Cambiaron la manera de mostrar el vino argentino y ahora van por más: posicionar al Valle de Uco como el gran referente mundial en enoturismo. Alberto, José y Sebastián Zuccardi, tres generaciones de una familia que revolucionó la vitivicultura.
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¿Fue el azar, o la casualidad? En los años 50, Alberto Zuccardi, ingeniero civil dedicado a la construcción, comenzó a utilizar un sistema de riego innovador. Se trataba de cañerías de hormigón subterráneas que ya se utilizaban en California. En 1963, y con motivo de mostrar mejor el sistema a sus potenciales clientes, se le ocurrió plantar un viñedo en el este mendocino. La historia no volvería a ser la misma, la viticultura lo conquistó de tal forma que se convirtió en parte central de la vida familiar, dejando atrás cualquier otra actividad posible por los próximos 70 años.
José “Pepe” Zuccardi, tenía en esa época 9 años y ya se subía a la camioneta rumbo a la finca. Su padre, entonces, caminaba la viña de traje y corbata, mientras su hijo respiraba el vino y llenaba los días con memorias de las uvas.
“Recuerdo que de niño era un programón los sábados irme con mi papá. Había unos kilómetros de camino que no había tránsito y me dejaba manejar. Cuando llegábamos a la finca, el encargado tenía 4 hijos y jugábamos todo el día. Ir a la finca siempre fue algo hermoso y vital” cuenta Pepe, como lo llaman casi todos. Se crio entre viñedos y en los años 80 se convirtió en una pieza clave del vino argentino. Fueron muy pocos los que se dieron cuenta, en esa época, cuando el avance de la soja empezó a hacer que se perdieran tantas hectáreas de viejas viñas de Malbec, que la única estrategia posible era apuntar a la alta calidad y el agregado de valor. Fue así que entre los años 80 y 90, Argentina comenzó a asomar la nariz al mundo y a darse a conocer como la gran productora de vinos que es hoy.
Los saltos generacionales en las empresas familiares no son fáciles de transitar. La literatura, la TV –con la exitosa serie Sucession– y, sobre todo la economía, están llenos de historias de muchos fracasos y unos pocos éxitos en el intento de trascender a lo largo del tiempo. José Zuccardi tuvo la dicha de ser amigo de su padre y entender que el lugar de la juventud es el de revolucionar las cosas. Como en una escalera de peldaños que se ayudan unos a otros, la plataforma que armó Alberto le permitió a su hijo ir más lejos.
“La familia es un hecho que excede el vínculo sanguíneo; es el grupo de gente en tu vida con la que compartís objetivos y valores. La sangre no alcanza, a veces vas para lugares diferentes. Yo creo que no se trata de que los jóvenes repitan lo que hicimos los más viejos, porque para ningún joven es un desafío hacer lo que ya está hecho. Y para mí es una maravilla poder ser parte de los proyectos de mis hijos. La vida te va dando una experiencia y capacidad para poder entender y sumarte a lo de los otros, no al revés. Ese culto al fundador, al que hizo las cosas, es tóxico y no ayuda” cuenta el actual director de la bodega, que también es presidente de COVIAR (Corporación Vitivinícola Argentina), entidad que se encarga de gestionar y articular acciones para cumplir con un plan estratégico del vino nacional.
Piedra Infinita
“Mi papá había entrenado un año, nunca fue deportista, pero se la bancaba. Yo volvía de trabajar en Francia y estaba gordo. Un día de la nada, nos dijo a mi hermano Miguel y mí “Vamos a subir el Aconcagua”, evoca. “Mi hermano Miguel se fue a Bolivia (ríe); y yo dije no voy, pero al final fui a correr dos veces al parque y me convencí. Mi razonamiento fue el siguiente ‘él no llega, yo tampoco, así que todo bien, en algún momento nos mandan de vuelta a los dos’. Fueron 14 días de ida y vuelta, finalmente subimos los 6900 metros. Al final, contra todo pronóstico ¡hicimos cumbre! Qué inconscientes. Aprendí que la cabeza juega un papel muy importante en los límites. Y es una maravilla vivir la montaña con mi padre, porque hoy es un lujo estar incomunicados, sin wifi, sin interrupciones como sucede allá arriba”.
Sebastián es el hijo de José. Está parado en Piedra Infinita mirando al horizonte. Se trata de una bodega a su cargo, construida en conjunto con la geografía del lugar. Arena, piedra y agua, un paisaje que se funde entre conos aluvionales que bajan de la montaña y una cúpula brillante que refleja el sol según los climas. La construcción pretende fundirse en la mirada de los Andes, estar y no estar a la vez, aliarse en la soledad de la montaña. Lleva ese nombre por haber sacado más de mil camiones de piedra calcárea para poder construirla.
“Cuando te despertás en Mendoza, antes de abrir los ojos, sabes dónde está la Cordillera. Vivimos toda nuestra vida con esa pared en el oeste que para nosotros significa todo. Estamos en un desierto en altura con mucha luz. Eso es único, en el mundo las zonas altas son lluviosas y nubladas. Nuestros vinos hablan de eso, de una expresión fresca pero con intensidad. Hoy nuestra esencia es hacer vinos de la Cordillera. Es nuestra idiosincrasia y cosmovisión, somos gente de montaña”.
