La pesca es un problema histórico que sigue atacando la flora y la fauna marina, tanto dentro como fuera de las 200 millas del mar argentino. Te contamos qué es lo que pasa.
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Antes de que oscurezca, cuando todavía las nubes son anaranjadas, una ciudad de barcos enciende sus luces en el mar patagónico. Son más de 300 y están detrás de la milla 200, donde termina la jurisdicción nacional. Se acumulan a la altura del Agujero Azul, una zona famosa por su biodiversidad y por reunir condiciones únicas dentro del ecosistema marino. Los reflectores de los barcos dividen el mar en dos: a partir de la milla 201 (donde se instalan), en altamar; y dentro de la milla 200 hacia el continente, la Zona Económica Exclusiva (ZEE). En ese límite es donde, todas las noches durante una larga temporada, encienden las luces para atraer al calamar, que sube a la superficie y es capturado de a toneladas y sin regulación. La iluminación en esta área llega a ser tan grande como la de una ciudad. Incluso, desde imágenes satelitales de la NASA difundidas por Greenpeace, se la puede ver superar a la de Buenos Aires en tamaño.
Pero no es casual que estos barcos de bandera coreana, taiwanesa, china, española y portuguesa elijan pescar en el Agujero Azul. Es en esta zona particular, ubicada a 500 km al este del golfo San Jorge, donde la plataforma continental argentina se extiende más allá de los límites de la ZEE.
Tiene una enorme vida marina con especies como la merluza, la anchoíta, la vieira patagónica y el calamar. Por lo tanto, se dan todas las condiciones para que los barcos pesqueros internacionales sean libres de depredar la zona, fuera de las leyes argentinas. El 80% de la pesca está centrada en el calamar (barcos poteros) y, en menor medida, buscan merluza común y negra con la técnica de “arrastre de fondo”.
Todo esto impacta en la flora y fauna de nuestro mar. En principio, la magnitud del volumen de pesca de calamar, además de afectar esta especie, tiene como consecuencia que otras como el cachalote, delfines, orcas y elefantes marinos –que también se alimentan del calamar– se vean forzadas a competir con la industria pesquera para asegurar su alimento. Por otro lado, la ballena franca austral (en su ruta desde la Antártida hasta la Península Valdés) corre el riesgo de chocar contra estos buques y lastimarse. Como esta especie se alimenta muy lento, muchas veces es dañada por los cambios de rumbo repentinos de los barcos.
Pero el problema no termina ahí. Porque, no conformes con la actividad en altamar, en muchas ocasiones desactivan sus sistemas de posicionamiento satelital y entran a la Zona Económica Exclusiva de forma ilegal (algunos cuentan con permisos ilegales del Reino Unido y entran desde la zona de las Islas Malvinas). No son pocos los que lo hacen. En 2020 el Instituto Nacional de investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP) identificó 105 barcos extranjeros dentro de la ZEE, un número cuatro veces mayor al de buques argentinos. La actividad de la flota extranjera dentro y fuera de nuestra ZEE afecta la sostenibilidad del calamar argentino porque practica una explotación libre e indiscriminada. Según el INIDEP, el año pasado los barcos internacionales que se ubicaron tanto dentro como fuera de la ZEE pescaron 202.648 toneladas de calamar, un número “depredatorio”. Para Alan Mackern, presidente de la Organización para la Protección de los Recursos Pesqueros del Atlántico Sur (OPRAS), los números del INIDEP son optimistas. Según él, serían más de 400 barcos los que están en el área adyacente a la zona económica exclusiva y que la someten “a una enorme presión pesquera”. Según sus cálculos, estos buques estarían pescando más de 600 mil toneladas de calamar.
MAR ARGENTINO EN PELIGRO
A diferencia de altamar, la Zona Económica Exclusiva sí está regulada: cuenta con leyes, acuerdos y tratados. Pero a pesar de que son variados y van desde regulaciones del recurso en la pesca hasta vedas en determinadas especies y áreas protegidas, no siempre son respetados. Los especialistas afirman que es un mar que está “completamente depredado”. Muchas veces, los barcos nacionales superan el cupo permitido de captura pero declaran un número menor en las Direcciones de Pesca de cada lugar. En el Mar Argentino la merluza común, el langostino, el calamar y la merluza negra son las especies más castigadas.
El método de arrastre de fondo tiene mucho que ver en esta problemática. Es el principal “arte de pesca” utilizado en el mundo –se estima que el 60% de la pesca es por arrastre– y su objetivo es capturar especies que viven en el fondo marino, como el langostino y la merluza. Pero lo cierto es que barre con mucho más. Destruye el bentos (fondo marino) y se lleva todo lo que vive sobre la arena y la roca, donde se fijan algas y diferentes invertebrados: estrellas de mar, esponjas, ascidias, cangrejos y erizos. La consecuencia es grande porque cambia la fisonomía del fondo. Y como en la naturaleza todo es parte de un equilibrio, lo que afecta a un individuo impacta sobre muchos: si no hay algas, no va a haber cangrejos que se las coman; y si no hay estrellas, tampoco habrá erizos ni peces más grandes que se alimenten de estos invertebrados y atraigan otros más grandes.
