Apostó por su deseo de ser madre y, con el apoyo de los médicos, inició un tratamiento de fertilización, con el que quedó embarazada.
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Hace cinco años a Daniela Duna le encontraron unas microcalcificaciones en la mama izquierda. El año pasado, en plena pandemia, le descubrieron un fibroadenoma. El diagnóstico de cáncer de mama le reabrió una pregunta sobre la maternidad. “Sufrí más ante el miedo de no poder ser mamá, que de morirme, quedarme pelada o sin teta”, afirma Daniela.
El impulso por ser madre lo recuerda desde su infancia, cuando jugaba a la mamá con su prima. Ya de grande, volcó su vocación por los niños en su trabajo como maestra. “Muchas veces pensé y me cuestioné el mandato de la maternidad, si no estaría encarnando algo que me era ajeno, que por algo no se había dado. Pero elegir no ser madre significaba un sacrificio, una renuncia para mí”, cuenta. El proceso no fue fácil. Cuatro años atrás, en pareja con un hombre al que amaba, había tenido un embarazo ectópico. “Con el tiempo, a raíz de un tema de salud de él, empecé a pensar en la posibilidad de tratamiento y a interesarme en lo monoparental”, explica. Así, comenzó a informarse y a entrar en tema.
A finales de 2019, él falleció. El deseo de ser madre de Daniela se manifestó con toda su fuerza. “Decidí guardar los óvulos y arrancar. Todo el 2020 estuve con el duelo, por la muerte del hombre al que había amado y por la ilusión de ese hijo o hija tan deseada. Había empezado con el tratamiento de fertilidad, cuando me encontraron el fibroadenoma”, relata.
En mayo, embarazada
En noviembre del 2020 fue el diagnóstico de cáncer de mama y en diciembre, la cirugía. Luego de un intento fallido de criopreservación de ovocitos, en febrero le hicieron rayos. Por protocolo, el paso a seguir durante algunos años era una medicación oncológica preventiva, incompatible con la búsqueda de maternidad biológica. Sin embargo, el deseo de Daniela de ser mamá era más fuerte. Durante todo el proceso oncológico, les recordó a los médicos cuál era su objetivo. “En el quirófano, le dije al anestesista que me cuidaran la teta porque quería amamantar. Él me dijo: ‘¿Tenés un bebé?’ y le respondí: ‘No, pero lo quiero tener’”, cuenta.
Con el apoyo de su médico mastólogo, decidió poner en pausa esa pastilla y buscar un embarazo. Mediante un tratamiento de reproducción asistida, en mayo quedó embarazada. “Siempre hablo con otras mujeres que están en tratamiento, tanto oncológico como de reproducción, que hay una especie de ambigüedad con el tiempo. Cuando lo estás transitando todo parece lento y cada espera es eterna. Luego, ya pasa rápido todo lo que viene después. Es muy especial ese doble camino del paso a paso y de la montaña rusa a la vez”, reflexiona.
Madre soltera
“Si bien estoy en grupos de madres solteras por elección y participó activamente, me cuesta identificarme con el título, porque para mí es complicado el ‘por elección’. Yo hubiera preferido que fuera con una pareja, pero no se dio. Quiero ser madre y no tengo otra opción ahora”, confiesa.
Dejar de lado esa idea de familia tipo no fue fácil, pero una vez que comenzó, sintió que era por ahí. Eligió donante y seguir el programa de identidad abierta, que permite que adultos concebidos por donación de semen tengan la posibilidad de conocer la identidad de su donante. “Estoy muy orgullosa de haber podido elegir. Por un lado, para mí, en el
duelo por no estar formando la familia que hubiera querido. Pero también en lo que hace a la identidad de mi hija. En muchos sentidos fue lo mejor haber podido elegir”, asegura.
“Con mi prima siempre hablamos de eso. Hacemos chistes entre nosotras que venimos haciendo lo que hacemos desde siempre. Aparte cuando sos chiquita y jugás a ser mamá, sos mamá sola también”, ríe.