De chica, Nicole Berstein soñaba con trabajar en Naciones Unidas. Fue ese sueño lo que la impulsó a viajar para cumplir su sueño y estudiar para hacer del mundo un lugar mejor.
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La primera vez que Nicole Berstein escuchó sobre la organización fue en una clase de Lengua, donde la maestra les hacía leer en voz alta. Cuando llegó la hora de leer “ONU”, un compañero lo deletreó y la maestra se enojó. ¿Cómo podía ser que ninguno conociera el trabajo del organismo internacional que busca resolver las problemáticas mundiales más urgentes? ¿Cómo podía ser que no supieran su significado? Nicole decidió indagar más y desde ese entonces tuvo una meta clara para su vida: hacer del mundo un lugar mejor.
Mientras estudiaba Relaciones Públicas se sumó como voluntaria en una fundación. “Empecé a ser parte de grupos de mujeres para una causa, con una intención que valía la pena. Ahí había algo que quería explorar más”, cuenta. Así que al terminar la carrera decidió buscar un posgrado relacionado al trabajo humanitario y los estudios de género. Pero en Argentina no había nada que se adecuara a sus intereses. Empezó a mirar en otros países, con la idea de aprovechar para perfeccionar su inglés. “Tenía un colega en la oficina que viajaba a Australia y me hablaba todo el tiempo de eso. En un momento me pregunté: ¿hablan inglés allá? Entonces, voy a probar”, relata.
Entrar a la universidad
Nicole encontró lo que quería hacer: una maestría en Development Practices en la Universidad de Brisbane. “Te enseñan a reflexionar sobre un abanico de problemas sociales, pobreza, desigualdad de género, cosificación. Todo lo que está relacionado con los Objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas”, explica. Con 24 años, viajó a Australia y con mucho entusiasmo aplicó a una beca para hacer sus estudios. Pero la rechazaron.
Su visa de trabajo se venció y pidió una de estudiante, que le permitía hacer algunos trabajos de baja calificación. “Yo no quería trabajar en restaurantes, quería hacer otra cosa. Le ponía lo mejor para disfrutarlo, pero era muy estresante, porque cometía varios errores porque no entendía mucho el inglés. Era todo un estrés”, confiesa. Sin embargo, allí conoció a dos chicas de Perú que la acercaron a su nuevo trabajo: babysitter. Nicole empezó a trabajar con chicos, con la condición de que la contrataran por un año, para que pudiera ahorrar para su maestría. Las familias aceptaron. Con ese dinero más subalquilar su casa a estudiantes- con el permiso del dueño- logró pagarse los estudios.
“Yo ya pasaba mucho tiempo en la universidad, porque es un espacio público. Estar en la biblioteca era la inspiración máxima. Estudiar acá fue una experiencia maravillosa. Por un lado, por la multiculturalidad en el aula. Los debates eran riquísimos, porque había personas con perspectivas totalmente diversas. Por otro, tomé perspectiva del estado en el que está el mundo”, asegura.
Una visión no tan romántica
“Cuando me adentré en la universidad, empecé a ver a las Naciones Unidas de una manera un poco más crítica, no tan romántica. Me di cuenta que hay distintos niveles para generar un impacto. Naciones Unidas está en un nivel un poco más político y macro, pero a mí me interesa estar ahí con la gente”, reflexiona Nicole, que hoy trabaja en Multicultural Australia, una organización que ayuda a refugiados y otros migrantes en Australia.
“Tengo dos puestos en este momento: uno donde ofrezco apoyo individual a los jóvenes migrantes para conectar con sus aspiraciones y eso me encanta. Por otro lado, estoy en un centro comunitario en un área de recursos socioeconómicos muy básicos, donde, entre otros programas, ofrecemos cajas de comida a más de 30 familias”, puntualiza. Nicole vive con su novio australiano y su perro Maxi en una casa a veinte minutos de la ciudad. Rodeada de frondosos árboles alrededor y el canto de los pájaros, los ojos brillantes y la sonrisa templada la muestran más arraigada.
Hoy, a sus 33 años, sostiene que quedarse en Australia es una elección diaria. “Por un lado, me siento totalmente anclada. Tengo un trabajo que disfruto muchísimo, me gusta donde vivo y mis amistades. Estoy muy cómoda en términos de cómo es mi vida acá. Pero no siento que estoy para siempre, sino que decido a medida que avanzo. Ahora compré muebles pesados, como una manera de aceptar que estoy acá”, concluye.