La destrucción del fondo es tal que pueden pasar cientos de años para que una zona se recupere. Por ejemplo, un arrecife de coral puede tardar 500 años. En cambio, un fondo no tan complejo, décadas.
PESCA “POR ACCIDENTE”
Además de dañar el suelo marino, la pesca de arrastre tiene otro problema serio: los peces que quedan atrapados por el bycatch o pesca accidental. Estas especies que no son “objetivo” son devueltas al mar de a toneladas, sin vida o en malas condiciones porque no tienen valor comercial para estos barcos pesqueros. Al tener un ciclo de vida largo, las especies más afectadas por el bycatch son los tiburones gatuzo (Mutelus schmitti), el cazón (Galeorhinus galeus), el tiburón gatopardo y las rayas, en particular una especie llamada pez ángel (Squatina guggenheim). Solo los animales que tienen una capacidad natatoria alta –como grandes tiburones, delfines, orcas y lobos marinos– son los que, generalmente, se salvan de ser atrapados. ¿Qué especies quedan después de que el ambiente fue perturbado por este método? Solo las carroñeras. Lamentablemente, es una técnica muy rentable y, excepto en algunas zonas específicas, con restricciones muy bajas en nuestro país.
ÁREAS MARINAS (POCO) PROTEGIDAS
En 2014 se dio un paso importante en la conservación y protección de espacios marinos y ecosistemas de importancia nacional con la Ley Nº 27.037. Se trata de un sistema nacional de áreas marinas protegidas (SNAMP) que, por el momento, resguarda menos del 1% de los espacios marítimos argentinos. El compromiso asumido por nuestro país en el marco del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) es la conservación de al menos el 10% de las zonas marinas y costeras. “La creación de áreas protegidas es una estrategia comprobada para la conservación del mar, dado que previene el efecto de la sobreexplotación y degradación del ambiente”, explica la bióloga marina Carolina Pantano. Aunque todavía la porción protegida es ínfima, fiscalizadas correctamente, con acciones de manejo concretas, adaptadas a la realidad de cada área y de los recursos que en ella residen, las AMP son una herramienta ideal para conservar la diversidad biológica.
Hoy, todavía estamos lejos de que nuestro mar esté en agenda y de que se implementen políticas sostenidas. Pero se puede. ¿Cómo? Invirtiendo en ciencia e investigación, ya que el trabajo conjunto de científicos, conservacionistas, gobiernos, comunidades e industria permite identificar urgencias y diseñar soluciones. Aunque hoy existen en nuestro país proyectos destinados a este fin, como el Programa Pampa Azul –que lleva adelante el Ministerio de Ciencia y Tecnología–, todavía falta más investigación, más trabajos en laboratorio y, sobre todo, fuentes de financiamientoa. Por otro lado, es importante trabajar en mejorar las fiscalizaciones dentro de la ZEE y defender nuestras especies de las embarcaciones internacionales. Por último, darles lugar a actividades orientadas a la sustentabilidad. Generar un plan de educación ambiental integral para que las nuevas generaciones crezcan en un mundo más consciente y responsable. •
¿Sabés por qué faltan regulaciones en altamar?
Porque el hecho de que Argentina participe abiertamente de tratados internacionales u la Organización Regional de Ordenación Pesquera (OROP) –como hacen países de todo el mundo en altamar– implicaría reconocer la soberanía de Gran Bretaña sobre las Islas Malvinas y no estamos dispuestos a hacerlo. Este territorio, como ya sabemos, sigue siendo reclamado por nuestro país, a nivel internacional, hasta el día de hoy.
Especies en peligro
Te contamos cuáles son las especies marinas en peligro, según la lista difundida por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) y el aporte del biólogo marino Alejo Irigoyen.
- Gatuzo. Este tiburón chiquito se encuentra en peligro de extinción. En los últimos 30 años, su población fue depredada en un 80%.
- Escalandrun. En los últimos 40 años desapareció el 90% de su población por la sobrepesca, la contaminación y el deterioro de su hábitat.
- Delfín franciscana. En riesgo de vulnerabilidad, por ser víctima de la pesca accidental en las redes de arrastre de fondo.
- Caballito de mar. Su población disminuyó en un 90% en los últimos 30 años en Río Negro por la sobrepesca y la pérdida de habitat.
Expertos consultados: Alejo Iriyoyen. Biólogo marino. Marcela Ivanovic. Jefa del Programa Pesquería de Cefalópodos del INIDEP. Alan Mackern. Presidente de la Organización para la Protección de los Recursos Pesqueros del Atlántico Sur (OPRAS). Carolina Pantano. Bióloga marina, Proyecto Patagonia Azul Rewilding Argentina. Alejandro Canio. Doctor de Derecho Internacional de la UBA. Juan Iwaszkiw. División Ictiología del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia –MACN-CONICET–.