Hablamos con la actriz sobre las emociones de la pandemia, el paso del tiempo, el amor de pareja y la fuerza del feminismo.
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Mientras transcurre la jornada de fotos, chequeamos la cámara y no podemos estar más felices. Es un tapón. Mercedes Morán tiene fuerza, actitud, belleza, alegría. Es la mujer que queremos tener en nuestra tapa de marzo para charlar de esa energía femenina que, en este contexto de crisis, puede hacerle tanto bien al mundo, y a nuestros pequeños mundos también. Mercedes atravesó el último año pasando por todas las emociones posibles: trabajó mucho, frenó todo, se reconectó con su tiempo, cocinó para sus amigos, dueló la muerte de su madre por Covid, nació su tercera nieta, volvió a grabar (la serie El reino, que se estrena este año por Netflix), se entristeció, se alegró nuevamente y, hace poquito, también experimentó la vuelta al teatro (con Conejo blanco, conejo rojo). “Las cosas que empiezan y que terminan nos enseñan permanentemente. Siempre cito una frase que me hizo mucha gracia, que es: ¿Querés hacer reír a Dios? Contale tus planes, ahora lo aprendimos a la fuerza. Realmente no se puede vivir más que el día a día”, nos dice Mercedes cuando analiza todo lo que vivió este año intentando, siempre, rescatar lo bueno.
¿Cómo te agarra este momento, que estamos medio en el limbo pandémico todavía?
Muy fluctuante. El estado de ánimo optimismo-pesimismo sobre el futuro varía muchísimo. El mismo día paso por diferentes sensaciones. Mi gran lucha fue intentar convertir este tiempo en algo nutritivo. Al comienzo de todo, con tanto tiempo disponible y pudiendo haber parado con una vorágine de trabajo muy alta que yo estaba teniendo, recuperé tiempo para mí, para la lectura, la pasé bien en ese sentido. Me sentí muy activa, hice lecturas por Instagram, participé de un montón de encuentros virtuales. Los encuentros con los amigos se reemplazaron por enviarnos comidas, ponernos a cocinar y a mandar amor de otras maneras, lo cual fue muy lindo. También la parte horrible y triste que me tocó es que perdí a mi madre por Covid, en septiembre. Hizo que las cosas fueran más tristes, más crueles. No fue su partida lo que me sorprendió porque ya era muy mayor, sino que lo que me creó mucha angustia fue el modo en que se tuvieron que hacer las cosas. Eso fue muy duro.
¿Y hoy cómo estás?
Preocupada por lo que vendrá. Esta pandemia ha puesto tan en evidencia un mundo tan injusto y un maltrato tan brutal con el planeta que, más allá de lo personal, me envuelve una preocupación por el futuro. Y también una cosa optimista que tienen las grandes crisis como grandes oportunidades para poder cambiar lo que haya que cambiar y poder conectarse, volver a poner lo verdaderamente importante en escala. Estas situaciones límites nos ayudan a poner en valor lo que es de verdad trascendente. Es un tiempo muy loco. En general, las contradicciones me han manejado mucho y en estos momentos más que nunca.
¿Habías podido sanar el vínculo con tu mamá, con toda tu historia previa a su muerte?
Sí, por suerte sí. Tanto mi padre como mi madre tuvieron una vida muy larga y sus últimos años estuvieron muy enfermos. Fueron casi 15 años de dedicación absoluta. Como no eran autovalentes, tuvieron que pasar sus últimos años internados y mi vínculo con ellos fue curando todo. Tuve la posibilidad de cambiar los roles. Ser yo quien me ocupaba de ellos, los proveía de lo que necesitaban. Fue arduo, fue intenso, fue doloroso, pero al mismo tiempo me dio una oportunidad increíble de relacionarme desde un lugar bien diferente. Yo ya estoy grande, todas mis peleas y cosas con mis padres se cerraron hace mucho tiempo. Pero sí me quedó no solo el vacío de que ya no estén más acá, en esta realidad, sino el vacío que te deja la súper ocupación que me demandaba. Era una demanda muy grande que se me instalaba de muchas maneras. Tuve que repensar toda mi actividad, ya no podía –por elección– hacer viajes largos. Yo también me volvía más grande y tenía que rechazar propuestas. Pero la vida fue generosa conmigo, a pesar del folclore ese que es verdad de que a las actrices se nos exige mucho y el correr de los años nos va dejando a muchas sin trabajo. Yo he tenido la fortuna de que a partir de mis 50 he trabajado igual o más que lo que venía trabajando. Y ahora, de nuevo, tengo la oportunidad de reorganizar y empezar de nuevo.
