mi suegros. Un compañero no podía volar y él aceptó. Y cuando nos íbamos y le dio ese abrazo a sus padres…
Elisa se refiere a lo que se conoció como “los vuelos del loco”, un osado periplo aéreo que empezaron a realizar con el Hércules para detectar barcos ingleses. Eran vuelos de exploración lejana. Los pilotos volaban los aviones a baja cota, a pocos metros sobre el nivel del mar con los radares apagados, luego tomaban altura, encendían los radares, para descender de manera abrupta y realizar esa maniobra nuevamente. Una táctica extremadamente peligrosa.
Ese 1 de junio, a las 11 de la mañana, un Sea Harrier inglés, con el comandante Nigel Ward como piloto, detectó el Hércules de Martel. Ward llevaba días detrás de esa táctica argentina y esa mañana dio en el blanco. Disparó dos misiles. Luego dos cañones. El Hércules fue abatido junto a toda su tripulación y cayó al mar.
- ¿Fueron a Malvinas alguna vez o tienen intención de ir?
E: - No, nosotras nunca. Mi hijo Ezequiel fue tres veces. A mi no me interesa. Cuando me dicen que vaya, que van a poner las cruces en el cementerio, yo no tengo interés. Yo sé que debajo de esa cruz no hay nada. Para qué voy a ir a hacer el teatro de llorar ahí, si sé que no hay nada. Yo sé dónde cayó mi marido. Cayó en el medio del mar. Pero pasó lo siguiente: un año, voy a El Palomar y el jefe del escuadrón de Hércules me lleva hasta su escritorio y me muestra un diario inglés. Tenía publicada una foto del tren de aterrizaje del Hércules que había aparecido en la isla Borbón. La misma corriente fue la que llevó los restos del avión hasta la isla.
Ezequiel Martel Barcia, que tenía 10 meses la última vez que vio a su papá, fue tres veces a Malvinas. Llegó hasta la desolada isla Borbón donde la marea arrastró restos del fuselaje del avión y a su manera le hizo un homenaje. Además, surfeó en las heladas aguas atlánticas para poder acercarse lo más posible a su papá. Y hasta conversó con el piloto que manejaba el Sea Harrier que derribó el Hércules, en un reportaje radial que le hizo Andy Kusnetzoff.
P: - Yo quiero ir, pero en mi cabeza pienso, qué hago una semana ahí. Hace poco lo coticé … era muy caro… pero no sé. Siento que sí, y siento que no. No sé si me banco una semana en la isla, voy a estar como una loca mala, una semana ahí… Yo conecto con él en cualquier parte del mundo, en cada pedacito de mar, siento que conecto con él. Que él está ahí y que él me cuida. Siempre me cuida.
- Elisa ¿cómo conociste a Rubén?
E: - Tenía 20 años, y me había hecho amiga de dos brasileñas. Una noche, lo vi en un baile. Pero él no me miró. Al día siguiente, fuimos a otro porque venía la Escuela del Aire de España. Era en la embajada. Y ahí estaba de nuevo. Y las brasileñas enseguida lograron que Rubén se acercara y desde ese día empezamos a salir.
- ¿Cómo era Rubén? La foto que siempre se muestra de él, se lo ve muy sonriente
E:- Rubén era como se lo ve en esa foto. Muy optimista. Siempre para adelante. Muy tranquilo. Él decía que no hay que ponerse los dedos en la morsa. No quería dramas. Cuando empezó a pilotear el Hércules y viajó a Marambio nos asustamos. En esa zona hay muchos vientos y corrientes. Pero él siempre sonreía y decía: ‘Si me pasa algo, con que tires unas flores en el mar, para mi eso es suficiente’. Y a mí eso me quedó.
Cuando cumplió 33 años Rubén le dijo a su mujer que él no pensaba morir como Cristo. Murió un año después. Recibió luego el ascenso póstumo de Mayor (Post Mortem). Hoy es recordado como Héroe Nacional.
