Cada vez más mujeres deciden lucir y amar su pelo al natural; una tendencia que se convierte en un cambio de enfoque sobre qué es ser bella
- 7 minutos de lectura'
Por alguna razón quedó establecido que las canas son aceptables –e incluso señal de agradable madurez– en los hombres, pero no así en las mujeres. Por el contrario, para una mujer dejarse las canas era (y a veces es) visto como una señal de descuido y dejadez. Pero la realidad es que las canas siguen apareciendo y multiplicándose y no hay mucho que podamos hacer para detener ese proceso. ¿Cómo funciona? Las células del bulbo piloso producen peróxido de hidrógeno y una enzima llamada catalasa lo descompone en agua y oxígeno. Con el paso del tiempo –a veces ayudado por cierta predisposición genética y/o acumulación de estrés–, los niveles de catalasa disminuyen, lo que permite la acumulación de peróxido de hidrógeno en el bulbo piloso. Esto daña y destruye las células productoras de pigmento de nuestro pelo hasta dejarlo blanco.
¿Por qué abrazamos la tendencia?
Hoy son cada vez más las mujeres que deciden dejar de luchar contra los molinos de viento, es decir, tapar las canas cada 15 días, que es el tiempo aproximado en que la raíz blanca vuelve a asomar. Hay varias razones para esta suerte de “sinceramiento capilar”:
- Es cansador teñirse el pelo con tanta frecuencia (y requiere una buena inversión de tiempo).
- Es costoso: en una peluquería promedio, el monto puede ir desde los $2500 hasta los $3900, dependiendo del procedimiento.
- La pandemia, que mantuvo muchos locales cerrados por meses, nos animó a muchas de nosotras a amigarnos con nuestras canas.
- Cada vez hay más ganas de aceptarnos y reconocernos tal cual somos, de incluir los grises, de romper con el estereotipo de la belleza eternamente joven y reconocer lo bello en el paso de los años.
Hollywood también dice que sí
Las celebridades en todo el mundo están mostrando que la cabellera con canas se puede lucir como cualquier otra. Una de las pioneras fue Jane Fonda, quien decidió cambiar el color de su cabello de rubio a gris platino justo antes de los Oscar 2020. Por la misma época, Katie Holmes participó del desfile de Chloé con un look impecable, maquillada y peinada por profesionales y con su cabello gris natural. La siguieron Andie MacDowell se dejó ver por primera vez con sus canas en el festival de Cannes. “Hubo un momento en que me comparé con George Clooney, ¿por qué no?”, contó la actriz que fue por más de veinte años la cara de una marca de tintura con el eslogan “I’ll always be too young to be gray” (“siempre seré demasiado joven para ser canosa”).
La lista continúa con Diane Keaton, Meryl Streep, Lady Gaga y hasta la princesa Carolina de Mónaco y la reina de España, Letizia Ortiz. En Argentina, Mercedes Morán, Carla Conte y Cecilia Dopazo están marcando tendencia. Esta última atravesó el proceso en cuarentena y lo llamó “Proyecto White”, un experimento que estaba haciendo “consigo misma y frente a la sociedad”. Hoy luce una melena casi completamente blanca y le queda bellísima.
En primera persona
Carola Birgin
Me tiño desde que tengo 15 años. En mi familia insistían en que me dejara las canas. El juego era en vacaciones y cuando volvía a mi vida normal, lo primero que hacía era tapármelas. Cuando llegó la pandemia, tuve el impulso de no teñirme más. Lo que veía en el espejo me sorprendía, me resultaba poco estético tener el pelo de dos colores. Era difícil de asimilar. Me fui a cortar el pelo, le pedí que me quitara todo lo que no era canas. Fue muy impactante ver a la mujer que estoy siendo. Y, en el piso, ver los rulos colorados de la que había sido hasta ahí. Fue todo un descubrimiento. Des-cubrir: sacar la cobertura. Fue un conocerme, saber qué tenía abajo. Me gustó lo que encontré; es una sensación hermosa sentirte cómoda con algo tuyo, con algo que no generás, sino que está. Por suerte, ahora las mujeres ya no estamos tan estigmatizadas con respecto a la belleza hegemónica y también, de a poco, vamos viendo una belleza más madura que empieza a ser validada.
María Mercedes Finazzi
Hace unos tres años me di cuenta de que no me aguantaba más teñirme cada 15 días. Establecía agenda en función de mis canas. Decidí empezar a espaciar la tintura de las raíces. Me hice muchos reflejos para volverme rubia. Después me platiné –era algo que siempre quise hacer– y cuando vino la pandemia, lo dejé crecer. Mis canas son bastante prolijas, muchos me decían: “¿Te las vas a dejar?”. Lo más difícil, sin duda, fue la mirada ajena. Para mí, las canas representan la libertad. Demasiadas cosas giran en torno a eso. Un poco representan valentía y rebeldía también. Suena naíf hablar así de algo tan trivial como el pelo gris, pero para la sociedad es el peor pecado verte así. A alguien que lo está pensando, le digo, sin dudarlo, que lo haga. Si lo está pensando, es porque tiene ganas. Y es un camino de ida. Si no se animan a dejarlo crecer y vivir el proceso de manera tan marcada, que hablen con su peluquero amigo, que siempre son buenos aliados en este camino.
Angie Colombo
Lo más difícil de dejarme las canas fue aceptar la mirada ajena llena de prejuicios. Cambiar la visión de mí misma también fue un desafío, porque no estaba exenta de sentir la connotación negativa que tienen las canas y desafiar el gran paradigma de “las canas te hacen vieja” fue lo más complicado y liberador del proceso. Las canas, para mí, son libertad, son autenticidad, son mi identidad. Las canas son mi pelo tal cual es y así quiero mostrarlo hoy. A la mujer que lo está pensando, le digo que se anime porque es una decisión liberadora y poderosa, y además, es totalmente reversible. Si no te gusta cómo te queda o te aburriste, volvés a teñirte y listo. Creo que darse la oportunidad de intentarlo es un camino de autoconocimiento. Pero si no sentís el deseo, no hay por qué obligarse, dejarse las canas es una elección, no es una moda ni un nuevo estereotipo que ahora todas debemos seguir. Sintamos la libertad de elegir cómo queremos llevar nuestro pelo, sea cual sea esa elección.
Natalia Borgoglio
Cubrir mis canas era una obsesión. Me condicionaba mi agenda laboral, los eventos a los que asistía, mis vacaciones. Empecé a buscar experiencias de canosas. Todas me decían que no se habían arrepentido, que era difícil, pero que valía la pena. Lo hablé con mi pareja, porque su opinión me importaba. Me dio todo su apoyo. Lo mismo en la multinacional donde trabajaba. Me propuse –para hacer la transición– estar siempre con las uñas arregladas, maquillada y en tacos. ¡Hasta al súper chino me iba así! Era lo que me daba confianza. Los primeros seis meses fueron los más difíciles. Y notaba algunas miradas, pero me sostuve en mi decisión. Lo que se gana con este proceso es mucho. A cada mujer le enseña algo distinto. Al final, una nota que es solo un color de pelo, pero la transición es interna. Yo, por ejemplo, aprendí a no opinar más sobre el cuerpo de las demás; me permito un poco más de soltura en mi forma de vestir... Es un camino de aprendizaje y autoestima que no se termina. Hay que regarlo todos los días. Ante cada situación, reacomodo mi amor propio, no el color de mi pelo.