Cada invierno, los macá tobianos migran a los estuarios de los ríos Santa Cruz y Gallegos. Es una buena oportunidad para aproximarse a ellos de la mano de guías expertos.
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El macá tobiano (Podiceps gallardoi) es una especie emblemática de Argentina, conocida por ser una de las aves más raras y en peligro de extinción en el mundo. Su nombre proviene de la combinación de dos palabras: “macá”, que significa pájaro en lengua tehuelche, y “tobiano”, en referencia a los nativos americanos del mismo nombre que habitaban la región donde fue descubierta en el año 1974.
Es endémica porque su adaptación al ambiente es tan específica que sólo puede ser vista en un sector de la Patagonia sur, más precisamente en una serie de cuerpos de agua que conforman la cuenca del lago Buenos Aires. Y, durante el invierno, en los estuarios de los ríos Santa Cruz y Gallegos, todos en la provincia de Santa Cruz, y en ningún otro lugar.
Su singular apariencia la hace inconfundible: tiene un plumaje blanco en el vientre, un cuello y una cabeza negros con un mechón de plumas doradas que le dan un toque distintivo y elegante. Sus ojos son de un rojo intenso, lo que contrasta marcadamente con su plumaje oscuro.
Es exclusivamente acuática, se alimenta de peces pequeños y otros invertebrados. Para cazar, se sumerge hábilmente bajo el agua con su cuerpo esbelto y su pico puntiagudo.
Es tan eficiente y adaptada a estos ambientes desolados y hostiles que resulta difícil pensar que su permanencia pueda pender de un hilo. A pesar de sus adaptaciones naturales, el tobiano enfrenta una triste realidad: la amenaza inminente de extinción. Su población ha disminuido drásticamente, se estima entre 650 y 800 individuos, debido a factores como la degradación de sus hábitats, que son sumamente frágiles, y la introducción de especies invasoras (ver aparte). Los esfuerzos de conservación se han incrementado, se han establecido áreas protegidas e implementado campañas para concientizar a las comunidades locales y a turistas sobre la importancia de preservar esta joya patagónica.
El team pajarero
Nuestra aventura comienza en la ciudad de Río Gallegos, que como era de esperarse a finales de julio, nos recibe cubierta de nieve y con temperaturas bajo cero.
El anfitrión es Natural Birding, una agencia radicada en Buenos Aires que se dedica exclusivamente a organizar y guiar salidas de observación de fauna y naturaleza por todo el país y el mundo, tanto para argentinos como extranjeros.
“Además de organizar viajes por los diferentes ambientes naturales de Argentina, también armamos travesías por Torres del Paine en Chile, la selva amazónica en Bolivia, Colombia y Etiopía, por ejemplo”, nos cuenta Marcelo Gavensky, creador de la empresa y tour leader de la expedición. Marcelo es un auténtico fan de las aves, aunque también es un apasionado por la naturaleza en general. Comenzó con la ornitología a los 10 años, en la ciudad de Luján, de donde es oriundo, y hoy, a sus 39, lleva más de 13 años guiando por todo el país y el mundo.
En este viaje lo acompaña Sebastián Alvarado, un santacruceño de pura cepa que oficia de guía baquiano y coordinador de la travesía. El resto del grupo está conformado por tres miembros de una agencia de viajes africana dedicada también a la observación de aves, con sede en Namibia, Sudáfrica y Nueva York. Y lo completa Miguel Fuentealba, un colega chileno, creador de la agencia ISO100 Outdoor, que se especializa en guiar el avistamiento de pumas en Torres del Paine.
La travesía
En el aeropuerto nos recoge Lautaro, nuestro chofer experto en rutas congeladas, y partimos rumbo a la localidad de Puerto Santa Cruz, 250 kilómetros al norte de Gallegos, uno de los lugares con más potencial para encontrar al macá tobiano durante el invierno.
La noche temprana nos atrapa en medio del trayecto y pasamos las siguientes horas de viaje entre mates y presentaciones. La temperatura exterior llega a 11 grados bajo cero al momento que arribamos a la Hostería Municipal Puerto Santa Cruz, en la costanera del pueblo.
La mañana nos recibe con un día diáfano y el estuario se muestra calmo, sin viento. Arrancamos con un desayuno en la panadería La Selecta y nos dirigimos hacia la costa del pueblo, en el extremo sur de la costanera. Varias sorpresas nos esperan en las gélidas costas del río, entre el pueblo y Punta Quilla, donde encontramos restos de dos guanacos muertos, aparentemente víctimas de un puma. Así que tomamos referencia del lugar para regresar durante el anochecer, con la esperanza de confirmar allí la presencia del felino.