- Pasaron cuarenta años de la guerra. Y el 1 de junio, cuarenta del fallecimiento de Rubén, ¿cómo se hace para seguir?
E: - Yo no sé. Es difícil. Nosotras no tuvimos mucho apoyo. Yo estaba mal. No podía hablar del tema y me recomendaron una psiquiatra. Me costó un par de meses ir, siempre ponía excusas. Le decía, voy a llegar tarde y ella me decía, no te preocupes, te espero. Pero me costaba. Al tiempo ella me comenta que era viuda con dos hijos varones. Y ahí sí se logró un lazo. Me enganché e hice años de terapia. En mi casa yo no podía ni hablar. Después, el cuerpo me pasó factura. Tuve cáncer de mama, quimio, todo. Mi psicóloga me decía que yo demostraba una cosa y por dentro pasaba otra cosa.
- Como mujeres, ¿sintieron que quedaron relegadas?
P: - No hubo apoyo en general. A muchos los mandaron sin saber a dónde iban. Eran conscriptos. Al menos, mi papá hizo una carrera y juró morir por la patria. Cuando se hizo el monumento en El Palomar, yo no quise ir. Luego sí fui todos los años a los actos de homenaje y sólo recuerdo el frío que sentía. En lo personal, lo que yo no quería era que mi mamá sufriera, entonces no preguntaba. Tengo unas grabaciones de mi papá y recién ahora puedo escuchar su voz. Mi mamá es todo para mi. Nosotros somos los que somos por ella. El podrá haber sido el héroe, pero ella es la heroína. Yo estaba sola, sin padre, mi mamá hizo todo lo que pudo. Yo no quería hablar del tema, y si podía evitarlo lo evitaba. Pero lo soñaba y pensaba que iba a volver. En algún momento iba a volver. Pero no.
- Es inevitable pero uno se apega a la presencia física...
E: - Es así. Y es muy difícil. Mirá, al año de la guerra organizan un vuelo especial con los padres de los tripulantes del ARA General Belgrano y destinan un Hércules. Se creía que iba a ir mucha gente, pero no muchos aceptaron. Entonces, nos llamaron de la Fuerza Área, a la viuda de un compañero de Rubén y a mí. Salimos de El Palomar. Era un vuelo largo porque no podíamos meternos al mar porque pasábamos cerca de zona de exclusión y fue todo por el continente hasta que llegamos al punto cercano donde se produjo el hundimiento del Belgrano. Y yo dije: “Voy a hacer lo que me dijo Rubén”. Me compré un ramo de rosas rojas. Llegamos con el avión hasta el lugar más cercano, bajamos lo más que se pudo, la chancha cerca del mar. El Hércules no es lindo para volar. No tiene asientos. Vas en la fila de los paracaidistas. Nos ataron con arneses y un suboficial, que había volado mucho con mi marido, abrió la puerta y empezamos a tirar las coronas de flores al mar. Yo tiré mi ramo de rosas. Cerró la compuerta y el vuelo regresó. Yo con eso lo enterré.
P: - Yo no quise saber nada. No preguntaba porque si hablaba sabía que le generaba dolor a mamá. Yo tapé todo con el sobrepeso. Lo tapé con lo que pude. Yo lo extraño mucho, siento que no lo viví, siento que me faltó esa figura. Y me costó mucho tener una pareja porque siempre tuve mucho miedo a la pérdida. Recién ahora puedo realmente tener una pareja y estar de novia. Las pérdidas no se superan y yo creo que cada uno aprende a vivir con ellas como puede. Siempre tengo preguntas. Siempre quise saber, por ejemplo, si papá había estado para mi cumpleaños de 6, pero no quería preguntar para no generar más dolor. Eso es, también, parte de mi historia.
Elisa se lo cuenta una vez más. Rubén sí estuvo. Estaba cansado pero decidió que el festejo se mantuviera. Y se sacó fotos con su hija y toda la familia. Pero días después partió en lo que sería el último vuelo de su vida. Con él se llevó la cámara de fotos que adentro tenía el rollo con las imágenes de ese cumpleaños.