En cuarentena, editó Criptograma, un disco sobre el encuentro con su sombra. Charlamos con él sobre volver al escenario, la paternidad y las aristas de ser un hombre sensible.
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A sus 43 años, Lisandro es, ante todo, un hombre deslumbrado por la paternidad, por la maravilla de criar a la niña “tremendamente sensible”, compañera y conversadora que hace diez años vino a revolucionarle la vida y que en pandemia pudo conocer más. “Llegamos a una conexión profundísima. A veces los padres nos olvidamos de algunos detalles hermosos, como llevar a nuestros hijos a la plaza, a lo de una amiga, buscarlos en la escuela: todo eso cotidiano que por mi oficio muchas veces no podía hacer. Fue un crecimiento abismal, súper rápido. Ahora que volví a viajar, la extraño muchísimo. Soy un enamorado de mi hija. ¡Es mi mejor creación!”.
¿Qué es lo que más les gusta compartir?
Muchísimas cosas, pero sobre todo es importante que sepa que estoy, que me pregunte cosas que no sabe. Está en un momento de incógnitas de la vida. Tener ese privilegio de charlar con ella; llegar a un lugar donde ella sea feliz y yo decirle: “Si vos sos feliz, yo estoy acá”. Nuestras charlas son casi siempre cuando vamos a dormir. Ella me dice: “¿Puedo ir un ratito a tu cama?”, y ahí se arma un diálogo que al otro día me hace despertar con una sonrisa más grande que mi cara.
¿Ella se conecta con tu música?
Sí, ahora se conectó mucho porque en el último disco está Wos de invitado. De hecho, fue ella la que me mostró su música. Está fascinada con la idea de que su papá “es amigo de Wos”, como si fuera amigo de un superhéroe. Además, al grabar por primera vez en mi propio estudio, ella venía a la grabación. Entendió lo que el papá hacía. Dijo: “Ah, este es el laburo de mi viejo”. Y después me preguntaba: “¿Estás cansado?”, yo le decía: “No, hija, lo disfruto un montón. Es un regalo de la vida, este oficio”.
¿La paternidad atraviesa tu creación artística?
Al ser compositor, todo lo que me repercute a mí, lo que me hace volar o lo que me hace llegar a lugares íntimos tiene que ver con mi vida. No hay nada que saque de otro lado. Está vinculado con quien soy y con lo que hago. Mi hija es una de las personas más importantes de mi vida, así que está en mis letras, aunque eso no sea explícito. Que ella haya venido al mundo a darme ese amor hace que siga haciendo discos.
Hablando de amor: tus primeros discos son sobre un amor de pareja que crece y florece. El último ¿tiene que ver con la transformación de ese amor?
Creo que el amor tiene un lado oscuro y un lado brillante y hermoso. Por eso a veces tenemos miedo de enamorarnos, ¿no? O cuando uno está muy feliz en el amor piensa: “Algo tiene que pasar, no puede ser que esté todo bien”. El amor te hace crecer, el amor puede ser una especie de introspección, donde uno puede aprender. Mi canción “Loop”, en Criptograma, habla de salir de esa cotidianidad, esa repetición en la que todos los días son iguales. Y a veces el amor es eso. El amor va creciendo y las dos personas pueden querer cosas distintas. Quizás uno quiere quedarse en un lugar y el otro quiere ir hacia otro; o volar, o hacer otras cosas. Y hay mucha gente que tal vez por comodidad o por miedo se siga quedando ahí. En mi último disco hablo de eso: si no te sentís bien, no le vas a hacer bien ni al otro ni a vos mismo. Me estaba pasando también a mí, como una especie de ruptura amorosa, con todo el amor y la humanidad. En la primavera también llueve, en el amor también se llora.
Sos escorpiano, sabés de eso de zambullirte en las profundidades a limpiar un poco. ¿Qué tesoros te trajiste de este proceso un poco más sombrío?
Me encerré en el sentido más sentimental. Perdí un poco el eje; en un momento quise abandonar la música y me encontré con heridas abiertas. ¿Viste cuando sos chico que te caés y tus papás te quieren poner algo que te arde? Y vos no querés que te arda, porque ya te duele, y encima te arde más. Lo que no sabés es que con ese producto vas a sanar. Yo estaba lleno de moretones y heridas y la cicatrización fue ardua.
¿Aprendiste a ver un don en tu sensibilidad?
Yo soy músico porque mi sensibilidad la trasmito a través de mis canciones. Si no, quizás hubiera sido otra cosa. Es parte de mi oficio; de lo que yo doy. Las letras son reales: no tengo un escritor oculto… Pasa por mí. A veces soy demasiado sensible e incluso peco de eso. Y soy tan sensible que me defiendo. Como un perro de la calle que no entiende que lo quieren acariciar. A veces muerdo, porque cuido mucho esa sensibilidad. A veces de más. Por ahí se me acerca alguien y puedo quedar como un amargo, porque sienten que me conocen, porque mis letras llegan tanto al corazón y se me vienen así encima y yo me siento abrumado. Soy medio introvertido y cuido mucho mi corazón. Cuido a mi persona, ese sentimiento que no quiero que se estropee.