"“Con la partida de los padres se te va un poco de tu infancia, lo que te queda, queda dentro de vos, pero ya no hay más testigos”."
¿Es como un segundo nido vacío?
Es distinto. Cuando se fueron mis hijas, yo las alenté mucho porque sé lo enriquecedor que es conquistar la independencia. Entonces, ese nido vacío que me sucedió con las tres, pero sobre todo con la última, estaba como contenido por la felicidad. Hacía el ejercicio de recordar qué feliz fui yo cuando tuve esa libertad. En cambio, con la partida de los padres se te va un poco de tu infancia, querés atesorar los recuerdos porque sabés que lo que te queda, queda dentro de vos, pero ya no hay más testigos. Tengo una hermana que, por suerte, todavía está viva, entonces podemos entre las dos rememorar la historia y rearmarla, pero, bueno, hay una mirada que ya no está, que no va a estar más. También fue bueno hacer el duelo en estas circunstancias, más allá de lo triste de la despedida y todo eso. Porque tuve mucho tiempo para pensar.
Sí, no entraste en la vorágine que te da el laburo.
Sí, y esa tendencia que tenemos todos a entretenernos, a ocuparnos para corrernos del lugar de sentir lo que hay que sentir, sentir el dolor, el extrañamiento, ¿no? En ese sentido, traté de no perdérmelo.
¿Y el no laburar, cómo lo viviste? ¿En algún momento te dieron ganas de volver?
No me di cuenta de cuánto extrañaba actuar hasta que tuve que volver. Pasé por todos los estados, después del miedo al contagio, me apareció como un sinsentido porque había algo del espíritu del rodaje que es el grupo que se arma, el momento de almorzar, charlar, esa cosa social que me encanta y que estaba completamente arrasada por los protocolos. Y después recuperé la alegría de actuar. Cuando transcurrió una escena y apareció otra... En un rodaje hay dos o tres escenas que son las más temidas, y pude hacerlas, y me sentí satisfecha, me volvió una alegría enorme. También la alegría de haber podido aprender a trabajar de una manera diferente. Sentir que no solo podés estar protegida encanutada en tu casa, sino que hay una manera de salir y hay una manera de trabajar. Las garantías totales no están ni quedándote ni saliendo. Pero sí pude experimentar trabajar en estas circunstancias, que también fue muy enriquecedor. Estoy bastante agradecida, me siento muy privilegiada por poder sostenerme con mis ahorros sin trabajar, porque pude trabajar, pude estar rodeada de mi familia, de mis nietos. Así que, bueno, mucho aprendizaje. Cuando se me va el miedo y no me ataca el pesimismo, puedo hacer de esto una experiencia enriquecedora y nutritiva.
Hablabas recién de la exigencia de la industria sobre las mujeres, esto de no envejecer, ¿eso te pesó al dejarte las canas? ¿Cómo fue ese proceso?
Siempre había fantaseado con dejarme mi pelo blanco cuando lo tuviera. Me parecía elegantísimo. Además, yo veía en las mujeres teñidas lo mismo que todos vemos en las cabezas de los hombres teñidos. Porque, culturalmente, una mujer teñida de rubio o castaño cuando es mayor está aceptado. En los hombres, en cambio, queda más patético. Yo tenía la misma mirada con las cabezas teñidas de las mujeres. Entonces siempre había fantaseado con dejármelas. Por otro lado, yo tuve un amor absoluto por China Zorrilla, que fue mi madre, de alguna manera, y siempre la veía con sus canas, tan elegante y regia, y no sentía que eso la hiciera mayor porque era una mujer que no tenía edad. Entonces siempre coqueteé con eso, pero el trabajo no me dejaba porque, en los personajes, un pelo blanco te limita. Pero cuando me llamó Pablo Larraín para hacer Neruda, viajé a Chile y me dijo: “¡Ay, me das un poco joven!”, frase que nunca pensé que me iba a molestar. Todo lo contrario. “¿Te animás a decolorarte?”, me dijo. “¡Sí, obvio!”. Tenía la excusa perfecta y eso me permitió ver el proceso de mis canas hasta estar completamente canosa.
Zafás de la peluquería, de la dependencia del crecimiento cada 15 días.
