Muchas veces olvidamos que el otro necesita ser mirado, valorado, apreciado. Te compartimos algunas claves para cultivar tu relación.
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Sabemos que a veces solo el amor no es suficiente, pero es recién cuando una relación se afianza que lo (re)confirmamos. El amor está, pero se transforma en otras cosas por las que debemos trabajar cada día. El vínculo más importante que hemos experimentado es con nuestros padres; no solo con el padre y con la madre, sino con aquello que pasaba entre ellos. Esta es la matriz, el origen de todo.
Al comprometernos en una pareja, experimentamos de nuevo esa sensación de pertenencia. La diferencia es que ahora nosotros elegido a nuestro/a compañero/a con quien quizá fundemos una nueva familia. Y acá el verbo “elegir” es clave. Está bueno no perder de vista a quien elegimos como compañero/a de ruta, teniendo en cuenta que ese “elegir” se conjuga en presente una y otra vez. Si nos impulsa algo más que la inercia, es porque a esa persona que tenemos al lado estamos eligiéndola.
Mirarnos mutuamente
Dicen que el buen amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar en la misma dirección. Pero ¿qué pasa cuando nos olvidamos, cada vez más seguido, de mirarnos mutuamente? El psicólogo norteamericano John Gottman hacía un experimento: invitaba a las parejas a dejarse grabar 24 horas juntas, y decía que al cabo de 15 minutos podía predecir qué parejas seguirían juntas al cabo de cinco años y cuáles no. El elemento determinante en las que veía juntas y dichosas al cabo del tiempo era el reconocimiento. Y muchas veces es algo sutil: una mirada, una sonrisa, un gesto, una escucha, una atención, un reconocer al otro.
Reconocer al otro es registrarlo, escucharlo, darle atención activa y amorosa. Yo te miro, vos me mirás; yo te hablo, vos me hablás; yo te escucho, vos me escuchás; yo te registro, vos me registrás. Nuestro experto, el psicólogo Joan Garriga, dice que un ejercicio obligatorio en la pareja debería ser tomarse un minuto cada día para verse, para mirarse. Verse ahora, hoy, sin darse por supuesto. Esto, que solemos hacer con todo lo nuevo, tiene que volverse una búsqueda activa cuando se trata de una pareja que ya lleva más tiempo junta.
La clave está en evitar relacionarnos con imágenes prefabricadas de nuestra pareja. Es natural que a veces nos olvidemos de prestar atención a lo que es habitual. Tendemos a ver en el otro la persona que conocimos hace años o, mejor dicho, la idea que nos hicimos acerca de esa persona. Pero esa otra persona está cambiando todo el tiempo. Y además, no es alguien que todos los días esté con el mismo humor o la misma energía. Es alguien a quien le pasan cosas, alguien que también tiene desafíos, aprendizajes, dolores, aspiraciones, sueños. Es alguien que también está creciendo, alguien a quien también le pasa el tiempo.
Salir de la autocomplacencia
También es clave salir de nuestro ensimismamiento, de la autocomplacencia, para darle un verdadero lugar a nuestra pareja, como alguien capaz de incomodarnos, de cuestionarnos. El reconocimiento no pasa solo por elogiar sus hallazgos y transformaciones, sino también por ser el trampolín para que siga creciendo. Y que eso nos acerque a cierto lugar de una verdad –no necesariamente certeza– sobre nosotras mismas. Por supuesto que también es importante decirle “qué rica te salió la cena hoy” o “qué bueno que te quedaste con los chicos”, pero esto va un poquito más allá. Se trata de recordar que es nuestro compañero de ruta, el copiloto en el hogar, nuestro interlocutor preferido. El desafío es poder incluir su perspectiva sin tener que defendernos, o incluso imponer la nuestra.
Del “derecho ganado” a la gratitud
¿Por qué a veces nos cuesta dar reconocimiento, agradecer, apreciar en voz alta lo que nos brinda nuestra pareja? Porque eso, de algún modo, nos pondría en deuda con él/ella o, incluso, porque pensamos que es nuestro “derecho” que nos dé eso. Entonces, ¿cómo desactivar este mecanismo? Ser la pareja de alguien nos da un enorme poder. El problema no es la deuda, sino que se la trate como culpa, es decir, que se use ese poder para hacer sentir al otro una dependencia. Eso podemos hacerlo por inseguridad; por ejemplo, sintiendo temor al abandono. Entonces, ser agradecidos y amorosas no es el famoso “¿querés que te haga un monumento?”, sino responder a la deuda reconociéndola como tal, es decir, aceptando que recibimos algo que podría no haber sido, porque la contracara es creer que una pareja nos debe todo por amor y esa es una idea muy nociva.
En definitiva, se trata de recordar las veces que haga falta por qué elegimos a quien tenemos al lado. Mostrarle nuestra gratitud. Desear espontáneamente que esté feliz. Apreciar el milagro de hacer esta travesía juntos.
Reconocer es también “re-conocer” por Luciano Lutereau
Lo que más pesa en una pareja no son los años, sino los estilos comunicativos rígidos que funcionan como predictivos; la mayoría de las parejas en terapia necesitan desarticular las versiones que se han hecho del otro (un enemigo hecho a la medida de las críticas y ataques propios) para recuperar no solo al otro, sino una parte olvidada de sí mismos.
Esta es una cuestión frecuente en las parejas de mucho tiempo. Otra es convertir la pareja en una sociedad. Este es un problema para el erotismo, no para otras cuestiones. Y cuando digo el erotismo, no me refiero a la sexualidad, me refiero a la espontaneidad vincular que permite hacer de la relación con el otro un espacio creativo y de encuentro personal. Con los años, la “sociedad conyugal” tiende a la rutina y necesita que los roles sean cada vez más fijos. A mí me gusta decir que una pareja necesita hábitos (que son fuente de placer y se pueden recrear según la circunstancia) antes que rutinas (repeticiones de la misma conducta para sentir estabilidad emocional).