Lo hizo en forma anónima. A través de las redes la contactaron para contar su historia.
- 8 minutos de lectura'
“Por por pedido del actual director necesitamos dar con la autora del poema que aún hoy está escrito en la pared del baño de chicas. Todo lo que pudimos saber es que fue escrito por la promoción ´91. Si tenés algún dato para aportar te lo agradeceríamos”, decía el mensaje que encontró esa tarde en su cuenta de Instagram. El tiempo se detuvo por un instante, El corazón comenzó a latir rápidamente. ¿Cómo era posible que, 30 años después, ese poema que había escrito casi por instinto en la pared del baño de mujeres aún permaneciera allí?
Recordaba que estaba sola, que había sido en el horario escolar, no pudo precisar en ese momento si había sido a la mañana o la tarde, ya que asistía en doble turno a clases. Pero tenía claro que había buscado el momento en que el baño estuviese vacío, sin circulación. Porque en los recreos, en general, el baño se llenaba de chicas. Fue el último día del último año de clases. Se trepó a uno de los taburetes que hacían en carpintería y escribió el poema en la pared, justo al lado del espejo donde acostumbraban a delinearse los ojos y con la misma letra que terminaban teniendo todos en el industrial. Lo hizo de manera clandestina. No porque la fueran a retar, en ese sentido el baño era un lugar donde las mujeres sentían que tenían el permiso de expresarse, sino porque me daba pudor. Lo sentía como algo muy íntimo y por eso tampoco lo quiso firmar.
Y ahora, 30 años después, la estaban buscando, a ella, la autora de esas líneas que atravesaron generaciones y que se fueron renovando como una suerte de mantra que calmaba angustias, insuflaba el alma de valentía y recordaba que aquel, también había sido una experiencia de aprendizaje.
La escritura como refugio
“Hace exactamente 30 años terminé la secundaria. Dejar el colegio fue un duelo que todavía recuerdo. Noches enteras llorando en mi cama con un dolor que volví a sentir cada vez que fui dejando algo para siempre: un novio, una ciudad, esa sensación de lo irreversible que solo se vacía con lágrimas. De entregarse a repasar lo que no se puede revertir hasta que se gasta. En esa época yo acostumbraba a escribir clandestinamente y en unos cuadernos espiral rayados y grandes donde se podía tachar y no hacía falta abreviar tanto las palabras, le escribí un poema a mi colegio”, relata la dramaturga, directora y actriz Paula Marull (47).
Aunque durante la primaria había asistido a un colegio piagetiano, muy libre y descontracturado, apuntando mucho a lo artístico, cuando el hermano de una amiga un año mas grande que ella había logrado ingresar en el Politécnico de Rosario, la ciudad que la vio crecer, de pronto sintió interés por ese espacio. “El Poli es un colegio muy prestigioso donde cuesta mucho ingresar, se suelen anotar 1000 chicos que se someten a un examen. Del total solo logran entrar unos 250. Cuando en mi casa conté que quería ingresar ahí mi papá trató de persuadirme porque pensaba que era un colegio que no tenía nada que ver con las cosas que me gustaban, que de chica ya eran claramente vinculadas al arte y las humanidades. Creo que la negativa de mi papá, en una edad en que uno está muy proclive a rebelarse, hizo que sintiera más deseos de entrar. Me preparé durante un año, y finalmente lo logré. La verdad es que mi papa tenía razón, en el primer año ya me di cuenta de que no me identificaba con esas materias tan orientadas a lo técnico. Sin embargo, algo de lo que se vivía y aprendía en el colegio (que iba más allá del contenido) y que tenía que ver con valores, modos de ver la vida y aprender a pensar hizo que valiera la pena. Para mí el colegio fue un espacio de contención, aprendizaje, y amor en una edad donde, como casi todos los adolescentes, tuve que atravesar cosas difíciles”.
Quizás, en ese sentido la escritura ya se había convertido para Paula en una forma de canalizar todas aquellas vivencias y emociones que por momentos parecían sacudirla y hacerla tambalear. Simplemente escribía. De todo. Desde sentimientos desordenados, cartas a personas que nunca entregaba a canciones, cuentos, poemas y pensamientos. “La escritura fue una actividad que me acompañó desde muy chica y se convirtió en una necesidad. No lo hacía con otro fin sino el de sentirme mejor y poner en palabras situaciones que no encontraba otra manera de procesar”.