Total. Felicidad indescriptible. Por supuesto que me tuneo mis canas, le pongo un poco de onda. Espero no tener que volver a oscurecérmelo, te digo la verdad. Si bien a mí me gusta cambiar mucho en cada personaje que hago, tengo posibilidades de hacerlo. Lo puedo cortar o peinarlo de diferente modo, hasta ponerme peluca, llegado el caso. En la medida en que pueda, lo voy a mantener.
La traés a China Zorrilla y tiene que ver con esto de nuestros referentes y lo que consumimos, que también nos habilita a permitirnos cosas. Es tan importante tener varios modelos a seguir, no solo uno. Eso es lo que se está poniendo en jaque en este momento.
Yo he tenido la fortuna de que muchas mujeres actrices que han sido mis referentes se terminaron convirtiendo en hermanas mayores, depositarias de mucho amor. Graciela Borges, Norma Aleandro, Nacha Guevara, China Zorrilla, han sido referentes para mí en el cine, en el teatro, en la vida. Me siento tan querida, tan heredera de todos sus secretos y de sus cosas, tan confidente... Como vos decís, aquellas cosas referenciales o aquellas personas que una toma como referencia te iluminan, te guían en el camino. Para mí, ellas fueron mis maestras, me han ayudado mucho con su sabiduría, y además echando por tierra el folclore horrible de que las mujeres competimos y que nos odiamos. Todo lo contrario. En todos los aspectos de mi vida me he sentido sostenida por una red de mujeres. Empezando por la persona que trabaja en mi casa desde hace más de 20 años, a la que le he dedicado casi todos mis premios, porque si ella no hubiera cuidado de mis hijas, yo no hubiera podido trabajar. Creo que siempre somos las mujeres las que nos ayudamos a poder salir, a poder trabajar, a poder criar a nuestros hijos. Entre las profesionales, mi experiencia es de mucha solidaridad y empatía.
¿Hacés meditación trascendental?
Sí, tengo épocas. A veces cuando trabajo me resulta más difícil. Son 20 minutos por día que me pongo a respirar. Como me dijo Nacha: “A sentir ríos de silencios en la cabeza”, a ver si podemos parar un poco la mente. Para mí la meditación es el antiestrés, es simplemente detener la lista de cosas, el quehacer, que nos dormimos pensando lo que hicimos, lo que no hicimos y al otro día nos levantamos en ese modo. Es parar un poco ese reloj, respirar, conectarte con la respiración, que es conectarte con el presente, con tu cuerpo, con tus sensaciones, con tus sentimientos. Me hace muy bien y le hace muy bien a todo el mundo que me rodea porque yo estoy más calma, más serena cuando puedo meditar con frecuencia. En la cuarentena medité groso porque no tenía que levantarme a laburar y dije: “Bueno, cuando vuelva a trabajar voy a ponerme el despertador 40 minutos antes para poder meditar”. No lo hice. Digo: “Bueno, lo paso a la tarde”. Y algunas tardes lo hago y otras no. No tengo el hábito tan arraigado, pero sí es mi tendencia hacerlo todo lo que pueda porque siento que me hace muy bien.
Tu frase “siempre terraza” se resignificó en pandemia, ¿vos la traés en algún momento de tu vida?
Me sorprendió lo que pasó con esa frase, que en realidad es de (Juan José) Campanella, del libro El hombre de tu vida, una seria que protagonicé. Por supuesto que cuando yo recibía los libretos, estaban llenos de frases así, muy especiales, y esta, para mí, la verdad es que fue una más. Así que cuando generó la empatía que generó, me sorprendió muchísimo. Creo que significó más para otras que para mí. Sí creo que es un “tirá para arriba, tirá”. Me parece que el sótano es lo negro, lo oscuro, y la terraza es la luz, el cielo, el arriba, el aire, me siento identificada desde ese lugar. Yo me siento en las antípodas de ese personaje, pero la frase puede funcionar cuando ves todo negro.
"“Siempre es un buen destino la terraza en cualquier circunstancia, pero también creo que no tenemos que escaparnos de los sótanos”."
Es una propuesta a salir del lugar de víctima.
Más que de la víctima, de la sufriente, de la queja, del bajón. De la mina que está bajoneada, que siempre está viendo el vaso vacío, que siente que todos los hombres son una mierda. Un poco esa era la cabeza del personaje de Graciela (Borges) con quien hablaba. Entonces, en esa contrafobia que ella hacía por su propio carácter, era como ir para arriba, ir al frente, no bajar los brazos. “Terraza, terraza, nunca sótano”, porque tampoco se quería conectar con esa parte oscura. Yo, Mercedes, pienso que sí, siempre es un buen destino la terraza en cualquier circunstancia, pero también creo que no tenemos que escaparnos de los sótanos.