En el trayecto por la ruta 288 hasta Punta Quilla, observamos algunas especies de aves, como el macá grande y plateado, el biguá, el cormorán imperial, el quetro austral y, también, el comesebo patagónico, el coludito cola negra y varios ejemplares de guanaco y choique. Pero la sorpresa de la mañana es un ejemplar de tucúquere, el más contundente de los búhos patagónicos, que con sus enormes ojos color mostaza nos observa desde lo alto de la colina, encaramado a una madeja de arbustos para disimular su masiva presencia. Vaya el aplauso para nuestro guía baquiano, Sebas, que lo oteó al paso y desde una distancia más que considerable. Avistamiento que pasaría inadvertido a la mirada del 99% de los mortales.
La hora de la verdad
Un box lunch al paso es más que suficiente para saciar el hambre y continuar con el plato fuerte del viaje, que por cuestiones climáticas y de logística se adelanta para esa tarde: navegar por el estuario del río Santa Cruz, en una lancha semirrígida, con el objetivo de localizar al macá tobiano, durante la pleamar.
Luego de cumplir con todos los requisitos impuestos por Prefectura Naval, logramos hacernos a la mar cerca de las 15.30, con una ventana límite de tres horas para dar con la pequeña ave y regresar a puerto antes de la caída del sol. El timonel es Rubén Hudson (con ese apellido, ¡cómo no tenerle fe para las aves!), oriundo de Comandante Luis Piedra Buena, que pese a ser nativo de estas aguas y de portar el apellido del afamado ornitólogo, jamás ha visto al macá.
A poco más de 600 metros de la costa, Marcelo divisa a un grupo de pequeñas aves que flotan hacia nuestro bote, empujadas por la corriente. Binoculares en mano, los cuatro observadores permanecen perplejos mientras intentan sostener el pulso y el foco sobre esas efímeras criaturas que se bambolean entre las olas. Un grito apagado confirma el hallazgo. “Son tobianos”, asegura nuestro guía… Las voces excitadas de los seis se entremezclan, como gritos susurrados. Nadie puede bajar los prismáticos; la charla y las expresiones de alegría se suceden sin abrazos ni palmas que chocan en el aire. Nadie quiere desperdiciar un segundo la oportunidad de observarlos allí flotando en su ambiente. El grupo de aproximadamente 10 aves pasa a escasos 15 metros de la embarcación y no parece interesado en nuestra presencia.
Una de las premisas importantes para la observación embarcada es acercarse lentamente y luego dejar que sean ellas las que marquen la distancia del encuentro. Pueden pasar a un lado de la embarcación, como en este caso, pero también es posible que se sientan amenazadas y se zambullan para alejarse. En ese caso, el procedimiento es dejarlas ir. Jamás deben sentirse perseguidas, de modo de no alterar su normal desplazamiento.
En todo momento debemos recordar que son aves silvestres muy amenazadas y cualquier interacción traumática con humanos podría modificar su comportamiento y, como consecuencia, las observaciones a corta distancia podrían ya no ser una opción. Por este motivo deben extremarse los recaudos, para que este tipo de aproximaciones pueda seguir siendo una experiencia de observación única.
Con la euforia a tope y el corazón latiendo fuerte retomamos la travesía, esta vez a contracorriente para ver qué más trae la marea.
No transcurren más de 200 metros cuando nos topamos con otro grupo, esta vez de alrededor de 15 individuos. Apagamos el motor y dejamos que los tobianos y la corriente tomen el control. Transcurridas dos horas de navegación contabilizamos más de 80 individuos, lo que representa una décima parte de la población total existente. Regresamos exultantes a Puerto Santa Cruz, ateridos de frío y con la marca de los prismáticos bien notable en la cara.
Observación en la estepa
De vuelta en la camioneta, decidimos regresar al lugar donde se hallaban los restos de los guanacos para ver si los pumas habían regresado a reclamar el botín. La tarde rápidamente se vuelve crepúsculo y, con la oscuridad, el frío se apodera de la escena. Y pese a que lo intentamos de nuevo por la noche, con linternas, los felinos jamás se mostraron.
