
Si bien la fecha oficial de inauguración es 1957, su pasado como sitio de encuentro se remonta a 1912. Jesús Fernández el suegro de la arquitecta Laura Ávila, empezó como lavacopas en los años sesenta y terminó siendo su propietario, hasta que en 2009 ella se hizo cargo del bar más antiguo de Villa Crespo, conocido por su generoso espacio para jugar ajedrez, dominó, billar, pool y ping pong.
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Algunos memoriosos dicen que el “Sanber” se abrió por primera vez en 1912, y aunque hubo una etapa breve en que se transformó en la sede barrial del Banco Nación, funcionó casi siempre como lugar de encuentro, deportes de mesa y gastronomía. En el primer piso, funcionó alguna vez una sala de teatro.
Con capacidad para albergar a más de 200 personas, en los últimos años, el café San Bernardo se convirtió en cita obligada de gente joven, que durante las noches de los fines de semana suele poblar la vereda de la avenida Corrientes 5436 para hacer la previa, mientras espera que se libere alguna mesa. “Igual que el barrio, somos como una torre de Babel con un público de distintas generaciones, orígenes y clases sociales”.

“Muchos chicos empezaron a descubrirnos porque habían escuchado que venían sus padres y abuelos. En 2012 nos declararon sitio de interés cultural y en 2014 Bar Notable. Cuando nos hicimos cargo, dejamos que el edificio, de 850 metros cuadrados, nos contara la historia y la forma fue dejar los ladrillos a la vista. Apareció una ventana en la medianera con el vecino del fondo y la dejamos de mutuo acuerdo”, cuenta Ávila.
“Levantamos pisos para hacer algunos arreglos y salieron a relucir los originales dispuestos en damero. Había cosas que se caían a pedazos, estaba todo para la clausura y lo fuimos reparando. La barra siempre fue larga, mide más de diez metros, incorporamos una chopera, el plato del día y fernet. En 2024 ganamos un premio por nuestra tortilla de papas. Lo que me apasiona es el cariño que nos tiene la gente, el clima de amistad, los testimonios que nos dejan por las redes”.

Ese afecto se traduce, por ejemplo, en la elección de algunos productores para filmar películas y publicidades allí, en haber creado un recorrido turístico mensual que surgió luego de una reunión con la Junta Histórica y, algo no habitual, en la realización de eventos excepcionales, “como cuando una pareja que venía de adolescente, estuvo trece años frecuentando el Sanber y nos pidió celebrar acá su casamiento. Fue conmovedor, armamos algo dentro de nuestras posibilidades y salió bárbaro”.
“En el baño de mujeres hay una puerta que tiene un graffiti que dice: ¿Qué es para vos la felicidad? Para mí es venir al Sanber. Lo bancamos y el Sanber nos banca a nosotros, acá es posible convivir con la diversidad, con muy buena disposición anímica”, dice Débora, una de sus tantas habitués.

En sus orígenes, la zona del Sanber era orillera, suburbana, había habitués malandrines y trabajadores inmigrantes. “De algún modo mantuvimos la tradición de ser accesibles, porciones grandes y precios populares, sumamos postres que antes no teníamos y aunque parezca una pavada resultó atractivo para las mujeres. Le decía a Carlos, mi marido: ‘si querés que entren las chicas tenés que ofrecerles algo con dulce de leche’. Los hombres también resultaron ser unos golosos. En materia de bebidas, la estrella es la cerveza y estamos ampliando la oferta de coctelería. Trabajamos fuerte produciendo actividades culturales y lúdicas, generando distintas propuestas”.
Muestras de fotografías e historietas, ferias de ilustraciones y muñecos de autor, torneos de metegol con una comida y una bebida como premio son otras de las originales propuestas del San Bernardo que suelen prepararse con varios meses de antelación y cuando se desarrollan tienen una convocatoria que explota.

Un personaje que dejó su huella fue Paquita Bernardo, la primera bandoneonista profesional del país, que tocó junto con su orquesta vestida como hombre y murió a los 24 años, en 1925. Los hermanos Navarro, jugadores de billar con reconocimiento internacional, también estuvieron varias veces. “Hace tiempo leí unos versos dedicados al Sanber incluidos en el libro Chapaleando barro, que marcó el inicio de éste, mi amor. Termina diciendo ‘que le tiemble la mano y se le caiga el que firme la condena de su arrastre’. Ahí sentí que tenía que intentar llevarlo a su época de oro, la década del 40. La arquitectura es el trabajo y esto es el amor”.
Único sobreviviente de un tiempo en que la cuadra donde se emplaza era una sucesión de lugares para el encuentro social, sigue vigente porque conserva sus tradiciones y ha incorporado un abanico de opciones nuevas como el tarot, la venta de libros, la música y el intercambio.
Nave que nunca envejece, el Sanber es un ícono de la porteñidad.

Café San Bernardo
Av. Corrientes 5436.
IG: @cafesanbernardo
Abre de lunes a viernes, de 10 a 3:30 am; sábados, de 8 a 3:30; domingos de 18 a 2.
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