En el año 2000, Sebastián comenzó a visualizar lo que el Valle de Uco significaba al vino nacional y en vez de encontrar una negativa de su padre, encontró una responsabilidad. En ese momento nadie veía a la zona como el bastión que es hoy y un proyecto de espumantes lo llevó a encontrar mayor calidad y a preguntarse si los vinos de Valle de Uco no serían el eslabón perdido que le faltaba a Mendoza.
“Mi padre me dio total libertad, me dijo que terminara mis estudios y comenzara, que él simplemente no podía encargarse. Esto está en los orígenes; mi abuelo fue siempre muy disruptivo, naturista por 40 años en la Argentina de esa época; hacía ayunos, leía a Krishnamurti. Muchos de mis planteos sobre la planta venían de las lecturas de Krishnamurti. Cuando éramos chicos nos llevaba al límite entre el desierto y la finca y nos decía ‘Si el ser humano no trabaja, el desierto recupera lo que le pertenece. La naturaleza no entiende explicaciones, todo es obediencia y lo pequeño es hermoso’. Así nos fue diciendo cosas que han ido quedando en nuestros valores. Él dejaba una zona de vegetación nativa para que todos los que trabajaban en la finca no se olvidaran de cómo era el lugar. Hoy estamos dejando el 30% de los viñedos nuevos con vegetación nativa. Al final estamos volviendo a cosas que mi abuelo empezó, quizás no con el mismo sentido, pero él comenzó la bodega en concreto y hoy nos enamoramos de ese material; construimos el futuro en concreto: arena, piedra y agua de acá, conexión total con el Valle de Uco”.
Mientras en el pasado su padre y su abuelo manejaban los viñedos y tenían enólogos contratados, Sebastián se hizo cargo de la elaboración. Para él, la variedad es importante, pero mucho más lo es el lugar porque es lo único que no se puede trasladar. En 2009 crearon un área de investigación y desarrollo. Comenzó el estudio de suelos, la selección de parcelas, el comportamiento del calcáreo en los vinos, las fechas de cosecha, la forma de vinificar. Todo se convirtió en un gran jardín de infantes en el que experimentaba para aprender, y aunque hoy todo nos parezca conocido, hace 20 años era una absoluta novedad.
Matriarcado
Como en toda familia pujante, las mujeres tienen un rol fundante que motoriza etapas de cambio y consolidan valores. Emma fue un personaje central de la familia. El abuelo no manejaba bien el dinero así que ella se ocupó. De origen italiano, rozando un matriarcado que la volvió el centro de reunión familiar, su mesa estaba repleta de platos de una cocina inmigrante que se adaptaba al producto local.
“Su mesa era el centro, por eso hicimos el libro Emma en honor a sus recetas. Mi abuela tenía un sótano lleno de conservas donde no nos dejaba bajar. Recuerdo de muy chico estar vigilado por Iris, y escabullirme para robar alguna cosa para probar” dice Sebastián.
Emma tenía un sentido social muy grande que la llevó a trabajar en la comunidad poniendo muchísima energía en ello. Desarrolló dos centros de costura donde las mujeres se establecieron como empresa y hasta el día de hoy trabajan para marcas diferentes. La bodega compra toda su ropa de trabajo allí. Llevan construidas varias escuelas y el año pasado 62 personas pudieron terminar el colegio secundario. Hoy, Julia, su nieta, además de llevar el turismo y la hospitalidad de la bodega a lo más alto, continúa con grandeza lo que su abuela empezó.
Piedra Infinita tiene un restaurante de alto vuelo que propone almorzar por pasos y hacer degustación de un porfolio de vinos que no para de innovar. El restaurante junto a la bodega y las viñas permite una experiencia única. La carta se modifica por estación con productos locales y dos huertas orgánicas que la abastecen. Y como yapa, los comensales pueden contratar un helicóptero que da vueltas por la zona para entender el viñedo desde el cielo.
La mejor del mundo
Zuccardi Valle de Uco fue elegida tres años consecutivos (2019, 2020 y 2021) como “Mejor Bodega y Viñedo de Sudamérica y el mundo” por la academia The World’s Best Vineyards. La academia está conformada por casi 500 referentes internacionales que ponen la atención en la calidad del turismo enológico de más de 1500 bodegas de todo el mundo.
“No creo que una generación tenga que correr a la otra. Lo viví con mi abuelo, que trabajó hasta muy grande y mi abuela trabajó hasta dos semanas antes de morir, a los 92. Hoy convivimos varias generaciones, mi papá y mi mamá Ana, gerente comercial de la bodega, siguen teniendo un rol central. Buscamos calidad e identidad en los productos y en la gestión de lo que hacemos. Siempre hemos sido innovadores, y vanguardistas. Queremos ser útiles a la comunidad donde nos desarrollamos. Esta actividad nos permite incorporar a nuestras familias. Yo me crie en un viñedo, mi papá también y hoy mis hijas vienen todo el tiempo a la viña, juegan, tienen animales y huelen de las copas incorporan al vino en sus vidas. Yo quiero dormir cerca de los viñedos donde cultivo, tengo la oportunidad de hacer vinos en cualquier parte del mundo, pero prefiero trabajar en el Valle de Uco, cerca de mi casa. Quizás es una limitación, pero estoy convencido de que nosotros tenemos que profundizar en el lugar en el que estamos” remata Sebastián.
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