Probablemente esa también fue una de las tantas razones que hicieron que no firmara aquel poema. Simplemente se limitó a dejarlo allí con la ilusión de que, quizás, el tiempo haría lo suyo. “Quería que las paredes lo absorbieran como el filtro solar que le pongo a mis hijas. Fui cobarde. Muchas veces me impulsó a escribir la cobardía. Sé que si hubiera hablado más, enfrentado más, confrontado más, hubiera escrito menos”.
Hoy, a la distancia, confiesa que se siente cobarde por no haber firmado aquella pieza. Porque muchas veces le costaba más expresarse con palabras que con la escritura. En ese sentido, sin embargo, la cobardía fue un motor para escribir, entre otros tantos que luego descubrió a lo largo de los años. “Quizás, si hubiese podido expresarme más con palabras, confrontar, resolver situaciones, no hubiese escrito tanto. En ese entonces, para mí, la escritura estaba en el ámbito de lo muy privado y tenía que ver con lo que no me animaba a decir, o no se podía nombrar entre otras cosas. Solo después con los años cuando me fui profesionalizando se fue convirtiendo en algo más alejado de mí y tomando más distancia. En aquel momento escribía por una necesidad personal -y aunque ahora en realidad un poco también- en aquel momento mi escritura y yo no teníamos mucha distancia por eso me daba tanto pudor mostrarla”.
Homenaje y legado
30 años después, para sorpresa de Paula, al poema también le habían pasado muchas cosas. Lejos de quedar huérfano, había sido adoptado por 30 generaciones de mujeres que, exactamente como hacía ella y sus compañeras, se refugiaban en el baño. Eran ellas las que le reforzaban el fibrón cuando se borroneaba, lo reescribían cuando el baño se pintaba y lo recitaban en las tarimas cuando egresaban. Este año, como tienen planeado hacer una reforma en el baño que va a afectar la pared donde se aferró el poema, quisieron homenajearlo. Por eso la contactaron a Paula.
Le sorprendió mucho saber que el poema todavía estaba en el baño, después de 30 años. A quien le escribió el mensaje a través de Instagram, respondió que había tenido suerte. Había dado con la persona que lo había escrito. Era ella. “Me comentaron que el baño iba a sufrir una reforma y antes de demoler la pared del poema el director quería hacerle un homenaje. Me invitaban al colegio a participar de ese registro audiovisual. Así que viajé emocionada al encuentro. Estando allá supe que la idea es que el poema perdure a pesar de la reforma y me invitaron a escribirlo en otro lugar una vez que el baño se reforme”.
Ya refugiada entre las paredes de su amado colegio, también supo que las generaciones de mujeres que habían pasado por el baño fueron las responsables de que perdurara en el tiempo. Que se había convertido en un emblema del colegio que muchas camadas cuando egresaban lo recitan en los actos de graduación. “Muchas mujeres me escribieron contándome anécdotas con el poema. Una me contó que ella y su amiga lo rescribieron un año que se había borrado, otra que le había repasado el fibrón. Eso fue muy lindo. Sentir que hay algo también de lo colectivo entre mujeres que se sintieron representadas en mis palabras e hicieron que el poema sobreviviera”.
Volver al colegio la conmovió. “Y también sentí que lo que me generaba el colegio y lo que significó en mi vida está ligado también a esta vuelta de la historia. Que el actual director y el rector de la universidad de ingeniería (porque el colegio está dentro del edificio de la Facultad de Ingeniería) pongan la energía en el poema, habla de un lugar donde se valoran los sentimientos, la cultura y la memoria más allá de lo académico. Eso sentí yo durante mi secundaria. Es muy raro como percibimos el paso del tiempo, estando ahí en el baño sentí que era ayer que me había subido al taburete a escribirlo. Y después de 30 años me encontré pensando lo mismo que el día que lo escribí, no tengo que llorar. Volvió a ser imposible”.