La familia Haynes se instaló en Virasoro en los años 20 y lograron convertir a esa localidad en la capital nacional del cebú.
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En dirección al norte de Corrientes, por la RN 14, Virasoro es “capital nacional del cebú”. Con esto tiene mucho que ver la familia Haynes de la Estancia Virocay. Mac, el anfitrión, en rigor se llama Alfredo, como su padre, y es veterinario. “La tierra es colorada desde Santo Tomé para arriba”, explica en relación al camino que nos trajo hasta acá, donde además de criar toros, reciben huéspedes para hacer avistaje de aves o simplemente, descansar.
Estofado de cebú de por medio, Mac relata la historia del lugar: “Mi abuelo Haynes llegó de Inglaterra en 1924, con un primo, y después de haberse desempeñado como piloto en la Primera Guerra Mundial. Era hijo de un ingeniero que tiene un monumento en Rhodesia, África, porque murió asesinado en la selva tras una rebelión. Como fuera, mi abuelo recorrió el Chaco y después se instaló acá, en estas tierras. Se casó con mi abuela, una mujer de Apóstoles, Misiones, de origen francés, y mi papá nació en Buenos Aires”, cuenta Mac.
“¿Viste ese camino por el que entraron ustedes? Bueno, era el camino del contrabando. Iba de Apóstoles, la capital nacional de la harina, a Brasil, de donde llegaba el azúcar, café, cubiertas y ganado cebú. Porque hasta entonces acá había solo ganado británico y tenían un ternero cada tres años… ¡que es muy poco! Pero los alambrados en los años 30 eran muy malos y las vacas inglesas se cruzaban con el cebú”, señala para empezar a explicar aquel accidente ganadero que sería puntapié de una revolución en la industria del campo.
Sigue: “Los ingleses que tenían vacas acá viajaban a Londres y no tenían cómo explicar que sus vacas puras Hereford, Aberdeen Angus y Shorthorn se habían contaminado. Hasta que se dieron cuenta que la resultante era una raza superior, que se adaptaba a garrapata, y que daba más terneros. Significó una explosión productiva enorme, ¡mucho más que la inseminación ganadera!”, cuenta el veterinario sobre ese cebú brasileño que había llegado al país vecino desde la India.
Agrega entonces que el negocio que empezó su abuelo lo siguió su padre, Steve, que estudió Agronomía en Iowa, y que de Estados Unidos trajo en la década del 50 la genética de la Brahman (un tipo de cebú, que es una vaca con mucho instinto materno) que a la carne le aportó terneza. “Aunque que sea tierna, no siempre significa que sea rica”, aclara. Y mientras recorremos el campo cuenta que ‘cupí’ se llama la joroba del macho cebú –blanco y con mucha papada–, que en Brasil es un corte caro. Agrega que las vacas Braford son cruza de Brahman –que son blancas y coloradas– con Hereford, con cara blanca y cuerpo marrón. Los Brangus son Brahman con Angus. “Los toros no tienen que estar gordos, como se los expone en Palermo. Eso es show”, desliza para desasnarnos con datos sobre un terreno desconocido. Y resume por qué las cabañas –productores y vendedores de toro para la reproducción, no de terneros para comer– de Virasoro son famosas: “Las vacas que andan bien acá, andan bien en todo el país”.
Festival de aves
Si bien la ganadería es el punto fuerte de Virocay, la estancia es renombrada además porque recibe huéspedes desde 2009 y alberga aves únicas. “Empezó mi hermana y seguimos nosotros, por los contactos que se fueron dando de boca en boca”, explica Mac que es hijo de una concordiense y tiene tres hermanos más. “Los avistadores buscan cantidad y “lifers” –ese pájaro para ver al menos una vez en su vida–. Acá hay 60 tordos amarillos de los 600 registrados en Sudamérica, censados por Aves Argentinas. También se ve el picaflor de antifaz y el yetapá grande, que siempre anda de a tres”, cuenta Mac y, con largavistas vemos a este último, en medio del campo teñido de amarillo por la María Mola o Primavera, un Senecio (brasiliensis) que florece entre agosto y octubre. Cuenta además que Virocay es una deformación de ‘Ibirocay’ que significa agua, árbol y fuego en guaraní.
Detalla entonces que los avistadores pasan horas esperando un pájaro, y que después de tres días se van con una lista de cerca de 120 especies. Algunos les sacan fotos, pero otros simplemente los observan y anotan. Y todavía sorprendido relata el día en que un australiano llegó a Virocay sin reserva previa. Dijo que quería hacer avistaje y pidió pagar con tarjeta. Mac le explicó que no contaba con ese medio de pago, pero lo invitó a quedarse de todas maneras. El hombre se instaló unos días, se fue más que satisfecho y al llegar a Australia cumplió con la transferencia pactada. Resultó ser un tal Davis, número uno en avistaje en el mundo.
Formado como pupilo en el tradicional colegio San Jorge, de Quilmes, Mac ahora disfruta de la docencia: da clases de veterinaria en la USAL. Está casado con Bárbara Young, y viven en la ciudad de Virasoro, pero pasan mucho tiempo en Virocay. Ella es una correntina superamable que hace sentir como en casa a un matrimonio de huéspedes que lleva más de diez días en la estancia. “Ofrecemos las comodidades de una casa de campo sencilla”, asegura Bárbara, que con el veterinario es mamá de una asesora de modas que se lució como tenista profesional y hoy vive en Dublín, y de un estudiante de administración de empresas radicado en la capital de Corrientes.
“Hay demasiada forestación en esta provincia y pocos controles. Es un desastre ecológico. Una hectárea de pinos bombea cerca de 80.000 litros de agua por día. ¡Es demasiado! Por algo los árboles nativos son de hoja ancha: para controlar la transpiración”, contesta Mac al ser consultado por la cantidad de plantaciones que se observan al costado de la ruta. Así deja en claro que un británico puede ser tan educado como asertivo, y honrar una familia de visionarios que abrió la ganadería del norte del país con la introducción de una raza de bovinos que hace más de setenta años era desconocida.
Datos útiles:
Estancia Virocay. RP 147 Km 19. T: (3756) 61-0702. Alfredo Hayes y su mujer, Bárbara, son los anfitriones en esta estancia ganadera de 5.000 hectáreas que es famosa por el cebú, pero que desde 2009 se luce también por su propuesta para hacer avistaje o fotografía de aves o, simplemente, descansar. Entre árboles añejos, una casa de techos altos y la amabilidad de sus dueños, cuenta con tres habitaciones para agasajar a los visitantes y servirles las cuatro comidas. Desde u$s 60 por persona con pensión completa.
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