¿Desde chico eras así?
Sí, era el más callado, el que miraba todo, como en un plano general. En las navidades, ponele, mis primos corrían al árbol a ver su regalo y yo llegaba después a ver la alegría de los demás. Mi mamá me decía: “Corré a abrir tu regalo”, pero mi regalo no era tanto el objeto, sino la alegría que producía en ellos. Las emociones grandotas me dejan “observando”.
Seguro no eras muy competitivo...
Tuve etapas. En la primaria ser tan sentimental me puso un poco como un perro arisco. En la última etapa uno empezaba a enamorarse de alguien... Y ahí sí, quizá, quería ganarle al que mejor jugaba al fútbol. Había uno que era mejor y yo me ponía torito: “Tengo que ganarle”, pensaba. Pero era de madera. Así que dije: “Tal vez no tengo que ser futbolista, tal vez tengo que ser otra cosa”. ¿Cómo llamar la atención de la chica que me gustaba? No tenía destreza futbolística, ni zapatillas Nike, ni mis viejos tenían un gran auto... Y bueno, se me ocurrió escribirle una canción o mandarle una carta con algo lindo. Y ahí empecé a decir: “Che, esto está bueno”.
Viniendo del sur, ¿imaginaste que ibas a criar a tu hija en Buenos Aires?
Antes de ser papá, yo decía que no iba a vivir nunca en Buenos Aires. ¿Viste ese refrán que dice “¿nunca digas nunca”? A mí me pasó bastante. Así que ahora digo “puede ser”. Tampoco me imaginé en la revista OHLALÁ!, pero la vida a veces te va presentando cosas y decís: “¿Por qué no?”.
¿Encontraste tu rincón amable en la ciudad?
Vivo en un barrio tranquilo, de casas bajas: lo más parecido a estar en Viedma. Necesitaba cuidar mi cuerpo y mi tranquilidad. Creo que eso me permite aguantar acá. Pero mi gran rincón es que pude hacer que mis canciones sean parte de un trabajo mío, económicamente. Quizá si me hubiese quedado en Viedma no hubiera sido tan viable. Allá tendría que haber tocado una vez por mes y hasta tal vez cansaba, porque es un público chico. Ahora, en cambio, en este mismo momento puede haber cinco personas que están escuchando mi música por primera vez. Allá era el hijo de Ale, el hijo de Hugo.
El lugar te daba pertenencia...
Sí. Y me daba miedo perder esa pertenencia cuando vine, a los 20 años. Fue un aprendizaje hermoso. Mi disco Ese asunto de la ventana está súper atravesado por eso. Fue un renacer, un arrancar de nuevo con mi identidad, desde mi oficio de músico. Estudié para dar clases de música en los jardines de infantes, pero no terminé porque me empezó a ir bien con mis discos. Al primero, Azules turquesas, Rolling Stone enseguida lo eligió como uno de los discos del año.
¿Ya te sentís un poco porteño?
Mi hija es porteña. Nació acá. Y por eso, de algún modo, si ella es porteña, yo también siento que lo soy. Además, me volví más acelerado, sin los tiempos de espera que existen en el sur. Acá todo es rápido, lo cual me agobia, pero también me mantiene todo el tiempo en el ring. Y a mis 43 años, estar activo me hace muy bien, porque todos los días tengo algo para hacer con mi música.
¿Te pegó la crisis de los 40?
Sí, me pegó. Viste que cuando uno construye siempre quiere más, medio que te juega en contra. Ya hice dos Luna Parks, que era mi sueño: llegar a un lugar grande con gente, y después de eso viene una crisis. ¿Adónde voy? Y ahora decidí volver a hacer un set solo con máquinas, como si fuera mi living. Se trata de mostrar mis canciones de nuevo. El público y yo, sin espectáculo. Quiero esa confrontación amorosa.
Algunos de tus músicos de referencia –Spinetta, Cerati, Gabo Ferro– no están. Y, sin embargo, cuando los escuchamos, ellos siguen estando. ¿Reflexionás acerca de la trascendencia de tu obra?
Yo me considero –y sé que algunos piensan que es falsa modestia– un pasaje de la música. No quiero estar delante. Para mí la música pasa por mí y lleva un mensaje. No sé si estoy dispuesto a ser alguien. Vivo de la música, me dio muchas cosas hermosas, me hizo conocer lugares increíbles..., me siento bendecido por la música, más que dueño de ella. Mi música pasa por un canal que soy yo, como un filtro y nada más. Después, cada uno lo recibe como quiere. Entonces, eso que yo hice pasa a ser de cada uno.