Con la nueva ola que nos barrena a todos, conversamos con Clari, actriz, influencer y yogui, sobre la flexibilidad, el vivir más liviano y el ver el vaso medio lleno.
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Conocí a Clari Alonso en Madrid, cuando se podía viajar. Yo –Sole Simond– estaba de vacaciones y ella, presentando Abuelos, su último film. Me llevó a comer a un restó veggie escondido, se movía como una local, porque vivió 4 años allá, novio español incluido. Ese día supe que quería que fuera chica de tapa, quizás estaba alejada de las caras más conocidas de nuestra generación, porque ella se hizo conocida en el público teen gracias a interpretar a la tía de Violetta, un programa que fue boom internacional. Tiene 1,7 millones de seguidores en Instagram, de todas partes del mundo, y acaba de terminar de grabar Entrelazados, una nueva serie que se distribuirá por Disney plus. Pero hay algo más en Clari, y es su modo de ver la vida. Quizás eso me haya convocado a ese encuentro con una desconocida lejos de casa. Su amabilidad, su compromiso por ver lo bueno, su liviandad, su búsqueda del equilibrio, que muchas veces resulta un desafío. Es por eso que cuando quisimos hacer un especial de yoga, ella volvió como la candidata perfecta de lo que significa ser una yogui infiltrada en este lío terrenal, envuelto, encima, en una pandemia.
Esta charla con ella, un año y medio después de ese encuentro en Madrid, la tuvimos –café mediante– con Agus Vissani, justo antes de que regresara la segunda ola.
¿Qué capitalizaste de la cuarentena? ¿Con qué fantasma te encontraste?
En un momento ganó la sensación de tranquilidad con esto de no tener que estar corriendo detrás de ninguna zanahoria. Mi trabajo naturalmente es tan inestable que siempre estás con esa sensación de que falta algo, que nunca es suficiente, siempre hay un casting que te estás perdiendo, algo que deberías hacer para que te conozcan más. Además, hoy todo está tan globalizado que ves series nuevas, obras de teatro, plataformas de streaming, y siempre estás viendo cómo acceder a todo eso que está pasando. Es agotador.
El famoso FOMO (fear of missing out), el miedo a lo que te estás perdiendo, se aquietó totalmente en pandemia.
Eso fue algo positivo de un año tan complicado, estábamos todos en la misma. Después, cuando cada uno le empezó a encontrar la vuelta, de nuevo fue como “¿ahora qué hago?, ¿cómo me reinvento?”. Y otra vez un poco esa ansiedad. Y ahí es donde el yoga me salva. Y en pandemia, por suerte, pude seguir practicando por Zoom. Empecé a tener mucha más disciplina y, sin darme cuenta, fue mi salvación. Ojo, tuve momentos de más enrosque y mucho teléfono…
¿La virtualidad te alienó o te salvó?
Siempre le pregunto a la gente que trabaja en las redes si lo disfruta. Yo tengo como una relación, no amor/odio, pero sí amor y tormento. A veces pasaba mucho tiempo con el celular. Después, con relación al miedo y a la enfermedad, mi mamá es jefa de epidemiología en el Posadas, entonces tenía mucho su campana y entendía lo colapsado que estaba todo, pero también entendía que si te cuidabas muy bien o tomabas ciertos recaudos, podías no contagiarte. Aunque, obvio, te enterás de que gente que se súper cuidó se enferma igual. Nunca sabés, pero el pánico del principio bajó.
¿Y tu mamá cómo está? Es fuerte tener a una mamá en la trinchera. Le tocó un hito histórico para su especialidad.
Sí. Hace 25 años que está en el Posadas, tiene una vocación muy grande y, entonces, estar en este momento tan difícil al frente del campo de batalla le da una sensación de orgullo. Y a mí también me da orgullo. Igual, ella siempre te transmite tranquilidad. Está agotada, pero va a estar todo bien. Al mismo tiempo, se te va de las manos, porque estoy en mi casa esperando que esto pase y mi mamá está ahí. No sabés qué decir, no sabés cómo acompañar.
"Nunca sabés cuán larga va a ser la incertidumbre. Lo vas viviendo, lo vas surfeando, y siempre van surgiendo cosas nuevas que pueden traer ciertas certezas."
