Mariela Denardi y Diego Bertone se animaron a un cambio de vida y crearon una marca que da batalla a los tradicionales ahumados de la Patagonia.
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Cuando se habla de ahumados en Argentina, se piensa en la Patagonia. Sin embargo, Mariela Denardi y Diego Bertone, quisieron enfrentar esa creencia desde una pequeña localidad en la provincia de Buenos Aires: La Rica, un pueblo de 150 habitantes, que pertenece al partido Chivilcoy y está a dos horas de Capital Federal. Entre La Rica y Chivilcoy hay 21 kilómetros, el camino que ambos recorren diariamente, haciendo crecer eso que empezó siendo el anhelo por cambiar un modo de vida. Lo consiguieron con muchísimo trabajo, ideas, planificación y toma de decisiones.
Vivían en Capital, en un PH en Villa del Parque donde nacieron sus dos hijos, Rogelio y Amador. Ella, maestra de una escuela primaria en el barrio de Santa Rita, él con un importante puesto en una aseguradora de Villa Crespo. Tenían buen pasar económico, pero no estaban contentos en la ciudad, sobre todo él. “Yo tenía un deseo muy profundo de irme de capital, me generaba una cosa odiosa vivir en esa vorágine. Veinte años estuve casi, buscando un rumbo, estudié arquitectura, diseño industrial...” Diego quería hacer otra cosa, no importaba qué: poner una carpintería, una panadería, un restaurante de campo, hasta una escuela. La gastronomía era lo que más tiraba. Terminó siendo una fábrica de ahumados, tal vez por el encanto que los dos sienten por el sur. “Tengo amor por la Patagonia, en donde empecé a consumir ahumados, donde están estos productos”, dice. Pero Diego afirma que el sur y Weisbert no fueron algo premeditado. Todo comenzó con un curso de ahumados del que se enteró por una publicación en Instagram.
Habló con un amigo y decidieron hacer el curso juntos. Allí aprendieron las técnicas básicas y también a manipular alimentos. La noche del 19 de marzo de 2020, mientras todo el país se confinaba por la pandemia, Diego estaba en Pilar con su amigo, ahumando pechitos de cerdo en tachos ahumadores caseros. Entonces recibió un llamado de Mariela, “dicen que el viernes habla el presidente y no vamos a poder salir. Por qué no nos vamos a La Rica, tenemos material de obra, tenemos cosas para hacer”. “Quedé con Santi para ahumar”, le contestó él, sin imaginar lo que vendría. “Diego, ya preparé todo”. Mariela había hecho un bolso para cada uno, había vaciado la heladera en unas conservadoras que tenían, comprado pañales, pack de cervezas, había empacado vinos. El baúl del auto estallaba. A la mañana siguiente, el 20 de marzo, la familia se mudó a La Rica en un auto repleto de cosas. En el camino contrataron internet para poder trabajar desde la casa nueva, que en ese entonces estaba sin terminar. Y en el recorrido, que ya lleva más de tres años, decidieron quedarse a vivir allá y concibieron la marca Weisbert. Cumplieron el deseo de hacer de sus vidas algo mejor.
Entre pozos e ideas
Weisbert no fue el primer vínculo que Mariela y Diego tuvieron con en mundo de la gastronomía. En 2015 abrieron un restaurante a puertas cerradas en un PH del barrio de Palermo, donde tenían un portfolio de vinos y cocinaban para quince personas. Pero se sabe, perseguir un deseo no siempre es fácil. A veces hay que dar vueltas en espiral, o caminar en línea recta, volver para atrás o, por qué no, hacer pozos en la tierra y cavar postes durante dos meses. “Cuando nos vinimos acá por la pandemia hicimos un espacio ahí donde está el horno. El horno lo hice yo, de barro, y le pusimos un techito de chapa, le pusimos unos postes y colgamos unas lucecitas como en la kermés. Pasaba una semana y decía, “Che, el poste no me gusta acá”. Hacía un pozo a dos metros y lo ponía ahí. Me pasé como un mes y pico... me río, era matar la ansiedad que tenía de estar acá, trabajando en forma remota, tenía mucho tiempo libre”. Parece que hacer pozos, y sobre todo, moverlos de lugar como si estuviera acomodando ideas, agitando un cubilete con dados, trajo sus frutos. A los dos meses Diego entendió todo, “...en mayo me cansé de hacer pozos en el parque y me dije, che, ¿retomamos el tema de los ahumados?”.