Por la mañana retomamos la RN 3 para desandar nuestros pasos hasta Río Gallegos, esta vez a plena luz del día, para buscar una serie de especies de aves exclusivas de la estepa que Marcelo tiene en su lista para este trayecto. Según él mismo nos cuenta, una lista muy exigente. Pero venimos de un encuentro cercano con el tobiano, la moral está muy alta y los niveles de esperanza por las nubes.
Detenemos la marcha cada 10 kilómetros. Es increíble cuánta vida hay en este desierto helado y perfectamente llano. Así es como, de la nada, aparece una familia de quiula patagónica que, pese a su sofisticado camuflaje, nada puede hacer para evitar ser vista en medio de la llanura blanca. La quiula patagónica es un ave de la familia de las perdices. Puede volar, pero es más bien terrestres. Tiene un cuerpo robusto y es extremadamente tímida. Además, posee un hermoso plumaje diseñado para perderse en la estepa, por lo que se puede estar parado a pocos metros de distancia y no verla. Todo esto hace que la especie sea muy difícil de observar y que este afortunado encuentro en la nieve sea absolutamente poco común y muy mágico. De hecho, es la primera vez que Marcelo logra verlas con tanto detalle.
Punta Loyola y Estancia Frailes
De regreso en Río Gallegos, nos hospedamos en el Hotel Comercio, un clásico de la ciudad. El plan del día siguiente es recorrer Punta Loyola en busca de la paloma antártica, la agachona chica, el petrel plateado y, por qué no –las esperanzas nunca se pierden–, poder ver algún ejemplar de leopardo marino, que en esta época suele migrar al norte desde la Península Antártica. Pero el viaje no sólo se trata de aves. También nos hacemos un rato para disfrutar de un cafecito en la Zona Franca y tomar unos mates junto al Marjory Glen (una hermosa fragata que naufragó sobre la playa en el año 1911).
En nuestro último día de observación tomamos la ruta 40 en dirección a Cabo Vírgenes para internarnos en la estepa. La ruta está completamente congelada. Parece una pista de patinaje sobre hielo. Es tan resbalosa que es imposible transitar sin clavos o cadenas.
El paisaje es extraterrestre, como el de un planeta lejano al sol, donde dominan el hielo, el viento y la desolación. Resulta ciertamente difícil pensar que en un ambiente tan hostil y yermo puedan sobrevivir tantas especies silvestres. Pero el ojo afilado de nuestros guías encuentra vida donde en apariencia sólo hay un desierto helado.
En este tramo, la lista de especies para ver también resulta un desafío para nuestros anfitriones, que hacen gala de su conocimiento y paciencia.
Nos topamos con un zorrino patagónico que usa su supertrompa para escarbar la nieve en busca de insectos bajo la tierra. También avistamos una bandada de yal austral, un ave del tamaño de un jilguero y con colores tanto más llamativos, entre amarillo, blanco y gris.
Atravesar el territorio santacruceño en pleno invierno, navegar sus estuarios, internarse en la estepa cubierta de blanco es una experiencia fuera de serie.
Natural Birding IG: @naturalbirding. El 24/8 sale el último grupo en busca del macá tobiano en los estuarios de los ríos Gallegos y Santa Cruz. Los avistajes en esa zona se retoman en julio 2024. El primer día se arriba a Río Gallegos y el grupo se traslada a Puerto Santa Cruz. Al día siguiente, hay navegación en el estuario de Santa Cruz. El 26/8 se prevé una mañana de observación y segundo embarque en caso de ser necesario. Por la tarde, traslado a Río Gallegos. El último día se sale en busca de agachonas patagónicas, yales australes y más.
Este tour se realizará con un tamaño grupal de 6 pasajeros (además del guía local y tour leader). Desde u$s 550 por persona. Incluye transporte en privado para los traslados terrestres y excursión náutica en Puerto Santa Cruz, dos noches de alojamiento en hotel de Puerto Santa Cruz y una noche en un hotel de Río Gallegos en base doble, con desayunos y almuerzos tipo “box lunch”, guía local (Sebastián Alvarado) y tour leader experto en observación de aves con telescopio de alta calidad. No incluye aéreos, cenas ni bebidas.
Es muy importante hacer énfasis en la ropa de abrigo: guantes, cuello de polar, gorro, calzas, medias térmicas, buenas botas impermeables. Por otro lado, es de mucha utilidad llevar binoculares, cámara de fotos con teleobjetivo, linterna, anteojos de sol.
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