Además del dolor, la posibilidad de reconstruirte y empezar de nuevo, qué sucede en el ‘después’ de una separación.
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El fin de una relación es un estado en sí mismo. Sí, duele un montón, pero también contiene la oportunidad de reencontrarse. Cuando decidimos (o alguien decide por nosotras) separarnos, en algún lugar, internamente, sabemos que se acabó. Y aunque fantaseemos con arreglarnos, también sabemos que las cosas no vuelven al mismo lugar, como diría Calamaro. Entonces, una opción es tirarse a llorar en un rincón un rato, o algunos días, y entregarse a la carrera frenética de consultas al tarot, el IChing o a Mia Astral, todo en busca de una señal del más allá que nos revele la posibilidad de un futuro (más) feliz.
Pero hay otro camino que no tiene nada que ver con salir disparadas hacia adelante, sino con quedarnos ahí, entregarnos, rendirnos a la porosidad que viene con la tristeza, y a la incertidumbre. Hay algo muy digno en el dolor amoroso, eso que nos dice que estamos vivas y que no nos conformamos. Esta es una ocasión preciosa para descubrir que algo se va, pero que también algo queda.
Hay algo muy digno en el dolor amoroso, eso que nos dice que estamos vivas y que no nos conformamos. Esta es una ocasión preciosa para descubrir que algo se va, pero que también algo queda.
Quise quedarme, pero me fui
Cualquier documento o formulario de migraciones tiene un casillero para el estado civil. Hasta la presentación más casual da pie a que te pregunten si estás en pareja o soltera. Es curiosa la inquietud que genera en los otros que una esté sola, al punto que nos encontramos explicando que, en realidad, acabamos de cortar, bla, bla, bla, que lo que pasa es que estamos “en transición”. Pero la verdad es que la mujer que somos y que hace un rato estaba en el rincón bañada en lágrimas no tiene ni idea de lo que pasó ni de lo que va a pasar.
Pero la verdad es que la mujer que somos y que hace un rato estaba en el rincón bañada en lágrimas no tiene ni idea de lo que pasó ni de lo que va a pasar.
Ese es el lugar. Esa es la fortuna. Fluir. Darse cuenta de que en ese preciso momento una está eligiendo cómo quiere seguir. Que una está cambiando, ahí, derribada en el rincón, y que ese dolor enseña algo. Por lo pronto, que nos tenemos a nosotras mismas y, con eso, la oportunidad de volver a empezar. El resto se va a ir descubriendo con el tiempo.
Lo que pasa es que el amor tiene otros tiempos, tiempos propios. Se rige por otras coordenadas, muy distintas a la inmediatez y al consumo. El proceso de terminar una relación puede durar más o menos, pero definitivamente no se hace en 24 horas. Es el tiempo que requiere desplegar algunas verdades y recoger, uno a uno, los hilos que nos unían con esa persona. Un día destejer y el otro tejer. Pero una de las claves es no aferrarse al pasado y la melancolía: “Una de las formas de no quedar fijadas en la nostalgia es reconocer que el amor que alguien nos dio permanece en nosotras, aunque el otro ya no esté, aunque no nos quiera más, porque el amor tiene sus límites. Queremos que sea incondicional y que dure para siempre, pero eso es pedirle demasiado al amor”, dice nuestra experta consultada, la psicoanalista Marina Esborraz.
“Una de las formas de no quedar fijadas en la nostalgia es reconocer que el amor que alguien nos dio permanece en nosotras, aunque el otro ya no esté, aunque no nos quiera más, porque el amor tiene sus límites. Queremos que sea incondicional y que dure para siempre, pero eso es pedirle demasiado al amor” - Marina Esborraz
El duelo: ese paso inevitable
Todo el mundo habla del duelo, pero ¿Qué pasa en ese momento en el que dejamos de amar o nos dejaron de amar? Estamos duelando no solo la caída o la pérdida de un sentimiento, sino también una parte nuestra donde ya no nos reconocemos. Quizá también estemos duelando todo eso que fuimos con otro y que ahora ya no somos. ¿Y qué es lo que sí permanece y puede funcionar como el punto de partida de algo nuevo? Lo que nos suele quedar de una ex pareja es cómo pudimos transformarnos durante ese vínculo, cómo pudimos salir de nosotras mismas y encontrarnos con algo distinto que empieza a ser parte de nosotras. A veces esto es bien tangible, como cuando nos empieza a gustar la misma música o las películas que le gustan a quien amamos. Otras veces son cambios más sutiles que dan cuenta de que nos dejamos afectar por alguien. Pensar en estas cuestiones y en otras que te reconecten con tu “yo” más genuino también es parte de atravesar el duelo. “¿A qué aspectos de mi yo quiero volver ahora?” puede ser una pregunta disparadora. Algo para tener en cuenta es que este momento solo necesita tiempo y, en algún momento, culmina. ¿Una buena idea para surfearlo? Dedicarles un poco de tiempo a las cosas que nos gustan o empezar alguna actividad que siempre quisimos y nunca hicimos puede resultar una buena forma de no quedar fijadas en la desesperanza.