Lo de las redes y el teléfono decías que a veces te resulta abrumador, ¿en qué sentido?
Me pasa que las redes son muy exigentes: esto del algoritmo que te obliga a generar contenido. Siempre necesitás más, siempre falta más, hay algo de la maquinaria que te mete en un embudo y agota. Nunca es suficiente.
Es loco, porque vos como actriz sos un instrumento para contar una historia de otro. Pero en redes, sos vos la que tiene que definir cuál es el contenido, cuáles son tus valores como marca, qué mostrás.
Sí, y siento que a mí me cuesta levantar bandera. Y hoy en día, se te exige que automáticamente saltes a decir “yo opino esto” de todos los temas, parece que todos tenemos que salir el mismo día a decir lo mismo. Pero a mí me da mucho pudor, ansiedad, porque hay un montón de cosas que siento que una puede cambiar de opinión. Es como que hoy todo queda registrado. Y lo que vos decís hoy puede repercutir el día de mañana, entonces soy cuidadosa. La pregunta que me hago es: “¿Qué quiero contar?”, “¿soy coherente con lo que digo, con lo que pienso?”. Al fin y al cabo, lo que busco siempre es el respeto y que mi red sea una red de amor. Apuesto a algo muy natural, paso por la música, por la actuación, a veces por recomendaciones de restaurantes, de espectáculos. En mi red no quiero violencia y eso creo que es lo que se sostiene siempre.
¿Qué es ser yogui?¿cómo se cuela en tu vida el beneficio?
Para mí es muy evidente el beneficio, es instantáneo. El yoga baja mi ansiedad. Cuando me estiro y el cuerpo me lo agradece, la cabeza me lo agradece, hay algo que se calma. Mientras lo hago, noto cómo me cambia el cuerpo también. A no ser que hagas un yoga muy tranquilo, pero el que yo hago es bastante power. Lo ves en el cuerpo porque tenés el brazo tonificado, tenés más fuerza o tenés más elasticidad. Y después de practicar quedás en otra sintonía. Me hace bajar muchos cambios, me vuelve más liviana.
¿Te volviste como una suerte de evangelizadora del yoga?
Siempre hice yoga y era más en secreto. Sentía que era mi espacio privado, mi intimidad y el lugar donde practicaba, no lo quería compartir porque era mi lugarcito, mi refugio. Y de repente, el año pasado, con la pandemia, empecé a mostrar más cómo lo hacía, dónde lo practicaba, qué generaba en mí, y dije: “¿por qué, si muestro tantas otras cosas, no muestro esto que me hace bien?”. Ahí lo empecé a compartir e incluso trajo otros trabajos. Cuando iluminás una parte tuya, abre un espectro de nuevas posibilidades.
¿Y sentís que dejó de ser, en algún sentido, un refugio?
Deja de ser un refugio en el momento en que estoy grabándome mientras hago la práctica, porque estoy más pendiente de cómo se está viendo. Si lo hago sin filmarme, sigue siendo mi lugar de paz. Por eso, intento separar, subir algo para mostrar, como servicio, pero después tener mi momento de conexión real.
El yoga tiene algo hermoso que es el conocimiento en acción. Es increíble cómo empezás a tener las virtudes de su filosofía, pero sin intelectualizarlas.
Totalmente. Yo lo hacía sin intelectualizar tanto. Pero hace poco empecé a leer y es tal cual, voy viendo que muchas cosas de la filosofía del yoga ya son parte de mi vida.
Contanos tu historia de amor, me gusta cómo se conocieron con tu novio. Son esas historias que te dan a pensar que todo puede pasar en cualquier momento.
Volví a Argentina después de muchos años viviendo en Madrid en plan “estoy soltera”, recientemente separada, vine a trabajar, a pasarla bien, me salió un laburo acá para Telefe. Todo hermoso. No estaba buscando estar en pareja, creo que así por ahí te tomás las cosas diferente: como no estás esperando nada, las cosas van sucediendo. Un día fui con amigas a ver una banda, a La Grande, y en el medio de la multitud, medio de película, entre las cabecitas, lo veo. Lo miré onda “este pibe es mío”. Además, nunca había salido con pibes altos, no era mi estilo, sí era muy lindo, evidentemente, pero no alguien en quien me hubiese fijado. Nos re miramos y no sucedió nada. Yo había subido ese día una historia a las redes. La banda compartió lo que yo subí y él, que es cero redes, lo vio y me escribió.