El llamado milagroso
La idea había llegado. Los conocimientos prosperaban a través de cursos, libros, charlas con proveedores de todo el país y, sobre todo, a prueba y error, ahumando alimentos en el horno que Diego hizo con sus propias manos. “Saqué dos créditos personales de $25.000. Fui compré cemento y ladrillos. Ella me decía, “si nunca hiciste trabajo de albañilería”. Me bajé la proporción de cemento, cal, arena, llamé a mi cuñado y armé el horno ese que está ahí. Fui y compré el acero, tenía una amoladora, hice todo. Tenía algunos defectos, claro, pero funcionaba a la perfección el sistema”. Y mientras ahumaban, Diego y Mariela se imaginaban un proyecto muy lejano, creciendo a cuentagotas, con algún otro crédito que pudieran sacar. Tenían una envasadora familiar, vendían los productos puerta a puerta, vendían muchísimo, pero no alcanzaba como capital para invertir y armar una fábrica. Hasta que sonó el teléfono y llegó el dichoso llamado de la hermana de Diego. “Yo tenía con ella sociedad de un terreno que habíamos heredado. Un terreno grande en Chivilcoy. Quince años en venta, no se vendía. Me llama mi hermana a los gritos, llorando, que habíamos vendido la quinta. Yo estaba con el cemento y empecé a correr por el patio. No podía creerlo. Creo que ese día habíamos discutido con Mariela... Salgo corriendo y le digo, vendimos la quinta”. Así como había llegado la idea, ahora aparecía el dinero.
La Rica produce manjares
“Con tantas ganas de venirnos, de proyectar, de hacer cosas, el proyecto salió solo”. El terreno se vendió en el mes de mayo, cobraron la parte correspondiente, y en septiembre tenían todo armado. Mariela y Diego hicieron las cosas con celeridad, y con mucho profesionalismo, conscientes de que el dinero es un beneficio, pero que hay que darle un curso. “La ayuda vino finalmente, pero con la ayuda sola no hacíamos nada. Desarrollamos un proyecto”. Invirtieron el dinero en un horno de origen alemán marca Rational, una máquina que funciona a la perfección, un horno combinado, automático que, entre otras miles de funciones, también sirve para ahumar, tiene autolavado y un excelente servicio técnico. “Laburamos como locos. Yo estaba conectado todo el día en mi laburo anterior, remoto, y al mismo tiempo teniendo reuniones con los proveedores, importadores, fue una locura”, dice él. Ahora Diego y Mariela se dedican full time a Weisbert. Además, en abril de 2022 abrieron un local en Chivilcoy, imponiendo una idea difícil para una ciudad que se parece más a un pueblo: el after office. Que después de la oficina, y antes de ir a la casa, la gente pase a probar ahumados, charcutería, quesos y sándwiches de autor, tomar un vasito de cerveza o una copa de vino.
El producto estrella de Weisbert es la mortadela ahumada con pistacho. La hacen con jamón de cerdo, tocino y cantidades de grasa mínimas. Para llegar a la fórmula propia, y agregar el mínimo de aditivos necesarios, tuvieron que desarmar fórmulas industriales, “... es una mortadela casera, con procesos, materia prima y aditivos de primera calidad, que puede ser elaborada en forma segura y en serie”, explica Diego. El sándwich vedette: focaccia con pesto, mortadela ahumada con pistachos y queso azul. A veces reciben este tipo de mensajes, “Ustedes son la magia hecha sándwich”. En La Rica, abren las puertas de su casa y hacen eventos gastronómicos, cada uno con una impronta diferente: degustación de ahumados y vino, servicio de cantina, un set de Dj a la hora del atardecer, o un evento como Magma, que estuvo inspirado en 4 volcanes del mundo, con una propuesta gastronómica que tenía la impronta del lugar adonde se encontraba el volcán: Lanín en la Patagonia, Popocatépetl en México, Etna en Italia y Cumbre Vieja en La Palma de Canaria, España.
Hay interesados en abrir franquicias en Mar del Plata y Capital Federal, pero Mariela y Diego no tienen prisa. Reparten su cotidiano entre la crianza de los hijos, la casa y el camino diario desde La Rica a Chivilcoy. Así es su nueva vida.
Weisbert Ahumados. 25 de mayo 136, Chivilcoy. T: (11) 3199-6151. De miércoles a sábados desde las 18.30 . Sin reserva previa, por orden de llegada. La fábrica en La Rica se puede conocer con cita previa.
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