Lo que nos suele quedar de una ex pareja es cómo pudimos transformarnos durante ese vínculo, cómo pudimos salir de nosotras mismas y encontrarnos con algo distinto que empieza a ser parte de nosotras.
El final contiene el principio
La normativa imperante dice que hay que “soltar” y pasar a otra cosa. Más que envalentonarse como en una línea de montaje, como si los sentimientos pudieran ponerse en paquetes, tal vez haya que dejar caer lo que de todos modos ya estaba caído. Pensar en lo que se va (más que en vos o en él/ella), despersonalizar un poco. “Desprenderse de un deseo puede ser un alivio cuando nos damos cuenta de que ya está perdido y lo sostenemos tan solo por voluntad y sacrificio. Aunque una vida sin deseo puede responder a la pura demanda de los otros, para sostener una imagen amable. El desamor puede resultar un alivio en esos casos”, aclara nuestra experta.
“Desprenderse de un deseo puede ser un alivio cuando nos damos cuenta de que ya está perdido y lo sostenemos tan solo por voluntad y sacrificio. Aunque una vida sin deseo puede responder a la pura demanda de los otros, para sostener una imagen amable. El desamor puede resultar un alivio en esos casos” - Marina Esborraz
El filósofo chino Lao-Tse decía que los nuevos comienzos a menudo se disfrazan de finales. Claro que hay que cruzar el umbral y quizá la incomodidad de emociones como la tristeza, el miedo o la incertidumbre, pero, visto así, es redentor. Y ese cambio de escenario donde una se entrega a lo inédito no tiene por qué estar cargado de la ansiedad de otra búsqueda. O, incluso, de una nueva pareja. El desamor también puede ser un momento lento que mezcla las lágrimas con la risa, el recuerdo de los besos en esquinas, el momento exacto en el que el paisaje de la vida puede cambiar y volverse aún más habitable.
Dejar que me deshaga el desamor
Por Victoria Herrera - Instagram: @astro_viking - Astróloga y autora de Carne de cañón
El desamor, ese momento temido que tanta letra da, nace de la idealización de su hermano gemelo. Y cuando idealizamos, nos entusiasmamos por una parte del otro y negamos el resto, y eso no es vincularse. Estamos frente a frente, con el trajecito que le quiero poner y tratando de entrar en el vestido que me ofrecen. Pero ahí el otro no existe, es un muñeco. Y de lo que me enamoro es de mi autoimagen confirmada. Eso no se llama “amor”, sino “narcisismo”.
El amor es incómodo, pica, tira de sisa, desconcierta y desubica. Si miro hacia atrás, comprendo que los momentos de desamor me enseñaron mucho: no fueron enseñanzas suavecitas, sino más bien el cachetazo de realidad para darme cuenta de que eso a lo que estaba llamando “vincularse” no lo era tanto. Ya sea porque me tocó despertar de la burbuja donde vivía mi propia película o darme cuenta de cómo había perdido de vista al compañero, fue siempre una oportunidad para asumir responsabilidades, hacer inventario, duelar enrosques y salir hacia adelante más real, más humana, más entera.
Asumo que el amor es riesgo, que sabes cómo entras pero no tienes idea de cómo vas a salir. Que ese otro al que en un principio trataré de seducir con mis mejores dones en un momento se convertirá en testigo de mis peores caras, y viceversa. Que en ese preciso instante en el que caen los velos está la hermosa posibilidad de verse enteros. Que, a pesar de que usé esa fealdad descubierta como excusa para huir, hoy sé que ese es, justamente, el momento de quedarse. Que cada vez que me fui, volví a encontrar la misma escena disfrazada de nueva. Y es que asumir el desamor nos deja más cerca del amor, que no es otra cosa que ir aprendiendo a abrazarse entera para después poder abrazar. Es tirar el látigo a la basura y decirse al oído que lo estás intentando, y que ese intento tiene el valor de una piedra preciosa. Y es prometerse, para la próxima, estar atenta a lo importante: tapar cuando hace frío, decir la verdad, invitar al encuentro sin tanta vuelta y sin tanto drama. Lo demás es bijouterie.
Es prometerse, para la próxima, estar atenta a lo importante: tapar cuando hace frío, decir la verdad, invitar al encuentro sin tanta vuelta y sin tanto drama.