Las chances de que se conocieran eran muy remotas.
No teníamos nadie en común. Cero redes, cero televisión. Me escribió un mensaje: “Qué linda estabas ayer”, me metí en su cuenta, ¡privada! No había nada, ni una foto. “Lo agrego, ya fue”, dije. Lo agregué... ¡y solo tenía fotos de paisajes! Empezamos a hablar y yo justo ese fin de semana me iba a Italia del viernes al martes al Festival de Venecia. Nos terminamos viendo el viernes a la noche. Era el chico alto que me había gustado, y así nos conocimos, de miradas.
Parece Cupido, era el destino.
Además, me acuerdo que nos miramos y yo me reía, había algo de eso que me causaba gracia. Sentí que ya teníamos complicidad y no nos conocíamos. Como si nos conociéramos de otra vida. Y ahora vivimos juntos. Él es re privado, yo quizá mostraría un poco más. Pero él no y lo respeto.
"Siempre tuve esta cosa de armar y desarmar. Depende del momento, tenés que volverte práctica, desapegarte."
¿La convivencia se volvió más intensa en pandemia?
No convivía y de repente pasamos a estar juntos 24/7. Primero un tiempo en un lugar neutral, porque era más cuarentena estricta y nos fuimos medio al verde, y después me terminé mudando a su casa, que ahora es nuestra casa.
¿Y eso de instalarte en la casa del otro?
No tenía nada, cero decoración. Así que pude sumar bastante. Igual, siempre me pasó, a lo largo de mi vida, que tuve que desarmar muchas veces mi casa. Por ejemplo, me iba a Madrid, dejaba las cosas en un lugar, vivía gente en mi casa con mis cosas, también conviví, me separé, perdí cosas, las dejé porque no tenía dónde meterlas, me alquilé una habitación, me compré dos cosas en Ikea y después terminaron en un trastero, dejé el trastero alquilado y me vine a Buenos Aires y alquilé algo temporal porque no sabía cuándo me iba, dormí en un sillón. Siempre tuve esta cosa de armar y desarmar. Depende del momento, tenés que volverte práctica, desapegarte.
¿Qué otras cosas aprendiste estando lejos?
Lo que más valoré en un principio fue sentir que podía ser quien yo quería ser. Era un terreno neutro, donde nadie me conocía, y sentía que podía darme todos esos permisos que quizás en Argentina no me daba. Manejarme a mi tiempo, no deberle nada a nadie, deshacerme de esos roles que vas tomando en la vida y, de repente, no querés tener más. Me dio mucha capacidad de improvisación. Quizá también porque la ciudad permitía eso. Vivía con base en Madrid, pero vivía mucho en Roma dependiendo de los trabajos que me salían, iba y venía. Volaba a la mañana y volvía a la noche o al día siguiente. Me dio mucho dinamismo, mucha capacidad de aprender a estar sola. Te da como un desapego con relación a los vínculos, porque si no te desapegás un poco, la pasás mal. Pero me acuerdo de que mi miedo más grande cada vez que me despedía en el aeropuerto era que las cosas fueran diferentes cuando volviese, con relación a que faltara alguien. Ese último abrazo del contacto familiar era muy vertiginoso. Y eso que venía dos veces por año. La pasé increíble, estas cosas son como la letra chica.
Frente a la segunda ola, ¿tenés alguna otra herramienta, además del yoga, para surfear la incertidumbre?
Voy a la psicóloga, me invento cositas diferentes para llenar mi tiempo, para aprender: cursos, inglés, actuación, estoy aprendiendo a tocar la guitarra, compongo canciones que no le muestro a nadie. Pero si algo descubrí, sobre todo en el último tiempo, es que nunca sabés cuán larga va a ser la incertidumbre. Lo vas viviendo, lo vas surfeando, y siempre van surgiendo cosas nuevas que pueden traer ciertas certezas. •
Producción de Virginia Gándola.
Maquilló y peinó Vero Fox.