De eso hablamos con nuestra psicóloga para la nota “Actitud terraza”. Está bueno tener una salida rápida a la terraza, pero a veces también se necesita el sótano.
Claro, como horizonte, pero no como contrafobia. Estoy triste, me voy a comprar algo. Eso es algo que yo aprendí con el correr del tiempo. Cuando me separaba de un novio a los 20, al día siguiente me iba a bailar. Ahora, con el tiempo, te das cuenta de que si no te alojás un poquito en el dolor, en la oscuridad, en la tristeza y simplemente ponés en marcha la contrafobia porque no te bancás esos estados, lo más probable es que vuelvas a repetir y a caer en esos lugares adonde no querés caer. Entonces siempre es bueno quedarte un ratito, reflexionar, pero siempre tener el horizonte para no terminar regodeándote en el drama.
Vos te ves en las antípodas de ese personaje al que le costaban los vínculos, ¿cómo te encuentra ahora el amor de pareja?
Estoy sola. Me llevo bien conmigo misma y, además, como les contaba antes, con familia a cargo, tres hijas, padres y qué sé yo, disfruto mucho de la no demanda que implica la soledad. Pero tengo muchas ganas de enamorarme porque creo que el enamoramiento es un estadio corto pero que te pone muy bien. Sentís que hay un otro que es perfecto para vos y que vos sos perfecta para ese otro, esa otra. Se parece mucho a la felicidad. Creo que lo que hace bien es sentir amor. Yo siento mucho amor y estoy muy consciente del amor que siento de mis hijas, de mis amigos, el amor de mis nietos ni te cuento, porque es el amor más alto que he experimentado en mi vida. Eso es un alimento para el alma. Tengo muchos amigos, pero por supuesto que el vínculo de pareja no se parece a nada de eso. Me encanta sentirlo, de hecho, he tenido muchas parejas en mi vida, me he enamorado muchas veces y espero todavía enamorarme algunas veces más. No quiero partir de este mundo sin tener la posibilidad de volver a enamorarme, pero ¡está difícil en pandemia! Además, yo estoy re cuidadosa, con miedo, no me quiero contagiar. Entonces, mucha relación virtual que también alimenta mucha histeria. Pero sí, me gustaría volver a enamorarme.
"“Siempre había fantaseado con dejarme mi pelo blanco cuando lo tuviera. Me parecía elegantísimo”."
¿Cambió lo que buscás en una pareja?
Sí, absolutamente. No es racional, es lo mismo que te pasa con el humor. Hay cosas que antes te hacían gracia y ahora no te hacen más gracia. Bueno, lo mismo me pasa con los hombres. Cuando tengo enfrente un tipo machista, no me puedo enamorar, no lo quiero tener cerca porque es una manera de mirar la vida, de mirar todo. Es cuáles son las cosas que te gustan, qué pensás de los otros, no se puede hablar ni de cómo te cortas el pelo con un machista. Te diría: “¡¿Para qué te dejás las canas?, todavía estás buena!”. A mí esos tipos no me enamoran. Entonces, como no hay tantos que no lo sean, está más difícil.
Los hombres de generaciones +40 es muy difícil encontrarlos deconstruidos, y cuanto más grandes, peor.
Además, tienen la excusa de: “Bueno, yo soy de otra época”, y yo también soy de otra época. Tengo 65, no tengo 30, pero ¡cambiá! Está difícil, pero tengo algunos candidatos.
¿Cuáles creés que son las causas que se vienen del feminismo?
Creo que obtener puestos de poder para hacer del mundo un lugar mejor. Me encantaría que el espíritu del feminismo ocupara esos lugares con mujeres o con hombres feministas. Para mí el feminismo es la lucha por los derechos, por la igualdad de derechos, creo que todavía faltan muchos por conquistar para nosotras. El mundo necesita la energía femenina, una energía más equilibrada, por el respeto por la tierra, por la paz, por los vínculos.
La empatía, ¿no?
La empatía con el otro, esta capacidad que tenemos las mujeres de ponernos en el lugar del otro y cuidar la tierra. Creo que las mujeres somos grandes cuidadoras de la tierra. Veo que en algunos países hay importantes líderes políticas feministas y los resultados son increíbles. Así que ojalá podamos seguir avanzando en ese camino. Que las mujeres tengamos cada vez más espacios para poder cambiar el mundo. •
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